Economía campesina: eficiencia y equidad
Vuelve a adquirir gran importancia en Colombia el viejo debate teórico sobre la economía campesina (agricultura familiar). Desde los años cincuenta el profesor Lauchlin Currie, quien llegó al país a mitad del siglo XX como director de una Misión del Banco Mundial, encargada de promover y organizar la creación del Departamento Nacional de Planeación (creado en 1958), argumentó en contra de la economía campesina y la describió como un reflejo del profundo atraso de nuestro sector agropecuario.
El profesor Currie, en cambio, resaltó el potencial de las grandes explotaciones como motor para el crecimiento económico y social en el campo. Sólo faltaba, según él, aplicar altas tarifas de impuestos a los grandes propietarios de tierras improductivas para que éstos se vieran obligados a ofrecerlas en venta a bajo precio o se decidieran a tecnificarlas. El aumento de la productividad en el campo abriría la posibilidad del desplazamiento de trabajadores hacia las ciudades, atraídos por el proceso de industrialización. Sin embargo, su propuesta no tuvo acogida debido al poder de los grandes propietarios de tierra en las decisiones de política pública.
Una argumentación teórica opuesta a la del profesor Currie, y en defensa de la economía campesina, fue la de la Cepal (creada en 1948 como Comisión Económica para América Latina), representada en Colombia por el expresidente Carlos Lleras Restrepo. Dicha argumentación fue reforzada por el profesor Albert Hirschman, quien también llegó al país con el Banco Mundial para la época de Currie. Lo que llevó al profesor Hirschman a resaltar la capacidad de la economía campesina para impulsar el avance económico y social del campo y la ciudad fue la producción cafetera basada en pequeñas propiedades, la cual creó la necesidad de construcción de ferrocarriles y carreteras hacia puertos para la exportación del producto y generó mercado interno para que apareciera la industria textil y con ella la industria metalmecánica y otras. Pero el poder de los grandes propietarios de tierra se impuso, otra vez, impidiendo la realización de una reforma agraria sustentada en esta teoría.
En el segundo decenio del siglo XXI, James Robinson, profesor de Economía en la Universidad de Harvard en Estados Unidos, profesor de la Escuela de Verano en la Universidad de los Andes en Bogotá, y coautor de uno de los libros más vendidos en América Latina en 2012 y 2013, “¿Por qué fracasan los países?”, retomó el enfoque teórico del profesor Currie. Más aún, argumentando en defensa de las grandes explotaciones se fue en contra de los Acuerdos de Paz: “El Gobierno colombiano está todavía promoviendo la noción de que la solución del problema agrario pasa por la restitución y la redistribución de baldíos y tierras mal habidas. De esta manera, crecen las esperanzas de la gente -cuando todos sabemos que esto es en realidad imposible de conseguir- y se aplaza la posibilidad de que la gente tome la decisión de rendirse y hacer algo distinto” (Cómo modernizar a Colombia. El Espectador, 13 de diciembre de 2014).
Al final de su artículo el profesor Robinson manifiesta estar de acuerdo con Vicente Castaño Gil (quien fue paramilitar y narcotraficante colombiano) en su propuesta de cómo pacificar el país, y cita lo expresado por él: “En Urabá tenemos cultivos de palma de aceite. Yo mismo he persuadido a empresarios para que inviertan en esos proyectos productivos de largo plazo. La idea es que los ricos inviertan en esos proyectos en diferentes zonas del país. Cuando los ricos lleguen allí, las instituciones del Estado vendrán detrás. Infortunadamente, las instituciones estatales solamente participan en estas aventuras cuando los ricos están metidos. Tenemos que llevarlos a todas las esquinas del país y esa es una de las misiones de nuestros comandantes”.
El debate teórico sobre la economía campesina se enriqueció con las investigaciones del profesor Albert Berry, profesor de la Universidad de Princeton en Estados Unidos y profesor Emérito de la Universidad de Toronto en Canadá. En su último libro (El papel clave de la pequeña agricultura familiar en Colombia. Editorial Universidad del Rosario. Bogotá. 2023) demuestra que la agricultura familiar es más productiva que las grandes propiedades, no sólo en el caso en que éstas estén dedicadas a la ganadería extensiva, sino también en el caso de las grandes explotaciones agrícolas tecnificadas. En la introducción del libro afirma: “No ha habido un conocimiento a fondo de las virtudes económicas de la agricultura familiar a pequeña escala, en parte por falta de entendimiento de la teoría económica pertinente y en parte por unos sesgos intelectuales fuertes contra la idea de que esa agricultura podría llevarle la ventaja a una agricultura comercializada moderna”.
Este planteamiento del profesor Berry sobre productividad se aparta radicalmente de la concepción tradicional de que la racionalidad, entendida como optimización en el aprovechamiento de recursos, es mayor en los grandes productores que en los pequeños. El profesor Berry encuentra que el campesino hace un uso mucho más eficiente de la tierra que el gran productor, esto es, la productividad por hectárea es mucho mayor en la pequeña que en la gran producción. Según él, las investigaciones sobre el sector demuestran que el ingreso neto (ingreso total menos costos) por hectárea disminuye en la medida en que aumenta el hectareaje total (capítulo 15 del libro).
También hace énfasis en que los productos de la agricultura familiar son básicos en la canasta familiar, lo que garantiza seguridad alimentaria, y esos cultivos son amigables con la naturaleza en tanto, por ejemplo, utilizan muy pocos insumos químicos en comparación con los cultivos de las grandes explotaciones. Es de resaltar que seguridad alimentaria significa mayor oferta de alimentos, disminución de precios de los alimentos, mayor capacidad de compra de otros bienes y servicios por parte de toda la población del país, mayor crecimiento del producto interno bruto (PIB).
Teniendo en cuenta que el desempleo es uno de los mayores problemas en Colombia, el profesor Berry destaca la gran capacidad de generación de empleo por hectárea de la agricultura familiar, lo que significa que dicha agricultura, si cuenta con el apoyo estatal en dotación de tierras, crédito, asistencia técnica, transporte y comercialización de los productos, contribuye notablemente a disminuir la concentración del ingreso. Esto quiere decir que la agricultura familiar es muy importante en la búsqueda de equidad en la distribución del ingreso, mientras que la gran explotación en el agro constituye un obstáculo en este sentido. El profesor Berry encuentra en su investigación que los países donde existe mayor concentración en la propiedad sobre la tierra son también los de mayor inequidad en la distribución del ingreso.
En conclusión, el profesor Berry, además de demostrar que la economía campesina es más eficiente que la gran explotación empresarial, demuestra que eficiencia y equidad son compatibles, con lo que invalida una creencia en el sentido contrario. La reforma agraria que está adelantando el gobierno del presidente Gustavo Petro encuentra sustento en la argumentación teórica del profesor Berry. Lo que busca dicha reforma es, precisamente, eficiencia, generación de empleo, equidad en la distribución del ingreso, seguridad alimentaria, dinamizar el crecimiento del PIB, respeto y protección a la naturaleza. El logro de todo esto es fundamental para una verdadera pacificación del país. Nota: Sobre estos temas y aspectos relacionados con ellos volveré a escribir en otros artículos.