Crónica de guerra. (3° parte)
Pollito, el soldado Arbeláez Salustriano, el 28 y una partida de ajedrez.
Por: Miguel Mendivelso.
Cuando fui trasladado para el batallón de alta montaña, justo antes tuve que hacer un reentrenamiento en el Batallón José Hilario López con sede en Popayán departamento del Cauca, allá estuve cerca de dos meses, y fui asignado al pelotón más bravo de la compañía más brava del batallón más bravo, el batallón de alta montaña, un batallón de soldados profesionales y contraguerrillas.
En Popayán conocí a… no recuerdo el nombre de ese soldado, pero recuerdo que lo apodábamos Pollito, por ser pequeñito, flaco, de voz gangosa y casi tenue (como si tuviera la nariz tapada). Recuerdo que era oriundo de Girardot y había prestado servicio militar en la fuerza aérea y en los ejercicios de entrenamiento y trotes él se animaba diciendo “Alas doradas, soy valiente porque tengo alas doradas, surco el cielo con mis alas doradas”, animación que seguramente aprendió en su primera unidad militar, es decir en la fuerza aérea, ya que ellos se identifican con unas alas doradas en sus uniformes, a lo que a muchos instructores encargados del reentrenamiento no les agradó ganándose casi inmediatamente su enemistad, -soldado flojo, métase sus alas doradas por… - eran las palabras más usuales con las que hacían referencia al soldado Pollito, mientras lo golpeaban en la espalda o le pisaban las piernas o los brazos mientras estaba en el piso, haciendo un ejercicio de arrastre-bajo.
Nadie sabe la suerte de cada quien, pero para Pollito no pararían allí sus infortunios. Todos sus compañeros de pelotón se burlaban de él porque aún se conservaba casto; él decía de manera esperanzadora y romántica que se quería conservar así, para cuando encontrara la mujer de su vida y poderse casar, muchos de sus “amigos” varias veces lo quisieron obligar a visitar burdeles a lo que él siempre se negó, y ya se imaginaran ustedes la sarta de insultos y burlas que esto le generaba. Pollito era diferente, era casi que imposible encontrar un soldado con esas cualidades, nunca tomaba cerveza y siempre guardaba su sueldo para enviárselo por completo a su mamá que según algunos rumores era absolutamente pobre y vivía en una choza a orillas del Magdalena. En cierta ocasión realizábamos un ejercicio de cruce de cuerda a flor de agua sobre el rio Cauca, y ¿a que no adivinan qué pasó?… ¡si!, Pollito casi se ahoga, mientras estaba trepado en la cuerda los instructores del ejercicio la sacudían para hacerlo caer (en esto consistía también el ejercicio… ¡bueno así lo quiero creer!), un soldado valluno se tiró al agua del Cauca y lo saco a flote. En aquella ocasión la flaca calavera casi se lo lleva.
Acabado el reentrenamiento, en alguna fecha difusa en mi memoria llegaron unos camiones Kodiak a eso de las 2 de la mañana y nos embarcaron, no sabíamos para dónde íbamos solo lo sabían los comandantes de compañía y el coronel Rubén Darío… (Tampoco recuerdo su apellido), comandante del Batallón de Alta Montaña, quien era un tipo caprichoso y terco que en uno de sus caprichos había llevado un poderoso perro Rottweiller, al que siempre consentía pero al que siempre mantuvo amarrado por su agresividad.
Andamos en los camiones cerca de tres horas y nos desembarcaron en algún punto de la cordillera occidental y comenzamos a treparla. Fueron horas de incertidumbre y miedo ya que esa zona había sido de influencia guerrillera durante mucho tiempo, en el pelotón más bravo en el que iba yo, fue asignado un teniente costeño que siempre decía que él podía oler cuando iba a ver un combate, cuestión que para ese momento era totalmente desconocida para mí. También iba el cabo tercero Alba, un personaje muy serio y calmado con el que también hice en ese entonces una estrecha amistad, y por supuesto también iba el soldado Pollito. En aquella zona llovía todos los días, el clima era espantoso, solo subíamos y bajamos lomas y montañas y cuando no estaba lloviendo estaba haciendo neblina. En un noche nuestra compañía tuvo que atravesar una especie de cañón en el que había un rio de un caudal considerable, (a mí el agua me daba casi al cuello y el soldado Pollito cruzó sobre la nuca de uno de los soldados más altos de la compañía) para luego tener que subir una pendiente muy larga que al paso de toda la tropa dejo liso el terreno.
Nuestro pelotón quedo de último y mi escuadra y yo íbamos cerrando la caravana, de repente una bola negra bajo rodando y dando quejidos. Si señores, como lo están suponiendo, el soldado Pollito se resbaló y lo recibió en sus brazos la madre del rio. Ante este percance me tocó inmediatamente bajar corriendo y sacarlo del agua, subir con él y su equipo de campaña hasta que llegamos a nuestro sitio de campamento. Serían quizás la una o dos de la mañana cuando todos alcanzamos a descansar algunas horas totalmente empapados y yertos del frío. El soldado Pollito nos restaba movilidad por la gran cantidad de golpes que recibió al resbalar y caer desde esa altura al rio. Dos días más tarde llegó un apoyo helicoportado llevándolo al puesto de mando del batallón de alta montaña para ser atendido por los médicos de esa unidad.
Algunos meses después tuve que ir al batallón, no recuerdo el motivo, pero allí estaba Pollito con una venda en la cabeza, lo que me sorprendió demasiado. Entonces me acerque y le pregunte qué le había pasado –pues me parecía extraño que después de varios meses aun tuviera vendajes–, se agacho y me dijo que el coronel le había dicho que le echara de comer al perro, y Pollito sin medir la distancia de la cuerda se acercó mucho y al estar agachado el perro lo mordió en la cabeza. Yo no podía dar crédito a lo que veía y escuchaba, ¿cómo era posible que alguien pudiera acumular una serie de tantos infortunios?, para mí era algo inentendible, pero este personaje nunca se quejó de nada de lo que le sucedía, siempre estuvo recio y digno a pesar de todas las burlas que siempre recibió por su forma de pensar y por su mala fortuna. Hoy, no sé en donde se encuentre pero esté donde esté, sé que sus alas doradas brillan aun en su pecho.