Recuerdos del “huésped terrible”. El cólera en nuestro país entre 1849 y 1850 desde la óptica de Salvador Camacho Roldán.
Por: Esteban Morales Estrada
Magister en Historia
Frente a la actual coyuntura, resulta muy importante recordar que las llamadas “pestes” han sido un enemigo fundamental y permanente de la humanidad durante su existencia sobre el planeta(1) . Dicha situación, narrada magistralmente en novelas como La Peste de Albert Camus(2) , muestra que, pese a la soberbia, la ambición, la filosofía del “progreso” o las llamadas tecnologías de punta, el hombre es sumamente vulnerable frente a microscópicos virus o bacterias. La naturaleza nos recuerda que estuvo millones de años sin nosotros, y que es fácil eliminarnos por completo.
En esta ocasión quiero destacar algunos puntos de un texto escrito a finales del siglo XIX, que encontré por casualidad en medio del actual distanciamiento social, en las Memorias (3) del economista colombiano Salvador Camacho Roldán (1827-1900), que pese a referirse a sucesos acaecidos entre 1849 y 1850, me parece muy pertinente hoy, en pleno 2020, en medio de una pandemia palpable y explícita que nos aqueja. Me refiero específicamente al capítulo XI llamado “El Cólera”, donde Camacho hace una descripción de dicha enfermedad y muestra cómo invadió la república hace más de un siglo y medio.
El cólera es una enfermedad transmitida por medio de agua contaminada, que ha azotado muchas veces a la humanidad, debido al pésimo manejo de las aguas negras, a la falta de servicios públicos desarrollados, a la deficiente infraestructura para el manejo de desechos y a los hábitos poco higiénicos de muchas comunidades a través de los siglos. Colombia (o la Confederación Granadina, como se llamó efímeramente nuestro país a mediados del periodo decimonónico) no fue la excepción, y según el interesante relato de Camacho, esta enfermedad asoló el país, dejando una senda de muerte y desolación. Basándose en datos de periódicos de la época y en su propia experiencia vital, el autor señalaba que, en los meses de junio, julio y agosto, dicha enfermedad había cobrado la vida de 1.300 personas en Barraquilla y 790 en Mompox, lo que es una cifra escandalosa y leonina, teniendo en cuenta la población de esos lugares en esa época.
Como no existían aviones aún, la propagación global de las enfermedades se daba por medio de los barcos básicamente, razón por la cual los puertos eran los que se veían primera y mayormente afectados como en este caso, donde la enfermedad se desplazó desde la costa del Caribe (4) hacia el interior del país. Es en ese momento en el cual Camacho Roldán la presenció en primera persona, hasta el punto de enfermarse él mismo. Para principios de 1850, ya el cólera estaba en poblaciones como Honda y Ambalema, y presentaba según Camacho la siguiente sintomatología: “vómito constante, deyecciones frecuentes de aspecto de agua de arroz, calambres violentos, sed devorante, frío en las extremidades” (p. 93).
Sin embargo, más allá del suceso histórico, de la precisión en los datos de Camacho, o de asuntos más que todo anecdóticos, es muy importante señalar aspectos, o más bien desafíos y problemas que se enfrentaron en esa coyuntura particular, parecidos a los que combatimos hoy. Si bien la historia no se repite, sí es vital como un faro, como una brújula para enfrentar el hoy y proyectarnos a un posible mañana (5) , que con la actual crisis pandémica es aún más incierto.
En primer lugar, Camacho describe los problemas que observó en Ambalema como subdirector de ventas de tabaco, para convencer a la población de la necesidad de prohibir una procesión “por las calles públicas” en medio de una celebración religiosa, así como las aglomeraciones en torno a “mesas de licores y juegos de azar” (p. 92), lo que resulta sorprendentemente similar a lo que sucede hoy con la cuarentena nacional, en donde algunos aún piensan olímpicamente que la amenaza es inexistente, debido a que no observan el virus directamente (siendo una especie de amenaza invisible, diferente a un volcán, un terremoto, un incendio o un robo por ejemplo, en cuyos casos vemos el fenómeno en sí, o sentimos más directamente sus consecuencias), o creen que el asunto no es con ellos, desconociendo que una persona infectada puede desatar consecuencias inimaginables e impredecibles en una pandemia, y causar estragos en la población más vulnerable, desatando lo que algunos llaman un “efecto mariposa” (6). Pues algo parecido a lo que pasa hoy, pasaba en 1850, donde muchos estaban disgustados por el hecho de cambiar sus tradiciones y costumbres en nombre de un enemigo desconocido, invisible y, la mayoría de las veces, incomprensible. Pese a varias muertes, según Camacho, “el sábado y el domingo fue imposible contener los bailes de candil y garrote ni las mesas de licores y juegos de azar” (p. 93). La “epidemia” (como la denomina Camacho) continuó su expansión, y llegó a Guaduas, Villeta y a Bogotá (7) , aunque con menos fuerza que en otras poblaciones. En la capital de la república se estableció una “sala de coléricos” en el Hospital San Juan de Dios, y finalmente, la enfermedad afectó al mismo Camacho Roldán, que permaneció más de quince días en cama según lo que nos cuenta a través de sus memorias. Adicionalmente, se conformó una Comisión de Aseo y Vigilancia que llevó a cabo “la empresa de limpiar las infectas orillas de los ríos San Francisco y San Agustín, las de las calles, plazas e interior de las casas, saneamiento de los caños y desagües y desecación de los pantanos inmediatos a la ciudad”, aunque en opinión del autor, “se gastó más en fiestas de iglesia, rogativas, procesiones y arcos de flores” (p. 94).
Un segundo aspecto para señalar fue el hecho de que –igual que hoy–, había muchas incógnitas respecto a la enfermedad que atacaba el país, ya que, según Camacho, se creía en esa época que “el cólera como otras enfermedades epidémicas se transmitían por la atmósfera, mucho más que por el contacto cuerpo a cuerpo”, lo que se conecta con el tema de las cuarentenas, puesto que “se juzgaba inútil el empleo de las cuarentenas y de los cordones sanitarios, los cuales, se decía, son un embarazo para el comercio y una causa de encarecimiento de los víveres, más a propósito para reagravar los sufrimientos de las clases pobres que para prevenir la propagación de la enfermedad”(p. 95).
Un tercer aspecto que puede señalarse con base en esta última cita es la relación economía-cuarentena, tan presente hoy en los titulares de las noticias, y que muchas veces disfraza la preocupación de las clases más privilegiadas y pudientes por sus empresas y negocios, por medio de máscaras en forma de angustias e intranquilidades por los “pobres” y “desfavorecidos”, que abundaban y abundan en Colombia, proliferándose cada vez más. Pero, adicionalmente, se concebía como algo inocuo el hecho de implementar el aislamiento social, no sólo por sus consecuencias financieras, sino porque era una creencia extendida en la época que las enfermedades estaban en el ambiente, los miasmas, en el aire, o en los efluvios, sin embargo, Camacho señalaba que la inutilidad de las cuarentenas “no parece haberse confirmado […] en la experiencia del último medio siglo, y de hecho […] las cuarentenas subsisten en muchos países” (p. 95), lo cual tiene plena validez hasta hoy, ya que estas perviven como estrategia fundamental y central.
Un cuarto aspecto a señalar, es que, pese a los debates científicos sobre la propagación y los vectores de las diversas enfermedades, Camacho Roldán concluía que “lo que sí parece indudable es la mayor eficacia del aseo en las costumbres individuales y en las aglomeraciones de población como medio preventivo de las grandes epidemias” (p. 95), con lo que Camacho relacionaba dos variables fundamentales en la propagación de una enfermedad, aseo y prevención, que iban (y van) de la mano como factores inseparables, más allá de las concepciones científicas de cierta época, reevaluadas, superadas, corregidas o modificadas.
En definitiva, las pandemias son inherentes al desarrollo de las civilizaciones y han estado presentes siempre. Que esta sea la oportunidad de recordar lo vulnerables que somos, los daños irreparables que estamos efectuando sobre la naturaleza en medio del modelo económico imperante, la importancia de lo público y lo social, y la fragilidad propia del ser humano en situaciones como la que estamos presenciando, que la mayoría de las personas solo habíamos visto en películas. Hace 170 años hubo otra enfermedad afectando a una escala importante nuestro territorio, sin embargo, las preocupaciones, el miedo ante la muerte y lo desconocido, así como la inminencia de las consecuencias económicas que se presentaron a mediados del siglo XIX, también se presentan hoy, en pleno 2020, donde muchos se auto-conciben como amos del mundo, invencibles seres súper poderosos y superiores.
La naturaleza nos muestra una vez más que puede acabar con nosotros en cuestión de meses. Ojalá salgamos fortalecidos como individuos, como sociedad (8) , y obtengamos alguna moraleja, por pequeña que sea, respecto a nuestras limitaciones como especie “civilizada”.
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NOTAS:
1) Ver, por ejemplo: Harry Sidebottom, “Epidemias: ¿Qué podemos aprender de la antigua Roma?”, El País (Babelia). https://elpais.com/cultura/2020/04/07/babelia/1586247782_471052.html
2) Albert Camus, La Peste (Biblioteca El Tiempo, 2002)
3) Salvador Camacho Roldán, Memorias (Medellín: Editorial Bedout, s.f). Todas las citas del texto, provienen del capítulo XI del citado libro, paginas 91-96.
4) Según Camacho Roldán, la enfermedad venía de Europa, luego llegó a Norteamérica, y desde New York había entrado por Panamá, que hacía parte de nuestro país en ese momento, para luego afectar a Barranquilla, y desde allí al interior.
5) Esta idea está desarrollada mucho más extensamente en: Reinhart Koselleck, Aceleración, prognosis y secularización (Editorial Pre-textos, 2003), y del mismo autor: “Historia Magistra Vitae”, en Futuro Pasado (Barcelona: Paidós, 1993).
6) Ver, por ejemplo: Marc Hofstetter, “El efecto mariposa del coronavirus en la economía global”, El Espectador. https://www.elespectador.com/coronavirus/el-efecto-mariposa-del-coronav…
7) En aquella época era común creer que las tierras calientes eran propicias para las enfermedades, mientras que las cordilleras eran “islas de salud rodeadas por un océano de miasmas”. Ver: Miguel Samper, “La miseria en Bogotá”, en Selección de escritos (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1977 [1867]), 35.
8) Ver, por ejemplo: Eduardo Schele Stoller, “¿Egoístas o solidarios?: la moral en tiempos de crisis”, Estudios Cavernarios. https://estudioscavernarios.com/2020/03/23/egoistas-o-solidarios-la-mor…