Entre la barbarie y la democratización es imperativo tomar partido por la segunda opción
Por: Esteban Morales E
Historiador
Estamos en un momento histórico, no hay ninguna duda. Por primera ocasión en nuestra atormentada historia político-social post Frente Nacional, un candidato con ideas de izquierda (democrática) tiene grandes posibilidades de obtener la victoria en las justas electorales del domingo próximo. Por lo anterior, el voto en blanco es totalmente injustificable para los sectores democráticos, de izquierda, nacionalistas y hasta de centro (es mejor un gobierno plural que permita la oposición y reivindique lo democrático, a uno autocrático y reaccionario evidentemente…). En resumidas cuentas, Petro no es igual a Duque, por lo que la opción de no elegir es vacua. Si la segunda vuelta fuera entre Vargas Lleras y Duque (autómata dirigido por el mesías del Centro Democrático, que no es ni centro, ni democrático), el voto en blanco cobraría sentido, porque en dicha coyuntura hipotética, entre dos candidatos similares, la neutralidad sería opción, ya que por A o por B las cosas desembocarían en el mismo desastre político de los últimos gobiernos, y existiría una posibilidad viable de no comprometerse con dos candidatos igualmente perversos para toda iniciativa democrática-reivindicativa, y que representan claramente el continuismo oligárquico y el clientelismo en su mayor nitidez. Lo que algunos no han comprendido es que Petro está en las antípodas de Duque, y que un triunfo del segundo puede ser un desastre de tamaño colosal para los que no pensamos igual al ventrílocuo, defensor de la constitución decimonónica creada por la dupla de Miguel A. Caro y Rafael Núñez (1885).
Algo resulta evidente a todas luces, y tiene que ver con la constitución de dos bloques antagónicos enfrentados. En uno, toda la clase política tradicional, incluidos el pusilánime de Gaviria (corifeo defensor de una Apertura Económica irresponsable y fatídica), y el casi medieval o Contra-reformista de Ordoñez, nacido unos 600 años tarde (hasta hace poco quemaba libros ‘inapropiados’ y es un alfil del combate contra toda tendencia moderna o ilustrada), que apoyan a Duque. En otro, las fuerzas democráticas y libre pensantes del país, encabezadas por Petro y su propuesta que no es ni socialista, ni castro-chavista, ni estalinista, sino de fortalecimiento democrático, entendido como una serie de iniciativas que a grandes rasgos consiste en la idea de que para hacer cambios sociales de largo aliento y profundo impacto, deben fortalecerse la democracia y las instituciones, lo que no es otra cosa que reivindicar la Constitución de 1991, donde se consigna, desde el artículo 1, que nuestro país es una democracia participativa y plural, idea que muchas veces no se materializa en el contexto real, o más bien, que no se ha llevado a cabo ni antes (década de los 90s), ni en la actualidad, y que de manera reciente ha sido atacada y sojuzgada con férreo espíritu pre-moderno y autoritario:
…Colombia es un Estado social de derecho organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general...
Por la desigualdad entre ambas posturas, visiones, perspectivas, ideologías, consecuencias y efectos, la neutralidad del voto en blanco es cuestionable y debe ser el origen de una reflexión, ya que ambas candidaturas representa dos caminos disímiles. La invitación es a tomar partido por la ruta democrática, plural y social; a apoyar las reformas (tan necesarias) en pro de la democratización; y a cerrar filas frente a la defensa de nuestro país. Votar en blanco es quedarse imperturbable e inerme ante el regreso de la barbarie (con un Congreso favorable y oportunista en su gran mayoría), ante unas perspectivas desoladoras a nivel social e ideológico, ante una postura retrograda y contra-democrática, y ante la reivindicación de los aspectos negativos que tenemos como sociedad por parte de uno de los bandos: el atajo, la corrupción, la falta de transparencia, la simulación, el amiguismo, el caudillismo y el mesianismo.
Ante esta perspectiva el voto en blanco es contraproducente, dañino y perjudicial, además, no tiene coherencia que sea apoyado por los ciudadanos que defienden y reivindican las ideas renovadoras, la sociedad moderna, la pluralidad, la participación, y que se auto-incluyen en la cruzada por la democracia y la equidad. Es una elección inédita y sería bueno entender su importancia y sus particularidades cuando votemos en pocos días.