Análisis/ Nuevos retos en las relaciones con China.

Portafolio.co

Por: Javier Sánchez Segura.

El pasado mes de febrero se cumplió un nuevo aniversario del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre Colombia y China. Para su conmemoración se han previsto varias actividades culturales y académicas en distintas ciudades del país. No es para menos, pues se trata de 35 años de relaciones que en el último lapso se han vuelto más fluidas y profundas. Este solo hecho debe verse como algo positivo, como una rectificación tardía a la postura que mantuvo por décadas la Cancillería colombiana de ignorar todo aquello que ocurriera más allá del hemisferio americano o del ámbito europeo. Es la superación de la centenaria teoría del Respice Polum, que subordinó nuestra diplomacia a los dictados de la política exterior norteamericana.

En un comienzo, las relaciones con China se limitaban a intercambios de tipo cultural y deportivo, pero con la llegada del Nuevo Milenio la creciente demanda de materias primas para alimentar la colosal economía china alteró las protocolarias relaciones diplomáticas que han cedido su lugar al pragmatismo económico y comercial, distintivo que marca ahora la pauta de las relaciones entre las naciones. Colombia ya no solo es visitada por los hombres de negocios chinos, sino por los más altos jerarcas de la política china como Hu Jintao y Xi Jinping, quienes han pisado tierra colombiana pocos años antes de ser exaltados a la cima de la dirigencia china. Es el signo de los tiempos, lo uno va de la mano con lo otro.

Desde 1980 hasta hoy, el comercio bilateral entre China y Colombia ha crecido 700 veces, y para el 2014 ya llegaba a 17.400 millones de dólares. No cabe duda de que la relación ha sido muy provechosa para Colombia. China se convirtió en nuestro segundo socio comercial y le ha permitido al país mantener importantes tasas de crecimiento en los últimos años, debido, en gran medida, a las crecientes importaciones chinas de materias primas colombianas y al creciente flujo de inversiones chinas a nuestro país.

Pero en consonancia con los valores que nos gobiernan actualmente, los flujos de mercancías y de capitales terminan por acaparar la atención de los gobiernos, dejando en el último lugar todo aquello que tenga que ver con los seres humanos o la naturaleza. La relación entre Colombia y China no escapa a esa ley de hierro. Varios ejemplos recientes así lo demuestran. En el 2012, cerca de 140 trabajadores chinos que laboraban en la construcción de una termoeléctrica en Puerto Libertador (Córdoba) fueron retenidos en el interior de la obra por trabajadores colombianos que alegaban discriminación laboral, pues debían vivir en un campamento en inferiores condiciones que los trabajadores chinos y pagar arriendo, lo que no ocurría con sus similares asiáticos.

Según Migración Colombia, el flujo de visitantes colombianos a China y de chinos a Colombia se ha incrementado en 27 y 32 por ciento, respectivamente, entre marzo del 2014 y marzo del 2015. Sin dejar de mencionar que esta misma institución ubica a los ciudadanos chinos que han ingresado ilegalmente en territorio colombiano, por cuenta de traficantes inescrupulosos, entre las principales nacionalidades extranjeras que regularmente son objeto de deportación o expulsión del territorio colombiano.

Por último, está el caso de los colombianos presos en cárceles chinas que, a pesar de tratarse de un asunto viejo, solo saltó a las páginas de los periódicos por las denuncias de sus familiares ante el Congreso de la República. Son 129 connacionales presos por narcotráfico que aguardan de la justicia china la pena capital o, en el mejor de los casos, la cadena perpetua, y que hoy enfrentan el obstáculo del idioma y la dureza de un régimen penitenciario alejado de los estándares internacionales en materia de derechos humanos, sin que exista un tratado de repatriación entre los dos países.

En estos 35 años, China y Colombia han mantenido unas relaciones respetuosas y dinámicas que deben profundizarse y enriquecerse. Pero estos ejemplos ponen de presente que la agenda diplomática colombiana debe ir más allá de los negocios. Quizás les asista algo de razón a los familiares de los colombianos presos en China –y en otros países–, cuando demandan, con angustia, del Gobierno Nacional más atención a la situación de sus seres queridos que a la exclusiva firma de acuerdos comerciales. A esta misma conclusión llegó la Misión de Política Exterior en el 2010, cuando recomendó a la Cancillería colombiana prestar mucho mayor interés a los problemas de derechos humanos.

Javier Sánchez Segura

Miembro de Redintercol

Fuente: portafolio.co

Compartir