El rentismo de las empresas tecnológicas
Introducción
En el segundo decenio del siglo XXI aparecieron dos libros, “El capital en el siglo XXI” de Thomas Piketty en 2013 y “Capitalismo progresista” de Joseph Stiglitz en 2019, que rápidamente fueron objeto de comentarios muy positivos por parte de la intelectualidad mundial en el campo de la economía. El interés en dichos libros me llevó a leerlos y después decidí escribir una serie de artículos cortos publicados en el periódico La Bagatela. Lo que me movió a escribir los artículos fue el enfoque teórico de Piketty y de Stiglitz, que en esencia es el mismo, porque considero que aunque tiene elementos de análisis muy importantes, también presenta debilidades. Esos artículos, con pequeños arreglos, aparecen ahora compilados en un solo artículo.
Reflexiones sobre la renta
En el lenguaje corriente y en el institucional de todo el planeta se usa la palabra renta de una forma inadecuada. Por ejemplo, con ella se identifica al ingreso que recibe el capitalista en los distintos sectores de la economía, lo que ha llevado a los gobiernos de los países, a través de sus organismos nacionales y regionales de recaudación de impuestos, a establecer la obligación de las empresas de presentar cada año su declaración de renta. No se tiene en cuenta, o se desconoce, que de acuerdo con el rigor de la teoría económica es ganancia, y no renta, lo que recibe el empresario. Llama la atención, y resulta preocupante, que ningún premio Nobel de economía le haya puesto cuidado a tal confusión. Para ellos, no parece haber inconveniente en decir rentabilidad en lugar de tasa de ganancia de la empresa.
Debemos fijar la mirada en este asunto, porque es completamente errado y tiene consecuencias adversas en el análisis considerar que es natural que el capital, en lugar de recibir ganancia, reciba renta. La renta es una categoría económica del feudalismo, y la reciben los dueños de tierra por permitir que otros la pongan en producción, lo que constituye una extracción de excedente sin aporte alguno de valor a la economía, sólo por tener un título de propiedad. No obstante, la renta pasó a formar parte del lenguaje de la sociedad capitalista y ha alcanzado tal nivel de popularidad que quienes son los grandes creadores de valor en la producción (los trabajadores) también tienen la obligación de presentar su declaración de renta, cuando lo único que reciben es un salario, y en el rigor de la teoría económica renta y salario son categorías completamente distintas.
Pero la popularidad de la renta también se extendió al medio académico. En casi todos los libros de texto de macroeconomía el lector encuentra un capítulo titulado “renta y gasto”, cuando lo correcto es “ingreso y gasto”. Esto que parece no tener importancia alguna, trasciende hasta el punto en que la división de clases de la sociedad termina siendo determinada por el nivel de “renta o ingreso” (clase baja, clase media y clase alta), teniendo en cuenta el monto de “renta o ingreso” que tenga cada sector social, y no por el papel jugado frente al proceso de producción de mercancías (trabajador, capitalista, terrateniente). Precisamente, ahí está presente la diferencia entre la teoría económica convencional y la teoría económica marxista. Cabe aclarar que el ingreso total de la economía, que es equivalente al producto interno bruto total, se distribuye así: salario, ganancia, renta e impuestos. No sobra enfatizar que el papel natural del capitalista es muy diferente al papel natural del rentista.
Esta reflexión sobre la renta viene al caso porque el economista francés, Thomas Piketty, en su libro “El capital en el siglo XXI”, afirma que Bill Gates, dueño de Microsoft, es un rentista y no un empresario modelo merecedor de elogio, como lo presentan Daron Acemoglu y James Robinson, en su libro ¿Por qué fracasan los países?. Igual apreciación tiene Piketty de otras empresas tecnológicas como Facebook, Google, Apple y Amazon. Todos reconocemos el gran aporte de Microsoft en el campo de la tecnología, representado en su sistema operativo Windows, lo cual le permitió una acumulación de riqueza como capitalista a Bill Gates.
No podemos negar el carácter innovador de Google, comenzando con su buscador, que atrapó a miles de millones de usuarios de internet en todo el mundo, y por esta vía logró acumular una de las más grandes fortunas dentro de dicho sector. Lo mismo podemos decir de Facebook, que a través de sus servicios de mensajería y redes sociales ha logrado ocupar uno de los primeros lugares en el mundo de la tecnología. Y el papel de Apple, destacándose en el sector por sus operaciones en el segmento de los estratos altos con su teléfono celular, lo mismo que el liderazgo alcanzado por Amazon en el comercio electrónico, colocan a estas empresas en muy buena posición en el terreno del capitalismo. Entonces, es oportuno preguntar: ¿En razón a qué Piketty califica de rentistas a estas grandes empresas? ¿Será que también, y cada vez con mayor fuerza, están incursionando en los negocios como grandes propietarias de tierra, apropiándose de altas valorizaciones y extrayendo excedente en la forma de renta?
¿Empresarios rentistas?
Aunque la renta es una categoría económica que identifica a una sociedad feudal, y así fue reconocida en sus análisis por los economistas clásicos, Adam Smith y David Ricardo, sobre todo por este último, y por Carlos Marx, el economista francés Thomas Piketty considera que la renta es una expresión del comportamiento parasitario de las más importantes empresas capitalistas del siglo XXI (Microsoft, Google, Facebook, Apple y Amazon), las cuales pese a que representan los avances de la tercera y la cuarta revolución industrial (sector de la información y las comunicaciones, la inteligencia artificial, la robótica), es mucho más lo que extraen de la economía que lo que aportan a ella. En efecto, como resultado de investigación, en su libro “El capital en el siglo XXI”, Piketty encuentra que la fortuna de Bill Gates, dueño de Microsoft, pasó de 4.000 millones a 50.000 millones de dólares entre 1990 y 2010, lo que significa que creció 14,4% promedio anual en términos nominales y 12,4% promedio anual en términos reales (descontada la inflación), 10 puntos por encima del crecimiento promedio anual del producto interno bruto (PIB) de los Estados Unidos, en el mismo período.
Después de un análisis de lo encontrado en su investigación, Piketty concluye que la diferencia entre el crecimiento de la fortuna de Bill Gates y el del PIB de los Estados Unidos, demuestra que su riqueza ha crecido mucho más de lo que se podría explicar por el aporte de su empresa a la economía y a la sociedad. A esta diferencia es a lo que él llama renta. Esto también está ocurriendo, según Piketty, con los demás dueños de empresas tecnológicas, y ahí está la explicación de por qué Bill Gates se colocó en el primer lugar entre los más ricos del mundo durante mucho tiempo (de acuerdo con la revista Forbes), y por qué desde 2017 esa posición fue ocupada por Jeff Bezos, dueño de Amazon. Otra conclusión de Piketty es que el exagerado crecimiento de la fortuna de estas empresas constituye un factor de mucha importancia en la explicación de la creciente desigualdad del ingreso en los Estados Unidos, donde la “clase media” (categoría acuñada por la teoría económica convencional, neoclásicos y keynesianos) tiende a desaparecer, hecho que había sido reseñado en un trabajo del premio Nobel de Economía, Angus Deaton.
La indignación de Piketty frente a esta situación se acrecienta por el hecho de que Bill Gates ha sido destacado por dos economistas, profesores de prestigiosas universidades de los Estados Unidos, James Robinson y Daron Acemoglu, en su libro “Por qué fracasan los países”, como un empresario innovador que tiene bien ganada su fortuna, producto del mérito, a diferencia de la fortuna de Carlos Slim, lograda por medio de actividades especulativas, las cuales comenzaron cuando, con la intermediación corrupta del gobierno de Carlos Salinas de Gortari de México, compró a Telmex (la empresa de telecomunicaciones de ese país) por un precio muy inferior al indicado por el mercado. Esto le abrió el camino a Slim hasta convertirse en el propietario de la operadora de servicios de telefonía celular con mayor poder de mercado en Colombia y América Latina. Piketty, responde a dichos economistas: “No sé casi nada de la manera exacta en que Carlos Slim y Bill Gates se enriquecieron y soy totalmente incapaz de disertar sobre sus respectivos méritos, pero me parece que Bill Gates también gozó de una situación de casi monopolio de facto sobre los sistemas operativos (como ocurre con muchas fortunas creadas en el sector de las nuevas tecnologías, desde las telecomunicaciones hasta Facebook)”, página 489. Lo que afirma Piketty un poco antes de manifestar su desacuerdo con Robinson y Acemoglu, es contundente: “Los empresarios tienden a transformarse en rentistas”.
Es muy difícil atreverse a dudar del rigor de Piketty porque, además del reconocimiento a su investigación y a su obra, con muchos elogios, por parte de dos premios Nobel de economía, Joseph Stiglitz y Paul Krugman, está proponiendo un impuesto altamente progresivo sobre esas fortunas. Sin embargo: ¿Es riguroso considerar que el ingreso obtenido por un monopolio es una renta, y no una ganancia extraordinaria? ¿Será que los dueños de las empresas tecnológicas acumulan riqueza por ser propietarios, y no por ser capitalistas? ¿Será que sus ganancias provienen de la distribución del excedente (plusvalía, según Marx), y no de su producción en toda la economía? ¿Será simple coincidencia que al mismo tiempo que ha aumentado extraordinariamente la riqueza de dichas empresas también se ha profundizado el grado de explotación sobre los trabajadores en los Estados Unidos?
¿Renta o ganancia extraordinaria?
Thomas Piketty, en su obra El capital en el siglo XXI, lanza una crítica a los apologistas del capitalismo salvaje, quienes consideran que la creciente desigualdad en la distribución del ingreso en Estados Unidos en los últimos treinta años es explicada por la aparición de un pequeño grupo de hombres supertalentosos que han acumulado mucha riqueza a punta de innovación y emprendimiento. Al respecto, afirma: “La economía estadounidense fue mucho más innovadora entre 1950 y 1970 que en el período 1990-2010, al menos si se juzga por el hecho de que la tasa de crecimiento de su productividad fue casi dos veces mayor en el primer período”. Y agrega: “La tasa de crecimiento del PIB por habitante en los Estados Unidos fue de 2,3% entre 1950 y 1970, y de 1,4% entre 1990 y 2012” (pág. 568).
Es evidente que para Piketty la segunda revolución industrial (descubrimiento de la energía eléctrica, la radio, la televisión, el cine, servicios de acueducto y alcantarillado, telefonía fija local y de larga distancia, entre otros inventos) aportó mucho más al aumento de la productividad del trabajo (PIB/total de trabajadores empleados) y al crecimiento económico por habitante que lo que ha podido lograrse con la tercera y la cuarta revolución industrial. En otras palabras, según él, fue mucho mayor el empuje capitalista logrado por el avance de la industria manufacturera (automotriz, de alimentos, de electrodomésticos, de textiles, de calzado y muchos otros sectores) después de la segunda guerra mundial que lo aportado a la economía por el descubrimiento de internet y todos los servicios de información y comunicaciones, lo que lo lleva a concluir que las dos últimas revoluciones industriales han alimentado más el sentido rentista que el verdadero sentido capitalista.
Desde una perspectiva teórica distinta a la de Piketty, encontramos que el impresionante enriquecimiento de Microsoft, Apple, Google, Amazon y Facebook, que él llama la “extracción de renta” por parte de empresas tecnológicas convertidas en monopolio, es el resultado de la competencia entre ellas y con otras empresas. Como ejemplo de competencia entre ellas cabe mencionar que Microsoft comenzó como monopolio en el mercado de los sistemas operativos, hecho reconocido por Piketty (véase artículo anterior), pero hoy son Google y Apple las propietarias de los sistemas operativos que permiten el funcionamiento de una gran cantidad de servicios por internet (aplicaciones, redes sociales) en la telefonía celular, aunque el de Microsoft sigue dominando en los computadores.
En el caso de la competencia con otras empresas cabe citar lo ocurrido en la crisis de “las empresas puntocom” en 2001 en Estados Unidos, que sacó del mercado a inversionistas que trataron de competir con las empresas establecidas (Microsoft, Apple, Google y Amazon), con resultados favorables a éstas: “Hubo innovación y, a no dudar, inversión en abundancia. Pero ambas eran insostenibles. Cuando el polvo se asentó, Estados Unidos se había quedado con un enorme excedente de redes de telecomunicaciones, y con un mercado que en muchas áreas vitales estaba más concentrado que antes” (Joseph Stiglitz, “Los felices 90”, Editorial Taurus, 2003, pág. 140). Para ese año, aún no había aparecido Facebook, pero esta empresa entró a la competencia con éxito en 2004 presentando su red social, y después compró a WhatsApp y a Instagram, empresas que constituían una competencia potencial. Adicionalmente, el avance de las empresas tecnológicas significó la desaparición de muchas empresas productoras de música en discos compactos, equipos de sonido, películas en casetes, equipos para poner los casetes, máquinas fotográficas y rollos, radios, televisores, y otras, y la desaparición del comercio de dichos productos.
Todo este proceso de competencia y desaparición de empresas ha generado un aumento del desempleo, debilitamiento de las organizaciones de trabajadores y, como consecuencia, una disminución del salario real y pérdida de participación del salario en el ingreso total en Estados Unidos: “Algo le ocurrió al país entre mediados de los años setenta y mediados de los ochenta: aunque antes de eso la remuneración aumentó en paralelo con la productividad, digamos que un incremento del 1 por ciento en la productividad seguido de un 1 por ciento en los pagos, después se abrió una brecha enorme, y los sueldos aumentaron menos de una quinta parte del incremento en la productividad, lo cual significa que una porción mayor está yendo a manos de alguien que no son los trabajadores” (Joseph Stiglitz, “Capitalismo progresista”, Editorial Taurus, 2020, pág. 73).
El hecho de que se eleven extraordinariamente las ganancias de las empresas tecnológicas al mismo tiempo que cae la participación de los salarios en el ingreso total de la economía, demuestra que el peso de la competencia está cayendo cada vez con mayor fuerza sobre los hombros de los trabajadores. Para que el capital, en general, siga su curso de acumulación ampliada tiene que aumentar la tasa de explotación de los trabajadores. Es bueno tener en cuenta que, aunque aumente el salario real, si la productividad del trabajo crece más, aumenta la tasa de explotación. Esto quiere decir que la tasa de explotación está hoy en los niveles más altos posibles, porque el salario real cae mientras la productividad del trabajo sube, lo que se expresa en una relación (salario/ingreso total) decreciente o, lo que es lo mismo, (ingreso total menos salario/salario) creciente. Esta última relación es lo mismo que excedente/salario o plusvalía/capital variable, esto es, tasa de explotación de los trabajadores.
Es la competencia capitalista y el aumento de la tasa de explotación de los trabajadores en toda la economía lo que explica el extraordinario enriquecimiento de los dueños de las empresas tecnológicas, y no una extracción de ingresos (en forma de renta) a toda la sociedad, por parte de dichas empresas, como lo considera Piketty. Para Piketty, unas empresas tecnológicas parasitarias explotan a la sociedad en su conjunto, cuando lo que ocurre es que dichas empresas, a través de la competencia, producen una caída de los salarios reales en toda la economía y un aumento en la tasa de explotación de los trabajadores. Debemos reconocer el esfuerzo de Piketty para lograr un capitalismo con menos desigualdad del ingreso y la riqueza. No obstante, su propuesta de una tributación extraordinaria a las empresas tecnológicas no es suficiente porque la sobreexplotación de los trabajadores seguramente continuará. Son los mismos trabajadores los que pueden, a través de sus organizaciones sindicales y políticas, enfrentar al capital para mejorar sus condiciones salariales.
Cambio en la acumulación de capital
El paso de la segunda a la tercera y cuarta revolución industrial ha suscitado varias interpretaciones. Para Thomas Piketty y Joseph Stiglitz, mientras que la segunda produjo un gran avance del capitalismo, las dos últimas han constituido un obstáculo porque Microsoft, Apple, Google, Amazon y Facebook se transformaron en empresas rentistas. Jeremy Rifkin, desde otro lado, ha considerado que dicho paso representa la desaparición de la minería y los hidrocarburos como fuentes de energía, y su reemplazo por las energías renovables y no contaminantes, solar y eólica, a través del internet de las cosas. Para Mariana Mazzucato, es el paso del Estado de Bienestar al Estado Innovador, creador de valor (internet) para provecho de las empresas tecnológicas. En términos mucho más políticos, para Antonio Negri es el paso de la concentración de la clase obrera en las fábricas a la expansión de la clase trabajadora en toda la economía; el paso del trabajo material al trabajo inmaterial. Es de resaltar que en todas estas interpretaciones están presentes las empresas tecnológicas como centro de atención. Las interpretaciones de Rifkin, Mazzucato y Negri serán temas de otros artículos.
Es indispensable ahondar más en la reflexión sobre la hipótesis del rentismo de las empresas tecnológicas, para clarificar las implicaciones políticas de las propuestas de Piketty y Stiglitz. Precisamente, Stiglitz en su libro “Capitalismo progresista” afirma que “en torno al 80 por ciento del valor patrimonial de las empresas que cotizan en bolsa es atribuible a las rentas, lo cual representa casi un cuarto del valor total añadido, y buena parte de este está concentrado en el sector informático” (pág. 92). En otras palabras, sólo el 20% de la riqueza de las empresas tecnológicas es explicada por su actividad capitalista, mientras que el resto corresponde a su carácter parasitario expresado a través del excesivo poder de mercado. También Stiglitz, igual que Piketty, encuentra que dicho comportamiento de las empresas tecnológicas explica, en gran parte, la creciente desigualdad en la distribución del ingreso en los últimos cuarenta años en Estados Unidos.
Mirando las estadísticas que reflejan el impacto económico y social de la segunda, tercera y cuarta revolución industrial en Estados Unidos, presentadas por Piketty y Stiglitz, podemos llegar a conclusiones diferentes a las de ellos. Es evidente el notable aumento del salario mínimo real año tras año en el período de 1945-1970 (Piketty, El capital en el siglo XXI, muestra una gráfica al respecto, pág. 339), lo cual indica que la acumulación de capital se llevó a cabo mejorando las condiciones de vida de los trabajadores, gracias a que la productividad del trabajo registró un crecimiento más alto aún. Pero a finales de los años sesenta el salario alcanzó un crecimiento mayor que el de la productividad del trabajo, conllevando una disminución en la tasa de ganancia (excedente o plusvalía/capital total) que cayó más con el aumento de los precios del petróleo a comienzos de los setenta.
Como quiera que lo que mueve a la acumulación de capital es la tasa de ganancia, al caer ésta la inversión en capital constante (infraestructura, máquinas, equipos e insumos) y en capital variable (fuerza de trabajo) también disminuyó y la economía entró en crisis (el PIB comenzó a decrecer). A partir de ese momento se dio un masivo despido de trabajadores, lo que generó un alto aumento del desempleo. La situación de desempleo empeoró más adelante con la desaparición de empresas desplazadas por las nuevas tecnologías en muchos sectores de la producción industrial (música en discos compactos, películas en casetes, cámaras fotográficas, radios, grabadoras y otros) y por la salida del mercado de nuevas empresas que no pudieron competirle a las establecidas en el sector informático (crisis de las empresas puntocom). Como consecuencia, los sindicatos de los trabajadores se debilitaron.
Desde comienzos de los años ochenta el salario mínimo real ha disminuido en forma continua, mientras que la productividad del trabajo aumentó, aunque menos que en los años cincuenta y sesenta. Como consecuencia, la participación del salario en el ingreso (Piketty, pág. 339; Stiglitz, pág. 73) disminuyó. La tasa de ganancia de la economía estadounidense se incrementó, pero sin llegar a los altos niveles alcanzados después de la segunda guerra mundial. Aunque la tasa de explotación de los trabajadores (excedente/salario) en toda la economía aumentó y el salario real cayó, esto no impidió que aumentara la compra de equipos y servicios del sector informático (celulares y computadores), por parte de los trabajadores, con lo que se sacrificaron otros consumos esenciales. Por un lado, las empresas estadounidenses, en general, pudieron continuar la acumulación de capital, pero deteriorando las condiciones de vida de los trabajadores y, por otro, las ventas de las empresas tecnológicas, tanto a otras empresas como a los trabajadores, siguieron aumentando, lo que les permitió obtener una ganancia extraordinaria. A esto hay que agregar las ventas de estas empresas en la mayor parte del planeta.
El paso de la segunda a la tercera y cuarta revolución industrial generó un cambio en la acumulación de capital en Estados Unidos. A diferencia de lo ocurrido con la segunda revolución industrial, con las dos últimas la acumulación de capital ha estado jalonada por un descenso del salario real, aumento de la tasa de explotación de los trabajadores y de la tasa de ganancia. Esto agudizó las contradicciones de la clase trabajadora con el capital. El diagnóstico de Piketty y Stiglitz es que el comportamiento rentista de las empresas tecnológicas afecta a todas las clases sociales y demás sectores de la economía, y lo que se necesita es una mayor intervención estatal para reforzar las medidas antimonopolio y establecer un impuesto extraordinario sobre el patrimonio de los dueños de dichas empresas. Los trabajadores, quienes son los grandes afectados con el cambio en la acumulación de capital que beneficia a las empresas estadounidenses, en general, pero mucho más aún a las poderosas del sector informático, tendrán que enfrentar al capital si quieren mejorar sus condiciones de vida.
Conclusiones
El inadecuado manejo conceptual de Piketty y Stiglitz, expresado en la confusión entre renta y ganancia extraordinaria, los lleva a afirmar que el monopolio de las empresas tecnológicas constituye una fuente de renta. Para ellos, el monopolio es un obstáculo a la competencia, y no su resultado. Este manejo conceptual los lleva a considerar que el monopolio de dichas empresas constituye una anormalidad, y no algo natural, del capitalismo. De ahí se desprenden propuestas de política antimonopolio (política de regulación), que ellos han defendido en sus obras y en medios de comunicación, como la de que se obligue a Facebook a vender WhatsApp e Instagram, o de impedir que Google preinstale sus aplicaciones en los diferentes dispositivos (celulares, tabletas, relojes, televisores), para restablecer un ambiente de competencia. Otra conclusión es que, el inadecuado manejo conceptual de estos autores los lleva a defender propuestas de política económica, como la de un impuesto extraordinario sobre el patrimonio de estas empresas, pero descuidan aspectos fundamentales de la economía política, como que la competencia conlleva crisis y la crisis significa destrucción del capital (desaparición de empresas), aumento del desempleo, deterioro del salario, lo que agudiza la contradicción entre el trabajo y el capital.