Historia de un inmigrante.
Por: Paola Cervera Quintero.
Era él, no había duda. Tenía ojos negros, nariz aguileña, contextura delgada y su cabello revuelto lleno de arena. Esos rasgos armenios lo acompañarían para siempre, nunca sería uno de ellos.
En el 2011, veía cómo multitudes protestaban en contra del gobierno de aquel hombre que llevaba ya una década en el poder. Él aunque no estaba de acuerdo con ese sistema de gobierno, no participó nunca de ese movimiento, no lo consideraba un problema propio.
En abril de 2012, le empezó la preocupación al ver que otras ciudades de su país empezaron a ser víctimas de destrucción masiva.Una masacre que resultó en más de 1.000 muertos lo alertó de repente. Su credo lo podría poner en peligro, se sentía rondar la muerte en su tierra, algo que él no había sentido aún de cerca.
A finales de ese año, vio como la “Comunidad Internacional” estuvo tan pendiente de los hechos, y decían solidarizarse, como sólo ellos lo saben hacer: entregando armas para que el conflicto se recrudeciera.
Iba a salir de su tierra, lo tenía decidido, alertó a su familia y empezó a organizar un plan junto a su esposa y sus tres hijos; pero el almanaque no le dio tiempo, y en diciembre, un bombardeo acabó con su barrio. Él casualmente, se encontraba a las afueras de la ciudad, pero cuando quiso ingresar un retén violentísimo le impidió la entrada. Luego de varios días lo logró, y cuando llegó al sitio donde estaba su casa, solo vio destrucción y, entre escombros, restos de su familia.
En enero de 2013, luego de esconderse en un refugio de una comunidad religiosa a la que él pertenecía, empezó a fraguar de nuevo su plan; pero todo era diferente, no tenía familia, su vida estaba hecha estragos y ahora solo le pertenecían sus zapatos y las libras que llevaba en el bolsillo. La esperanza se había esfumado el día del bombardeo, cuando todo lo que amaba había quedado fragmentado por una bomba, pero sentía que debía luchar por su vida.
No era sencillo y luego de seis meses de ahorros, con lo poco que podía ganar en unas manualidades que el refugio financiaba, decidió lanzarse a la difícil empresa.Era julio de 2013 y allí salió desde su ciudad al puerto más cercano que daba al Mar Mediterráneo.
Casi no llega; sorteó retenes, vio miles de cadáveres, reconoció a grupos de victimarios con sus armas extranjeras peleando una lucha que ni siquiera era la propia. Era noviembre del 2013 y encontró la embarcación que lo sacaría de este infierno. Lo que nunca imaginó fue que en esa nave con capacidad de 200 personas, se subirían 1.200, nadie sabía cómo, pero allí estaban todos: los padres abrazando sus hijos, mujeres y hombres, niños y niñas solitarios, todos con la esperanza puesta en ese viaje por el mar.
¿Comer?, eso se convirtió en un lujo, ¿ir al baño en privado?, una imposibilidad, y mientras viajaba se encontró con tantos rostros despavoridos, que el mismo Dante no hubiese podido describir. Todos los pasajeros habían pagado mucho por ese viaje, ahora no tenían nada más y sus capitanes los amenazaban con armas, como si no fuese suficiente toda la violencia que en tierra habían vivido.
Era invierno, el agua potable escaseaba y la embarcación no soportaba los vientos de la ruta, cada día decenas de tripulantes morían, ya el llanto no se hacía oír, era una embarcación de zombis a la deriva. Huyendo de una tierra a la que no podrían regresar y buscando otra a la que no pertenecerían jamás.
Luego de cinco meses de grandes sufrimientos, la embarcación llegó a tierra firme. Estaban de suerte, los controles marítimos de ese país no daban abasto y por allí no se veía ninguno. Primavera, eso parecía ser para los trescientos sobrevivientes a ese macabro viaje. Con serios problemas de desnutrición y una subyacente condición de salud corrieron a besar esa tierra.
¿Alegría?, no era posible, uno que otro cadáver flotante, uno que otro en la playa, impedían vislumbrar un futuro prometedor. Llegaron a un país de un habla totalmente diferente; algunas organizaciones se encargaron de recibirlos y permitirles estar un tiempo en sus campamentos de refugiados, pero, ¿cómo eran estos sitios?Por lo menos el refugio en donde estuvo en su país era algo humanitario, pero allí poco se vislumbraba de eso, eran miles para un espacio tan pequeño, había desechos por doquier, él como pudo armó una carpita para darse techo. Allí estuvo hasta junio.
Logró conseguir dinero suficiente para un pasaje en tren, y se fue con la esperanza de que en un país ubicado más al norte de ese continente, pudieran recibirlo. Sorteó pasar más de 5 fronteras, sometido a humillaciones y sospechas;y así llegó a ese sitio, lo acogieron en un convento, y luego en noviembre de 2014 encontró un modestísimo empleo.
Empezó a trabajar con tanto esmero, destruido por dentro y por fuera, pero con una leve esperanza por sobrevivir a esa tortuosa expedición.En menos de dos años todo su mundo se había derruido y ahora 15 kilogramos más delgado y con mil arrugas más en su rostro se encontraba en una nueva vida. Su formación le permitía hablar varios idiomas, ventaja que le había ayudado allegar hasta ahí. Pero lo que no lograría jamás, era esconder esa nariz aguileña, esas cejas tupidas, esa piel curtida por el dolor y sus grandes ojos negros.
Han pasado otros dos años, y aun la gente que pasa por su lado no puede esconder su miedo, sí, tiene cara de “terrorista”. Sí, viene de una tierra abandonada por su dios, llena de sangre y dolor. Él no es de los malos (la verdad, como siempre, los malos resultan siendo pocos). Él es de los sobrevivientes de la guerra, pero aun así, nunca será un ciudadano de primera clase, y tendrá que vivir con su dolor, con su historia y con los prejuicios de los demás sobre él. Tanto sufrimiento y dolor que tiene que sufrir el pueblo por causas que no son las suyas.
Este escrito va dedicado a los millones de víctimas de la guerra civil en Siria que lleva ya 5 años.