El derecho al delirio (1) o la primavera colombiana.

Por: Carlos Eduardo Gálvez Gálvez

Las opiniones se pueden desperdiciar, los respaldos jamás. En medio de ello, lo que no se puede volver una experiencia recurrente es fracasar. En ese sentido, la izquierda democrática en Colombia es experta; una y otra vez se ha equivocado a por el cambio.

Aunque en Colombia la solución a los tantísimos problemas sociales desde el mismo planteamiento va más allá del espejo político, dado a que el asunto está en lo profundo y de que el camino ha sido largo y empedrado para los sectores ajenos al poder, la coyuntura política amerita toda la atención posible. Es el momento de entender que la política, -como lo dijo Bertolt Brecht- tiene que ver con todo y que como ciudadanos llevamos a cuestas las consecuencias de nuestras decisiones.

¿Qué tal si deliramos por un ratito?, preguntaba Eduardo Galeano. Y si, otro mundo y otra Colombia son posibles. ¿Será una locura?

Las transformaciones de las sociedades se establecen a partir de las contiendas políticas, son inevitables, por ello hay que asumirlas.

En ese sentido, la política tiene que dejar de ser abstracta; para descifrarla solo basta entender un poco y esa tarea es de todos; labor que precisa de líderes y dirigentes que den una mano para construir cultura política desligada –además- del uso de las armas, pero sobre todo y de una buena vez, que contribuyan a cimentar una plataforma donde edificar, ¿por qué no?, Un hermoso futuro de amor y paz sobre la base de la unidad.

Si encajar como demócratas no da cabida a la convergencia y al tiempo esgrimir un proyecto (un solo candidato) que pueda evitar el fortalecimiento -en boga- del país mafioso; entonces no habrá otro momento histórico y de nuevo se fracasará.

Ahora es cuando. No cabe duda que para el 2018 tendrá que ser así, de los errores, de las faltas y de las distorsiones del egocentrismo hay que aprender. Si se quiere un resultado diferente pues habrá que hacer todo diferente, juntarse. La fórmula es simple, salir con un solo candidato que reúna en principio a todos los sectores que le dieron el sí al acuerdo de La Habana.

Soñar con la “revolución” pacífica hace parte de la montaña de temas y discusiones que, siendo históricas, pueden aplazarse sin arrodillarse. Es veraz que esperar a que se den las condiciones para ello puede llevar toda la vida, y sí, quizá hay que actuar, pero ante el riesgo inminente que significa volver al uso de la violencia en la política entre otros asuntos; la realidad política actual se pone de relieve sobre las viejas disputas.

La política mezclada con la pasión es el inconveniente que hay que resolver de entrada, bastante es lo que sigue y la experiencia sentencia que se tiene que poder.

Algunos dirán que el país ha cambiado, pero vale recordar ese pasado reciente, pues no parece ser tan diferente al de hace veinte años.

En el 2002 los candidatos a la presidencia con opción real eran Álvaro Uribe Vélez, Horacio Serpa y Luis Eduardo Garzón. Los sectores intelectuales y democráticos y la misma contienda electoral advirtieron que Horacio Serpa era quien podría ganarle a Álvaro Uribe Vélez. Ambos representaban entonces el hartazgo al que había llegado la sociedad colombiana. El primero, un salvador y el segundo, más de lo mismo. No se calculó y el país perdió.

Si bien, se insistió –sí, una vez más- en que el problema aquí no era en esencia la insurgencia, la izquierda democrática volvió a soñar despierta. El dolor de cabeza fue durísimo; fueron ocho años que ni para que decir. El candidato Garzón terminaría doce años después como ministro de trabajo de Santos, ex ministro de defensa de Uribe.

Si no sirve de nada esa experiencia, habrá que apagar e irse. El análisis no solo es político, es de cálculo electoral, es de posibilidades reales; No hay de otra. A secas, estrategia o lamento, pero es así. La única opción de disputar la presidencia de Colombia a un candidato de la extrema derecha es promoviendo y respaldando sin miramientos a quien garantice la implementación de lo acordado en La Habana. Seguramente será también, garante de los derechos humanos y civiles, eso ya es mucho.

¿Que aquí la democracia es de muy mala calidad? ¡Pues claro! La oligarquía, el narcotráfico, el constreñimiento, la corrupción y la apatía son evidencia, causa y consecuencia. ¿Un problema de educación? También las vanidades han hecho mucho daño a la izquierda democrática y a todo proceso de unidad. Hay que dejar el protagonismo, por supuesto conservando los matices, claro que sí, pero con orgasmos mentales no se resuelve nada, van décadas enteras en esas.

Cuando el ciudadano de a pie –todos- participe activamente de la política y tome distancia de todo aquello que causa repudio, la situación empezará a cambiar. ¿Muy difícil? Hay que empezar por dejar de ser igual de pillos y bandidos como los que nos dirigen.

La circunstancia es casi que obligante. El uribismo es un estorbo pero también una amenaza, la mafia en todas sus formas es capaz de desafiar a la sociedad colombiana nuevamente con un proyecto de Estado criminal. De eso no hay duda; sus alfiles son capaces de lo que sea. De consumarse, la profecía de Gonzalo Arango volverá a cobrarnos el error: “Desquite, resucitará”.

También los cacaos de siempre, los que mandan; también son capaces de lo que sea. Casos repetidos de corrupción y apropiación de los recursos públicos exacerban la calaña de nuestra dirigencia política tradicional amangualada con el capital. Esta, sin duda, es una de tantas causas de la amplia brecha entre unos y otros; la desigualdad e inequidad social son consecuencia del capitalismo voraz al servicio de las mafias de corbata y no de lo que han querido hacer creer vendiéndonos humo. Hay que preguntarse si realmente el ancla al subdesarrollo en Colombia han sido los grupos insurgentes y si acaso el atraso en el que vivimos no es resultado del sistema feudal persistente en América Latina.

Como sea, hoy, para un gran sector de esa estirpe, el promotor de ese Estado criminal, resultó siendo una hermanita de la caridad y Juan Manuel Santos, su encarnación. De ese tamaño es la contradicción y la confusión contra las que hay que argumentar, pero bueno, ¡La verdad siempre triunfa…!

Si hay confluencia no hay duda de que hay opción. Toda vez que la mitad del país es afín a esa “ideología” y la apoya si o si, llueva, truene o relampaguee; todos van a las urnas. Esa mitad, pone en riesgo sin ningún escrúpulo, la tan anhelada salida pacífica al conflicto armado colombiano.

Es un tema trillado ya. Pero nunca zanjado y cada vez más vigente. No hay mal que dure cien años ni pueblo que lo resista. El sueño, el deseo o simplemente las ganas de tener un mejor país merece la convergencia, ¡quién quita que se consolide la también soñada! ¡Reconciliación Nacional!

Así las cosas, la coyuntura política ad portas de las presidenciales es la oportunidad para que la izquierda democrática se desmarque de sí misma y contribuya a constituir un gran acuerdo nacional donde todos los sectores civilistas se preparen de una vez para el 2018. Es un punto en la historia en el que no se pueden escatimar esfuerzos internos y externos en pro de La Paz de Colombia. Esta vez -puede que solo esta vez- no podrá haber distingo alguno y si tiene que ser el movimiento social y político No-Violento más grande del mundo, para que el poder del Estado propenda por una Colombia florecida, que lo sea.

¡Unidos o jodidos! Hay que elegir.

1) Titulo extraído del poema “El derecho al delirio” de Eduardo Galeano.

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