Fanzines. Andante voces y trazos

Arturo Neira Gómez (compilador).
Seis poemas de Andrés Barbosa Vivas1
Habré de ir / de puerta en puerta /
y de calle en calle / sin cuerpo para mí…
Sol2
Me gusta ver a Sol ponerse la bata azul con las cortinas abiertas
descubrir su pecho y beber su bondad
me gusta ver arder su belleza
poner con mi beso tres palomas en el viento que mira
recorrer la suavidad de sus manos como dedos que acarician el follaje.
Me gusta ver amanecer la vida con un remoto sabor a miel
y nuestros corazones jugando con la fragancia de las amapolas que
vierte pétalos al interior de la casa, mientras corren sus saltitos.
A su lado
en mis manos vacías florece la vida
y soy el hombre de bolsillos rotos más afortunado.
Esta noche
pude entregarle los poemas que aprendí
para cuando se me olvidaran las palabras
a quien el exilio había desnudado.
Cansado de estallar contra los muros
de morir de pie
partí a un paraje oscuro...
sólo vino la muerte a acompañarme.
Terrígena
Me atrae tanto la Tierra, que debo mirar al cielo
para soñar.
Una ciudad se erige entre montañas
como en una jaula de esmeraldas.
Yo sé clavar la mirada lejos
para saber hasta dónde va nuestra residencia
(la mente se fija más, mientras más se extiende)
y estoy tan descalzo, que me faltan alas
para recorrerla
o grandes raíces
para romper todos los muros.
De obsidiana
Vengo de la tierra mordida por los perros,
de las conspiraciones y los oprobios,
del frío plomizo sobre toda la existencia,
de la selva sabia y guerrera
al caos similar de las calles.
Vengo de las luchas intestinas,
no el feto desechado de la guerra,
el enfermizo impulso muscular por acrecentarse
y cómo a esta alma de acero le hablan las cosas elementales
le cuentan sus secretos
unas desarrollaron espinas ante la barbarie;
otras, bellos colores;
yo desarrollé mi silencio,
la capacidad mental,
la explosividad incesante que imprimo en cada uno de mis actos.
Soy de un material antiguo, probado por los sabios,
vengo del fondo de la Tierra, me forjó la tristeza
soy la santificación del dolor
mantente conmigo hasta el final y te daré un secreto
sólo a los más altos los revelo
mi alma es verde y doy visos negros.
Estancias
Soy del norte pobre, de debajo de las Lomas de nubes
hechas de estelas de aviones idos en picada de donde los desconocidos
nos saludamos
al toparnos
para sacudirnos el rótulo de ciudadanos.
Mi sombra de niño triste
vaga entre estas vías, casa de bahareque
y la posible luna
más resplandeciente que el oro,
en diminuto cuarto menguante.
Y antes de partir a la ciudad que amo
creo ver rostros de sus habitantes;
mientras descienden de los terraplenes
siento las yemas de la música rozarme el
pecho
lentamente.
Poemas del libro Callenígenas
Francisco Urrea Pérez3
Despeñados
Se van desgraciando como un globo
incendiado, después de fumarse las
lunas y los estíos.
Sedientos de casi todo y plenos de vagas espesuras,
dejan su piel a la intemperie sobre el vasto hormigón,
con sus almas raídas por el desprecio.
Se desploman lentos y nauseabundos camino de la morgue.
Mirada errante
En la corriente del río ya seco donde se lava el alma
Tenebrosa sequía que calcina toda esperanza
Aúlla allí, la mirada errante.
Resonancias
Por allá, donde taladra el alma.
Se vierten imágenes, voces, olores y sabores, todos gratos.
Ese aroma de café recién hecho y luego,
esa dulce voz, que llama al desayuno,
al almuerzo y a la cena.
Son ecos desconocidos que se explayan
en la desesperanza y se nutren con el
hambre y la miseria.
Crudeza
Andaduras pedantes en el juego sucio de la vida,
convertidas en pasos heridos por la indigencia.
Pasos que otros olvidaron, que los propios botaron y los
transeúntes consideran de su no incumbencia.
Son los pasos tirados en la calle, que solo tienen la calle
por verdugo y la calle por compañera.
Me llaman
Son unas voces que vienen de adentro.
Ecos, cantos, susurros.
Verbitos de arena solazándose sobre
una playa lúcida camino de la esquizofrenia.
Tal vez sea que mi voz de arena
es una piedra que me parte la existencia.
Abrazo de calle
Cerrar bien el puño para golpear la existencia. Esa vida que llevo sin ti y sin mí.
Mi golpe cual badajo es una campanada,
un tañer para quien no me puede escuchar, tú.
Mi mano cerrada es un manto dentro del cual te abrigo
para que de mi memoria no te mueras.
No quiero olvidarte. No puedo olvidarte. De mi ya me olvidé.
Solo me quedas tú y a ti me abrazo.
Abrázame fuerte, calle mía, calle amiga, siempre tú.
Pasan
Tengo el hambre herida de pan y muerte.
Mi hambre tiene sed y mi sed hurga en el piso frio una limosna.
Los humanos pasan y como inhumanos pasan.
A contramano
Gustoso sería mi propio buitre una vez
que me abrace la Dama Altiva.
Devorar mis entrañas, antes que diseccionen
mi cadáver, esos con licencia para profanar
humanidades y descuartizar con sierra
y bisturí a los muertos.
Pero que esos asesinos de bata blanca, también
tiemblen… Con el mismo bisturí y la sierra
que descuartizares, con ese bisturí y con
esa misma sierra seréis descuartizados.
Calle posada
La calle es un albergue y también está de paso.
Tiene callejos agujeros en vez de puertas y ventanas.
Neblinas por sábanas.
Duros y alargados tálamos de asfaltos y hormigones.
Faroles fríos, distantes, tristes, de indescifrables miradas.
La calle hospeda mientras sale el alba,
sabe que es calle y no morada.
Dignidad
Con la edad sin viento
habito la edad postrera
digno de mi indigencia
y orgulloso de no esconderla.
Trituro el tiempo
y me regocijo en este quicio
de espaldas a la puerta que me esquiva.
No me ignores
Mis pies están descalzos, tan descalzos como mi ilusión.
Mírame y dame aunque sea tu harapienta sonrisa.
Daniel Enrique Muñoz Torres
La tinta roja4
A María Mercedes Carranza.
Fueron muchas las farsas, las mentiras del poder.
Mi corazón late mientras corre despavorido sobre las zanjas ocultas de estas tierras.
¡Como quisiera estar viajando sobre estas nubes con rayos equis en mis ojos!
Para descubrir toda la desgracia,
causada por los que hicieron del territorio de los mwyscas dizque la tierra de Colón.
De esos Mwyscas que murieron asesinados,
desaparecidos con todo y su religión, su belleza, su música, su idioma, su raza y su cultura.
Siguen muriendo hoy sus hermanos,
sobre la tierra de los cóndores y de las grandes alturas
a manos de la gente maldita,
danzante de la muerte que vinieron a construir aquí el infierno de su Dante.
Como un Sísifo asesino y moderno,
suben y bajan de las montañas, una y otra vez, obsesivamente,
tiñendo la tierra por fuera y por dentro con la tinta roja de la vida muerta.
Quizás no quede ni agua pura,
tan solo las lágrimas saladas de nuestros ojos tristes…
Andrés Elías Flórez Brum
Los desplazados5
LLEGARON AL CENTRO comercial. Entraron por la puerta número uno.
Nadie los vio, por supuesto.
Se sentaron en una banca del primer piso y pusieron a sus espaldas las pertenencias que traían en una caja de cartón.
La gente iba y venía. Unas personas ahítas de pizza y otras lamiendo sus conos del domingo.
Al frente, en la vitrina, un maniquí lucía saco, corbata y bufanda. Al fondo, hacia la entrada lateral, se oía el traqueteo de los jóvenes y niños jugando con las maquinitas tragamonedas.
El hombre tenía la camisa manchada y con un solo botón en el ombligo. El pantalón recogido en las pantorrillas como cuando va a la trocha y retorna al rancho con un racimo de plátanos Pero…, ahora, en la banca, el pelo ralo y desordenado, de cinco días de trasnocho. Pálido y desdentado, le hablaba con insistencia a su mujer. Como
convenciéndola para seguir sobreviviendo. Ella, también pálida y demacrada, miraba largo, sólo pensando. Pensaba en la gallina que se había quedado al otro lado del alambre. Pensaba en el boquete de la hoja de la puerta que habían astillado los disparos. Pensaba, quizá, en el pasto de su vereda y que algunas hojas tienen forma de corazón.
La gente iba y venía. Sin advertirlos, sin saber siguiera, por supuesto, que estamos en guerra.
Arturo Neira Gómez
Marcha fúnebre
… aquello era tan solemne, que le daban a uno ganas de morirse también.
El lector del cuento sobre la “guerra civil no declarada” de los 50 y 60 de Jairo Mercado Romero (Corozal 1941 – Bogotá 2003), donde se halla esta frase, se identificaba con el inmolado y los dolientes, en la atmósfera de la violencia que prosiguió, cuyos horrores ahora ensombrecían y envilecían el nuevo siglo.
Pero la miseria, el dolor moral, que abatía al lector y encontraba refugio en su ideación de muerte, no era causado propiamente por esa identificación, sino por haber comprobado que algunos de sus paisanos e incluso parientes, a cambio de privilegios (tierras, contratos, viajes, confort, reconocimientos...), estaban del lado y al servicio de los victimarios.
Bogotá, 11 marzo 2020
2 Escrito a los 14 años.
3 Framcisco Urréa Pérez. Bogotá, 1956. Abogado, psicólogo, poeta y escritor. No contestas mis ecos, su último libro publicado. Ediciones Cátedra Pedagógica, Bogotá 2021. Estos poemas son tomados del libro V Callenígenas, contenido en su obra de poemas Amarrando Adioses, Ediciones Cátedra Pedagógica, Bogotá 2017.
4 Daniel Enrique Muñoz Torres. Bogotá, 1954. Abogado y poeta. Fuente: blog.analisislamancha.wixsite.com/misitio/post/la-tinta-roja-poema-dedicado-a-maria-mercedes-carranza 14/nov./2021.
5 Andrés Elías Flórez Brum. Sahagún, Córdoba. Poeta, cuentista y novelista. Especializado en literatura hispanoamericana y Magister en literatura