Por el caminar del Valle.

Mefisto

Era un ángel como los otros, hasta que a un dios occidental le dio por caracterizarnos como los “ángeles caídos”, y desde ahí se armó la guerra más larga y absurda de todas, la polarización entre el bien y el mal.
En tantos milenios he conocido seres humanos de todas las clases, no me refiero solo a la distinción de clase social, sino a todas, seres fuertes y débiles, alegres e infelices, de todo un poco como para que una anciana teja una infinita colcha de retazos en sus tardes libres.

Me he reído de millones de seres humanos, hombres y mujeres que desfallecen y se dejan llevar por sus debilidades cual botellas transportadas por el mar miles de kilómetros. Lo que sí no niego, (porque seré todo menos un fatuo milenario), es que en ocasiones he encontrado seres humanos dignos de admirar, de aquellos de los que uno aprende, y con los que uno deja de ser un demonio inmaduro.

Hoy les traigo a ustedes, infernales lectores, la historia de un hombre solitario que habitaba un cálido valle cerca de un río. Era un anciano calmado, lleno de sabiduría y riqueza, pero no la material, este hombre tenía la felicidad, el verde de las plantas, el multicolor de las frutas y flores, la frescura de las aguas del río y la compañía de cientos de especies animales que habitaban con él ese paisaje. Me antojé de su alma por lo tranquila, por lo retador que se veía transformar la paz en caos.

Llegué yo una noche a su rancho. Era una casa hecha de barro y fuertes ramas, con techo de paja y una luz que provenía de una lámpara de alquitrán fabricada por el mismo. Me presenté con mi habitual arrojo y seguridad, con la firme idea de llevarme esa alma.

Lo saludé y le sugerí cambiar su vida con miles de ventajas, de esas con las que la tecnología de este siglo descresta. Fama, dinero, placeres por doquier, una casa inteligente que le permitiera descansar de sus penosas labores de limpieza y mantenimiento, un auto suficiente para subir las montañas que ya le causaban brega y dolores al andar. Y muy seguro de mi propuesta me senté a esperar su contrapropuesta.

Me miraba con tranquilidad, quizás al inicio lo asusté un poco, pero luego se habituó a mi imagen. Por más de que me esforcé, la calma de ese viejo se sostuvo como un baluarte contra el que no tuve nada que hacer. Y me retiré, pero no vencido, sino con la cabeza llena de marañas, pues este hombre logró mostrarme una faceta libre, muy libre que los seres humanos pueden desarrollar.

No les había contado, pero me puedo transformar, (obvio soy un gran demonio). Cuando quiero soy invisible o si me apetece puedo ser cualquier criatura que me plazca. Tomé una y otra forma intentando corromper el alma tranquila de ese anciano y no lo logré. Fui una despampanante mujer, bella cuanto puede y me le acerqué, pero al viejo eso no le interesó. Fui un mensajero que le llevaba cartas y libros, pero mi amistad no le importó. Fui un ladrón y me le llevé unas pocas pertenencias que tenía y este viejo ni se inmutó.

Ahh, que hartera sentirse impotente. Yo, tan majestuoso rogándole a un anciano próximo a morir, bah. Pero no, dejarme vencer sería un fracaso que no estaría dispuesto a enfrentar. Por lo que cambié mi estrategia y antes de pensar en llevarme esa alma, me dediqué a estudiarlo, para aprender de él.

Se levantaba con el canto de las aves, se servía un café y veía el amanecer. Contemplaba el alba y los cambios que en el cielo se iban percibiendo, luego alimentaba algunos animales que con él vivían y acto seguido se iba a arar y a cosechar con paciencia y ternura. Duraba hasta medio día sin más canción que la suya pues ni radio se molestaba en sintonizar. En la tarde caminaba por su vereda, llena de verde, llena de vida (es decir, bichos por doquier, gentuza simple con sus míseras vidas), él viejo nunca iba al pueblo y prefería pedirles mandados a sus vecinos antes de irse de su tierra otra vez, tenía una cita pendiente con la muerte.

Los vecinos le buscaban para pedirle consejos, y él, sabio se limitaba a escuchar a las personas. Nunca les regañaba, nunca les juzgaba y sus historias eran mucho más cortas que el tiempo que oía los relatos de las personas que buscaban su ayuda; sabía que el solo hecho de escuchar calmaba a la gente y les hacía encontrar su propia ruta de salida frente a las situaciones difíciles que los acechaban.

Siempre fue así, su piel cobriza, sus rasgos forjados por el trabajo y el sol, su aspecto atlético y su calma lo acompañaron toda la vida. 78 años en el mismo sitio, agradecido por las frutas, los animales y por los suyos. A los 16 se enamoró de una vecina que tenía 14 años y decidieron unir sus pobrezas materiales, se amaron con locura, aun cuando en la región mi aliada La Muerte llegó y diezmó la población a través de seres humanos que asesinaban para eliminar las diferencias políticas (no estuve por esas tierras, a mí ni me miren, yo andaba en el Viejo Mundo en otra matanza, a mi gusto más sofisticada).

Lograron pasar ese vendaval de sangre escondiéndose en el monte, y luego bajaron al valle, a reconstruir su casa, tuvieron varios hijos y cuando se acostumbraron a la tranquilidad, La Muerte regresó a terminar una obra inconclusa y a cobrar con intereses una deuda pendiente (a nosotros en El Infierno nos encantan los intereses de mora, se los recuerdo).

Un día, muchos años después, cuando ya era viejo, se fue al pueblo a vender una carga de fruta, y en esa jornada de mercado, lejos de su vereda pasó algo que no se esperaba. Un nuevo grupo de humanos asesinos llegaron a la región y se llevaron a todos los que por ahí andaban, a los que en sus fincas trabajaban, a todos los que encontraron, entre ellos a sus hijos.

Su pobre mujer lloraba e imploraba que los devolvieran, por lo que estos hombres decidieron matarla al igual que a todos los que se llevaron. Luego dejaron los cuerpos botados en el cruce entre la carretera y el camino de tierra que llevaba a la vereda, en total desprecio por su condición humana (ah, seres humanos fáciles de manipular). Los motivos no fueron esta vez por diferencia política sino por pertenencia a un grupo subversivo, (subversivas mis polainas rojas, esa gente de subversiva no tenía ni una gota), pero bueno, estrategia de mi colega La Muerte, quien tiene sus tretas para lograr sus propósitos, (no soy nadie para juzgar a la Negra ni a sus poderosos alcances, ni para llevarme lo que a ella le corresponde antes que a mi).

Al regresar el viejo, encontró muerte y desolación. Desde ese día poca palabra pronunció, y se concentró en la naturaleza que lo rodeaba y que era desde siempre su único hogar, allí La Muerte lo encontraría y se lo llevaría algún día al lado de los suyos.

Ustedes dirán, bah, que aburrido, pobre demonio, salió trasquilado. Pues no, humanidad pérdida, así no fue. Me fui de ese sitio, admirado como pocas veces de un humano que enfrenta y supera situaciones difíciles y de su potencia para recuperarse de sus propias cenizas como un ave fénix.

Quizá crean los pobres lectores que hoy se aguantaron estas líneas, que el avance de los humanos está en su tecnología, yo les digo, míseros mortales, la grandeza de su especie (que por mí se pueden acabar, ojalá esta misma noche) radica en la fortaleza de su espíritu, en su talante y en enterarse de que la felicidad está en ustedes mismos y no en glorias ni bienes, ni situaciones placenteras.

El ruido los ensordece bestias escandalosas, y si quieren un consejo de un viejo y malévolo demonio, sofisticado y hermoso como yo, solo les diré: ante la tormenta guarden silencio y escuchen cómo su espíritu les guía para salir de ella.

Adiós, igual, espero verlos pronto en el infierno

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