Frente amplio del Uruguay
Por: Jaime Vargas Ramírez.
Quizás la experiencia unitaria más prolongada de la izquierda en Latinoamérica es el Frente Amplio (FA) del Uruguay. Iniciada en 1971, en pleno auge del movimiento popular, sobrevivió a los embates de una cruenta dictadura militar y lleva hoy tres victorias en línea desde el 2004, año en que el médico Tabaré Vázquez ganó la presidencia, rompiendo la hegemonía bipartidista de blancos y colorados, que dominaron la escena política uruguaya desde 1836.
La llegada al gobierno nacional del FA, no fue, sin embargo, un acontecimiento brusco, sino un proceso de crecimiento electoral paulatino y sistemático desde 1971, interrumpido sólo por la dictadura cívico-militar que gobernó el país desde 1973 hasta comienzos de 1985, cuando se restituyó el régimen democrático con el gobierno del presidente Julio María Sanguinetti.
El éxito obtenido por el FA ha sido objeto de una variedad de explicaciones desde la academia uruguaya. Algunos analistas sostienen una tesis demográfica. Según ésta, el crecimiento electoral del FA reflejaría una tendencia de cambio generacional en el voto, es decir, existiría una correlación positiva entre voto al FA y nuevos votantes. Otros mantienen la tesis de la moderación ideológica o moderación programática, que unida a una política amplia de alianzas llevaron al FA a ubicarse más hacia el centro del espectro político, con la consiguiente ampliación de sus bases electorales. Otra más sostiene que el triunfo del Frente Amplio estaría vinculado al “agotamiento” de la representación de los partidos tradicionales y a un desplazamiento del electorado uruguayo hacia la izquierda.
A los anteriores argumentos habría que adicionarles otros elementos no menos importantes que tienen que ver con las tradiciones democráticas de esa nación y, por supuesto, una cultura de la aceptación de la discrepancia que existe en la izquierda uruguaya, fenómeno poco frecuente en otras izquierdas.
Cabe resaltar que, en el aspecto organizativo, el FA es una coalición de diferentes agrupamientos que no se disolvieron en el frente, conservaron su autonomía, pero pudieron acordar un programa único con el que han ganado el favor de los votantes.
No pretendo pues, en este corto comentario, profundizar sobre conflictos económicos e ideológicos que obviamente tienen que ver con la lucha política que se desarrolla en Uruguay, sino solo observar cómo, en ese pequeño país, las fuerzas democráticas lograron ponerse de acuerdo para gobernar. La experiencia del FA, sin duda, es un ejemplo del que la izquierda de América Latina puede nutrirse, para adelantar las luchas que los nuevos tiempos traen. Obviamente no se trata, como se hizo en el pasado, de copiar grotescamente experiencias ajenas, pero sí de echarle una mirada desprevenida, pero juiciosa, a lo que está pasando con la izquierda en esa hermana República.
En Colombia un aspecto que ayudaría a la unidad, podría ser que algunos dirigentes de la izquierda, se despojaran de un sentimiento de supremacía ideológico y moral, que ostentan en su actividad política.
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(…) “Quienes respaldamos la revocatoria lo hacemos de acuerdo con la Constitución y la Ley, ante el hecho de no contar con otra manera de impedir que su administración le genere daños enormes e irreversibles a Bogotá, tales como el metro elevado, destruir la Reserva Natural Van der Hammen, privatizar la ETB, vender el 20 por ciento de la Empresa de Energía de Bogotá, imponer una cascada de impuestos y subir los pasajes de Transmilenio”. (Apartes de la carta del Senador Robledo a Peñaloza, el 3 de mayo, sobre la revocatoria).
De modo que ahora sí, el Senador Robledo está defendiendo las banderas de la Bogotá Humana, pero en los 4 años de la administración Petro, de ese sector, solo hubo burda oposición. Una prueba más del sectarismo moirista, hoy vestido de amarillo Polo.
Mayo 10 de 2017