Esparciendo palabras florecen sentimientos.

Teresa Consuelo Cardona, nació en Cúcuta, pero desde temprana edad vive en Palmira. Comunicadora Social-Periodista. Ha ejercido su profesión como locutora, periodista de radio, prensa, televisión, medios alternativos, comunicadora organizacional, capacitadora en diversas comunidades, docente universitaria, investigadora y directora editorial. Empezó a escribir poesía a los 5 años de edad y aunque no la publicaba, la fue acumulando en diversos soportes. Cada día, nos da a conocer una pieza poética de su amplio repertorio, a través de las redes sociales.

¿Por qué en sus poemas entremezcla política y religión para dar opiniones?

¡Es inevitable! Creo que política y religión han sido instrumentos para educastrar a la población. Soy atea, pero conozco acerca de muchas religiones y creo que todas ellas son experiencias expeditas que confirman que su método es infalible para llegar a comunidades enteras y explicar cosas, aunque queden mal explicadas o las explicaciones sean absurdas. Yo recojo los eslabones de la cadena polisémica en torno a determinadas palabras y explico otras cosas. Y respecto de la política, considero que es fundamental para comprender lo que sucede en la sociedad. De todos los animales, posiblemente los únicos que pueden entender la política y la religión sean los humanos. Y para ellos es que van mis poemas.

¿Qué efectos percibe al difundir su expresión poética por las redes sociales?

Creo que quien más se ha sorprendido con los efectos de mi poesía, he sido yo. Por un lado, por un asunto de cantidad, ya que en ocasiones noto que un poema es visitado por 14 mil o 25 mil personas. Y que tenga dos millones de interacciones al mes, me parece que ¡sobrepasa cualquier expectativa! Y por otro, por un asunto de calidad, cuando las personas me escriben lo que mis letras les han hecho sentir, o les han despertado o les han mostrado. Y eso, invariablemente, me acerca mucho a la humanidad que reposa en el alma o en el hipotálamo de las personas. Percibo una gran soledad, ahora que somos tantos. Percibo el temor sembrado en el subconsciente colectivo. Percibo el silencio al que se somete la gente para intentar no quedar mal. Percibo la desesperanza de los latinoamericanos y la desconfianza de los colombianos. Percibo el odio de los citadinos. Percibo el desarraigo de los trashumantes. Percibo la frustración de las mujeres. Y siento que, por alguna razón, como efecto colateral, quienes leen mi poesía y me escriben, retoman sus caminos, su dignidad, su valentía. Dura poco, pero al menos recuerdan que la han tenido.

En su vida el pensar y la problemática ambiental y social están presentes.

¿Cómo logra que se reflejen en sus expresiones artísticas?

El arte es la expresión auténtica de lo que somos. Por eso el arte ha reflejado la realidad de sociedades enteras, de sus motivaciones, limitaciones, sueños, esperanzas, frustraciones, creencias. Por lo tanto, me basta ser coherente. Cuando escribo, no puedo separarme de lo que realmente soy, y eso se nota. Los poemas no son autobiográficos, pero son una ventana abierta a mi verdad, mi existencia, mi realidad.

En el país vivimos en medio de la discusión entre los que defienden el proceso de paz y los que demandan por el retorno del “orden establecido” ¿Cuál es su opinión al respecto? ¿Cómo abordar la discusión? ¿Cuáles las repercusiones de la polémica suscitada?

La llamada “polarización” del país, es el resultado de la competencia brutal de las fuerzas en el poder. Y todas las fuerzas en el poder actual quieren lo mismo: Una sociedad atomizada, más fácil de manipular. Creo que en Colombia todos queremos la paz, pero no nos hemos puesto de acuerdo en lo que ello significa. Y lo que significa alcanzar una paz estable y duradera, pasa por confesar que a quienes generaron la guerra, los movió su codicia insaciable y su repugnante desprecio por los pobres. Y que la guerra fue defensiva y creció porque nunca hubo cambios para que el equilibrio económico abarcara a quienes las oligarquías explotaban y explotan actualmente. No han sido honestos en la búsqueda de la paz y por ello hay tantas dudas. Por 6 décadas los “dueños” del país se dedicaron a perseguir y desprestigiar a quienes se resistían a su opulencia salvaje y hoy, no quieren remediar el mal de fondo, sino cambiar los términos de la persecución, a un modo que les permita seguir enriqueciéndose. La lucha armada ya no tenía posibilidades de cambiar la balanza para los colombianos y en cambio, estaba sirviendo de pretexto para desviar la atención de las verdaderas causas que mantienen a los compatriotas en la miseria. Pero no fueron derrotados por ningún gobierno en ninguna época. Por lo tanto, firmar con ellos el desarme en el marco de un proceso de paz, amplio, que no se reduce a beneficios para los exguerrilleros, y llegar a unos acuerdos en los que se garantice su retorno a la vida civil y a la práctica política y electoral, me parece que es un enorme avance que hay que defender contra todos sus enemigos. La discusión es compleja, pero se acaba siempre ante un argumento simple: ¿Qué preferimos, seguirle aportando muertos a esta guerra inútil o usar el momento para darnos un respiro desde acciones no mediadas por la lucha armada? Por seis décadas nos convencieron de que había que odiar a alguien (odiarlos y temerles): A los liberales, a los conservadores, a los comunistas, a los guerrilleros, a los ateos, a los drogadictos, a los “desechables”, y eso, sobre odios ya fomentados con anterioridad, como el odio a los negros, a los indígenas, a los zambos y quién sabe qué más. Esos odios se convierten en el principal enemigo de los Acuerdos, no porque nos odiemos los unos a los otros y ello obstruya nuestro crecimiento como nación, sino porque somos presa fácil de la distracción y de la manipulación de esos odios. Y esa es, probablemente, la principal repercusión negativa: el odio no nos deja pensar en lo verdaderamente importante. La ignorancia del pueblo ha sido un baluarte de las oligarquías, y por lo tanto, la educación es una herramienta a su servicio. Y quien está condenado a la ignorancia, lo está también al miedo. Ese, seguramente, es otro insumo de la polémica. Un colosal miedo al cambio. Con esa mezcla de miedo y odio, no hay posibilidades para los Acuerdos. Por eso se azuza ininterrumpidamente lo uno y lo otro, y lo hacen los “dueños” del país, a través de algunas de sus empresas: Los medios de comunicación.

¿Hay libertad de expresión en el país?

Creo que en Colombia hay censura a la expresión por exceso de ruido. Suena raro, pero se puede entender en que aquí todo el que quiere dice lo que quiere, sin tomarse más molestias que hablar o escribir. Y ello genera una “Torre de Babel” en la que nadie puede comunicarse con nadie, ni entender nada, porque todos se expresan a la vez y terminan imponiéndose por la ley del más fuerte, es decir, del que más grita. Es una estrategia exitosa de atomización de la sociedad, que impide que nos encontremos en un diálogo constructivo, que nos acerquemos quienes deberíamos hacerlo y que mantengamos en sus madrigueras a quienes nunca debieron haberlas abandonado. Ha sido la clave del éxito de una candidata actual, que grita porque eso le redimen aplausos, aunque no diga nada. Grita respuestas sin dejar que le hagan las preguntas. A la gente le gusta eso, porque es lo que vive desde la escuela primaria y cree que goza de libertad de expresión y que quien más grita, más capital expresivo tiene. Pero no, no es cierto. La libertad de expresión se estrella contra la sordera crónica a la que han arrastrado a todo el país y posiblemente, como mecanismo de defensa, el cerebro se niega a procesar. Hay ruido proveniente de todas partes, de los ofensivos locutores, de los indecentes presentadores, de los pastores de todas las iglesias, de los políticos, de los periódicos, de las redes sociales, pero no hay libertad de expresión. El exceso de ruido impide la expresión libre que, si existiera, conduciría a la construcción de una mejor sociedad.


Esperanza

¿A qué le llamas esperanza?
¿Al verde reemplazado de los bosques,
por un marrón ajeno y doloroso?
¿A la sonrisa triste que se escapa del rostro en desaliento?

¿A la mano mendicante,
que desde su miseria se levanta hacia la caridad cristiana?
¿A qué osas llamarle tú, esperanza?
¿A tu sonrisa mediática perfecta?
¿Al proyecto medieval que ahora es tu vida?

¿A tu silencio cómplice asesino,
a tu mordaza de estupidez moderna,
a tus sueños vacíos y a tu agua envenenada?

De qué esperanza hablas cuando gimes al viento
tu pequeño mundo miserable,
el que te da de todo, mientras sirvas
y que te expulsará si abres tu cerebro.

De qué esperanza hablas, lisonjero,
mentiroso, falaz y patrañero.
Si tú no tienes esperanza,
tú la mataste en el Congreso, ayer, de nuevo.


Desvergonzado

Dices tener un solo dios para tu vida,
un solo poderoso dios de fuego
que borra de la piel todas las culpas
que remedia del alma las angustias.

Pero con todos los dioses de memoria
con Vulcano, con Baco y Afrodita
vuelas hacia mí, en ritual sagrado,
en busca del cielo que has negado.

Y en mi mundo tan humano vives
la mejor de tus noches sudorosas,
blasfemas furioso y agotado
exclamas mi nombre, ya saciado.

Regresas a tu tierra infértil,
a tu temor vestido de recato,
a tus mentiras y a tus malos ratos,
y a tu desdichada búsqueda perdida.

Me miras desde lejos impasible,
inmutable, señor del cielo eterno,
y te bebes a sorbos tu delirio
y reprimes tu frenético deseo.

Mientras tanto ocultas tu tormenta
y mostrando tus virtudes inmortales,
te presentas ante el mundo que has creado
y le mientes a tu Dios. ¡Desvergonzado!


Geoerótico

Irrumpes con tus olas en mis playas,
asciendes sin demora mis montañas,
rebasas con ímpetu estos altiplanos
que te esperan con sus valles y sus lagos.

Me miras con pasión por las alturas,
me tomas sin prudencia, sin mesura,
traspasas con tu fuerza mis llanuras
y te sitúas en mis macizas cordilleras.

Erosionas sin piedad mis continentes
y arrastras a tu paso mis cañones,
me llevas sin que pueda detenerte
a la zona abisal de mis pasiones.

Te hundes buceando en mis océanos,
embistes mis cavernas y mis fosas,
arremetes con fuerzas en mi entraña,
y precipitas mi actividad volcánica.

Caldea ardiente mi cinturón de fuego
se avivan en mí, cráter, domo y magma,
y mi lava imparable enfrente de tus ojos
en tu cuerpo estruendosa se derrama.

Ante los caminos que ha recorrido ¿Cómo se describiría?

No tengo una descripción armada de mí. Creo que la voy construyendo con los pasos y las palabras. Pero mirando en retrospectiva, creo que soy una persona que goza de inmensos privilegios, desde su nacimiento. Entre esos privilegios debo anotar a los padres que tuve, completamente diferentes uno de la otra, pero profundamente unidos por lazos de lealtad. El haber vivido en el barrio más marginal de Palmira, debido a mi pobreza, cuenta como privilegio porque sólo así se puede entender la realidad de las personas que habitan este país. Estudiar en escuela y universidad pública, y dar la batalla por la defensa de los derechos, fue otro privilegio. Tener acceso desde muy temprano a la lectura y la escritura, porque mis padres me enseñaron a apreciar los libros y a cuidar el lenguaje como herramienta para poder decir lo que pensaba, son privilegios que me describen. Estar en la academia como docente y como investigadora me mostró las posibilidades y también los eufemismos. Los medios y sus limitantes estéticas y éticas, dibujaban delante de mí realidades inocultables. Estar cerca de comunidades negras, pauperizadas por su condición étnica, me mostró de lo que son capaces las castas sociales a la hora de despreciar a un ser humano. Creo que sí, soy, en resumen, una persona muy privilegiada.

En este mundo donde prevalece el consumismo, lo individual frente a lo colectivo, lo inmediato sin importar el futuro ¿Qué debe hacer el profesor? ¿Cuáles es el papel del investigador? ¿Dónde queda el poeta?

Un profesor que se resigne exclusivamente a transmitir el conocimiento que tiene, por más avanzado que éste sea, ya fracasó por dos razones: La primera, porque una vez lo recibe, posiblemente ya empezó a desactualizarse y segundo, porque el conocimiento que no esté ligado al pensamiento, no sirve de nada, no es útil a la sociedad y puede ser reemplazado por una máquina. La tarea de todo profesor es enseñar a pensar. Y debe usar el contenido programático de su materia como pretexto. Lo verdaderamente importante es hacer que el estudiante sepa qué hacer con el conocimiento que recibe y que tenga consciencia social de su aplicación. Por su parte, el papel del investigador es enseñar a dudar y puede usar varios métodos para ello. La observación es un camino simple que lleva lejos, pero en todos los métodos hay que ir más allá del cumplimiento esquemático de los pasos del proceso científico, hay que saber para qué se investiga y a quien le sirve el hallazgo. El científico debe seguir las normas, pero no debe desaparecer bajo el peso de ellas. Por su parte, el poeta goza de cierta flexibilidad, pero corre el riesgo de perderse en ella. La poesía es un arte y como tal, debe ser una expresión libre del pensamiento, por lo tanto, exige, como insumo insustituible un pensamiento que perfile los sentimientos y sensaciones. Es decir, es el pensamiento el que le da una cierta interpretación al entorno. Todas las personas están expuestas a cosas similares si comparten tiempos y espacios, pero no todas interpretan esos acontecimientos, paisajes, relaciones, situaciones, emociones de la misma manera. La gente lo llama inspiración, pero yo creo que es interpretación. La herramienta que usa el poeta, es el lenguaje y dentro de él, el idioma, bien utilizado, es insustituible en la búsqueda de un objetivo que, seguramente es, dibujar una escena. Algunos lo hacen de manera abstracta y otros, muy concreta. Creo que yo soy de los segundos.

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