Pistola Walther 7.65
IV La brisa y la belleza del paisaje...
La brisa y la belleza del paisaje caribeño y selvático convirtieron las incomodidades y penurias a bordo del Cañonero Pichincha durante el prolongado viaje hacia el sur ecuatorial, en una travesía inolvidable. Habían zarpado de Puerto Colombia junto con otras embarcaciones el 3 de diciembre de 1932, exactamente tres meses y dos días después de la declaratoria de guerra que significó la toma de Leticia por los peruanos.
Esos buques y los que venían de Europa, adquiridos por el Gobierno Nacional, conformaron la primera flota marítima y fluvial de la armada de Colombia. El lugar de encuentro previsto era Belén de Pará, estado de Brasil, para proseguir, dando cumplimiento al diseño estratégico operativo, por el río Amazonas y afluentes hasta enfrentar y desalojar a los invasores. Estos, respaldados por militares de civil del ejército del hermano país bolivariano, eran mayordomos, capataces, agregados y jornaleros de dos poderosos enclaves económicos: uno ‘La Casa Arana Hermanos’ del magnate del caucho Julio Cesar Arana, de inversionistas ingleses y de la familia Reyes, la misma del expresidente Rafael Reyes; y, el otro, el emporio ‘Hacienda La Victoria’ de propiedad del senador peruano Constantino Vigol.
Transcurría algo más de una semana de viaje cuando, al medio día, después de la resaca de una agradable velada en que se deleitaron platos típicos, se escanció vino portugués y bebidas fuertes y salió a escena la banda musical del Pichincha que entonó aires andinos, llaneros y caribeños, alternando con la escucha de acetatos en una vitrola gramófono Rca Víctor, un marinero miró sobre la proa hacia estribor, sorprendiéndose al no avistar la costa venezolana, referente de navegación a partir de haber dejado atrás la majestuosidad del Cabo de la Vela. Y tampoco divisó naves acompañantes de la naciente flota. Entonces, se comunicó con el capitán y este con la tripulación, manteniendo en reserva lo que acontecía. Sin embargo, la novedad se filtró, vinieron preguntas y empezó a cundir el desconcierto. El Cañonero había perdido el rumbo. “Vamos a seguir la guía de la brújula sobre el mapa –el capitán infundía tranquilidad-, y en breve lo confirmaremos con la inclinación del sol”. Cuando el astro inició el dibujó de su sombra, comprobaron que el “norte” de la brújula no era el norte, pero lo peor era no saber a qué se debía el fenómeno. Y fue mayor la alarma al lograr comunicación con el operador de radio de otro barco y no obtener orientación. Hasta que un soldado oriundo del piedemonte de los llanos colombovenezolanos, donde la guía del caminante en la inmensidad son los vientos, el astro rey y en la noche las estrellas, resolvió el enigma y corrigieron el curso de la navegación: no se dirigían al sur sino a las costas africanas. El fenómeno se debía a la inexperiencia de la nueva tripulación de “marinos” de río y no de mar y a ser ajenos al “arte” de la guerra naval; descubrieron que un cañón, colocado próximo al cuarto de máquinas, era el causante de la marcación loca de la brújula.
Entre los pasajeros se encontraba el joven subteniente inspirador de la crónica “Pistola Walther 7.65”. Durante la aventura, él y el soldado llanero cultivaron la amistad. Mientras el primero llevaba consigo la novela “La vorágine” de José Eustasio Rivera editada en 1924 y en los ratos de ocio la leía en voz alta a sus camaradas, apaciguando el sopor de la navegación, el soldado les narraba lo que le enteraran sus hermanas institutrices y lectoras, sobre la explotación cauchera y los espantosos vejámenes sufridos por los pueblos amazónicos por parte de la Casa Arana, denunciados en 1912 por el Cónsul inglés Sir Roger Casement ante la Cámara de los Comunes; escándalo que conllevó rigurosas investigaciones, desgraciadamente eclipsadas por el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914–1918).
Algo sobre el Cañonero Pichincha. Comprado por el gobierno colombiano en 1925. En los anales del Congreso de la República sobre el proceso por la Masacre de Las Bananeras adelantado por Jorge Eliecer Gaitán, aparece el testimonio del ayudante de un camión que la noche fatídica de la Masacre (madrugada del 6 de diciembre 1928), transportó cadáveres hasta el Pichincha, cuya tripulación los llevó y arrojó en alta mar. ¿Permanencia del buque en el Sur Ecuatorial? En la Amazonia y las funciones que cumplió fueron contrarias al macabro episodio anterior, lo cuenta en la adultez a su familia el subteniente, se limitó al patrullaje por tributarios del Gran Río, debido a que no estuvo en condiciones de participar en escaramuzas ni en las tres únicas batallas fluviales contra los invasores en las que sí participaron, con apoyo de hidroaviones bombarderos, lanchas rápidas o “voladoras” y las cañoneras Cartagena y Santa Marta, por cuanto un error en la adquisición de la munición para la embarcación al no corresponder las especificaciones técnicas con el calibre de sus cañones, distintos también al de las otras naves. De modo que se le asignaron otras tareas entre ellas de extensión y asistencia social, registrándose una misión loable: a escasos meses del inicio y también al término del conflicto, en junio de 1933, retornó en el Cañonero Pichincha del Brasil a territorio colombiano, concretamente a Tarapacá, un grupo indígena Bora que había huido antes de 1931 para protegerse de la violencia de que era objeto por parte de matones de la Casa Arana.
Los dos amigos, subteniente y soldado, se reencontrarían transcurridos 20 años, a mediados de la década del 50, después del 8 de septiembre de 1953 día de la firma del armisticio con las guerrillas del Llano, propiciando mutuamente el acercamiento de sus familias. Él oficial del ejército pensionado, agricultor e industrial dedicado a su granja y familia. El otro excomandante guerrillero exmiembro de la comisión de los rebeldes que firmara el acuerdo de paz con el gobierno del teniente general Gustavo Rojas Pinilla.
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Acompañamos este escrito con una fotografía tomada en 1958/59 en el vestíbulo de la quinta La Bagatela de Cachipay (Anolaima), sede principal del Colegio Militar Colombo Belga, donde aparece su fundadora y directora Belarmina González Olmos, hermana del exguerrillero, junto a la señora Inés, esposa del hombre de la “Walther 7.65” con dos de sus hijos, estudiantes de la institución, Felipín y Arturo. Igualmente podrán ver dos etiquetas de productos fabricados en la finca de esta familia. Esperamos en otra crónica dar a conocer pormenores de la solidaridad entre las familias del exmilitar, del exguerrillero y de otros desmovilizados, en estos municipios de la provincia de Tequendama de Cundinamarca, ubicada en la vertiente oriental del río Grande de la Magdalena.
Bibliografía e imágenes:
“El pueblo indígena Bora…”, fuente: http://www.onic.org.co/pueblos/117-bora
Belarmina González Olmos, también fundadora de la Normal de Señoritas de Ocaña en 1944, fuente:
Cañonero Pichincha, fuente:
Libros publicados por Editorial Cromos en Bogotá: ‘La Vorágine’, novela de José Eustasio Rivera, primera edición 1924, ‘La verdad sobre la guerra’, 1935, y ‘Lo que yo sé sobre la guerra’, 1933, de los exministros de Guerra del presidente liberal Enrique Olaya Herrera, respectivamente, capitán Carlos Uribe Gaviria (1933 a 1936), hijo del general Rafael Uribe Uribe, y doctor Carlos Arango Vélez (1930 a 1932).
Fotografías: “En la quinta La Bagatela en Cachipay (Anolaima)”, profesora Belarmina González Olmos y otras personas. Etiquetas del vino, vinagre y encurtidos fabricados en la Granja América, Cachipay (Anolaima), propiedad del hombre de la “Pistola Walther 7.65” y su familia. Archivo del ‘Museo Alejandro Gómez Leal’, Bogotá D.C.
* Bogotá, 1950. Psicólogo. Autor del libro de poesía y memoria ‘En la Noche: Desarraigo, Calandayma y otros textos’, Colibrí Ediciones 2014, y la investigación ‘El juego de azar en Dostoyevski’, Tunja 2003.