Arnoldo Palacios, el novelista chocoano que encontró en la literatura su Madredediós.
Por: Jorge Alberto Morales Agudelo
- “Ya mi vida en Cértegui se me iba volviendo monótona. Quería salirme del pueblo, irme a estudiar.
Mi papá estaba de acuerdo. Para él, el único inconveniente era la falta de dinero; pero esto podía solucionarse al fin y al cabo.
Mi mamá, en cambio, se oponía a mi viaje a causa de mi «enfermedad», como decía ella.
«Yo estoy en Quibdó, tía Magdalena y tío Venancio. Yo me encargo de Arnoldo»
- les dijo José Laó y los convenció.
«Si esa es su suerte, que se vaya. Esa será su forma de conseguir algún día su madredediós»
-reflexionó mi mamá”.
(Fragmento Buscando Mi Madredediós)
Así, con un tono autobiográfico termina su obra Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera, hijo de Magdalena Mosquera y de Venancio Palacios (minero y ebanista liberal). Quien nació en un corregimiento de Iboldó, hoy municipio chocoano de Cértegui, el 20 de enero de 1924 y murió el 12 de noviembre del año 2015 en la ciudad de Bogotá, a la edad de 91 años. Cértegui, su lugar de origen, es un municipio minero dedicado a la explotación de oro y platino por la técnica del mazamorreo a orillas del río Atrato, pueblo de contrastes, rico en metales preciosos y a la vez inmensamente pobre en cuanto a condiciones de vida digna. El poeta Eduardo Cote Lamus visitó este municipio el 16 de septiembre de 1958, en calidad de Representante a la Cámara por el Partido Conservador, viajó en comisión, el objetivo: la elaboración de un informe sobre las necesidades del departamento, allí recogió un canto popular que dice: “Óyeme Chocó, / Oye por favor, / Tú no tienes por qué estar sufriendo así. / La resignación…” (1977, p: 73)
Siguiendo con el relato de su vida, recuerda Palacios el día en que el maestro Argemiro le preguntó ¿Arnoldo de los Santos te nace ir a la escuela? o ¿quieres prepararte desde ahora para otra cosa en la vida? ¿Qué te dice el corazón?... Arnoldo contestó, «me nace ir a la escuela maestro». Con la convicción de que allí aprendería más del mundo y más palabras de las que solía escuchar cada vez que los mayores lo cargaban… Así se orientaba, con esa decisión, al encuentro de su Madredediós. En su autobiografía, acudiendo a la memoria, dijo: “Me miré desde lejos, contemplé al niño, lo que vivió en sus primeros años de juventud y el hecho de que el personaje hallara su Madredediós”.
Para la época en la que inició sus estudios ya había superado la fiebre maligna que le causó parálisis infantil o poliomielitis, esta enfermedad lo atacó a los dos años y medio de vida, no moriría, pero tampoco caminaría normalmente como todos los niños de Cértegui. La situación particular de Santos como lo llamaba el padre, lo convirtió en un niño observador del mundo, de la naturaleza, atento al diálogo entre los adultos que hablaban de duendes, fantasmas, chamanes, naufragios, la rica tradición oral del Chocó que alimentaría su vida literaria durante toda la vida: “Yo soy casi dogmático en mantener lo que es el Chocó y Colombia en mí”, dijo, indagado por un periodista. (El Colombiano, 2010).
El interés de Palacios por la literatura fue avivado por su padre que era aficionado a la declamación, también por su tío Arcesio que escribía versos con su pluma de oro y el tío Rey dueño de una Biblia, - por la época se pensaba que para leer el libro sagrado era necesario la dispensa papal-. La Biblia fue el primer libro que conoció el niño Arnoldo en su vida, sumado a las lecturas en voz alta de su abuelo paterno de las historias de Las mil y una noches. Palacios contó con la fortuna de que a pesar de haber nacido en una comunidad casi analfabeta, sus parientes cercanos sabían leer y eran aficionados a lecturas, pocas, pero de calidad. Asimismo, años después en la pequeña biblioteca que fundara en Cértegui el maestro Melquisedec Valencia, se encontró con textos como: Amadís de Gaula, Robinson Crusoe, el Cantar de los Cantares, además de títulos editados por la biblioteca Aldeana de Colombia, que enviaba por correspondencia libros de los clásicos de la literatura a los pueblos alejados de todo el país. Basado en este contexto dijo Palacios alguna vez: “Creo que allí comenzó a formarse mi interés por el arte de hablar, de contar historias”. (Mosquera, 2006)
Su debut como escritor ocurrió a los trece años cuando redactó y leyó en público un discurso en honor a una niña muerta que según los nativos “no resistió el desarrollo”, la niña era compañera de juegos de Arnoldo; había encontrado el futuro escritor un camino seguro para lograr su Madredediós, que en el Chocó significa darse por entero al encuentro de lo que se anhela, del pan de cada día y de lo que está después del límite de lo cotidiano. Ir al encuentro con su propio destino (Mutis, 1991).
Al terminar la primaria en Cértegui y estrenando unas cómodas muletas fabricadas por su padre, recibió el apoyo familiar para viajar a Quibdó a continuar sus estudios en el Instituto Carrasquilla donde cursa hasta cuarto de bachillerato, en 1942 viaja a Bogotá con el fin de terminar la secundaria en el Externado Nacional Camilo Torres; que está relacionado con lo que se afirma en la exposición organizada en noviembre de 2013, por Mercedes Angola y otros docentes de la Universidad Nacional de Colombia, llamada “Presencia negra en Bogotá: Décadas 1940-1960”, en la que afirman que los motivos de la migración negra a la capital del país, en esas dos décadas, se sintetizan en cubrir necesidades educativas y laborales, creando luego una pequeña clase media que logra ganar espacio social, económico, político y cultural pese a la persistencia de prejuicios raciales. Pero como diría Hans Mayer ese pequeño grupo social continuaba siendo la excepción, lo normal era que la población negra no podía emigrar por razones económicas y culturales en la búsqueda de mejores posibilidades laborales y educativas, como lo demuestra Irra el personaje de Palacios en Las Estrellas son Negras, que no logró encontrar su Madredediós.
Cuando Arnoldo Palacios llega a Bogotá se encuentra con una generación de afrodescendientes de lujo, con presencia en política, cultura y periodismo, como el Senador Diego Luis Córdoba y el Ministro de Trabajo Ananías Andrade, estos eran los principales políticos chocoanos de la época, aunque este último no era negro. En aquel tiempo también estaban Juan, Delia y Manuel Zapata Olivella, intelectuales cordobeses pertenecientes a la familia afro más importante en la historia del país; el poeta caucano Natanael Díaz; los chocoanos Neftalí Mosquera, abogado y periodista; Rogelio Velázquez, antropólogo y ensayista, fundador de la “Revista Colombiana de Folklor” e iniciador de los estudios académicos sobre los aportes afrocolombianos a la nación; el poeta Jorge Artel; Luis Julián Moreno, agrónomo y primo de Arnoldo Palacios, entre otros.
En el grupo de negros cultos de la capital, circulaban libros de otros afrodescendientes residentes en diferentes sitios del país, como: La historia del negro en Colombia de Aquiles Escalante, Cómo se hace ingeniero un negro en Colombia de Manuel Baena y los cuentos de Carlos Arturo Truque, entre otros. Conjuntamente leen y releen al poeta Candelario Obeso que piensa, escribe y habla con orgullo de ser negro: “Qué trijte que ejtá la noche,/ la noche qué trijte ejtá;/ no hay en er cielo una ejtreya…/Remá, remá./… se cuentan y recuentan la historia de los servicios prestados al Partido Liberal y al conjunto de la nación por negros, como Luis Antonio Robles primer ministro afro en Colombia, presidente del estado soberano del Magdalena, fundador de la Universidad Libre de Bogotá y único liberal en el congreso de Colombia en el año 1892. Así como la gran injusticia ocurrida el día 7 de mayo de 1907 en Quibdó, cuando fue fusilado el poeta, pedagogo y dirigente Manuel Saturnino Valencia, uno de los primeros chocoanos negros e ilustrados, luchador de los derechos de su raza, que fue acusado de incendiario y de atentar contra los intereses de la sociedad blanca en el Chocó. Lo conmovedor es que cuando Valencia es ajusticiado, ya se conocía en los círculos de poder la decisión gubernamental de abolir la pena capital, convirtiéndose éste en el último condenado a muerte en Colombia.
Toda esa generación brillante de afrodescendientes que pensaban su raza, como diría Fidel Cano: “representaban más de media nación”, ellos aportaron la conciencia étnica que no abandonará Arnoldo Palacios durante sus más de noventa años de existencia, quien define tempranamente los rasgos principales de su producción literaria, cuyo tema central sería el Chocó, con su pobreza y marginalidad, sus personajes principales serán negros, pobres y hablarán como viven, como piensan y como se comunican en su medio. Sin embargo, a renglón seguido plantea que lo esencial de su producción literaria es el hombre y sus pasiones, pero el hombre que conoce y vivencia Palacios es el negro. En su visita a la Fiesta del libro de Medellín del año 2011 sostuvo, que el español de los negros se parecía al de sus antiguos amos, debido a su cercanía con ellos evolucionó de una manera distinta al español europeo por eso “pienso que escribo afro en español”. Indagado por el motivo por el cual no escribió una novela sobre Francia, el país que lo acogió por más de sesenta años de vida, dijo, «solo sé de Colombia, del Chocó». Arnoldo que, en sus seis décadas de exilio voluntario, interrumpido por breves visitas al país, incluyendo la de su regreso a cumplir la cita con la muerte, se llevó en la memoria y para siempre su infancia, dejándola plasmada en sus libros: Las Estrellas son negras, La Selva y la lluvia, El Duende y la guitarra, Buscando mi Madredediós, Maravillosa Colombia, Panorama de la literatura negra y Antología maldita.
Sus dos principales novelas, Las Estrellas son negras (1949) y La Selva y la lluvia (1958), antes de ser conocidas por el lector colombiano tuvieron que afrontar cada una su propia tragedia particular. Los originales de la primera, se quemaron en el bogotazo del 9 de abril de 1948. Palacios, pasaba en limpio el manuscrito de su novela, utilizando una máquina de escribir prestada y en un espacio de una oficina pública trabajaba en las noches y dejaba el texto para continuarlo al día siguiente, el edificio estatal fue uno de los destruidos en ese trágico día. El joven escritor afrontó dos grandes tristezas al tiempo, la primera social, derivada de la muerte del líder Jorge Eliécer Gaitán y la destrucción de la ciudad capital, y la segunda personal, la pérdida de la única copia de su primera obra. Pero, Palacios acostumbrado a afrontar la adversidad con valentía se encierra a reescribirla en pocas semanas, aprovechando según sus palabras, que tenía fresca en su memoria la historia; el resultado final fue una gran novela considerada por la revista Semana como la principal del año 1949 y una de las veinte mejores del siglo XX (Revista Semana, 1999). La Selva y la lluvia, por su parte, editada por la editorial Progreso de Moscú en 1958 en varios idiomas -solamente 2.000 libros en español-, no llegó a nuestro país seguramente por el rompimiento de relaciones diplomáticas entre Colombia y la Unión Soviética que siguió a los hechos del 9 de abril, la primera edición de esta novela se conoce gracias al obsequio que Palacios le hace al escritor colombiano Germán Arciniegas en Polonia y al desprendimiento de la familia Arciniegas que decide donar los libros de este gran colombiano a la Biblioteca Nacional de Colombia, logrando de esta manera, encontrar y utilizar una copia de la desconocida novela para que la editorial Intermedio la reeditara en el año 2010. A partir de ese momento, pudimos leer una novela que entre sus muchos atractivos, cuenta con una versión desconocida de los hechos del 9 de abril, contada a través de un personaje de Palacios que en últimas es él mismo.
Arnoldo viajó a París en 1949 con una beca otorgada por el gobierno colombiano para estudiar idiomas, su presencia en la ciudad luz coincide con el auge del movimiento anticolonialista y la presencia de una generación de intelectuales negros franceses, procedentes de Martinica en las Antillas y de África. Se hace amigo de los poetas Aimé Césaire, Franz Fanon y Leopold Sédar Senghor. El primero, famoso por su discurso contra el colonialismo (1955), donde reclama para los negros el derecho a lucrarse de lo mejor de la cultura francesa a cambio de la riqueza que sacaron de las colonias y acuña el concepto de “Negritud” que luego popularizaría en Colombia Juan Zapata Olivella cuando promociona su precandidatura presidencial en 1978, lanzado por el congreso de negritudes reunido en Medellín en 1977; por negritudes se entiende el conjunto de valores de la civilización del mundo negro, cierta manera concreta de vivir en este mundo, ser negro, pensar negro con una visión original del mundo. El segundo, Fanon, también antillano, autor de los Condenados de la tierra y el tercero, Sédar Senghor, primer presidente de la República de Senegal y poeta que le canta a los paisajes africanos y a la mujer negra. Por esta época nace la revista Presencia Africana, editada en Francia; en la que Arnoldo Palacios desde su llegada se convirtió en colaborador habitual, a la vez que sus artículos literarios se publicaron con relativa permanencia en los periódicos: El Tiempo, la revista Semana y Letras Nacionales dirigida esta última por Manuel Zapata Olivella.
Luego de conocer físicamente a Arnoldo Palacios e interactuar por breves minutos con él, (además de lograr su autógrafo en su novela La Selva y la lluvia) y gracias a la experiencia de participar en un par de conversatorios con el autor, escribí un breve artículo sobre su principal novela Las Estrellas son negras. El artículo fue publicado en Medellín por el Pequeño Periódico de Ángel Galeano y expresa lo siguiente:
La novela del Chocó
Conmovedora la novela del escritor chocoano Arnoldo Palacios Las estrellas son negras, escrita en 1948. La historia se congela en el tiempo, el mismo Chocó, las mismas necesidades, la miseria generalizada, el olvido y el fracaso.
El octogenario autor nos visitó en la feria del libro de Medellín (2011), participó en un conversatorio con lectores, entre varias anécdotas se destaca la remembranza de un diálogo con un paisano y contemporáneo suyo que aseguró haber conocido a Irra, el personaje principal de su novela. El autor disfruta con la confusión, sabe que su personaje es de su propia creación, una síntesis de afrodescendientes que luchan por un futuro mejor, cada día más lejano en el tiempo.
La novela logra mantener su frescura y actualidad, desdice de una nación que legisla demagógicamente en contra de la discriminación, pero no hace nada por lograr el desarrollo del inhóspito Chocó y en general de las comunidades negras, conmueve también la falta de solidaridad de los chocoanos, luchan solos por reivindicaciones que pueden conseguir unidos, el individualismo los condena a continuar encadenados a la miseria.
Irra es el prototipo de una juventud afrodescendiente desencantada, perdedora, el autor cruelmente disfruta refregándolo en el pantano del fracaso, en la vida de Irra no existe un rato de felicidad, todo es angustia, desesperanza, búsqueda. Palacios ni siquiera tiene la bondad de terminar con su vida, lo deja vivo, pero herido, prolongando una infinita agonía llena de dolor y que se reproduce entre los de su raza, en el tiempo.
Referencias bibliográficas
Cote, E. (1977). “Diario del Alto San Juan y el Atrato”. En: Prosas Colombianas (pp. 71-115).
- Bogotá, Colombia: Editorial Andes.
Henao, D. (2010). “Arnoldo Palacios en ConversanDos”, Telepacífico. Recuperado de
Mayer, H. (1977). Historia Maldita de la Literatura. Barcelona, España: editorial Taurus.
Morales, J. (2011). “La novela del Chocó”. En: El pequeño periódico, ed. 98, p. 6.
Mosquera, J. (2006). “Las estrellas son negras”. Dominical El Colombiano. Pp. 14 y 15, Julio 9.
Mutis, A. (1991). “Las estrellas son negras”, Revista Quimera. Pp. 33- 38
Palacios, A. (1998). Las estrellas son negras. Bogotá, Colombia: Edición Ministerio de Cultura.
Palacios, A. (2009). Buscando Mi Madredediós. Cali, Colombia: Universidad del Valle.
Palacios, A. (2010). La Selva y la lluvia. Bogotá, Colombia: Editorial Intermedio.
Revista Semana. (1999). “Los 100 libros colombianos del siglo”. Edición N°.882. Marzo 5. pp. 70-91
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1) Jorge Alberto Morales Agudelo. Historiador de la Universidad de Antioquia y Especialista en Cultura Política y Pedagogía de los Derechos Humanos de la Universidad Autónoma Latinoamericana (Medellín).