La lucha y la utopía en el siglo XXI vistas desde Los Miserables de Víctor Hugo.

Por: Juan Orlando Bonilla Peñaloza.

Víctor Hugo y Los Miserables

Sin miedo a equivocarme puedo decir que Los Miserables ha sido la obra literaria mejor librada en sus adaptaciones comerciales. Las diferentes versiones musicales de la novela han tenido bastante reconocimiento en algunas de las principales plazas del teatro mundial (París, Madrid, Nueva York), algunas de sus múltiples versiones cinematográficas han tenido un reconocimiento especial: la versión de 1998 (protagonizada por Liam Neeson, Geoffrey Rush y Claire Danes) se ha transformado en uno de los clásicos del cine de Hollywood y la versión de 2012 fue premiada con tres premios Oscar; esto sin contar las otras muchas versiones teatrales, televisivas y cinematográficas que se han hecho de esta gran novela. Pero, pese a la altísima calidad de las producciones inspiradas en ella, no puede negarse que la novela original tiene un valor agregado: su alto contenido de análisis histórico y drama político.

Víctor Hugo fue un referente tanto en su época como para la posteridad. Nace en 1802 en Francia en una familia de escritores y dramaturgos, a diferencia de muchos autores más bien conformistas, Víctor Hugo se caracteriza por el gran compromiso político de su obra, lo que le vale salir exiliado en 1852. Aun así, logró ser tan representativo como autor, dramaturgo y como ciudadano que fue reconocido a su muerte con un funeral de estado. En su novela más representativa, Los Miserables, podemos ver personajes complejos, cuyo actuar esta guiado, más que por una idea de “bien” o “mal”, por la dureza de las circunstancias, también es característica la constante reflexión sobre la historia de la nación francesa y la relación directa de esa historia con la condición y el drama humano, sin duda un gran clásico universal.

Contexto

Para este artículo voy a tomar como referencia el clímax de la obra: Víctor Hugo nos ubica en el año 1832, en el reinado de Luis Felipe I de Francia. El autor nos habla de un escenario político caldeado, dos años después de la Revolución de Julio que llevaría justamente a Luis Felipe al poder. Organizaciones de jóvenes republicanos, bonapartistas, liberales y de otras denominaciones políticas habían logrado tener un efecto importante a la hora de la movilización social y política, pero en un sentido más bien subterráneo, ya que dentro del régimen monárquico constitucional francés aquellas expresiones tenían poca cabida. Habían pasado casi 2 décadas desde la caída de Napoleón y todavía el temor al surgimiento de personajes de este tipo era una de las características de la política nacional francesa. Nos comenta el autor que en junio de tal año muere el general Lamarque, un antiguo héroe republicano, y el rey, en un intento de congraciarse con el pueblo decide darle un funeral de estado. Algunas organizaciones políticas descontentas con la monarquía toman esos funerales como la ocasión para generar una revuelta que derroque al régimen, ahí es donde entra nuestro relato.

Como nos muestra Víctor Hugo en su obra, para aquel momento la lucha callejera estaba marcada por la existencia de las barricadas y es justo en una barricada que el autor ubica a los personajes de su drama. Pero, ¿qué es una barricada? Puede parecer una pregunta obvia, dentro del contexto de las luchas estudiantiles colombianas no son raras estas estructuras improvisadas, consistentes en muebles, escombros, basuras, etcétera, alineadas a modo de muralla para albergar a los insurrectos durante el motín. Pero vale la pena señalar que gran parte de la historia nacional francesa está construida justamente en torno a las barricadas. Fueron las barricadas de 1789 las que dieron inicio a la Revolución Francesa, las de 1830 iniciarían el reinado de Luis Felipe y las de 1848 lo finalizarían dando inicio a un segundo periodo republicano, sin contar las muchas que no lograron ningún cambio político sustancial como las de 1793, 1795, 1832, entre otras. Son tan importantes las barricadas en la historia de las insurrecciones francesas que Renato Ortiz en su texto Benjamin en París señala que varios de los barrios más políticamente activos de la Ciudad Luz fueron reemplazados por grandes avenidas en los primeros años del segundo Imperio (1853-1870), entre otros motivos, para evitar la formación de barricadas.

Volviendo al relato: Víctor Hugo nos habla de una barricada construida en medio de los disturbios de junio de 1832 con los muebles de un bar y otros escombros en una callejuela de tres salidas. El escritor sitúa a uno de sus personajes, un joven activista conocido como Enjolras, como el líder de este reducto. En las horas de la noche, después de una escaramuza con la Guardia Nacional y de convencer con un conmovedor discurso a cinco de sus compañeros para que abandonaran la barricada y salvaran su vida disfrazados con los uniformes de los guardias nacionales caídos en el combate, Enjolras emite un potente discurso que toca asuntos que trascienden al tiempo y a los pueblos. A continuación algunos aspectos fundamentales:

Apartes del discurso de Enjolras.

    Ciudadanos: ¿Os imagináis el porvenir? Las calles de las ciudades inundadas de luz, ramas verdes en los umbrales, las naciones hermanas, los hombres justos, los ancianos bendiciendo a los niños, lo pasado amando a lo presente, los pensadores en completa libertad, los creyentes iguales entre sí: por religión, el cielo, por sacerdote, a Dios; la conciencia humana convertida en altar; extinguido el odio; la fraternidad del taller y de la escuela; por penalidad y por recompensa, la notoriedad; el trabajo, el derecho, la paz para todos; no más sangre vertida, no más guerras; ¡las madres dichosas! (…)

Se muestra como fin último de las luchas sociales el alcanzar un estado ideal de humanidad, en donde se marca claramente la presencia de los ideales que inspiraron los primeros años de la primera Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Este futuro utópico se muestra como fruto de una idea superior a la de nacionalidad y a la de religión, un espacio en el cual los conflictos se ven superados y todo gira en torno a aquellas cosas que, según el discurso idealista, engrandecen al hombre.

    (…) ¡Ciudadanos!, el siglo diecinueve es grande, pero el siglo veinte será dichoso. Entonces no habrá nada que se parezca a la antigua historia; no habrá que temer, como hoy, una conquista, una invasión, una usurpación, una rivalidad de naciones a mano armada, una interrupción de civilización, por un casamiento de reyes; no habrá que tener un nacimiento en las tiranías hereditarias, un reparto de pueblos acordado en congresos, una desmembración por hundimiento de dinastías, un combate de dos religiones al encontrarse frente a frente; no habrá ya que temer al hambre, la explotación, la prostitución por miseria, la miseria por falta de trabajo, el cadalso, la cuchilla, las batallas, y todos esos latrocinios del acaso en la selva de los acontecimientos. Casi pudiera decir que no habrá acontecimientos. Reinará la dicha. El género humano cumplirá su ley, como el globo terrestre cumple la suya; la armonía entre el alma y el astro se restablecerá; el alma gravitará en torno a la verdad, como el astro en torno de la luz. (…)

Este fragmento, junto a otros en los que habla de la importancia del desarrollo científico en el porvenir de la humanidad, nos deja claro que en la mente de Enjolras (y de muchos revolucionarios del siglo XIX) el futuro se muestra prometedor. El sentido de la lucha está en generar las condiciones para la llegada de un progreso que de seguro ninguno de los insurrectos junto a Enjolras verá. Se combate por el fin de los combates. Por un mundo sin gobiernos ineptos, donde el hombre recupere su dignidad y el universo la armonía.

    (…) El día se abraza con la noche y le dice “voy a morir contigo, y tú vas a renacer conmigo”. Del estrecho abrazo de todas las aflicciones brota la fe. Los padecimientos traen aquí su agonía, y las ideas su inmortalidad. Esta agonía y esta inmortalidad van a mezclarse y a componer nuestra muerte. Hermanos, el que muere aquí, muere en la irradiación del porvenir, y nosotros bajamos a una tumba iluminada por la aurora.

Con este fragmento poético, cargado de la conciencia de la derrota y la conciencia de la muerte inminente termina Enjolras su intervención. Concluyendo que más que perder la vida, los defensores de la barricada van a ganar terreno en el camino hacia aquel brillante porvenir.

Siglo XIX

¿Qué pasó entonces con estas ideas revolucionarias? En Francia las tensiones sociales causadas por el reinado de Luis Felipe fueron aumentando hasta que en 1848 las barricadas derrocaron al rey, el mismo año se redacta el Manifiesto del Partido Comunista el cual le dio una perspectiva distinta a las luchas políticas que sucedieron en adelante. Con la organización y posterior expansión del Partido Comunista los discursos revolucionarios utópicos fueron abandonados gradualmente. El discurso de la lucha de clases (proletariado vs burguesía) se impuso de una manera tan hegemónica que llegó a desconocer y rechazar abiertamente toda la tradición de movimientos sociales que ya se venían gestando en Europa desde la misma Revolución Francesa (Marx rechaza frontalmente a todas las teorías socialistas previas a la aparición del Manifiesto y Lenin desde sus escritos se encarga de desacreditar la tradición anarquista rusa). La palabra ciudadano como idea radical es reemplazada por camarada o proletario dentro del argot de la lucha política y la utopía romántica es reemplazada por el socialismo marxista como fin último de la lucha.

Tanto las utopías románticas como las teorías marxistas tienen en común el elemento de la fe ciega en el progreso, en ambos futuros ideales se plantea que la humanidad llegará a una etapa de desarrollo específica en la cual se eliminarán todas las necesidades y sufrimientos que la aquejan. En su ensayo Decepción de la Idea de Progreso Georges Canguilhem nos muestra que la fe ciega en el progreso fue una característica común de las filosofías, teorías sociales e incluso las teorías científicas del siglo XIX, a tal punto que se puede decir que el socialismo científico de Marx está emparentado con la teoría de la evolución de Darwin. Canguilhem nos muestra en su escrito como la humanidad llega al siglo XX esperanzada en que la técnica y la ciencia mejorarán las condiciones de vida y llevará la paz a todos los pueblos, pero las grandes matanzas en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial acaban con la esperanza en la técnica y los horrores cometidos en los campos de concentración y la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial, llevan a hacer desconfiar de la ciencia. Fue en ese punto donde el futuro lo único que le ofreció al ser humano fue la promesa del desenlace de la Guerra Fría, una lucha solapada entre dos superpotencias carroñeras (EE.UU. y U.R.S.S.) la cual, en la mente de muchos, prometía ser apocalíptica (Gabriel García Márquez lo deja claro cuando en su discurso de aceptación del Nobel habla del peligro de la guerra nuclear).

En 1989 la Unión Soviética empieza el camino a su desintegración, la cual fue precipitada por una gran cantidad de circunstancias adversas como el fracaso de la aventura militar en Afganistán, el desastre de Chernóbil, la caída del Muro de Berlín, el desgaste de la carrera espacial y el fortalecimiento de los movimientos de oposición internos al imperialismo soviético. Ni bien terminada la Guerra Fría fueron varios los pensadores aliados con la superpotencia ganadora (Estados Unidos) que, como Francis Fukuyama, salieron a las calles a arengar el fin de la historia, afirmando que la humanidad ya había alcanzado el mejor de los futuros posibles, que las guerras desaparecerían como por acto de magia y que el año 1989 era el inicio de la gloriosa carrera a la felicidad. ¡Cuán equivocados estaban! En el tercer mundo los fenómenos de violencia creados por el conflicto ideológico mutaron de formas inesperadas, alimentados por el narcotráfico, el tráfico de armas y el petróleo, entre otros. Estados Unidos aumentó exponencialmente sus intervenciones militares alrededor del mundo. La redefinición de poderes en varias de las antiguas repúblicas comunistas fue inesperadamente violenta (por muchos años la definición académica de genocidio ha sido tomada de las actuaciones de los bandos enfrentados en la Guerra de los Balcanes). Esto sumado a la continuación del conflicto árabe-israelí incluso después de la desmovilización de Yasser Arafat y la OLP, los sangrientos conflictos armados en África, el fortalecimiento de los movimientos yihadistas y el discurso antiterrorista estadounidense con sus nefastas consecuencias ha hecho que el “mundo feliz” de Fukuyama sea menos que una invención.

La utopía que clamaba Enjolras desde la barricada parisina ha muerto. La sociedad de consumo ha creado ciudadanos cada vez menos interesados en trabajar por un futuro brillante como lo planteaban los románticos. Ahora se trabaja para sobrevivir, mientras se sobrevive para consumir. El surgimiento del neoliberalismo y la desaparición del estado solidario han contribuido al fortalecimiento de los individualismos.

Los nuevos movimientos políticos y sociales alternativos poco o nada pueden hacer en un mundo donde los cambios sociales ya están mediados por el mercado. Quienes se presentaron como salvadores en este siglo XXI se quedaron cortos: la llamada “primavera latinoamericana” pasó de ser la consecuencia de las intervenciones estadounidenses en el subcontinente a ser la causa de una progresiva derechización alimentada por los muchos escándalos de corrupción protagonizados por sus líderes, la “revolución bolivariana” agoniza dolorosamente en medio de hambrunas y oleadas de violencia justamente por no haber sido revolución (el utilizar petrodólares para hacer “socialismo a la brava” no puede compararse con verdaderos cambios sociales estructurales), el movimiento de los “indignados” fue rápidamente captado por partidos políticos oportunistas, la movilización masiva que logró Anonimous en torno a la libertad de la información solo sirvió para configurar las redes clandestinas por medio de las cuales las mafias comercian toda clase de mercancías (incluso seres humanos), la “primavera árabe” fue utilizada como pretexto por la administración Obama para neutralizar a sus enemigos políticos en Medio Oriente teniendo como resultado eventos increíblemente trágicos como la Guerra de Siria y la gran oleada de refugiados que cruzan a diario hacia Europa.

Si a esto le sumamos el hecho de que la progresiva profesionalización y tecnificación de los ejércitos hace impensable el triunfo de un movimiento popular sin el apoyo de las fuerzas militares (justamente fue el apoyo de un gran sector del ejército lo que posibilitó la caída de Mubarak en Egipto) vemos que ya no hay espacio para una acción revolucionaria independiente. ¿Podremos reconstruir la esperanza?

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