DE INVOLUCIONES CON LAS QUE INICIA EL 2020
Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Magister en Educación Superior, Pontificia Universidad Javeriana
Profesor Asociado con Tenencia del Cargo, Universidad Nacional de Colombia
Un mundo a paso de cangrejo
Que las sociedades humanas no siempre evolucionan, esto es, que no siempre marchan en el sentido de ir más y más hacia estados superiores de humanidad, es algo que no debería sorprender en el fondo. Ante todo, evolución implica cambiar lo que debe cambiarse y conservar lo que es imprescindible conservar. En especial, esto lo tuvo bien claro Herbert George Wells, uno de los maestros indiscutibles de la ciencia ficción basada sobre todo en consideraciones sociológicas, autor que estableció debidamente que las utopías no existen al ser las sociedades humanas sistemas inherentemente inestables inmersos en medios inestables. De aquí que, por ejemplo, careciese de asidero la pretensión de los nazis de erigir un Reich que durase mil años, pues, como bien sabemos, apenas duró doce. En suma, de eso tan bueno no dan tanto. Incluso, mucho antes de Wells, el padre de la sociología, Ibn Jaldún (1332-1406), en su obra magna Muqaddima o Prolegómenos a su vasta Historia de la árabes, un ensayo temprano de filosofía de la historia y de sociología, dejó bastante claro que las sociedades nacen, crecen, alcanzan un cenit, declinan y terminan por desaparecer.
Resulta inevitable pensar en lo anterior al reparar en ciertos sucesos con los que ha iniciado este año 2020, como cierta noticia a propósito de una prohibición de Donald Trump en cuanto a que las instituciones educativas estadounidenses provean alimentación de calidad a sus estudiantes, esto es, basada en el consumo de frutas y verduras saludables, para, en su lugar, favorecer la comida chatarra, como las pizzas y hamburguesas, una noticia con la que están de plácemes, por ejemplo, los empresarios de los alimentos basados en el procesamiento de las papas. De este modo, salta a la vista la involución con respecto a las iniciativas de años pasados promovidas por Michelle Obama como Primera Dama, encaminadas a combatir el problema de la obesidad entre niños y adolescentes. Ahora bien, si en el coloso del norte llueve, por aquí no escampa habida cuenta de que, en el correspondiente correo institucional, no han faltado las alertas dadas por docentes del campo de la nutrición en lo tocante a la mucho mayor disponibilidad de comida chatarra en la Universidad Nacional de Colombia. Y, por el estilo, en otras universidades. En todo caso, si yo visitase los Estados Unidos, no lo pensaría dos veces para preferir una invitación de la encantadora Michelle Obama para almorzar o cenar en su casa. Entretanto, aumentarán otra vez los casos de obesidad, con lo cual destacará de nuevo la contraproductividad propia de los sistemas de educación y de salud propios de las sociedades industriales, o sea, la contradicción entre los fines declarados por sus gestores y los resultados reales.
Ahora bien, no es tan solo la obesidad corporal la que vuelve a aflorar, puesto que también hay que contabilizar la propia del ámbito intelectual y espiritual. De hecho, al pasar revista a los cambios de la programación en canales televisivos, llama poderosamente la atención que tienden a desaparecer o quedar arrumbados canales que han solido ofrecer programas que ponen los puntos sobre las íes en lo concerniente a secretos y conspiraciones sobre las que no suele hablarse mucho, programas dirigidos habitualmente por historiadores y otros profesionales afines, con temas que han mantenido un bajo perfil a lo largo de la Historia, programas que, sin la menor duda, permite entender más a fondo la forma como se desenvuelve el mundo. Botón de muestra, abundan las personas desconcertadas con el giro que, desde hace un buen número de años, tomó el canal History, con su enojosa proliferación de programas y series light sobre antiguos astronautas y alienígenas ancestrales, en marcada contravía con el sano ejercicio del modo científico de entender el mundo. O, apenas el pasado 15 de enero, desapareció de la buena programación televisiva el canal Discovery Civilization y, en su lugar, ha quedado el lánguido canal Discovery HGTV, caracterizado por programas livianos sobre compras y ventas, remodelación de casas y apartamentos, bricolaje, arreglo de jardines, diseño de interiores, etcétera. De este modo, al hacer zapping, cuesta cada vez más trabajo encontrar programas que sirvan para cultivar la mente y el espíritu. En otras palabras, cabe recordar lo que dice con tino la inolvidable Mafalda cuando, al escuchar alguna noticia que le lee su amigo Felipe según la cual la televisión es dizque un vehículo de cultura, exclama lo siguiente al ver en ese momento un programa televisivo violento: “¡Yo que la cultura, me bajaba y seguía de a pie!”. Más aún, los agudos análisis de buenos expertos en medios de comunicación, tales como Ignacio Ramonet, Vicente Romano, Morris Berman y Giovanni Sartori, avalan lo previo con creces. Para colmo, como lo señala Nicholas Carr, las novísimas tecnologías de la información y la comunicación le están haciendo papilla el cerebro a la gente. De este modo, estamos inmersos en un universo orwelliano, con su Gran Hermano y su neolengua a trochemoche, por lo cual el ser humano está realmente desprovisto del logos. En otras palabras, solo quien lee y escribe bien, piensa, algo solo posible merced al concurso del lenguaje en tanto expresión por excelencia de las facultades mentales superiores, no de una pobrísima neolengua de tres al cuarto. Y solo quien piensa puede hacer gala de autonomía y responsabilidad, dos pilares claves tanto para la democracia como para la ética. Así, la involución campa por sus respetos, una consecuencia inevitable de la visión anticientífica e ideologizada que domina el mundo actual.
Al sur del río Grande no hay excepciones
En el caso de Latinoamérica, esta terrible involución del pensamiento, que no es solo de ahora, de estos inicios de 2020, ha llevado a comportamientos curiosos por decir lo menos, pues, no reflejan otra cosa que la ausencia del modo científico de entender la realidad entre sus habitantes. Por ejemplo, en lo que a la Argentina atañe, Marcelino Cereijido señala que sus diversos gobiernos han entronizado a trogloditas que han aniquilado su aparato educativo, lo que ha conducido a un cuadro tristemente habitual, a saber: cada vez que las empresas colapsan ante la competencia internacional, las masas de obreros ruegan por trabajo a San Cayetano, a la Virgen de Luján o al cantante Rodrigo. Desde luego, como advierte Cereijido con suma sensatez, quien crea sinceramente que un santo, una virgen o un cantante muerto pueden generar empleo, carece de una visión del mundo compatible con la ciencia moderna. Y un país sin la misma está condenado de forma inevitable a la miseria y la desesperanza. Recordémoslo: las sociedades humanas son sistemas inestables inmersos en medios inestables.
Claro está, Colombia no es la excepción en este sentido. Con motivo de sucesos recientes, vaya un curioso botón de muestra a este respecto, uno entre tantos: cierta persona que conozco, jubilada del municipio de Medellín, que se mueve entre los miembros del actual Comité Nacional del Paro, suele insistir en que las fuerzas que manejan los hilos del mundo son alienígenas de diversa pelambre, tales como los anunnaki, los grises y los reptilianos. Más aún, unos años atrás, insistía en que había una flota alienígena que se dirigía hacia la Tierra para invadirla en forma inminente. En fin, han pasado varios años desde entonces y no he podido ver nave nodriza alguna en el cielo. Me pregunto qué rayos entienden los alienígenas de marras por la palabra “inminente”. Del mismo modo, no han faltado los casos de estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia que alucinan con este tipo de creencias carentes de base científica alguna. Así las cosas, como advierte con tino Marcelino Cereijido, los aparatos educativos de los países latinoamericanos están en plena decadencia, por lo que se impone una rápida e intensa tarea de rescate. Como vemos, la contraproductividad vuelve a saltar a la vista a propósito de los sistemas educativos latinoamericanos habida cuenta de que la proliferación de supersticiones y creencias pseudocientíficas en el seno de sus poblaciones tan solo demuestran que son ineficaces para promover la buena manera de pensar a la científica. De aquí que pueda entenderse, mas no justificarse, que, a la hora de protestar contra medidas gubernamentales, las poblaciones latinoamericanas recurran las más de las veces a acciones de dudosa jaez como marchas, cacerolazos y actos vandálicos, acciones que, si acaso, apenas sirven para dejar claro que están inconformes, pero que no aportan soluciones de hondo calado. En todo caso, acciones incompatibles con la visión científica de la realidad.
De esto, la infausta historia de Alemania brinda un buen ejemplo. Durante la década de 1920 y comienzos de la de 1930, en plena República de Weimar, dicho país solía figurar entre los primeros puestos a nivel mundial en pruebas realizadas para medir los conocimientos de los jóvenes alemanes en matemáticas y ciencias. Empero, durante el período nazi, la situación fue la opuesta como consecuencia de decisiones nefastas que condujeron al descuido de tales campos en la educación, por considerarla como dizque meramente académica, a favor de unos currículos absurdos que tendían a privilegiar los afectos y las emociones con motivo de las necesidades de un Estado totalitario que requería una adhesión política y biológica de los sujetos que lo integraban, un Estado al que le estorbaba una educación objetiva e intelectual. Esto es, los nazis, antiintelectualistas como los que más, creyeron que pasársela en campamentos recitando consignas políticas era sinónimo de educar. Toda una involución.
En la actualidad, el panorama educativo ha empeorado sobremanera habida cuenta del auge de la ideología posmoderna, justo el soporte doctrinal del capitalismo tardío neoliberal, también conocido como capitalismo posmoderno. Como señala con tino el filósofo español José Sánchez Tortosa, la pedagogía posmoderna produce doctrina mediante el mero formalismo, o sea, el vacío académico e intelectual de la instrucción, reducida a una simple educación inercial. Más aún, el contenido doctrinal respectivo es residual, tan vaporoso y flexible que lo admite virtualmente todo por obra y gracia del relativismo, tanto epistemológico como ético. Esto se parece de manera dramática al motivo principal de un célebre cuento de Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador. De esta suerte, el emperador sigue desnudo, máxime cuando el intervencionismo estatal en materia educativa carece de virtud taumatúrgica y pedagógica alguna. Estamos sumidos en el imperio de la sumisión del concepto al afecto, expresado en el papel actual del profesor, quien, se dice, no ha de ser un sabio, sino un foco de gravedad afectivo que atraiga al alumno, que moldee su campo de afectividad de acuerdo con la ideología. En suma, un pedagogo para quien la formación académica es secundaria, irrelevante e, incluso, perniciosa, cuestión de fácil comprobación en el seno de reuniones, claustros y asambleas docentes, espacios en los cuales la liviandad intelectual es la nota dominante. De esta suerte, las grietas del método científico terminan por llenarse con pasta de ideología y el antiintelectualismo permea por completo la vida universitaria, sobre todo con motivo del auge de la efebolatría. De ahí que no sorprenda ver a universitarios participando en marchas y cacerolazos a trochemoche, algo impropio de la condición misma del intelectual dado el papel central del alto pensamiento en la misma. A este respecto, Hernán Saldarriaga Agudelo, del Instituto Latinoamericano de Ética Civil Empresarial, lo ha dicho sin rodeos como sigue: “Se ha dicho, hasta la saciedad, que la educación es la solución a los problemas del país, y vemos que muchos, muy instruidos, están utilizando su inteligencia y sus conocimientos para conspirar contra los bienes de todos, paralizar ciudades, y manipular la ignorancia en pro del vandalismo”. Bueno, lo de muy instruidos está por verse habida cuenta del nefasto imperio de la ideología posmoderna, con su auge del relativismo. Sencillamente, se desvanece, como la nieve al Sol, la definición de universidad dada por José Ortega y Gasset: la inteligencia como institución. No hay nada de revolucionario en lo que sucede en la actualidad en materia de movimientos universitarios y demás en el país, de lo cual dice mucho la sensata actitud asumida hace poco por algunos docentes de cátedra del Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid, desencantados al ver cómo los estudiantes no dan muestras de tener compromiso alguno con el aprendizaje y el conocimiento: de manera intempestiva, a fines del año 2019, renunciaron a sus cátedras. Al fin y al cabo, ¿quién que se precie quiere bregar con la mediocridad y el antiintelectualismo a ultranza? Si acaso, los efebólatras.
En todo caso, pende sobre la humanidad en general una temible espada de Damocles, a saber: que la especie humana involucione a despecho de que la tecnología actual, potenciada sobremanera por la ciencia, evoluciona a un ritmo creciente. Y si este riesgo existe en el seno de sociedades científicas avanzadas, qué no cabe temer para sociedades, como las latinoamericanas, tan enemistadas con el modo científico de comprender el mundo, meros feudalismos de alta tecnología al ser consumidoras de tecnociencia, pero sin reflexionar acerca de la misma y sus consecuencias. En fin, el antiintelectualismo y la efebolatría que saltan a la vista en los actuales movimientos sociales en varios países de la región conlleva per se un mayor riesgo de involución. Esto es lo que, por lo pronto, va enseñando este comienzo de año 2020 sin ir más lejos.
Fuentes relevantes
CARR, Nicholas. (2011). ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?: Superficiales. Madrid: Taurus.
CEREIJIDO, Marcelino y REINKING, Laura. (2004). La ignorancia debida. Buenos Aires: Libros del Zorzal.
DUBOS, René. (1996). Los sueños de la razón. México: Fondo de Cultura Económica.
MUÑOZ, Emilio. (2016). La crisis de la sociedad actual y los riesgos de involución. Madrid: Catarata.
SALDARRIAGA A., Hernán. (2020). Intervenir la educación. En: El Correo de la Ética, Año XXIV, Nº 1133.
SÁNCHEZ TORTOSA, José. (2018). El culto pedagógico: Crítica del populismo educativo. Madrid: Akal.