MARCHA MUNDIAL POR LA CIENCIA: ¿LA CIENCIA COMO RELIGIÓN?
Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia
En una conferencia memorable de 1963, titulada Esta era acientífica, Richard Phillips Feynman, uno de los mayores físicos del siglo XX, estableció que, pese a la proliferación de científicos, ingenieros y artilugios tecnocientíficos en nuestro tiempo, no puede decirse que estamos en una era científica, en marcado contraste, por ejemplo, con la Edad Media, de la cual puede afirmarse que fue una era religiosa. Por el estilo, Jorge Wagensberg, quien creó y dirigió entre 1991 y 2005 el Museo de la Ciencia de la Fundación La Caixa de Barcelona, señala que la sociedad mundial es paradójica al ser una sociedad que, si bien usa los frutos de la tecnociencia, está habitada en su mayoría por ciudadanos acientíficos, esto es, que no han incorporado el modo científico de comprender el mundo, un modo que es antagónico frente al dogma y al principio de autoridad. En estas condiciones, como diagnosticaba con tino Umberto Eco, tanto los medios de comunicación como los ciudadanos no logran diferenciar entre la ciencia y la magia al darse un cortocircuito en el nexo entre causa y efecto, como cuando alguien presiona un interruptor y enciende una luz sin tener la menor idea de lo que causa dicho suceso. Sencillamente, estamos en un mundo distópico en el cual la mayoría de la gente, no menos del 95 por ciento de la humanidad, no ha hecho parte de sus vidas el modo científico de comprender el mundo. Ahora bien, ¿qué ha de entenderse por un modo tal de obtener conocimiento? He aquí una cuestión clave que conviene no evitar si deseamos entender las contradicciones de la ciencia hoy.
Justamente, acaba de realizarse en todo el planeta una marcha por la ciencia, en forma simultánea en 500 ciudades, incluidas algunas urbes colombianas y latinoamericanas. Al revisar la página respectiva en la Red (https://satellites.marchforscience.com), llama la atención que tal marcha está patrocinada por un número apreciable de asociaciones y academias científicas, junto con universidades estadounidenses. Además, cuenta con una tienda en la que venden libros, camisetas y escarapelas. En concreto, la motivación de esta marcha estriba en la reacción contra las posturas anticientíficas y los recortes ordenados por Donald Trump para la financiación de la ciencia y, por extensión, por los gobiernos neoliberales de diversos países. No obstante, conviene contextualizar y matizar este evento.
En lo esencial, el ser humano ha forjado tres maneras para obtener conocimiento, a saber: el método divino, propio de las religiones; el método artístico y el método científico. Por supuesto, cada método de éstos tiene su propio estatuto epistemológico. En el caso del método científico, su estatuto estriba en los principios de inteligibilidad, objetividad y dialéctico. Empero, aclara Jorge Wagensberg que, en rigor, no cabe decir que cada persona razona según uno de estos tres métodos en forma pura excluyendo a los otros dos. En otras palabras, razonamos mediante una combinación de los tres métodos en proporciones variables según cada cual. De aquí que, en ciencia, no preocupa el origen de las ideas científicas, sino el modo de tratarlas. Por ejemplo, no importa si un científico dice que se le ocurrió cierta hipótesis porque algún santo se la dijo en sueños o estando ebrio, siempre y cuando la sustente en conformidad con los tres principios señalados. De otra parte, Feynman, con motivo de su participación en el Proyecto Manhattan de armas atómicas, quedó con cargos de conciencia que le llevaron a distinguir entre usos buenos y malos para la ciencia. Es decir, la actividad científica posee una dimensión ética insoslayable, la Bioética, o sea, el uso responsable del enorme poder que la humanidad adquiere gracias a la tecnociencia. Sencillamente, no todo lo tecnocientíficamente posible es éticamente admisible, todo gran poder exige una gran responsabilidad, lo que implica una búsqueda responsable de la verdad por parte de los científicos e ingenieros.
Así las cosas, la ciencia no puede alegar que es la única poseedora de la verdad y la única fuente de felicidad so pena de adquirir rasgos propios de la religión. Si por algo se caracteriza la buena ciencia es por no perder de vista que las verdades científicas son provisorias y temporales. Es más, comprender científicamente el mundo implica renunciar a los paraísos terrenales y demás utopías. Otra cosa bien distinta es el hecho que ciertos descubrimientos hayan gozado de una vida larga, como la teoría de la neurona y la teoría de la relatividad. En suma, la buena ciencia debe distinguirse por la búsqueda responsable de la verdad, lo que implica que los científicos están en la obligación de compartir con la sociedad lo que están haciendo, por lo cual son harto cuestionables las investigaciones adelantadas bajo el secreto industrial, gubernamental o militar. Por desgracia, no poca de la investigación se hace de esta manera, por lo que la mayoría de los científicos e ingenieros tienden a actuar como si no estuviesen obligados a rendirle cuentas a la sociedad. Es una forma de hacer ciencia que Iván Illich, el crítico más lúcido de las contradicciones de las sociedades industriales denominaba con tino como ciencia dominante, esto es, aquella que busca conquistar a la naturaleza, incluida la humana, por lo cual genera valores de cambio, no de uso. En contraste, la alternativa de la ciencia convivencial propugna por la integración armónica del hombre con la naturaleza mediada por un uso sabio de la tecnociencia, pero una tecnociencia que no persigue sojuzgar a natura ni menoscabar la autonomía humana, ni los ámbitos de comunidad, albergue de los valores de uso.
Por lo dicho antes, conviene evitar el sesgo de juzgar la reciente marcha mundial de la ciencia como un enfrentamiento entre fuerzas de la luz y fuerzas de la oscuridad, un tono maniqueo que salta a la vista al reparar en algunas de las fórmulas blandidas en avisos y pancartas, como las siguientes: “Ciencias UN: Forjamos una nueva Colombia”; “La ciencia es verdad, creas en ella o no”; “La ciencia resuelve los problemas humanos”; etcétera, etcétera. En dos palabras, esto es la ciencia como religión, puesto que un país no se forja sólo a punta de ciencia, ni la ciencia es para creer o no en ella, ni la ciencia es la verdad pura y todo lo demás es patraña. Y, como lo establece la Bioética global, la ciencia puede ayudar a resolver los problemas humanos bajo la óptica del principio de responsabilidad, sólo cuando se trata de una ciencia convivencial. Desde luego, es menester defender la ciencia cual sustrato del pensamiento crítico para consolidar las sociedades democráticas, pero una ciencia del tipo convivencial, no la dominante aún en boga, habida cuenta de que la buena ciencia debe promover el respeto tanto a la naturaleza como al ser humano. Ni más, ni menos, esto queda imbricado con la esencia de la Ilustración según la presentó a fines del siglo XVIII Immanuel Kant en un memorable artículo periodístico: “La Ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia, sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la Ilustración”. En todo caso, la tecnociencia actual, de índole dominante, postrada ante el dictum neoliberal, incluso como ignorancia financiada, no está en capacidad de fomentar este programa kantiano, máxime que los científicos suelen ser parte del correspondiente monopolio radical de los expertos que reduce al resto de la sociedad a la categoría infame de meros usuarios, algo que salta a la vista si reparamos en la índole esotérica del lenguaje especializado propio de las publicaciones tecnocientíficas, un lenguaje incomprensible para el resto. En fin, podría acaso decirse que es increíble que los científicos e ingenieros del mundo no sean conscientes a este respecto, pero no hay razón para sorprendernos, puesto que el grueso de la comunidad científica no genera reflexión ética en su propio seno, esto es, no ha incorporado aún la Bioética global y radical.
Fuentes:
ECO, U. (2002). El mago y el científico. Extraído el 10 de abril de 2016 desde http://aprendeenlinea.udea.edu.co/lms/moodle/file.php/635/El_mago_y_el_….
EFE. (2017). Colombia se une a la “Marcha por la Ciencia” contra recortes de Trump. Extraído el 23 de abril de 2017 desde http://www.elcolombiano.com/colombia/colombia-se-une-a-la-marcha-por-la….
FEYNMAN, R. (1999). ¿Qué significa todo eso? Barcelona: Crítica.
ILLICH, I. (2008). Obras reunidas: Volumen II. México: Fondo de Cultura Económica.
KANT, I. (1784). ¿Qué es la Ilustración? Extraído el 23 de abril de 2017 desde http://pioneros.puj.edu.co/lecturas/interesados/QUE%20ES%20LA%20ILUSTRA….
WAGENSBERG, J. (1999). Ideas para la imaginación impura: 53 reflexiones en su propia sustancia. Barcelona: Tusquets.
WAGENSBERG, J. (2003). Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?, y otros quinientos pensamientos sobre la incertidumbre. Barcelona: Tusquets.