El fracaso del desarrollo a través de la “locomotora minera”.
Por: Pascual Amézquita Zárate.
La crisis económica que se cierne sobre el país es la prueba reina del fracaso a que ha llevado el modelo de desarrollo edificado sobre la locomotora minero-energética.
Durante casi una década la economía creció, pero el país no se ha desarrollado ni consolidado efectivamente. En la medición del PIB tanto vale sumar puntos gracias al valor agregado por el trabajo de sus obreros como en el saqueo de sus riquezas por el sector financiero o por las multinacionales pues en todo caso se aumenta el producto obtenido.
Pero el crecimiento derivado de la simple extracción de los recursos naturales deja muchos huecos además de los socavones de las minas, los ríos contaminados o los pozos secos. En primer lugar, la cantidad de trabajadores que incorpora es mínimo comparado con la alta inversión. Eso explica por qué durante los años pasados el PIB crecía pero el desempleo no cayó. Y desde los tiempos de Adam Smith, pasando por Carlos Marx hasta llegar a las más nuevas teorías del desarrollo, la evidencia muestra que creación de riqueza está en proporción a la cantidad de trabajadores que pone en movimiento la economía.
Otra posible fuente de desarrollo son las ganancias obtenidas por las exportaciones. Pero si, como ocurre en el caso de Colombia, quien exporta y por tanto recibe el precio en el mercado mundial es la Drummond, Occidental, Pacific Rubiales o cualquiera de las otras multinacionales, son ellas las que se benefician. Eso fue lo que ocurrió en estos años de muy altos precios del petróleo y los minerales que enriquecieron las arcas de tales empresas.
Al país, en efectivo, durante la bonanza de precios internacionales le quedaban los magros pagos de las multinacionales por regalías e impuestos, ambos entre los más bajos de la región y del mundo a lo que se suman las artimañas usadas para evadirlos, como lo demostró el estudio de la Contraloría General de la República, liderado por Jorge Luis Garay, publicado el año pasado. Aún así, el PIB del país exhibía robusto crecimiento, pues se mide cuánto se le arrebató a la tierra pero no importa si eso entra a las arcas nacionales o del extranjero.
En los países donde los recursos naturales son explotados por nacionales crecen tanto el PIB como la riqueza nacional, pero ese no fue el caso de Colombia. Obviamente cuando el recurso es explotado y procesado por una empresa estatal la ganancia es más evidente.
Colombia es un productor importante de petróleo, con un millón de barriles diarios en promedio, aproximadamente el doble de lo que produce Ecuador. Sin embargo, el presupuesto de Colombia (hoy ronda los 220 billones de pesos) solo recibe unos 20 billones de pesos por este rubro y el de regalías unos 10 billones anuales (incluyendo en ambos casos a Ecopetrol, cuyas utilidades en 2014 fueron cerca de 8 billones y cuyos pagos totales al Estado colombiano entre dividendos, regalías e impuestos fue de 26 billones). Porcentualmente eso significa que el fisco de Colombia depende aproximadamente en un 10% de los ingresos petroleros, con lo cual la estruendosa caída del petróleo a la mitad de su precio en el último año afectará los ingresos del fisco máximo en un 5%. En el caso de Ecuador su presupuesto depende entre un 30 y un 40 por ciento de los ingresos petroleros, y en Venezuela esa dependencia fiscal es más alta, del 50% del presupuesto.
Sin agotar la lista de efectos macroeconómicos del petróleo debe destacarse el papel de la inversión extranjera. La llamada confianza inversionista de los dos pasados lustros no era otra cosa que la garantía de que quienes trajeran dólares para invertir en el sector minero-energético obtendrían jugosas ganancias. A la nación siempre le han descrito una cara de la moneda, la de un crecimiento sostenido de la inversión extranjera que en sus mejores momentos superó los 12.000 millones de pesos anuales. Pero lo que no se menciona es que año por año el inversionista retira parte de su inversión a título de ganancia: Para el año 2014 la diferencia entre ambos rubros fue de 4.000 millones de dólares en contra de Colombia. Y eso obliga a que por esa sola cuenta el país tenga que salir a endeudarse o a gastar sus reservas internacionales. El problema se agravar aceleradamente pues una vez hecha la inversión inicial los campos y minas siguen produciendo ganancia y ya no se requieren grandes inversiones.
Uno de los efectos microeconómicos de la explotación de recursos es el eventual enganche de trabajadores locales para los pozos y minas –que hoy empiezan a ser despedidos–, pero, como queda dicho, el número de contratados es reducido en comparación con las altísimas inversiones y ganancias. Y el otro efecto son las transferencias territoriales (en total poco menos de 10 billones de pesos el año pasado, que en el peor de los casos se reducirían a la mitad si el precio cae a la mitad), pero esos recursos, salvo casos contados y muy excepcionales, no han servido para jalonar el desarrollo sino como fuente de enriquecimiento de un minúsculo sector del país que no bien se embolsilla la plata la saca del país a los paraísos fiscales. Por lo demás, de esos diez billones hay en bancos unos siete billones según informó la Contraloría en días pasados, lo cual muestra que esos recursos tampoco jalonan el desarrollo.
Con este panorama, ¿como echarle la culpa de la amenazante crisis económica a la caída del precio del petróleo? Si en Noruega hay augurios de que la economía se derrumbará es creíble el cuento: El petróleo representa el 50% de las exportaciones –ante todo por medio de una empresa estatal–, el 25% de los ingresos del Estado y casi el 9% del empleo total está relacionado directa o indirectamente. Pero este país, aunque raquíticamente, seguirá creciendo, a la par que uno de los mayores productores de petróleo del mundo hoy, Estados Unidos, anuncia un buen año, no obstante que, además, son sus multinacionales las que explotan los recursos minero-energéticos en buena parte del planeta y hoy están agobiadas por la caída de precios.
En países como Colombia donde queda una exigua parte de la ganancia, donde los ingresos para el país, públicos y privados, son muy bajos, el golpe a las finanzas no es tan grande como se quiere hacer aparecer por el gobierno. El efecto es diferente.
Es más, podrían haber ganancias para la economía provenientes de la caída de precio, pues también caen los precios de los derivados del petróleo (plásticos, gasolina, abonos) lo mismo que el hierro y el acero, lo cual permitiría impulsar la industria. Esa baja derivada es la que está impulsando el despegue del consumo y la industria en Estados Unidos.
¿Por qué entonces la idea de que el país se acerca a una crisis de gran magnitud?
Hay asuntos que el gobierno evita mencionar. El primero, que el modelo minero-energético en su momento de auge no dejó riqueza en el país y en cambio sí ayudó al desplome de la agricultura y la industria en lo que se conoce como Enfermedad Holandesa. Esto había quedado medio oculto gracias al espejismo de la explotación de recursos no renovables pero hoy se ve el real estado calamitoso en que anda toda la economía.
Finalmente, el déficit en cuenta corriente (debido a que lo que entra al país por inversión extranjera es menor a lo que sale por pagos de intereses, ganancias y desbalance comercial) sigue drenando el poco ahorro colombiano. Por eso se trepa el precio del dólar, que fácilmente puede llegar a $3.000, lo que hace más gravosos los pagos que debe hacer el país. Una espiral destructiva.
Así que echarle la culpa de la crisis que se avecina a la destorcida del precio del petróleo no es más que una excusa para no referirse a problemas de vieja data que azotan la economía.