EL DESPERTAR DEL LEÓN DURMIENTE: ¿PACÍFICO, BONDADOSO Y CIVILIZADO?

Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Magister en Educación Superior, Pontificia Universidad Javeriana
Profesor Asociado con Tenencia del Cargo, Universidad Nacional de Colombia

Geopolíticamente hablando, tratar de hacer pronósticos plantea una inevitable incertidumbre habida cuenta de que las sociedades humanas son sistemas complejos como los que más. Además, como precisaba Herbert George Wells, uno de los padres conspicuos de la ciencia ficción, las sociedades humanas no son sistemas estables inmersos en medios estables. Todo lo contrario, cuestión que pone en jaque a las utopías. De ahí que, por ejemplo, los nazis estuviesen errados de cabo a rabo cuando pretendieron que su Reich durase mil años. De hecho, si reparamos en ello, la mayoría de los imperios que han existido han terminado por desaparecer al incurrir en un error craso señalado por el historiador británico Henry A. Kamen, a saber: sus clases dominantes acometieron la aventura rocambolesca de forjar un imperio sin contar con los recursos necesarios. Fue el caso del imperio romano, como también lo fue el del imperio español, intrínsecamente frágiles. Más aún, señala Kamen que casi todos los imperios han incurrido en tamaño error, a excepción de los Estados Unidos… hasta que cometió el error de Iraq.

En la actualidad, llama poderosamente la atención el auge de China como potencia emergente, al punto que es uno de los países BRICS (acrónimo por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), un auge que, como en el caso de las potencias de más vieja data, solo ha sido posible a expensas de la explotación inmisericorde del ser humano y la naturaleza, lo cual connota per se una dimensión bioética insoslayable habida cuenta de que la explotación de marras va de la mano con un manejo irresponsable del enorme poder otorgado por la tecnociencia a los seres humanos. Incluso, el filósofo alemán Hans Jonas, en su lúcido libro titulado El principio de responsabillidad (Jonas, 2004), ha dejado claro que tanto el modo de producción capitalista como el marxismo no se prestan para el fomento de la bioética, por lo que el camino correspondiente va por otro lado, el de las sociedades convivenciales, con su típica impronta biofílica. Sencillamente, las utopías son inviables. En esta perspectiva, cabe afirmar que la humanidad en general persiste en una fase de adolescencia tecnológica, de lo cual China no es la excepción, algo fácil de advertir si reparamos, por ejemplo, en la contaminación enorme que caracteriza a diversas urbes del gigante asiático, consecuencia inevitable, al menos en parte, de la menor eficiencia termodinámica de sus máquinas térmicas, insertas en un proceso de industrialización acelerada cual expresión imperfecta de la paradoja de Jevons, o efecto rebote.

Ahora bien, el caso de China es notorio con motivo de un hecho histórico relevante. En efecto, se le atribuyen a Napoleón Bonaparte ciertas palabras dichas en 1816, si bien nunca han podido demostrarse en forma fehaciente: “China es un león durmiente. Cuando despierte, el mundo se echará a temblar”. Quizás, surgió esta cita de alguna conversación que Napoleón mantuvo con su cirujano irlandés, Barry O’Meara, quien la recogió en sus memorias (Andrade, 2017). En todo caso, al buscar en la Internet con ayuda de la frase “China gigante durmiente” o cosa parecida, llueven los resultados cual diluvio. De aquí que tales palabras atribuidas al gran corso suelen citarse hoy día, asociadas con la observación de que el león ya abrió los ojos, una manera de expresar la agitación provocada por lo que parece ser el cumplimiento de la profecía napoleónica, pues, cómo no preocuparse por un país que cuenta con unos 1.400 millones de habitantes, en torno al 18% de la población mundial, y cuyo ejército figura en el año 2019, según el Global Firepower Index, en el tercer lugar, apenas precedido por los ejércitos estadounidense y ruso (Global Firepower, 2019). No es para menos, puesto que es difícil saber con certeza cómo empleará China su enorme poder militar. Por ende, pende cual espada de Damocles una dimensión bioética global concomitante al respecto, no siempre advertida por algunos bioeticistas de gabinete, habida cuenta de que no hay garantía alguna sobre el manejo responsable de semejante poder otorgado por la tecnociencia a los chinos, incertidumbre que queda magnificada si no se pierde de vista la larga historia de semejante gigante, en la que no han faltado períodos de reinos combatientes que han demostrado con creces el talento de los chinos para las artes militares, abusos éticos incluidos. Por ejemplo, esto permite entender porque Alejandro Magno no fue más allá de la India, puesto que, de haberlo hecho, hubiese tenido con las fuerzas militares chinas de la época problemas de gran envergadura, problemas que jamás tuvo en sus choques bélicos con los griegos, los persas y los hindúes.

A raíz del auge actual de China, si bien bastante tardío con respecto a lo que Bonaparte temía en su momento, sus líderes se han visto obligados a lanzar mensajes tranquilizadores, como la siguiente declaración de su presidente, Xi Jinping: “Napoleón decía que China es un león dormido y que, cuando despierte, el mundo se echará a temblar. Hoy, el león chino ha despertado, en efecto, pero es un león pacífico, bondadoso y civilizado” (Andrade, 2017: 293). En cualquier caso, dado el marasmo civilizatorio en curso, destaca lo que sigue el historiador Tonio Andrade (2017: 301): “… los seres humanos tienen una necesidad inédita y apremiante de trabajar juntos en cuestiones globales”. A esto añade que el analista Hu Angang predice que China será una nueva clase de superpotencia que cooperará con Estados Unidos y otras naciones con el fin de abordar los desafíos globales en materia económica, política, energética y ambiental, desafíos que son una consecuencia del uso irresponsable del gran poder que la tecnociencia le ha dado a los seres humanos. ¿Será posible? Por supuesto, lo anterior queda en el ámbito de la esperanza, dado que, como destaca el historiador antedicho, los seres humanos somos muy buenos en la guerra, algo demostrado con tozudez por la Historia, pero debemos ser aún mejores en la paz. En general, si bien la humanidad ha logrado altas cotas de desarrollo tecnocientífico, de lo que no ha podido dar muestras incuestionables es de saber controlar semejante poder. Persiste en una fase muy poco tranquilizadora de adolescencia tecnológica.

Por desgracia, Jinping casi que ha borrado con el codo lo que escribió con la mano, lo que permite explicar y comprender, mas no justificar, el susto experimentado por muchos en Occidente a causa de lo logrado por los chinos en materia nuclear (Zajec, 2013). En concreto, en 2009, un informe de la Universidad de Georgetown, regentada por la Compañía de Jesús, pionera en Bioética, sacudió al pequeño ámbito de los especialistas en el área nuclear china. De acuerdo con ese informe, China tendría nada menos que 3.000 cabezas nucleares, junto con una red de túneles de 5.000 kilómetros que serviría para el transporte y estacionamiento de armas nucleares y de unidades especializadas, toda una “Gran Muralla subterránea” por así decirlo. En estas condiciones, no debe causar sorpresa el nerviosismo actual en el mundo militar estadounidense, por lo que cabe preguntarse: ¿Estamos ad portas de un nuevo período de reinos combatientes, pero de alcance planetario? ¿Podrán tranquilizar las palabras de Xi Jinping citadas al comienzo acerca de que China es un león pacífico, bondadoso y civilizado? Hace poco, finalizando el año 2018, Jinping uso un tono desafiante contra las presiones externas: “Nadie está en posición de dictar a China lo que debe hacer” (Fontdeglòria, 2018). Y eso que no he incluido aquí lo atinente al también llamativo auge tecnocientífico de la India, país que lanzó hace poco una misión robotizada a la Luna, la misión Chandrayaan-2, con lo cual dicho país intenta convertirse en una superpotencia espacial.

Ahora bien, no podía ser más irónico el enorme susto que cunde en el mundo militar estadounidense por cuanto, en la historia de la astronáutica, son especiales las circunstancias que dieron origen al programa espacial y nuclear chino. En efecto, cabe afirmar que el padre natural del mismo fue el senador anticomunista estadounidense Joseph McCarthy, de quien no existe en Pekín estatua alguna (Zajec, 2013). En particular, todo inició cuando, poco después de la segunda posguerra del siglo XX, un joven y brillante ingeniero chino emigrado a los Estados Unidos, Qian Xuesen, originario de Hangzhou, trabajaba bajo contrato con el Pentágono en el prestigioso Jet Propulsion Laboratory de Pasadena. El Ejército estadounidense le tenía tal confianza que lo envío a Alemania para consultarle directamente a Wernher von Braun. Por desgracia, el macartismo, con su infausta cacería de brujas, desvío esta trayectoria brillante. Efectivamente, acusado de comunismo en 1950 y arrestado en su domicilio en 1955, Qian quedó expulsado con violencia a la China maoísta. Allí, recibido por Mao Zedong, Qian juró lealtad al régimen e inventó, a partir de la nada, el primer programa chino de misiles balísticos. Para colmo de ironías, en los Estados Unidos, el Secretario Adjunto de la Marina a la sazón, Daniel Kimball, declaró que semejante genio diplomado del MIT valía por sí mismo entre tres y cinco divisiones y que prefería saberlo muerto antes que exiliado, lo cual no logró frenar la correspondiente cacería de brujas. Claro está, sobra insistir en los logros de Qian en su China natal, puesto que basta con tan solo darle una mirada a la Internet para apreciar el notable elenco de logros de China en los sectores espacial y nuclear. Por lo demás, Qian Xuesen falleció, a la edad de 98 años, el 31 de octubre de 2009 colmado de honores. Así las cosas, si los militares estadounidenses pasan en la actualidad por un susto mayúsculo, su causa radica en su propia estupidez. ¡Quién los manda! En suma, aquí tenemos una situación comparable a otras que han existido a lo largo de la Historia, como la expulsión de los judíos de España al finalizar el siglo XV, un craso error político que solo benefició al imperio otomano.

Con el fin de apreciar mejor la magnitud del susto de marras, reproduzco aquí algunos guarismos sobre el poder militar chino (Global Firepower, 2019): personal militar total: 2.693.000 personas; 3.187 aeronaves militares; 13.050 tanques de combate; 40.000 vehículos blindados de combate; artillería autopropulsada: 4.000 unidades; artillería remolcada: 6.246 unidades; 2.050 proyectores de cohetes; 714 activos navales en total; una producción petrolera de 3.838.000 barriles al día; y un presupuesto de defensa de 224.000 millones de dólares. En suma, las anteriores cifras reflejan una impresionante megamáquina militar con un elevado poder de destrucción. Ante semejante panorama, hablar de un “león pacífico, bondadoso y civilizado” no es otra cosa que un oxímoron como el que más. De facto, es un león armado hasta los dientes. Al fin y al cabo, recordemos lo que solía decir Otto von Bismarck, el Canciller de Hierro: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Es la paz armada. O, como decía en su momento don Santiago Ramón y Cajal, máxima gloria científica por antonomasia del mundo hispano y artífice de la teoría de la neurona, motivado por los aciagos sucesos de la Primera Guerra Mundial: los pueblos que proclaman y defienden el pacifismo solo lo hacen hasta que son fuertes. Más aún, afirmaba Cajal con rotundidad que el ser humano solo ha creado dos obras dignas de encomio: la ciencia y el arte. En todo lo demás, sigue siendo el último animal de presa aparecido. De este modo, Cajal debilitó en grado sumo cualquier posible defensa de las pretendidas bondades de una “evolución cultural” en virtud de la cual los seres humanos hubiesen dejado bien atrás sus atavismos prehistóricos. Los hechos son tozudos a este respecto, puesto que la humanidad ha sido incapaz de controlar el gran poder derivado de la tecnociencia. Y China no es el único león despierto en estos momentos. Está también Rusia tras su recuperación luego de colapsada la URSS.

¿Qué lección cabe extraer del despertar del león durmiente? A grandes rasgos, sorprende en grado sumo el franco desconocimiento de la historia de China en el hemisferio occidental, salvo por algunas minorías de expertos e investigadores en la materia. De manera particular, el mundo académico colombiano no suele tener tal historia entre sus focos de interés, pese a que, en nuestro país, ya contamos con toda una colonia china. Además, esto va de la mano con el desconocimiento de la historia militar del mundo en general. Para muestra un botón, pensemos en una serie televisiva estadounidense reciente, Manhattan, basada en el contexto histórico del proyecto homónimo y la Segunda Guerra Mundial (Álvarez Villegas, 2017). Lamentablemente, la cancelaron por falta de audiencia. De otro lado, tanto en librerías como en ferias del libro, suele escasear la literatura sobre estos temas, lo cual no cabe interpretar en modo alguno como un rasgo propio de un país pacifista. Ni más faltaba. En fin, esta cuestión no puede ser más irónica habida cuenta de que una bioética global propiamente dicha, máxime si pretende ser radical, esto es, ir hasta la raíz de los problemas inherentes al manejo irresponsable del enorme poder otorgado por la tecnociencia a los seres humanos, debe prestar atención a la historia militar del mundo con el fin de entender los orígenes de muchos problemas actuales, como, por ejemplo, las fuertes tensiones en el Medio Oriente, surgidas en plenas Cruzadas. Por añadidura, no basta con apenas ocuparse de la historia militar más reciente, como, si dijéramos, que, al retroceder en el pasado más remoto, no hubiese asomo algunos de preocupaciones por los problemas propios de los malos usos de la tecnociencia. Y la rica historia militar de China ilustra sobremanera en lo que a los terribles usos de la tecnología bélica concierne. Al fin y al cabo, durante la dinastía Song, al final de la Alta Edad Media y los primeros siglos de la Baja Edad Media, entraron en escena métodos de producción industriales como los que más, por lo que, sin lugar a dudas, la guerra moderna nació en tal período en esa zona del planeta. Solo así podemos comprender a cabalidad lo que implica el despertar del león durmiente.

Fuentes relevantes

ÁLVAREZ VILLEGAS, Fernanda. (2017, 14 de febrero). Manhattan, detrás de la Bomba Atómica. Recuperado de https://galakia.com/manhattan-detras-la-bomba-atomica/.

ANDRADE, T. (2017). La edad de la pólvora: Las armas de fuego en la historia del mundo. Barcelona: Crítica.

FONTDEGLÒRIA, Xavier. (2018, 18 de diciembre). Xi Jinping: “Nadie está en posición de dictar a China lo que debe hacer”. Recuperado de https://elpais.com/internacional/2018/12/18/actualidad/1545112882_30233….

GLOBAL FIREPOWER. (2019). 2019 Military Strenght Ranking. Recuperado de https://www.globalfirepower.com/countries-listing.asp.

JONAS, Hans. (2004). El principio de responsabilidad: Ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Barcelona: Herder.

ZAJEC, Olivier. (2013, mayo). Rápidos progresos de la tecnología militar china: Las ambiciones de Pekín trastocan el reparto del poder espacial y nuclear. Recuperado de https://mondiplo.com/las-ambiciones-de-pekin-trastocan-el-reparto-del.

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