Inexistencia
Por: Alieth Linares.
Las sombras tenían una evidente propensión a quererse desprender de las cosas,
como si las cosas tuvieran mala sombra. Alejo Carpentier
Otra vez acuoso, derramándome en la nada coloidal de estás sombras silueteadas por plateados bordes. Había sanado hace mucho, pero esta vez salía de mi pecho como esvástica que rota, mis ramas ya secas me mantenían de pie, mientras mis manos aéreas buscaban con desesperación redistribuirme, no perderme entre las cenizas de los que recorrieron el camino y no lo lograron.
Huir de esta bóveda ha resultado suicida, muchos ya no lo intentan, se dejan poseer por completo, luego sucede, se derraman en tareas vacías como quedarse, aun sabiendo que cruzar el envoltorio les garantizará subsistir.
Ya reciento el tiempo perdido, mi negruzca forma se debilita, mi cuerpo cansino debe evadir el óbito natural, antes de ser despojo de vida en la calzada ceniza de los años, y para ello se prepararon en tres décadas la siembra de raíz, la única entidad capaz de hender la lobreguez y emanciparnos de las sombras. Ya ha sucedido con anterioridad el eco de aquellos que han escapado nos recuerdan la posibilidad de vivir, siempre se salva uno. Mi pecho arde, me calcina por dentro la flama de mi esencia, subir por la raíz es lo único que puede salvarme y heme aquí luchando contra mis fuerzas desde hace tres primaveras, en lo hueco de la raíz, laberinto atroz del que no logro escapar, lo único que me alienta es que mi pecho reacciona a la altura como magma sometido al agua, curando mi herida.
La momentánea cura vigoriza mi andar, exponiéndome a climas inciertos en esta torre boscosa e infinita. Las lluvias son más extrañas e implacables al subir y las bestias que al inicio resultaban familiares se han convertido en monstruosas criaturas depredadoras con el pellejo al revés, como si una macabra maldición les hubiese condenado a cargar con los órganos al exterior de sus cuerpos, la sola imagen me perturba en las noches y me hiela los huesos en cuanto a la idea de enfrentarlos.
He perdido la cuenta de los días o años, entre más subo me es más difícil ver, la niebla me envuelve en una fragancia intensa y dulce, pese a la inundación y la nevada de estos, creo, los últimos niveles, me he confortado con la imaginación de que pronto saldré.
Hoy después de años, vi por primera vez una silueta carente de mirada como todos nosotros, me llamaba, y al acercarme se transformó bajo la luz plateada en la criatura más hermosa, su belleza atrayente y material se disolvió, convirtiéndose en una sensación de belleza que se impregnaba en el cuerpo, su evanescencia me atravesó jugando entre mis manos al desear abrazarla, su encanto sensorial se había enfrentado con osadía a su propio miedo, yo, y había ganado sobreponiéndose a la turbación con entereza. Noté que mi voz fingía, mis pies granulosos temblaban, mi oscuridad al fin me alcanzó, cuando la luz de esos ojos difusos me arrebataron el deleite, condenándome a la tenebrosidad de mis pasiones.
Dicho ente me hizo correr hasta un peñasco, mi corazón palpitante se marchitaba por mi flama interior, moriría, era algo evidente, elegir cómo, mi responsabilidad, me volví contra aquella criatura y le apuñalé desgarrándole con mis ojos y manos inútilmente.
Solo había una forma de ganar, dejando que mi magma petrificara su espantosa esencia, y me entregué al dolor dulce de la victoria, de la inexistencia.
Abrí los ojos cuando se suponía que ya había muerto, estaba fuera de la bóveda coloidal, al ver la verdadera luz ya no era esclavo del temor, sino de la hipócrita libertad.