Los juglares: correos trashumantes*

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Gladys González Arévalo
Antropóloga cultural, escritora e investigadora de la música y la cultura colombiana
Nadie mejor que el corazón enigmático de un ciego para adivinarlo: Leandro José Díaz Duarte. Él no ha necesitado sino del resplandor de la luz de marzo para descubrir la cadencia del valle y la esencia de sus mujeres. Esa intuición le ha permitido a la legión de juglares cantarle al paisaje y adentrarse en el espíritu de su historia. La poesía emerge del delirio sonoro que en una noche de fábula hizo decir a Abelito Villa que hacía merengues con la misma naturalidad con que alguien inventaba jaulas.

 

Homenaje a Gabriel García Márquez, en la conmemoración de los 40 años del Premio Nobel de Literatura

¿Qué hacen los juglares?

Un juglar era un artista profesional del entretenimiento en la Europa medieval, dotado para tocar instrumentos, cantar, contar historias y hacer acrobacias. En España fueron claros propulsores de la lengua española en donde su principal cometido consistía en informar al pueblo, en ese tiempo muy reprimido, de las nuevas noticias procedentes de los frentes de las diversas guerras.

Divulgadores de las noticias de su época

Puede decirse con razón que mucho antes de la invención de la prensa escrita, los trovadores y otros juglares vagabundos fueron quienes divulgaron las noticias de su época. Los juglares medievales viajaban por todo el mundo. Reunían noticias e intercambiaban historias, melodías y canciones por todas las cortes de Europa, desde Chipre hasta Escocia y desde Portugal hasta Europa oriental, por cualquier lugar adonde iban. El pueblo aprendía las pegadizas melodías de las canciones de los trovadores, que con rapidez se propagaban oralmente de un juglar a otro, y de ese modo influían mucho en la opinión pública y unían al pueblo a favor de una causa u otra.

Una de las muchas composiciones poéticas de los trovadores se llama serventesio, literalmente “canción del siervo”. Algunos exponían la injusticia de los gobernantes, otros celebraban acciones valerosas, abnegadas, generosas y misericordiosas, a la vez que criticaban la crueldad y la brutalidad, la cobardía, la hipocresía y el egoísmo. Los serventesios de principios del siglo XIII permiten a los historiadores asomarse al clima político y religioso de Languedoc en un tiempo de gran agitación.

Veamos la diferencia entre el juglar y el trovador:

“Juglar” era el cantor medioeval, o recitador de poemas épicos, o cantor de romances, que iba por pueblos y caminos llevando, con la libertad de su fantasía, mensajes e ilusiones. Muchas veces era también poeta y autor de cantares de gesta o poemas líricos, que aprestigiada con su nombre. Solía acompañarse de un instrumento musical, vihuela, laúd, guitarra, o cítara, e iba cumpliendo su papel, para ganarse la subsistencia, o visitando castillos feudales. “El juglar”, a diferencia del “trovador”, tenía más cultura y autoridad y reflejaba espontáneamente los gustos populares y las tradiciones de su tiempo. Mucho les debe la historia del idioma castellano a los juglares y trovadores, porque durante varios siglos ellos fueron depositarios y transmisores de un legado cultural íntimamente relacionado con el transcurrir de la vida de las naciones.

Precisamente Menéndez Pidal dedicó una de sus principales obras al conocimiento de “aspectos de la historia literaria y cultural de España”, por el estudio de la poesía juglaresca. Poesía juglaresca y juglares, y cuya última redacción corresponde a 1957. Toda la tercera parte de ella (3 capítulos) la dedica a los juglares de la poesía narrativa y todo un capítulo a la consideración del juglar como poeta. Aunque estos cantores y sus mensajes tenían distinto origen y misión, algunos autores ven en ellos, con alguna razón, las raíces profundas de los cantos vallenatos y un notable parecido en su papel de comunicadores públicos, de sentires y saberes. (1- José María Iribarren- Retablo de curiosidades. (Editorial Gómez – Pamplona -España -1956.) Ciegos de Juglaría).

Juglares del Caribe colombiano

Para entrar ya en el terreno de nuestro medio del Caribe colombiano, luego de conocer como describen los estudiosos del tema, en algunas fuentes, a estos personajes ingresamos en ese mundo real y mágico que el novelista, Gabriel García Márquez, funde en uno solo y que se convierte en leyenda, con ese halo que se le confiere a todo lo que se relaciona con los orígenes de los cantos y describir puntualmente a los juglares dentro del folclor vallenato, veamos cómo lo describe uno de los especialistas:

Juan Gustavo Cobo Borda en “Para llegar a García Márquez”, comenta: “El vallenato, al menos en un principio, era un vehículo de comunicación entre campesinos y pastores, y sus letras hablaban de amor y sobre todo de los sucesos cotidianos centrados en personajes locales. A dichos cantos se añadirían pronto los tambores de los negros, la guacharaca de los indios y más tarde, el acordeón procedente de las islas del Caribe. Se trata de auténticos trovadores rurales a través de los cuales se desliza el hilo narrativo de una pequeña historia cantada, redondeada en su anécdota y perfilada en sus siluetas. Un cura que robó la custodia de la iglesia y la sustituyó por una falsa, la fuga de una niña bien con un chofer de camión, las hambrientas penurias de un estudiante de bachillerato lejos de su casa, para citar sólo tres del más conocido representante del género, el compositor Rafael Escalona mencionado en Cien años de soledad, como el heredero natural de su mítico inventor Francisco el Hombre, quien había vencido al diablo en un duelo verbal. Como puede verse, una manera expedita de acceder a lo ancestral mítico desde instancias a la vez cotidianas y legendarias. Ese humus popular que la copla, el refranero y el romancero alimentan con una frescura renovada como la de La Biblia o Las mil y una noches, libros igualmente trajinados por García Márquez”.

En el caso de los juglares nuestros, también la historia cultural del Caribe se sabe a través de su poesía narrativa, que acompañaban con el acordeón.

Valledupar: la tierra de los romances antiguos

“Valledupar es así. Luego de cuatro siglos de aparente sigilo en medio de la Sierra Nevada, la Serranía de Perijá y el río Cesar, Valledupar conserva la altivez y la seducción de un lenguaje que ha enriquecido el castellano del Siglo XVII, y aún mantiene voces salidas del ingenioso hidalgo de Cervantes y su escudero.

Nadie mejor que el corazón enigmático de un ciego para adivinarlo: Leandro José Díaz Duarte. Él no ha necesitado sino del resplandor de la luz de marzo para descubrir la cadencia del valle y la esencia de sus mujeres. Esa intuición le ha permitido a la legión de juglares cantarle al paisaje y adentrarse en el espíritu de su historia. La poesía emerge del delirio sonoro que en una noche de fábula hizo decir a Abelito Villa que hacía merengues con la misma naturalidad con que alguien inventaba jaulas. Y el delirio de Gabriel García Márquez que en un afán desmitificador ha dicho tantas veces que Cien años de soledad, es el más largo vallenato de la historia, para reivindicar al mismo tiempo la razón de un sonido que lo sedujo desde niño y para siempre cuando vio por primera vez frente a él en Aracataca al primer juglar con un acordeón que parecía un animal sin remedio, emitiendo sin consuelo aquella sonoridad como un grito por los fuelles que le arrugaba el corazón”. (Gustavo Tatis Guerra - Revista Aces).

De esa expresión, partimos ya en este contexto que nos pinta con su palabra, en su ética y estética del corazón de la tierra, para adentrarnos en los terrenos de la magia, de ese ámbito de los legendarios trovadores o juglares los antiguos “acordeoneros vallenatos”-El cantor Vallenato, El correo musical-andariegos de esta patria colombiana, con el mayor representante, el de la Leyenda de Francisco El Hombre.

Los juglares sucesores de Francisco el Hombre

Como consecuencia de la escuela Francisquiana, se dan los nombres como Tomás y Juan Luis Guerra, Efraín Hernández, Chico Sarmiento, Juan Lozano, Ramón Zuleta, Gregorio Antonio Zabaleta, y el más famoso de todos porque según parece alcanzó a figurar en las grandes parrandas de Valledupar que tiene relatores entre los viejos del pueblo, el llamado “Compae Chipuco”.

Los que se llamaron juglares:

Zuleta y leandro

Fuente:Google.

En las últimas décadas del siglo XX hace su aparición el cantante, y el acordeonero y el compositor pasaron a segundo plano. ¿Por qué? Porque la música penetró en las ciudades y esta nueva figura se convirtió en ídolo. Los versos de los poetas de la provincia, salpicados de campo y de tradición, llegaron por su intermedio a oídos foráneos y no los entendieron. Entonces se inventaron una nueva canción, sin referentes claros, y sometida a las duras leyes de la oferta y la demanda y luego la camuflaron tras el nombre de “vallenato” para venderla a una población masificada sin un claro sentido de identidad cultural.

El término juglar llegó a sus oídos y, grave problema, empezaron a repetirlo sin entender que los compositores no necesariamente son juglares y que ni siquiera al máximo cantante de nuestros días puede llamársele juglar. Es condición sine qua non: cantar, componer y tocar acordeón y que esto sea un estilo de vida. Emiliano Zuleta Baquero, Lorenzo Morales, ´El Gigante de Guacoche´, Calixto Ochoa Campos, Toño Salas, Vicente Munive, son la última generación de juglares, generación que arrancó con Francisco el Hombre, Juan Solano, Luis Pitre, Pedro Nolasco Martínez, Abel Antonio Villa, encarnaba también al juglar tradicional: el que componía, tocaba y cantaba sus propias composiciones, una figura que se ha ido perdiendo en estos tiempos. Ahora el uno compone, el otro canta, sin ese todo que caracterizó el talento de los comienzos. Nuestros juglares y los de la Edad Media tienen características diferentes. El juglar medieval tenía cualidades propias de un saltimbanqui; se dedicaba a animar reuniones y, además, ejercía su arte por dinero. El juglar de la provincia del Valle de Upar: cantaba, componía y tocaba el acordeón; además, era itinerante y su música no la divulgaba necesariamente por dinero.

Consideramos que este ciclo, con las características propias ya enunciadas, se acabará cuando desaparezca físicamente el último de ellos.

La historia del canto vallenato sigue adelante. Hoy se escribe con un nuevo lenguaje y con vestiduras que jamás intuyó Francisco el Hombre, viajero de indeterminables caminos. Los símbolos que crearon Escalona, “Los Zuleta” (Poncho y Emiliano) “Los Durán” (Náfer y Alejandro), “Los Salas”, “Guillermo Buitrago” la tradición decembrina (Julio Bovea y sus Vallenatos), en fin, siguen teniendo el carácter de modelos que tipificaron el espíritu de un pueblo cuya música, son el resultado de una conciencia de identidad que se resiste a desaparecer.

A los sucesores del Juglar mayor, los describe así José Maria “Chema” Gómez, en el Paseo titulado Compae Chipuco, homenaje a Antonio Guerra Buyones,

“Me llaman Compae Chipuco

y… vivo a orillas del Río Cesar

soy Vallenato de verdá

tengo las patas bien pintá

traigo un sombrero bien alón

y pá remate yo tomo ron”.

Gabriel García Márquez, el juglar mayor

Este papel de Juglar, que desde niño, cuando su sueño era ir por los pueblos -“cantando de feria en feria, con acordeón y siempre me pareció la manera más antigua y feliz de contar un cuento”- lo adoptó después en su literatura ya que cumpliendo su anhelo de contar, en el género de la novela, el cuento, así como en sus crónicas y en su obra periodística, convirtiéndose así en el mayor juglar que ha ido no solo de pueblo en pueblo, sino de país en país, alrededor del mundo, contando los cuentos del realismo mágico en su literatura, acompañada de la música de acordeones así como lo hacían los representantes del auténtico vallenato.

Francisco el Hombre en los recuerdos de García Márquez

“En Aracataca, donde tenía la pasión de que me contaran cuentos, vi muy niño al primer acordeonero, de los que salían de la provincia, cantando las noticias de su región. Yo recuerdo haberlo visto la primera vez, porque era un viejito que estaba sentado en una especie de feria que había en Aracataca, y tenía el acordeón puesto en el suelo al lado de él y yo no sabía qué cosa era esa y me quedé esperando hasta que de pronto él sacó el acordeón y ahí conocí el acordeón”. Me enloquecían los magos de feria que sacaban conejos de los sombreros, los tragadores de candela, los ventrílocuos que hacían hablar a los animales, los acordeoneros que cantaban a gritos las cosas que sucedían en la Provincia. Hoy me doy cuenta de que uno de ellos, muy viejo y con una barba blanca, podía ser el legendario Francisco el Hombre. (Gabriel García Márquez -Vivir para contarla- Editorial Norma).

Los juglares en Cien años de Soledad

A estos legendarios personajes, García Márquez, en Cien años de soledad, les da gran importancia, al punto despersonificarlos en Aureliano Buendía, y en el sobrino del obispo, “heredero de los secretos” del más famoso de ellos: “En esos días agónicos el postrer descendiente agónico de la estirpe solitaria de los Buendía asistía al final emborrachándose en el último salón abierto del desmantelado barrio de tolerancia, donde un conjunto de acordeoneros tocaba los cantos de Rafael Escalona, el sobrino del obispo, heredero de los secretos de Francisco El hombre”. Describe a Aureliano Segundo como un sucesor de Francisco el Hombre, quien tocaba las canciones de él, y hacía el papel de juglar contando “las noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario” alrededor de su habilidad para tocar el acordeón, y al lado de este, su vida “parrandero, trasnochador y vagabundo”.

Francisco el Hombre en Cien años de Soledad

En las citas encontradas, en la novela, que se enuncian en el Capítulo del libro La música en G.G.M. son de este tema de los juglares, las que nos abren la puerta a este ambiente de leyendas, tan propias de cada pueblo colombiano.

“Meses después volvió Francisco el Hombre, un anciano trotamundos de casi 200 años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo. En ellas, Francisco el Hombre, relataba con detalles minuciosos las noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario, desde Manaure hasta los confines de la ciénaga, de modo que, si alguien tenía un recado que mandar o un acontecimiento que divulgar, le pagaba dos centavos para que lo incluyera en su repertorio. Fue así como Úrsula se enteró de la muerte de su madre, por pura casualidad, una noche que escuchaba las canciones con la esperanza de que dijeran algo de su hijo José Arcadio. “Francisco el Hombre así llamado porque derrotó al diablo en el duelo de improvisación de cantos y cuyo verdadero nombre no conoció nadie, desapareció de Macondo durante la peste del insomnio y una noche reapareció sin ningún anuncio en la tienda de Catarino. Todo el pueblo fue a escucharlo para saber qué había pasado en el mundo. En esta ocasión llegaron con él una mujer tan gorda que cuatro indios tenían que llevarla cargada en un mecedor, y una mulata adolescente de aspecto desamparado que la protegía del sol con un paraguas. Aureliano fue esa noche a la tienda de Catarino. Encontró a Francisco el Hombre, como un camaleón monolítico, sentado en medio de un círculo de curiosos. Cantaba las noticias con su vieja voz desacordada, acompañándose con el mismo acordeón arcaico que le regaló Sir Walter Raleigh en la Guyana, mientras llevaba el compás con sus grandes pies caminadores agrietados por el salitre. (pg. 48) (Gabriel García Márquez- Cien años de soledad- Editorial Norma)

En este episodio lo describe basándose en la realidad como él lo conoció, y traslada esas vivencias, ubicándolo en Macondo, y en la tienda de Catarino.

Quizá no se podría describir mejor el papel de los juglares que en la cita de Cien años de soledad ya que fue casualmente García Márquez quien introdujo ese nombre y denominó así a los campesinos trashumantes herederos de Francisco El Hombre, que se acompañaban del acordeón contando las noticias en la poesía cantada. Para no extendernos, sólo invitamos al lector a descubrir las varias referencias que hace en la novela.

La comunicación oral, -las noticias cantadas en verso- es la antecesora de los medios de comunicación; es en donde está el proceso de las manifestaciones culturales. Por todo esto, es oportuno penetrar un poco- se ha resaltado, pero quizás no se ha profundizado lo suficiente en este representante de la verdadera cultura popular que confluyó en lo que hoy se llama el Vallenato.

“…me habría gustado alguna de las romanzas naturales de Francisco el Hombre de las fiestas de mi infancia”.

Esta frase -que se mencionó en el Preámbulo de la música, en el premio Nóbel otorgado en Estocolmo- resume lo que significa para García Márquez, este personaje no sólo en su vida, sino que lo magnifica en su obra haciendo el papel como el “juglar mayor” que difunde las historias populares de su entrañable región Caribe.

Nadie como él, hubiera podido hacerle un homenaje más cálido y de altura, a los pintorescos personajes que son esos legendarios y aún actuales “Cuenteros”, que en su palabrería llenan de vida, de fantasía esos ratos de la placidez de los pueblos y veredas de nuestra geografía colombiana. Es necesario mostrar qué es, y la importancia de este género, base de la narrativa del escritor, como se amplía en La música en Gabriel García Márquez

La música de los juglares de hoy

Como tema central en esta, una de las recientes películas colombianas, que se han rodado en el país, Los viajes del viento, escrita y dirigida por Ciro Guerra, (y producida por Ciudad Lunar Producciones de Argentina, RCN Cine de Colombia y CinemArt de la República Checa), que podría clasificarse dentro del género cinematográfico mágico-realista, en donde la idiosincrasia caribeña está mostrada con orgullo y calidad.

El juglar vallenato Ignacio Carrillo (Marciano Martínez) un juglar reconocido como uno de los mejores de la región, viaja de Majagual a Taroa para devolverle a su maestro un acordeón que no quiere tener en sus manos. “El eje de la historia es la relación de la música del Caribe, específicamente el vallenato, con el paisaje de la región”. “Los viajes del viento es una excelente película colombiana -ganó cuatro Premios Macondo, entregados por la Academia Colombiana de Artes y Ciencias Cinematográficas, incluyendo el de Mejor Película-, que recupera la magia de las historias de García Márquez. Su trasfondo es la música y la cultura vallenata, Un mito que se repite: Francisco el Hombre enfrentándose al Diablo y derrotándolo. Una magnífica oportunidad para conocer la otra Colombia por múltiples razones. Las canciones que ambientan la película Los Viajes del Viento: Sin Ti, Mercedes, El amor amor, La negra Felipa, Lejos, Pedazo de Acordeón, Los Campanales, La despedida, Duelo de morro. (Internet)

El Juglar Ignacio Carrillo - Los viajes del viento.

Carrillo

Fue escogida para la selección oficial de Cannes y también participó en el de San Sebastián.

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*Tomado del libro La música en Gabriel García Márquez de Gladys González Arévalo.

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