Las chatarreras, cara femenina de la minería en Segovia
Por: Ricardo Cruz
Sentada sobre un bulto lleno de piedras, Consuelo Castrillón supervisa que las casi 60 mujeres presentes en la mina Las Brisas, en las afueras de Segovia, se repartan por partes iguales la montaña de rocas que los mineros han amontonado en las afueras de la bocamina.
El nombre de cada una de ellas aparece escrito en un cuaderno que Consuelo guarda con recelo. Parte de su trabajo es, precisamente, regular la cantidad de mujeres que cada día llegan en masa a la mina en busca de un pedazo de piedra para lavar, moler y extraerle unos cuantos granos de oro. Sus responsabilidades también incluyen coordinar las labores de aquellas que cuentan con el visto bueno del gerente de la mina para trabajar; es decir, ella organiza las cuadrillas, revisa que cada una cuente con su balde, su batea, su pala, su costal y su puesto de trabajo.
En Segovia y Remedios, municipios que producen el 11% del oro que se extrae en Colombia según cifras de la Agencia Nacional de Minería, se le dice ‘chatarrera’ a la mujer que trabaja día a día en las afueras de las minas escarbando entre montones de piedras que los mineros han desechado. La actividad tiene su recompensa cuando, luego de escoger, lavar y colar, se hallan fragmentos pétreos que contienen mineral que luego son llevados a las plantas de beneficio o entables, como se les dice en la región, para extraerles hasta el último aliento de metal precioso.
Se trata, en la mayoría de los casos, de mujeres cabezas de familia, desplazadas por la violencia o que simplemente no encontraron más opciones laborales que dedicarse a ‘chatarrear’. Tampoco es una actividad que distinga edad. No son pocas las mujeres jóvenes que deciden enterrar sus manos entre las duras piedras que sobran de las minas. Todo porque en Segovia y Remedios, las ofertas laborales para las mujeres no abundan: “o se va trabajar en un almacén, un restaurante, en una casa de familia o consigue plata aceptando los ofrecimientos de los hombres y ya sabe de qué estoy hablando”, sostiene María Ofelia, una chatarrera que no supera los 25 años de edad.
Como todo en la minería, “se trata de una aventura donde a veces se puede sacar un castellano (320 mil pesos) en una semana, a veces no queda ni para el pasaje en todo un mes de trabajo. Esto es un trabajo muy duro, dependemos de cómo sea la mina: si es una mina buena nos va bien, pero si no…pero bueno, ¿qué más hacemos?”, sostiene Consuelo, quien tras poco más de 20 años buscando su fortuna en la chatarra ya puede decir que levantó a sus dos hijos por cuenta de esta actividad.
Su trabajo, como el de todas las chatarreras, depende de la voluntad del dueño de la mina. “Sí él autoriza, trabajamos; si dice que no vamos más, pues nos tenemos que ir”. Por eso, en otros tiempos, recuerda la mujer, cuando todo lo que brillaba era oro en Segovia, se podían contar más de 100 chatarreras por mina. Pero hoy, la situación por la que atraviesa la minería en este pueblo tiene a las mujeres dedicadas a esta actividad con los pelos de punta. “Preocupadas estamos todas. Aquí todos los días cierran minas por cuenta de esos contratos con la multinacional; en otras es que están implementando técnicas nuevas de explotación y entonces ya no dan chatarra y en las pocas que dan trabajo no cabemos todas. Aquí por lo menos solo podemos trabajar 60 chatarreras, ni una más ni una menos”, dice Consuelo.
Quizás por ello sienten que no les queda más remedio que apoyar las luchas que viene librando todo el sector minero a través de la Mesa Minera de Segovia y Remedios, que continúa con sus reivindicaciones ante la multinacional que hoy operan en la región, pese a que varios de sus principales voceros han sido fuertemente amenazados en el último año.
Empresas, detrás del oro
Segovia fue primero Tierradentro y perteneció al municipio de Remedios durante buena parte del siglo XIX. Pero el caserío creció rápidamente gracias a la cantidad de gente que llegó atraída por la explotación aurífera que crecía de manos de los ingleses. Así, mediante el Decreto 851 de 1884, Tierradentro se convirtió en Segovia y desde entonces, la vida social, económica y política de esta localidad ha girado en torno a la minería y a la ya desaparecida empresa Frontino Gold Mines.
Se trata de una larga historia de amores, desencuentros, odios y litigios que inició en 1825, cuando llegaron las primeras compañías mineras inglesas a Colombia luego del fin de la guerra de Independencia. Varias de ellas se instalaron en Remedios y Segovia, donde la tierra prodigó metal precioso en cantidades apreciables. Como la explotación auguraba buenos dividendos, el 21 de abril de 1852 se creó formalmente la empresa inglesa Frontino y Bolivia Gold Company, semilla inicial de lo que luego sería la Frontino Gold Mines, que además obtuvo del gobierno liberal de José Hilario López una concesión de explotación a perpetuidad.
Los ingleses implementaron técnicas modernas y desconocidas para esas épocas en Colombia para la explotación del oro de veta. Concentraron actividades en tres frentes de trabajo que en muy poco tiempo adquirieron gran fama por su alta productividad: El Silencio, Providencia y Sandra K.
Los británicos no solo son recordados por abrir por primera vez estas minas, consideradas como las minas de oro de veta más productivas del país; también porque respetaron las exigencias laborales de los mineros. Pero las cosas empezaron a cambiar cuando el imperio inglés entró en decadencia comenzando el siglo XX. Aparece entonces la empresa estadounidense Internacional Mining Corporation, que compra los activos de los europeos en Antioquia en 1910, dándole vida a la Frontino Gold Mines.
Los norteamericanos transformaron los modos de gerenciar de los ingleses, así como las relaciones con los trabajadores, lo que generó un intenso malestar laboral que se transformó en una impetuosa lucha sindical que duró décadas y que determinó el carácter beligerante de Segovia y Remedios.
El surgimiento de las guerrillas, en la década del setenta, trajo mayor tensión a la región y a la empresa. La extorsión a la que fueron sometidos los grandes mineros, primero por el Frente 4 de las Farc y luego por el Frente Héroes de Anorí del Eln; el desplome de los precios del oro en los mercados internacionales y las reiteradas declaraciones de la empresa sobre lo costoso de la convención colectiva de trabajadores y la onerosa carga pensional, llevó a la Frontino Gold Mines a declararse en liquidación en 1976.
La empresa debió funcionar entonces bajo la figura de concordato por un año. En 1979, los dueños y representantes de los trabajadores firmaron un documento en la ciudad de New York, Estados Unidos, donde constaba que, a partir de entonces, trabajadores y pensionados serían los dueños de la mina.
En su investigación sobre Segovia, del año 2015, el antropólogo Juan David Sierra consignó que “durante la vigencia del concordato la empresa debía crear un fondo de pensiones que garantizara la sostenibilidad financiera de los pensionados y luego ser vendida o recuperada a través la inyección de capital. Ninguna de las opciones se cumplió y el concordato se extendió durante más de 25 años”.
En 2004, el entonces presidente Álvaro Uribe decidió iniciar la liquidación y venta de la Frontino Gold Mines, proceso que vio la luz al final del túnel en 2010, cuando el gobierno nacional vendió todos los activos de la compañía a la multinacional canadiense Medoro Resources, en medio de una fuerte disputa jurídica frente a legalidad de la decisión.
Elioberth Castañeda, dirigente de la Mesa Minera de Segovia y Remedios, tiene serios reparos a la operación comercial: “nosotros los segovianos hemos sufrido mucho, por parte de la guerrilla, por parte de los paramilitares, ahora por parte de esta multinacional. Nosotros tenemos muchas dudas de cómo compraron la Frontino Gold Mines. No nos genera confianza que muchos directivos de la multinacional han sido ministros, han trabajado en el alto gobierno”.
En ello no miente. Durante varios años la presidente de la Zandor Capital, subsidiaria de la Medoro y encargada de la administración de los bienes de la Frontino Gold Mines fue María Consuelo Araujo, quien fungió como Ministra de Relaciones Exteriores del gobierno Uribe (2002-2010). Pero el hecho que reafirma las suspicacias de los mineros segovianos fue la captura de Eduardo Otoya, realizada por la Policía el 15 de marzo de este año, en operativos contra minería ilegal en el municipio de Buriticá, occidente de Antioquia.
Otoya fungió como gerente de la Frontino Gold Mines en momentos en que se gestaba su liquidación y venta; de ahí pasó a gerenciar la Continental Gold, empresa que posee concesiones de explotación minera en Buriticá. Según las pesquisas judiciales, integraba una red de minería ilegal al servicio de las llamadas ‘Autodefensas Gaitanistas de Colombia’ que opera en este municipio.
De ahí que muchos en Segovia y Remedios afirmen que desde la llegada de la multinacional muchas cosas han empeorado. Dicen que, desde entonces, la Zandor Capital tiene el control absoluto de la explotación aurífera, condenando a los pequeños y medianos mineros informales a su desaparición.
En estos pueblos del Nordeste antioqueño se viene cocinando un explosivo cóctel que contiene de un lado el malestar de los mineros con la compañía; y de otro, la compleja situación de orden público generada por los enfrentamientos entre grupos armados ilegales que vienen disputándose las rentas derivadas de extorsión a la pequeña y mediana minería y los jugosos dividendos que está generando el microtráfico.
Riqueza asediada
Cuando los paramilitares que operaron en el nordeste de Antioquia bajo el mando de Carlos Mario Jiménez, alias ‘Macaco’, se desmovilizaron en 2005 en zona rural de Remedios, un reducto de excombatientes decidió continuar en armas controlando la extorsión a decenas de pequeñas minas de oro, pero bajo el nombre de ‘Rastrojos’.
Por aquel entonces, en los municipios vecinos del Bajo Cauca antioqueño ‘Rastrojos’ y ‘Gaitanistas’, nombrados por la gente comúnmente como ‘Urabeños’, sostenían una cruenta guerra por el control del territorio. La intensa confrontación solo se logró conjurar promediando el 2012, gracias a un acuerdo entre combatientes que se conoció como “el pacto del fusil”.
El Sistema de Alertas Tempranas (SAT) de la Defensoría del Pueblo, Regional Antioquia, en su Informe de Riesgo No. 002-12A.I, de abril de 2012, señaló que “se conoció de un supuesto acuerdo entre los grupos armados postdesmovilización conocidos como ‘Urabeños’ y ‘Rastrojos’ según los cuales los primeros ejercerían control del Bajo Cauca y Nordeste antioqueño, mientras que los segundos trasladarían su fuerza y estructura armada al sur del país”.
El interés de los ‘Gaitanistas’ de controlar Segovia y Remedios terminó siendo la chispa que desató una guerra sin cuartel en estos municipios, pues se toparon con una disidencia de ‘Los Rastrojos’ denominada “Héroes del nordeste”, quienes se negaron a abandonar el control de sus actividades ilegales en estas localidades por una razón fundamental: eran de la región, habían nacido, crecido y se hicieron paramilitares en Segovia y Remedios.
La confrontación armada, que se extendió por cerca de año y medio, no respetó ni edad, ni género, ni condición social. Tal como lo consignó el SAT de la Defensoría, Regional Antioquia, en su informe de riesgo, se trató de una violencia dirigida principalmente a los mototaxistas, acusados de transportar insumos e información para los bandos en disputa; a los mineros tradicionales y comerciantes que se oponían al pago de extorsiones; a los más jóvenes, presionados para que ingresaran a uno u otro grupo; y las mujeres y sus familias, señaladas por sostener relaciones sentimentales con miembros de la fuerza pública o con “el enemigo”.
Marta*, funcionaria pública que pidió reserva de su identidad y quien debió atender situaciones humanitarias en ese tiempo, fue testigo de este tipo de vejámenes: “fueron muchas las mujeres que fueron asesinadas en esa guerra, solo por el hecho de tener amistad o ser novia de un miembro de los ‘Héroes del Nordeste’. Pero en este municipio no queda registro de nada. ‘Los ‘Gaitanistas’ no solo se enfocaron en asesinar a los integrantes militares propiamente, sino también en atacar a sus familias, en echarlos del pueblo. Fue muy usual que asesinaran a la esposa, la hermana, la novia de un integrante de ‘Héroes del Nordeste’, para generar el desplazamiento de esa familia”.
La fuerza pública propinó duros golpes a los ‘Héroes del Nordeste’. El más contundente fue la muerte de su máximo líder, Walter Manuel Ramos, alias ‘Alex 15’, hecho ocurrido en marzo de 2013. El 25 de mayo de ese mismo año fue capturado por agentes de la Policía Nacional Miguel Ángel Ospino, alias ‘Palagua’, segundo al mando del grupo, lo que puso punto final a la confrontación, dejando como vencedor a los ‘Gaitanistas’, lo que supuso además que decenas de familias abandonaran el pueblo en silencio ante el temor de presuntas represalias contra ellos.
Una tensa calma se extendió por todo Segovia y Remedios. Hasta principios de este año, cuando reaparecieron los enfrentamientos, los asesinatos, el miedo. “A principios de este año se registraron unas alteraciones de orden público por la presencia de bandas criminales aquí en el casco urbano. Se presentaron muchos homicidios, muchos desplazamientos. La cosa ha disminuido, pero no significa que ya desapareció”, señala Yeison Atehortúa, personero de Segovia, quien reconoce que “nos dimos cuenta de la magnitud de la problemática porque desde Medellín nos indagaron qué estaba pasando en el municipio que estaba llegando mucho desplazado de Segovia”.
El resurgir de la violencia también ha tenido su componente psicológico. Desde enero han circulado decenas de panfletos donde se amenaza de muerte a mineros tradicionales, comerciantes, líderes sociales, jóvenes. Muchos de ellos aparecieron firmados por ‘Nueva Generación’, que, según información de las autoridades, “sería una disidencia de los ‘Héroes del Nordeste’ y operarían únicamente aquí en Segovia”, tal como lo explica el Personero municipal.
Sin embargo, el que nuevamente se haga público el nombre de ‘Héroes del Nordeste’ tiene bastante inquieta a la población, porque “ya no se sabe si son dos o tres grupos armados los que quieren disputarse el control del territorio, porque se menciona a la Nueva Generación, los ‘Gaitanistas’ y ahora este otro grupo”, explica el funcionario, quien asegura que “lo que está en disputa aquí es el territorio. Dicen que Segovia se volvió muy buena plaza para el microtráfico, porque hay mucho consumo entre los jóvenes; además de las extorsiones de que son objeto los comerciantes y los mineros tradicionales”.
El ocaso de la minería
“Hace ratico ya, llegaron los tales ‘Gaitanistas’ esos a cobrarme vacuna. Me pidieron dos millones de pesos. Yo les dije que si les pagaba todo eso pues simplemente tenía que cerrar la mina. Al fin pude transar en 500 mil pesos. Luego, este año, llegaron unos que no sé cómo se llaman diciéndome: ‘cómo usted les paga tanto a ellos, nos tiene que pagar lo mismo a nosotros. Ahora sale que llegaron los tales ‘Héroes del Nordeste’ y de seguro, también llegarán a vacunar. Y así no se puede”, cuenta Ovidio*, propietario de una pequeña mina en las afueras de Segovia.
En ella trabajan directamente unas 30 personas. Pero la minería es una actividad cuyos vínculos se extienden mucho más allá del socavón. “De la mina también dependen las chatarreras, los arrieros, los turbineros, en fin, es una cadena bastante larga que si uno suma, son más de 50 personas”, explica el minero.
Quizás por ello, cuando se le indaga por el futuro de esta actividad en su rostro se dibuja una mueca de profunda preocupación. No es para menos. Desde que se instaló en Segovia, la banda criminal al mando de alias ‘Otoniel’ se apoderó del comercio de un elemento vital para la minería en este pueblo y que le está reportando grandes dividendos: la dinamita. “Esos ‘Gaitanistas’ saben quiénes pueden acceder a la dinamita; o sea, quienes tienen licencia de explotación. Entonces, a ellos les dicen: ‘usted me va vender la dinamita solo a mí a tanto’. Los que no tenemos acceso a dinamita tenemos que comprársela a ellos, a lo que nos pidan, que siempre es tres veces más”, agrega el minero.
A esto se suma el cambio de condiciones laborales para cientos de medianos y pequeños mineros desde que la Zandor Capital asumió el control de todos los activos de la Frontino Gold Mines. Años atrás, cuando la Frontino aún estaba bajo el control de los trabajadores, cientos de pequeños y medianos mineros solían explotar en la más completa informalidad múltiples socavones abiertos en tierras de la empresa sin mayores complicaciones. Unos y otros pactaban repartir los hallazgos en bruto en porcentajes que fueron equitativos. Eran años en que había oro para “dar y convidar”.
Pero el gobierno nacional vendió la empresa y la multinacional llegó cerrando todos los socavones abiertos en sus tierras. Para evitar desaparecer como pueblo, los mineros informales crearon en 2015 la Mesa Minera de Segovia y Remedios con el fin de negociar condiciones laborales con la Zandor Capital. La empresa propuso los famosos contratos de asociación; es decir, la tercerización de la explotación de las minas de la multinacional en manos de asociaciones privadas creadas por los propios mineros tradicionales.
Pero el remedio resultó peor que la enfermedad. “Los tales contratos de asociación nos están llevando a la ruina. Uno explota el socavón, lleva la mina en bruto a la planta de beneficio de la multinacional y salen con que solo produjo, por decir algo, 10 gramos de oro por kilo. Uno lleva el mismo material a analizar a otro laboratorio y el resultado es 35 gramos de oro por kilo. Con todos los mineros está pasando eso y entonces, a la hora de liquidar, al minero no le está quedando nada”, explica Ovidio.
Las extorsiones por parte de las bandas criminales, sumado a los problemas derivados de la relación con la multinacional, tiene en serios aprietos la actividad económica por excelencia de esta región. Según estimativos de la Mesa Minera de Segovia y Remedios, antes de la llegada de la Medoro Resources existían más de 250 pequeñas minas, que empleaban más de 30 mil personas. Hoy, hay en funcionamiento poco más de 60, en las cuales laboran algo así como 12 mil mineros.
El problema es que, si la minería continúa con su caída libre como viene sucediendo hasta hoy, toda una larga cadena de personas que dependen de esta actividad verá seriamente afectada su calidad de vida porque, sencillamente, en Segovia y Remedios no hay nada más que hacer. Y, como toda cadena tiene sus eslabones más débiles, cientos de mujeres segovianas conocidas como las chatarreras miran con preocupación un futuro que se ve tan oscuro como la entrada a un socavón.
Un ángel entre los escombros
Por fortuna, las chatarreras encontraron en una joven mujer el “ángel” que preocupe por ellas. Se trata de Ruth Ospina, quien aún recuerda el día en que, sin quererlo, terminó siendo la única mujer integrante de la Mesa Minera de Segovia y Remedios. Sucedió un día de enero de 2015. Los pequeños y medianos mineros informales estaban reunidos en el Colegio Diocesano, planeando la creación de una instancia que los aglutinara y los representara en las duras discusiones que se avecinaban con la multinacional.
Los mineros ya se disponían a elegir sus delegados cuando Ruth levantó la mano para pedir el uso de la palabra. Con el desparpajo que la caracteriza, se subió al escenario, tomó el micrófono y dijo ante un público netamente masculino: “todos se mostraban preocupados por el cierre de las minas, por los contratos, que por esto y lo de más allá. Y sí, era –y es- muy preocupante, pero yo les dije: ‘señores, estas mujeres, las chatarreras, son las más vulnerables y necesitamos que también piensen en ellas”.
Fue así como ese día de enero de 2015, Ruth terminó integrando la Mesa Minera en representación de las chatarreras. “Mi relación con ellas es muy fuerte porque yo también lo fui. Cuando tenía 15 años, al ver que mi padre no podía mantenernos a todos nosotros, que somos ocho en total, pues me fui a chatarrear a una mina. En esas estuvo dos años y me di cuenta lo pesado que es ese trabajo”.
Aunque para aquel entonces tenía tan solo 20 años, la joven se tomó muy en serio su trabajo: “comencé una caracterización sobre las mujeres chatarreras. Alcancé a realizar un diagnóstico de 100 de ellas. Encontré que el nivel educativo en ellas era muy bajo; que por lo general son mujeres cabezas de hogar, abandonadas por sus esposos o algunas son víctimas de la violencia, con más de tres o cuatro hijos bajo su responsabilidad”.
En sus indagaciones, Ruth reafirmó lo que las chatarreras dicen entre murmullos y lamentos: “yo diría que solo el 10 por ciento, siendo mucho, me dijeron que les gustaba ese trabajo. De resto todas señalaban que era un trabajo muy pesado, que es muy duro porque toca trabajar casi parejo como lo hombres, en ambientes pesados donde a veces no falta el hombre que se quiere sobrepasar. Pero lo hacen porque, ¿qué más hay para hacer en Segovia?”.
Aunque la vida de hombres y mujeres en pueblos como Segovia y Remedios gira completamente en torno a la minería y lo que pase en ese renglón económico afecta a todos por igual, la lucha por su defensa ha tenido, históricamente, un carácter masculino y eso Ruth no solo lo comprendió rápidamente, también lo padeció.
“Me ha tocado pelear mucho con la Mesa (Minera), porque, claro, las chatarreras solo son importantes cuando se hacen plantones o se programan actividades y necesitan quien cocine. Y yo soy diciéndoles que no, que la cosa no es así, pero es una lucha que he dado sola y no he logrado cambiar esa actitud”, afirma la líder.
Actualmente, a través del proyecto Somos Tesoro, iniciativa de la Fundación Mi Sangre, la Alianza por la Minería Responsable, el Fondo Acción y Pact, la joven ha logrado impulsar varias iniciativas de huertas caseras que benefician a varias mujeres chatarreras y sus familias y viene gestionando la creación de una fábrica de arepas.
“Es que a las chaterreras son las que más les vulneran sus derechos, hasta en el mismo municipio: cuando en la mina ven que los residuos que le entregaban a las mujeres tienen buen mineral, prefieren explotarlo y, ¿qué pasa?, que ellas se tienen que ir a otra mina a buscar trabajo. Por eso estamos buscando generar otras opciones de empleo”, reitera Ruth,
Este año su vida dio un giro inesperado. El alcalde Gustavo Tobón la nombró Coordinadora de Juventud y ahora su tiempo debe ocuparlo en las actividades que demandan su cargo. Sin embargo, no descuida su labor de acompañamiento a las chatarreras. Se trata sin duda de una apretada agenda que poco espacio deja para el esparcimiento.
“Yo no soy mucho de fiestas y parrandas y cosas de esas. Todo mundo creería que todos los segovianos y más las mujeres somos así, fiesteros; pero no. Hay mucho mito sobre el pueblo, sobre las cosas que pasan aquí, sobre las mujeres, pero lo que pasa aquí no es nada distinto de lo que pasa en otros lados”, sentencia esta mujer que no se cansa de repetir lo orgullosa que se siente de ser segoviana.
Mujeres del futuro
En el parque principal de Segovia, en medio del tumulto que suele congregarse en las tardes de domingo, una mujer invita a los transeúntes a acercarse a un pequeño puesto donde dos indígenas Emberá-Chamí exhiben lo mejor de sus artesanías. Su nombre es Yurian Álvarez, una medellinense que por motivos de trabajo llegó en 2004 a Segovia y decidió quedarse a vivir allí, fascinada “por la diversidad cultural de este pueblo, por esa alegría, esa amabilidad y esa espontaneidad de los segovianos”.
Segovia es un municipio que constantemente está recibiendo gente de todas partes, que llegan atraídos por las fábulas construidas en torno a impresionantes hallazgos de oro. Pero todo el que llega encuentra que hacer, como dice Yurian, que desde que se instaló en esta localidad ha trabajado en proyectos culturales de diversa índole, pero siempre dirigidos a los más jóvenes.
“La idea es fortalecer el proyecto de vida de los chicos a través de expresiones artísticas como el teatro y la danza”. Actualmente trabaja en el proyecto Somos Tesoro, iniciativa de la Fundación Mi Sangre, la Alianza por la Minería Responsable, el Fondo Acción y Pact, el cual busca reducir el trabajo infantil en zonas mineras de Colombia, una de ellas, el distrito minero que conforman Segovia y Remedios.
Ser joven en Segovia no es fácil y Yurian lo sabe por experiencia propia. Hoy día impulsa grupos de teatro y otras actividades lúdicas entre jóvenes de los últimos grados de bachillerato de los establecimientos educativos públicos, donde los niveles de deserción de los varones son bastante elevados: “los pelados desde muy jóvenes quieren tener plata o de verdad les toca trabajar y se van para las minas a ‘catanguiar’. Aquí se le dice ‘catanguiar’ al trabajo de sacar bultos llenos de piedra de la mina cargados sobre la espalda. ¡Es durísimo! Nuestro trabajo es mostrar otras opciones distintas a la minería o que por lo menos terminen el estudio. Pero es difícil, porque esta cultura es cien por ciento minera y, como dicen por aquí, la minería es una aventura: a veces ganas mucho, a veces no ganas nada”.
Las mujeres jóvenes segovianas tienen que enfrentar sus propias complejidades, quizás la más fuerte, el estigma que pesa sobre ellas.
“Las segovianas tenemos fama de brujas, de que somos ‘contentas’, ¿me entiende? Y cómo aquí hubo un alcalde hace poco que se hizo famoso en internet por hablar de las mujeres de Segovia, entonces uno sale a otros pueblos y la gente cree que somos fáciles o que este es un pueblo lleno de prostitución, todo por cuenta de tanto mito que se han construido sobre el pueblo, pero no es así”, cuenta a su vez Luz Ana Valdés, de 22 años de edad, quien ostenta el mérito de ser la primera joven segoviana elegida como la Mujer Talento de Antioquia.
Ocurrió en 2012. El entonces gobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, se ideó un concurso para reemplazar los tradicionales concursos de belleza, premiando esta vez el talento, el liderazgo, la disciplina y el valor de las mujeres jóvenes de las regiones antioqueñas. Cuando la Gobernación de Antioquia abrió las convocatorias regionales para el concurso, todos en Segovia vieron en la reconocida líder juvenil como una opción real de triunfo.
Y así fue: “Estando en el colegio, conformé con otros compañeros un grupo de recreación comunitaria. Vinculé a la Personería y entonces, hicimos actividades de recreación con niños, niñas, adolescentes por todo el pueblo. Llevaba un año en esas cuando apareció el concurso y me presenté: primero me presenté en el municipio y gané; luego concursé con otras chicas del nordeste y gané; y ya competí a nivel departamental y gané”.
Su reconocimiento fue en la categoría de “Liderazgo social y político”. Desde ese momento se convirtió en orgullo para aquellas mujeres segovianas que construyen un proyecto de vida por fuera de la minería, algo que, en este pueblo, no es nada fácil: “desafortunadamente hay jóvenes y en especial mujeres muy ‘contaminados’ por la cultura del dinero. Y entonces, no piensan sino en conseguir plata, ya sea en las minas o como sea”.
Su vocación comunitaria sigue intacta. Actualmente trabaja con los niños, niñas y adolescentes víctimas del conflicto armado en el corregimiento de Fraguas, o Machuca, como le dice la gente. Para Luz Ana, como todos los nativos de este pueblo, Segovia lo es todo: “este es un municipio alegre, rico, de gente buena; pero también es un pueblo que no ha sabido aprovechar su riqueza”.
Tomado de: https://verdadabierta.com/especiales-v/2016/mujeres-guerra/segovia-muje…