“Olvidos y ficciones" donde los marginados se apropian de la historia

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Jorge Iván Zapata Sierra
Gestor e investigador cultural.
Alfonso Múnera, nos devela en su estudio valiosa información y novedosos conceptos alrededor de los tropiezos y traumas que se dieron en la construcción de nuestra nación, con los errores de las élites dirigentes como factores determinantes que han impedido la consolidación de una verdadera república.

Nuestro país asiste al indiscutible despertar de las regiones que durante centurias se han visto marginadas del poder central, sometidas a padecer la pobreza y la discriminación racial de sus gentes. Un fenómeno que comenzó a manifestarse desde la década de los años sesenta con la extensa y prolífica producción literaria y antropológica de Manuel Zapata Olivella, de amplio reconocimiento internacional, pero sometida al ostracismo y el olvido dentro de nuestras fronteras. Joe Arroyo, en su momento, puso a cantar a los colombianos “no le pegue a la negra”, haciendo alusión al maltrato esclavista a que fueron sometidos los negros importados del África. Ahora, los marginados de Colombia se han puesto de pie para elegir, por primera vez, vicepresidenta a una “negra del servicio” como despreciativamente la pueden estar calificando miembros de las élites nacionales en sus tertulias íntimas. En el campo de la historiografía colombiana se ha escuchado también este grito de rebelión de las regiones con el libro, “Olvidos y Ficciones” del historiador cartagenero, Alfonso Múnera Cavadía, ex diplomático, historiador acucioso, con doctorado en Historia del Caribe colombiano de la Universidad de Connecticut, USA, ex decano de la facultad de Ciencias Humanas y profesor de doctorado de la Universidad de Cartagena. La obra es continuación de un trabajo investigativo de más de 25 años plasmado en anteriores publicaciones de su autoría, como El Fracaso de la nación, Fronteras Imaginadas y otras de igual importancia.

Alfonso Múnera, nos devela en su estudio valiosa información y novedosos conceptos alrededor de los tropiezos y traumas que se dieron en la construcción de nuestra nación, con los errores de las élites dirigentes como factores determinantes que han impedido la consolidación de una verdadera república. Olvidos y Ficciones presenta una apasionante y polémica visión acerca de los hechos históricos ocurridos alrededor de nuestra lucha de independencia, con un enfoque e interpretación muy diferente de la que hoy conocemos, que ha dominado nuestro sistema educativo colombiano. En Colombia, la enseñanza ha girado en torno a la obra, Historia de la revolución de la República de Colombia, escrita en 1827, del historiador José Manuel Restrepo, amigo de Bolívar, cuyos enfoques de los hechos históricos permanecen hasta ahora vigentes en el imaginario de la historiografía colombiana. Nos enseñaron que nuestra nación se ha construido desde el centro andino y que la Nueva Granada era, en el momento de la independencia una unidad política con un gobierno central desde Santa Fe; nos han creado el mito del 20 de julio de 1810, según el cual las élites criollas se levantaron ese día con el objeto de crear una nación independiente, cuando hasta esa fecha ningún dirigente criollo se había planteado el problema de construirla; que la independencia fue obra de próceres como grandes protagonistas, dando a los indios, a los negros y a las castas un papel pasivo en el proceso.

Munera y Darío

Alfonso Múnera y Darío Henao....

Múnera rompe con este concepto a través del estudio de los acontecimientos históricos de la Cartagena colonial, mostrándonos cuan diferente fue su formación social con respecto a lo que se dio en Santa Fe, dos regiones bien separadas y distantes, una de otra; diferentes por su geografía, incomunicadas ante la falta de vías de acceso; distintas por el tipo de economía que se organizó en cada una; regidas además por un gobierno central muy débil pues las órdenes tenían que llegar desde el virreinato de Lima, llevando a que los intendentes gobernaran en sus respectivas zonas con cierta independencia. Nos describe la Cartagena cosmopolita, bulliciosa y pujante de 1580, con mayoría de habitantes afrodescendientes, llena de extranjeros judíos y portugueses que administraban la conexión internacional para el negocio de tráfico de esclavos; prostitutas en sus calles ahorrando suficiente dinero con su trabajo para comprar su libertad; con una bahía repleta de galeones españoles que llegaban atestados de mercancías para abastecer el mercado de América, con libros y periódicos donde sus habitantes se enteraban de lo que sucedía en el mundo; galeones que, a su vez, salían con toneladas de oro y plata procedentes de Lima y de la Nueva Granada para la Corona española. Mientras Santa Fe evolucionaba de forma paquidérmica en las altiplanicies andinas, Cartagena tuvo el mar como escenario central de su historia, con barcos de piratas y corsarios legendarios, unas veces saqueando los tesoros que guardaba la bahía, otras defendiéndola de los conquistadores españoles. Y sumado a esto, el contrabando que practicaban todos los sectores, incluso las élites para supervivir en una región tan atrasada, ante la debilidad de un imperio que era físicamente incapaz de controlar su mercado en tan escarpados y extensos territorios. Un esplendor que comienza a decaer en 1640 cuando arrancaron las grandes economías agroexportadoras en Barbados, Antigua, Jamaica y Haití, hasta la segunda mitad del Siglo XVIII y su posterior florecimiento con la arquitectura militar que dio pie a los subsidios provenientes de Quito, México y de las otras provincias del Nuevo Reino para financiar la fortaleza de Cartagena.

Son historias escritas en una fluida y entretenida prosa, construida con la musicalidad que un hombre del Caribe, como Múnera, puede imprimirle; su talento para narrar hace que un tema tan denso como es escribir historia, lo convierta en una danza melodiosa que nos relata acontecimientos, traiciones, luchas, vicisitudes y amarguras de aquellos protagonistas que han forjado nuestro destino. Múnera recoge con creces las enseñanzas de Borges, a las que hace alusión, en cuanto a lograr el equilibrio entre el significado, la sugerencia y la musicalidad de las palabras para escribir buenos relatos.

Múnera destaca la participación de los negros y mulatos en todo este proceso histórico que llevó a que Cartagena lograra su primera independencia, entre 1811 y 1815, con cambios profundos, con los que los esclavos negros alcanzaron su libertad mediante la Constitución de 1812. Revolución que fracasó por el enfrentamiento entre los dos sectores participantes, los aristócratas blancos con García Toledo, que no permitían el ingreso de los negros a las universidades por la “impureza de sangre”, por un lado, y los negros, zambos y mulatos representados en el Partido Popular, liderados por el demócrata García Piñeres que fueron aplastados por la otra facción, con el apoyo de los militares venezolanos que habían llegado a Cartagena huyendo de la derrota en Venezuela y de los corsarios. Una revolución que termina con el Sitio de Cartagena de don Pablo Morillo, en la que Santa Fe nada tuvo que ver, mas sí la influencia de la radicalidad de la revolución haitiana, además de la fuerza avasallante de la revolución francesa y la declaratoria de independencia de los Estados Unidos.

Este hecho de segregación contra los afrodescendientes también se seguirá viendo reflejado a todo lo largo de la historia de Cartagena y en general en el proceso formativo de la República de Colombia. Nuestra sociedad ha sido alimentada por el culto a unos héroes perfectos, sin mancha, y la explicación de sus calamidades no apunta a otra razón que haber sido víctimas de conspiraciones y reveses sin tener ellos responsabilidad alguna. La historia que nos han contado siempre ha tenido una interpretación esencialmente pragmática, al desconocer el contexto histórico de las actuaciones de estos caudillos militares, en especial, los móviles y circunstancias que los llevaron muchas veces a cometer graves errores, porque “Todo lo que mueve a los hombres tiene necesariamente que pasar por sus cabezas; pero la forma que adopte dentro de ellas depende de las circunstancias” (F. Engels. Ludwing Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana).

Si ben, es cierto que esos caudillos militares fueron grandes hombres que dieron, su vida y su fortuna al servicio de la causa emancipadora, no puede desconocerse que muchos de nuestros héroes procedían de sectores de la aristocracia criolla y por tanto, guardaban los prejuicios y distanciamientos propios de su clase social. Bolívar, por ejemplo, perteneció a una familia latifundista y esclavista de la llamada aristocracia mantuana de Venezuela y como tal, en muchas decisiones reflejó su animadversión por los negros y mulatos, hacia los cuales guardaba un profundo resentimiento, en especial porque nunca olvidó cuando los ejércitos de mulatos comandados por Boves lo expulsaron de Venezuela, debido a los maltratos recibidos del Libertador. Por ello, Bolívar siempre tuvo prevención frente al poder de la “pardocracia” como él la llamaba, en especial, después de haber sido testigo directo del poder de los negros y mulatos en el poder, cuando arriba a Cartagena en 1814, o al llegar a Haití con un gobierno soberano controlado por éstos. Son experiencias que lo llevaron a tener siempre reservas frente al poder de la “pardocracia”, que años más tarde se hacen evidentes cuando toma partido en el conflicto entre los dos generales que dirigieron la segunda independencia de Cartagena: el general Mariano Montilla, prototipo del aristócrata mantuano, educado como Bolívar en Madrid, y el general José Prudencio Padilla, hijo de un pescador, sin abolengos, nacido en una Riohacha apartada y pobre, que ejerció antes de llegar a general, oficios despreciados por los españoles. Bolívar en este caso toma partido por Montilla y manda a fusilar sin prueba alguna al general Padilla en la que hoy es la Plaza de Bolívar de Bogotá.

Acción del Castillo de Maracaibo

Acción del Castillo de Maracaibo (ca. 1840), óleo de José María Espinosa (c. 1845-1850).

El concepto segregacionista del Libertador acompañó también a muchos proceres en medio de las tensiones socio raciales que estuvieron en la formación de la república. Además, una vez derrotada la Corona española, estos caudillos militares se enfrascaron en nuevas rencillas que marcaron el porvenir de la nueva nación. Por ello la injusticia contra Padilla se produjo precisamente en el contexto de esas contradicciones surgidas con el sueño de Bolívar de formar la Gran Colombia en unas circunstancias adversas a su viabilidad, llevándolo a postular un proyecto autoritario. La Constitución de 1821 se convierte en un estorbo para sus anhelos, porque con ésta se hacía imposible el manejo de los intereses particulares de las regiones por vías democráticas. Por ello Santander y Páez, con intereses de región, entran en pugna con el Libertador. El peligro de un posible gobierno de gente de color en el futuro, fue un ingrediente más para sus propósitos dictatoriales, porque lo asimilaba a la anarquía, el desorden, la destrucción del estado que quería montar. Por ello fusiló al único general importante de origen popular que produjo la Nueva Granada, quedando su muerte como una fatal impronta en la cual, como afirma Múnera “esa república repite periódicamente el ritual sangriento de sepultar a la nación en un baño de sangre de sus gentes humildes. ¡Cuándo pondremos fin a esta historia terrible?”

Olvidos y ficciones es más valioso aun, por cuanto es resultado de la búsqueda profundamente humana de un investigador afordescendiente, deseoso de “encontrar algunas claves que explican mi vida y la de millones de afros nacidos en tierras colombianas”, según lo reconoce el propio Múnera. Es un documento que afirma la emancipación de las regiones y nos advierte de la necesidad de encontrar el tesoro cultural que encierran sus gentes, rescatando una forma más democrática de apreciar nuestra historia. Nos invita a quitar el velo de esa “ceguera blanca”, que Saramago refiere en Ensayo sobre la ceguera, que nos ha invadido para no ver una realidad en la cual, “… todos estamos ciegos, que pueden ver, pero no miran”.

Barranquilla, 4 de diciembre de 2022

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