DE ZONAS DE INTELIGENCIA EN COLOMBIA: ¿EN DÓNDE ESTÁN?
Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Magister en Educación Superior, Pontificia Universidad Javeriana
Profesor Asociado con Tenencia del Cargo, Universidad Nacional de Colombia
¿Será acaso una exageración afirmar que el mundo actual parece estar gobernado por la tontería? Y no solo a gran escala, de gobiernos de países, potencias y corporaciones. De entrada, cabe descartar este temor si tomamos en consideración una excelente definición brindada por el historiador Carlo Cipolla para lo que es la estupidez, empleada por él para el análisis de diversos episodios de la Historia. En efecto, Cipolla clasifica las interacciones entre los seres humanos, sea entre individuos, sea entre colectivos sociales, con la ayuda de un diagrama cartesiano bidimensional, con sus cuatro cuadrantes. De este modo, en el cuadrante en el que X e Y interactúan de manera que ambas partes salen ganando, tenemos las acciones inteligentes. A continuación, en el cuadrante en el que ubicamos las interacciones en las que X pierde e Y gana, están las acciones ingenuas, aunque caben también aquí las acciones altruistas. Luego, las acciones malvadas corresponden al cuadrante en el cual X gana e Y pierde. Por último, en el cuadrante restante tan solo quedan las interacciones en las que ambas partes salen perdiendo. Ahí, ni más, ni menos, quedan localizadas las acciones estúpidas. Y vaya que éstas abundan como verdolaga en playa según nos lo recuerda una frase que data de la Antigüedad, a saber: Stultorum infinitus est numerus, o sea, que el número de los necios es infinito. En todo caso, contra la estupidez humana, los propios dioses luchan en vano.
En Colombia y Latinoamérica, ni se diga si reparamos con cuidado en su trágica historia, marcada por un largo historial de violencia extrema, expresión misma de la estupidez. En las realizaciones recientes en materia de series televisivas, llama la atención una producción colombo-chilena titulada Sitiados: La otra cara de la conquista, con su primera parte ambientada durante la guerra de Arauco entre los españoles y los mapuches (1598-1601); y la segunda, quince años después, en Cartagena de Indias. Más aún, hay una tercera entrega, Sitiados:México, que transcurre en Veracruz en la segunda mitad del siglo XVII. Son tres series bien logradas que permiten una mejor comprensión de las raíces de la violencia en Latinoamérica, una violencia íntimamente ligada a la concentración de la riqueza en pocas manos y a los obstáculos que han impedido la consolidación del modo científico de entender el mundo en estas tierras, lo cual equivale a decir que tanto en Colombia como en Latinoamérica han sido una verdadera rareza las zonas de inteligencia, un concepto clave elaborado por Morris Berman como parte de sus propuestas para capear el actual período de infausto oscurantismo por el que pasamos en el mundo, el que, según cabe temer, durará no menos de un siglo.
Al reparar con cuidado en el contexto colombiano, ni siquiera cabe imaginar a las universidades y otras instituciones educativas como zonas de inteligencia habida cuenta de que Berman concibe a éstas en tanto creaciones alternativas y antisistema por excelencia. Por su parte, desde México, Gabriel Zaid, al hablar de las que denomina como instituciones de la cultura libre, no incluye a las universidades entre las mismas. Incluso, para decirlo a la manera de Iván Illich, el crítico más lúcido de las contradicciones de las sociedades industriales, las zonas de inteligencia son convivenciales al promover los valores de uso y los ámbitos de comunidad sobre los valores de cambio propios del mercado, del dios Mammón. Así las cosas, resulta una píldora bastante difícil de tragar aquella de plantear la posibilidad de que las universidades colombianas puedan concebirse cual zonas de inteligencia al estar postradas ante la teología económica neoliberal y su “buena nueva”, máxime al ser aquellas parte inevitable de la crisis presente de los intelectuales dada su cooptación por el liberalismo económico. Más aún, este cáncer carcome a otras instituciones fundadas o regentadas por egresados de las mismas, como, por ejemplo, en ciertas instituciones pensadas, según se afirma, para el fomento del estudio de la astronomía, en las que no ha faltado, de todos modos, el afán por recabar recursos económicos mediante iniciativas de escaso valor científico tales como la venta de almanaques astronómicos, cartas celestes y souvenirs, amén de los proyectos de viajes turísticos a sitios que, se supone, son importantes desde el punto de vista astronómico, iniciativas que, como quiera que sea, no promueven los valores de uso y los ámbitos de comunidad en modo alguno. Además, otras iniciativas que, en un principio, fueron promisorias, como mensuarios y circulares, quedaron abortadas dada la falta de disciplina y tesón para sostenerlas. He aquí entonces un buen ejemplo de un certero juicio emitido hace décadas por el científico más brillante del mundo hispano, don Santiago Ramón y Cajal, juicio que no queda limitado a su España natal, sino que vale para todo el mundo hispano: “Salvadas las inevitables excepciones, paréceme que en España, al revés del Extranjero, los hombres de arte o de ciencia se asocian para descansar…, a veces sin haber trabajado nunca”. Sencillamente, como nos lo dice con tino Marcelino Cereijido, los hispanos carecen de ciencia. Y aun si la tuviesen, no sabrían qué hacer con ella.
Más aún, cabe explicar en parte la crisis civilizatoria en curso como una consecuencia inevitable de la deriva, por no decir que la involución, experimentada por la educación en el mundo durante las últimas dos centurias, cuando menos, lo cual ha conducido al panorama presente de una educación que ha ido vaciando cada vez más los currículos en lo tocante a contenidos tecnocientíficos y humanistas en favor de un énfasis desmedido en formas de educación que tienden a privilegiar mucho más las emociones y los afectos so pretexto de promover una “escuela democrática”, toda una contradicción en los términos al perderse de vista que la democracia es todo un sistema, con partes que, forzosamente, interactúan entre sí, por lo cual la educación actual es antiintelectual como la que más, otra expresión de la necedad. Junto con esto, asistimos a una corrupción generalizada en el mundo educativo, tanto que, entre otros organismos, la UNESCO le ha concedido bastante atención, como en una publicación del año 2010 titulada Escuelas corruptas, universidades corruptas: ¿Qué hacer? Los autores son Jacques Hallak y Muriel Poisson. De esta suerte, no cabe aplicar hoy día a la universidad la definición decantada en su tiempo por José Ortega y Gasset: la inteligencia como institución.
Ante este panorama dantesco y tan poco halagüeño en relación con universidades y asociaciones, cabe preguntarse en cualquier caso si existen zonas de inteligencia en Colombia que permitan ayudar a preservar lo mejor de la ciencia y la cultura dado el peligro de desaparición de las mismas que implica un período de oscurantismo como el que está en curso desde hace un buen número de años. ¿Acaso los llamados medios alternativos? No necesariamente habida cuenta de que la izquierda está así mismo en crisis, al punto que, en ocasiones, ni siquiera cabe distinguirla de la derecha. ¿O el mundo de las editoriales, las revistas, los periódicos y las emisoras de radio? En principio, solo cabe está opción para las instituciones que sean en realidad independientes. De facto, Morris Berman brinda buenos ejemplos a este respecto en lo que a Norteamérica concierne. En el caso de Colombia, algo tenemos en esta categoría, si bien no faltan los inconvenientes propios de la crisis actual de los medios de comunicación. Al fin y al cabo, como dice con notorio sentido común el general y político romano Aulo Plaucio en la serie televisiva Britannia, con motivo de la conquista de la isla en el siglo I d. C., la mejor manera de dominar a un pueblo estriba en derrotar a sus dioses, no tanto a sus reyes o ejércitos, esto es, la derrota de los medios empleados para el control de las mentes de las personas. En otras palabras, Aulo Plaucio era bien consciente del enorme poder que tenían los druidas.
En otra buena serie televisiva, Outlander, ambientada en la segunda mitad del siglo XVIII, apreciamos con dramatismo los problemas que acarrea la dependencia económica a propósito de la independencia de juicio y acción. En efecto, uno de sus protagonistas, James Fraser, escocés de nacimiento, a causa del contrato que ha suscrito con el entonces gobernador inglés de la colonia de Carolina del Norte, William Tryon, por el cual le ha concedido 4000 hectáreas de tierras para su colonización, ha quedado entre dos fuegos a la hora de verse obligado a perseguir, para ejecutarlo, a su padrino, Murtagh Fitzgibbons Fraser, líder de los reguladores, o sea, los hombres de algunos condados de dicha colonia que se amotinaron contra el gobierno inglés con el fin de reducir los impuestos, una parte de la antesala de la revolución americana. Por el estilo, si observamos con detenimiento, el trabajo asalariado suele restringir sobremanera la autonomía de los seres humanos. De aquí que, en el mundo universitario, veamos la postración antedicha ante el dictum neoliberal y la evanescencia del indispensable compromiso intelectual. Es justo lo que tenía bien claro el filósofo griego Diógenes de Sinope cuando optó por vivir en un tonel para hacer de la pobreza una virtud, lo cual explica porque pudo hacer gala de una gran independencia de juicio, al punto de mandar al cuerno al mismísimo Alejandro Magno. Más aún, al seguir la historia occidental de los últimos siglos, salta a la vista que la creación de las academias científicas y los sistemas de concesión de premios han tenido como objetivo principal el control de los científicos por parte de los Estados y las corporaciones sin ir más lejos. Nada como tirarle un hueso a un perro para domesticarlo. Y Colombia no es la excepción.
Ante la crisis patente de los entornos institucionalizados, conviene reparar en una idea expresada por Leonardo Boff, teólogo, ex-sacerdote franciscano, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño, a propósito del manejo de la crisis ecológica, una idea que muestra el escepticismo frente a las instituciones y los Estados. Se trata de lo que él denomina como las revoluciones moleculares, es decir, las conversiones que cada persona puede experimentar a escala individual y que le llevan a hacer algo al respecto, sin esperar a que el Estado u organización alguna haga algo, si acaso se pudiese albergar alguna esperanza en este sentido. Además, es una idea en perfecta sintonía con otros aportes significativos, como es el caso de las sociedades convivenciales concebidas por Iván Illich desde Cuernavaca, México. En fin, para decirlo a la manera de Leonardo Boff, las soluciones para la Tierra no vendrán del Cielo. En concreto, en lo atinente a las zonas de inteligencia, cabe señalar iniciativas como las que pueden llevar a cabo profesores de los diversos niveles con el fin de preservar lo mejor de la literatura, el arte, la filosofía, la historia, la ciencia y así por el estilo, combatiendo así la machaconería y el achabacanamiento; cineastas independientes como Michael Moore; revistas como la canadiense Adbusters (adbusters.org); editoriales independientes diversas; etcétera. En Colombia, pese al panorama dantesco señalado más arriba, cabe reparar en la existencia de editoriales independientes con motivo de las ferias del libro, las que aportan un soplo de aire fresco en medio de tanta sordidez. Ahora bien, en principio, cabría esperar algo en este sentido por parte de algunas librerías que dicen tener un compromiso con la cultura y su fomento. Empero, la necesidad permanente de ellas por lograr ganancias con el fin de solventar y superar sus gastos suele dar al traste no pocas veces en lo que a la alta cultura concierne. Poderoso caballero es don Dinero.
En particular, hasta hace unos pocos años, existió una iniciativa realmente promisoria en esta dirección en la ciudad de Medellín. Se trata de la Universidad Nómada, un movimiento internacional concebido como una red de autoformación, investigación y producción de conocimiento integrada en la Fundación de los Comunes, España, el cual es todo un laboratorio de ideas que genera pensamiento crítico desde los movimientos sociales, con grupos de investigación, edición, formación, espacios sociales y librerías, red que comprende a intelectuales y activistas comprometidos de varios países. Por desgracia, en el año 2016, falleció, todavía muy joven, el alma que movía esto en Medellín, el filósofo y profesor universitario Carlos Enrique Restrepo Bermúdez, caracterizado por una gran calidad humana. Desde entonces, ha quedado ralentizada en extremo en la ciudad la actividad correspondiente, algo de lo más preocupante con motivo de la presente crisis civilizatoria. Recordémoslo: está en juego la preservación de lo mejor de la ciencia y la alta cultura. Después de todo, esto le ha costado a la humanidad una gran cantidad de esfuerzos y sacrificios a lo largo de siglos y milenios. De no evitarse tamaña perdida, será menester aguardar un largo, lo que se dice largo, tiempo para salir del actual oscurantismo y despertar a un nuevo período de renacimiento. Eso es justamente la Historia: una alternancia entre períodos de oscurantismo y renacimiento, un eterno retorno.
Entretanto, contra la estupidez humana, los propios dioses luchan en vano.
Fuentes relevantes
BERMAN, M. (2011). El crepúsculo de la cultura americana. México: Sexto Piso.
HALLAK, Jacques y POISSON, Muriel. (2010). Escuelas corruptas, universidades corruptas: ¿Qué hacer? París: UNESCO.
RAMÓN Y CAJAL, Santiago. (1941). Charlas de café: Pensamientos, anécdotas y confidencias. Buenos Aires: Espasa-Calpe Argentina.
SÁNCHEZ TORTOSA, José. (2018). El culto pedagógico: Crítica del populismo educativo. Madrid: Akal.
ZAID, Gabriel. (2013). Instituciones de la cultura libre. En: Letras libres, N° 173, pp. 6-8.