LA OTRA UNIVERSIDAD EN PIE DE LUCHA. 150 AÑOS. ALZANDO LA VOZ POR MARCELO, Y LA OPCIÓN DESDE ABAJO PARA LA JUSTICIA.

Por: Miguel Angel Herrera Zgaib

Profesor asociado, U. Nacional. EX rector de la U. Libre. Catedrático de la Maestría en Estudios Políticos, U. Javeriana. Director del XIII Seminario Internacional A. Gramsci, noviembre 13-16.

Esta semana tiene de nuevo, en jaque, a la administración de justicia colombiana. Bajo la batuta de Humberto Martínez, que estuvo, en persona, sirviendo a los intereses del grupo Sarmiento Angulo, y en particular, de su holding, a Corficolombiana.

Ahora, este "prestigioso" abogado, porque representa a las transnacionales, antes en persona, y por estas calendas, a través de su bufete familiar. Tal y como acostumbran a hacerlo aquí, sin problemas, figuras que se han paseado primero por los puestos públicos, en particular, los magistrados de las altas cortes, a través de la "puerta giratoria", como si nada, haciendo uso de sus "amistades y clientelas".

Obteniendo, además, una jugosa pensión asegurada por un régimen especial; y después quieren posar de impolutos Catones, repartiendo mandobles, prevalidos de los poderes que les confiamos ingenuamente. Diciendo como el pibe Valderrama, en modo selección: Todo bien, todo bien!

Pues, NO !

Marcelo Torres, dirigente de la Juventud Patriótica, JUPA, al comienzo de la productiva, combativa década de los años 70, en la Universidad Nacional de Colombia, contribuyó con los aguerridos estudiantes y profesores de esa generación, representantes y voceros de diferentes corrientes de la izquierda radical, a instaurar el breve cogobierno en la Universidad Pública.

Esta es la única experiencia, en efecto, cercana al gobierno democrático de las universidades que haya conocido el país. Ella duró muy poco en la Universidad Nacional, poquísimos meses. Correspondió al tiempo en que fue ministro de educación Luis Carlos Galán.

El entonces cachorro político de Carlos Lleras, cultor de la Nueva Frontera, esto es de la presencia imperialista en el sistema de la educación pública nacional, como el presidente, mensajero de los dioses del capital, fueron sacados de los predios universitarios, a empellonos uno, y quemándole el carro al otro.

Acciones indignadas y violentas, por supuesto. Incomparables, en todo caso, con la violencia asesina que arrasaba campos y ciudades, desde el asesinato de Gaitán, la tronchada promesa popular.

La contrareforma Atcon y su curandero

Pero, eso sí, quedó entronizado el sistema estadounidense, pese a la resistencia. A través de la "reforma" de José Felix Patiño, el médico curandero, con el plausible pretexto de modernizar la educación superior. Claro, bajo los dictados imperiales del Plan Atcon, y con los bondadosos "auxilios" de las fundaciones norteamericanas, Ford, Kelloggs, USAID, y los Cuerpos de paz, entre las caridades y cruzadas más conocidas.

Un paquete contrario a la autonomía universitaria, esto es, al gobierno, de estudiantes, profesores y autoridades universitarias, quedando el promisorio Grito de Córdoba reducido a la vergonzante administración de los tecnócratas, así como la modernidad con todo y revolución negada, convertida en el canto de cisne de una modernización, por demás incompleta.

Jóvenes como Marcelo, y fueron miles, había él nacido en Magangué, en un hogar humilde, con una madre aguerrida. Era un provinciano lleno de ganas y aspiraciones. Era un brillante estudiante, activista político, probó su rebeldía. Fue la versión zurda de "ser pilo paga". Primero, en las aulas del Externado en Bogotá, y después en la Nacional de la “revolución de los sectores medios”.

Entusiasmado con la obra de Jean Paul Sartre, el existencialista quien de ahí transitó al humanismo marxista. Él se había tomado, con la generación de Temps Modernes, las calles en el memorable e insurrecto 68. Y aquellas multitudes estuvieron a punto de tumbar al legendario general De Gaulle, autoritario, conservador en lo moral, y nacionalista hasta las cachas, guardián celoso del engendro de la V República. Pero los tradicionales comunistas y socialistas les dijeron no, ante el pasmo de todos, congelados por los espectros de la llamada “guerra fría”.

Aprendiendo de la revolución cultural y la liberación tricontinental

En diálogo iluminado, visionario, con el legendario profe, Pepe Torres, Marcelo Torres estuvo imbuído de la onda de la nueva sociología, apoyada por la vena crítica de la escuela de Frankfurt, y la literatura de vanguardia, donde Gabo nos colocaba en la cúspide del boom; en lo que entonces llamaron realismo mágico, pero, que, para nuestro caso, en últimas, era la bella y dolorosa denuncia de Cien Años de Soledad.

Ella tocaba, en pleno, la sensibilidad de Marcelo, vecino de las vivencias del cataqueño universal. De ese tiempo quedaron huellas de sus escarceos literarios y poéticos, pero, sobre todo, los primeros panfletos políticos, en las revistas y periódicos de combate y denuncia.

Con esas armas intelectuales y retóricas fue a parar a Sociología de la Universidad Nacional, en 1969/70, probablemente, como cuadro destacado del maoísmo criollo, que no se dispuso a la lucha armada, cuando el MOEC, después de la muerte de Antonio Larrota, se dividió, en dos rumbos principales, para darle curso efectivo, así lo creyeron, unos y otros, a la revolución colombiana.

Aupados por los triunfos de Cuba, a 90 millas del imperio, y animados por las apoteósicas peroratas de Fidel desde la Plaza de la Revolución en La Habana; y por la revolución cultural, que en China se sacudía de la perniciosa influencia soviética, después del fracaso del gran salto hacia adelante, para lograr, ahora sí la industrialización de un país "semifeudal" a la fuerza. Y fracasar de nuevo en el intento.

Chiang Ching, la más joven esposa de Mao Tse Tung, y la banda de los cuatro, se convirtieron en los predicadores a ultranza, de los dictados del gran timonel, quien lucía su célebre chaqueta arrellenado, ocupando la silla talar desde Beijing. Era el vocero principal del movimiento de los No Alineados, denunciando a los imperialistas de toda laya señalados como “tigres de papel” agitando en su mano el libro rojo.

Junto a la figura del guerrillero heroico, el Ché, expulsado de la OEA, abanderado de la Tricontinental, dispuesto a apoyar todas las revoluciones en el mundo, como el pulgarcito trotamundos. Constructor en acto del hombre nuevo, médico, profeta armado, dispuesto a crear nuevos Vietnams, como se coreaba en las capitales de casi todas las ciudades de América Latina, y Bogotá, entonces, tampoco era la excepción.

Después que los campesinos de Marquetalia, y las "repúblicas independientes" rompieron el cerco que con bombas, y miles de jóvenes soldados les tendió la alianza del ejército de invasión, y los veteranos de Corea, con Matallana y Valencia Tovar, los coroneles, al frente del tristemente célebre Plan Lasso peinando los Andes en busca de los campesinos en rebeldía que en congreso señalaba con su dedo acusador el vástago de Laureano, Álvaro Gómez autor del libro La revolución en América, sacrificado después a las puertas de su universidad, la Sergio Arboleda.

La revolución era posible y deseada, 1971-2011

Marcelo, siendo estudiante de sociología, insignia académica de la otra universidad, en donde habían enseñado Fals Borda, Camilo, Umaña Luna, María Cristina, Houtart, y una pléyade de brillantes académicos, fue animador en primera línea de la protesta que resultó de la indignación nacional, por los asesinatos perpetrados contra estudiantes en Popayán y Cali. Era febrero de 1971.

Todos los grupos de entonces se peleaban tribuna para arengar a la multitud juvenil, que experimentó la más extensa cátedra política de la historia universitaria nacional, que se tradujo por fin, en el emblemático Programa Mínimo, que en 2011, volvió a rescatarse y potenciarse después de un olvido de cuarenta años.

Aquella vez se paró durante un año, y se conquistó el cogobierno, que se ejerció en la Nacho, en la U. de Antioquia, en Nariño, donde aún sobrevive, y en otras universidades de provincia.

La nueva ola revolucionaria agitaba el mundo, en la que confluían estudiantes, jóvenes obreros, mujeres, migrantes, LGTB, pacifistas, tercemundistas, you name it. Los tiempos estaban cambiando, así lo cantaba, el hoy premio Nobel de literatura, Bob Dylan, y cruzaba el Atlántico, con singular ímpetu, a golpes de guitarra y un fraseo gangoso, a ritmo de piedra rodante.

Y desde Chile se levantaba la poderosa voz de la folclorista Violeta Parra, y sus hermanos. En Colombia, la rebeldía y el desplante eran lo propio de los Nadaistas, con su profeta, Gonzalo, y su cantor revolucionario, Pablus Gallinazo,mascando flores y cantando a la mula revolucionaria que portaba al Ramón, por el agreste Ande boliviano.

Desafiando el estado de sitio y probando cárcel

Enardecidos, Marcelo junto con otros líderes de la protesta en illo tempore, por la represión ejercida durante el estado de sitio, que impedía a las fuerzas de la izquierda y democráticas hacer política normalmente, probaron también la cárcel. Porque participaron de batallas campales, recorriendo desde la calle 26 hasta la plaza de Bolívar, contra viento y marea. Al mismo tiempo que se ocupaban los edificios universitarios, para hacer visible la protesta anti-imperialista, y ampliar el Coro de 1918.

El resto de la sociedad aterida, por la legislación excepcional, observaba expectante, y ofrecía solidaridades cada vez que podía. Esta partía, de las familias, de los campesinos que reclamaban reforma agraria en los campos, y del sindicalismo independiente, que hacía huelgas en defensa del salario, el derecho de asociación, y la defensa de los recursos naturales.

Enfrentaba la comunidad universitaria a la represión que arremetía de a pie, con la fuerza disponible, y la policía montada en las grandes ciudades, que crecieron después del desplazamiento producto del despojo agrario, que acompañó a la gran violencia.

A veces, el enfrentamiento fue con el ejército, que con fusil en mano, y avanzando en "V", disolvía a los manifestantes, convirtiendo a la carrera 10, en un verdadero campo de batalla nocturno. Ya no era fácil distinguir a la ciudad y el campo, a lo largo de toda la década de los 70.

La izquierda va a elecciones en el desmonte del FN

Desprendido del MOEC, el Moir de Pacho Mosquera, con sindicalistas, algunos campesinos e intelectuales, quienes eran fuertes en la regional de Antioquia. Era la nueva fuerza política, que proclamando la Nueva Democracia, en el bloque de la izquierda nacional se desprendía, para hacer política revolucionaria sin armas.

Tal tránsito comenzó con el triunfo de la Anapo, en abril de 1970, que marcó el comienzo del fin de una dominación con el uso discrecional de la excepcionalidad, administrada por el bloque dominante, toda vez que perdió la legitimidad, luego del hundimiento farsesco del MRL, cuyo líder, al comienzo, invitaba a los jóvenes a subir al tren de la revolución.

Sin embargo, para los años 70, hasta el tren, en la realidad, había desaparecido para dar cabida a la voracidad de la empresa transportadora privada, y el culto descarado al cemento, en lugar de las ferrovías.

Estaban dispuesto a participar en elecciones, al concluir 16 años del Frente Nacional, que marcaron a la generación del "estado de sitio". La que Gustavo Gallón, un abogado y analista de corte socialista calificó como "la República de las armas".

La organización juvenil del Moir, con Marcelo a la cabeza hizo ese anuncio en los predios de la U. Nacional. Lo cual, ocurrió, entre el gobierno de Pastrana, apoyando candidaturas progresistas de liberales, anapistas, e incluso conservadores.

Pero, aquella vez, la Jupa fue expulsada a físico palo, con violencia ejercida por la Juco, los "mamertos", y los ML comecandela. La emprendieron contra Marcelo y la crema de su dirigencia por revisionistas y traidores a la causa revolucionaria.

El Moir y sus juventudes afrontaron con entereza sus convicciones, se descalzaron y se fueron a construir bases de apoyo popular en barrios y municipios de Colombia. Algunos de ellos fueron asesinados, por milicias que guardaban territorios "liberados" o bajo influencia guerrillera.

Al término del gobierno del "revolucionario" liberal, Alfonso López, crítico de la alternación bipartidista en el poder, el Moir presentó a candidatos propios, junto a otras fuerzas de la izquierda "reformista" y/o "revisionista.

Un largo adiós a las armas

La onda de la lucha armada decaía en el campo, así como su apoyo clandestino que había empezado por el cerco, el asedio cotidiano a la rebeldía abierta en las ciudades. Convocantes habían sido universitarios e intelectuales, antes de que apareciera el capellán de la Universidad Nacional, Camilo Torres Restrepo, como sacerdote, sociólogo y líder carismático.

Interpelando a pobres y abstencionistas, se hizo leyenda, al intentar impulsar una política diferente, corriendo abiertamente todos los riesgos. Contrariando al Frente Nacional, con el Frente Unido como instrumento de masas. Acompañado en el intento por la flor y nata de la juventud colombiana.

Detrás estuvo el expediente de la Violencia documentado por el cura Guzmán, Fals y Umaña, contenido en un libro prohibido. Los intentos limitados de la acción comunal en Tunjuelito, de la que Camilo fue adalid, siendo decano en la ESAP. De cara a la promesa incumplida de la reforma agraria, que de palabra prometía su "primo" Lleras Restrepo, hasta autorizar la organización campesina que le dio existencia a la Asociación de Usuarios Campesinos, y a los escándalos en la compra de tierrra y adjudicación de baldíos, que presidió el padre del actual alcalde de Bogotá.

En verdad, el bipartidismo dominante buscaba legitimarse, para ponerle una talanquera a la "perniciosa" influencia de la triunfante revolución cubana, y su heraldo de excepción, Ernesto Ché Guevara. Para recuperar a los subalternos emergentes, jóvenes, campesinos pobres y sin tierra, obreros y sectores medios, nacidos de la industrialización a la fuerza hecha durante la acumulación por desposesión, a sangre y fuego, de los de abajo.

Ahora, después del 19 de abril de 1970, empezó a gestarse otro tipo de lucha radical, paralela, y en contravía de la participación electoral, la guerrilla urbana, con diferentes manifestaciones espectaculares.

La más notable entre todas, pero no la única, fue el Movimiento 19 de abril, resultado de la confluencia de muchas disidencias de izquierda y populares de la etapa anterior. Hasta llegar a un momento culminante, con el llamado hecho por diversos frentes guerrilleros tradicionales, y las experiencias urbanas de nuevo tipo.

Todos acudieron a una gran concentración en Bogotá, en el Coliseo Cubierto, ahora en remodelación y rescate, en las inmediaciones del Estadio el Campín. Allí, hasta Gilberto Vieira se atrevió a hacer apología de la lucha armada.

El Moir, por el contrario, no transitó ese camino, y siguió haciendo laboriosamente, su política reformista. Varios regresaron de su descalce en barrios y provincias, a reforzar las tareas de prensa, propaganda, y organización obrera y barrial en las ciudades principales.

En estas consiguieron con grandes sacrificios algún arraigo, tanto político como cultural, en los campos del teatro, la literatura, la pintura y la música, así como en los saberes sociales, que hoy por hoy hacen parte de la nueva cultura nacional.

En todos estos esfuerzos estuvo presente Marcelo Torres, pero, paradójicamente, cuando él quiso culminar su carrera y graduarse como sociólogo, su alma mater se lo hizo imposible, hasta el día de hoy. La universidad tradicional, con excompañeros de aquellas lides de los años 70, le impidieron darle paso a la historia interrumpida de la nueva universidad y sus líderes.

A la muerte de Pacho Mosquera

Sobrevinieron las divisiones de la fuerza política dirigida por el camarada Pacho Mosquera, que hizo incursiones en la política legal, a partir de la segunda mitad del siglo XX, primero que todos otros parientes en la izquierda colombiana.

Después de la experiencia de disputa por la hegemonía cultural en la educación superior colombiana, cuyo hito doble fuera, el cogobierno fugaz y el programa mínimo de los estudiantes colombianos, dos que tres corrientes de universitarios, forjados en la Jupa, tomaron rumbos diferenciados.

Por una parte, los desprendidos de la experiencia de la universidad privada, con los Andes a la cabeza, tienen a Jorge Enrique Robledo como su mayor y más notable exponente. Es la expresión de la centro izquierda, con arraigo principal entre el campesinado medio y el empresariado cafetero diseminado por varios departamentos, el estudiantado universitario y de secundaria, con expresión en la OCE, y en las barriadas populares de algunas ciudades.

Marcelo, y la mayoría de los cuadros forjados en la experiencia de las luchas de la Nacho buscaron y lograron expresión en los sindicatos, y especialmente en el sector servicios, y parte del sindicalismo independiente, que sufrió a su manera, la poda del precario estado de bienestar, durante el dominio "neoliberal" de la apertura que empezó con Barco y continuó César Gaviria, y sus discípulos vergonzante.

Con esa inserción, Marcelo llegó a ser elegido senador, en suplencia de un candidato obrero, el compañero Santos de la USO. En el congreso hicieron agitación antiimperialista, y defensa abierta del derecho de los trabajadores. Hasta quemaron banderas, y fueron percibidos como políticos exóticos, bajo la aplastante égida neoliberal.

Vino la disputa por la marca Moir, y la tendencia marcelista quedó por fuera. El oficialismo, con Valencia, Robledo y otros, la mantuvieron. Pero, en disputa por el legado de Pacho Mosquera, por fuera, Marcelo Torres y los cuadros que lo acompañaron le dieron existencia al PT, con el que transitan hasta estos días.

En alianza, primero, con el progresismo de Gustavo Petro, obtuvieron representación en el Concejo de Bogotá, en cabeza de Yezid García, de limpia ejecutoria, sin dejarse contaminar de la tradicional corruptela. Y luego, siendo parte de la denominada Alianza Verde, Marcelo alcanzó el triunfo en la Alcaldía de Magangué, su tierra natal, empeñado en la lucha contra la corrupción, enquistada y manejada, por la Gata, la empresaria del chance que parasita gran parte de los departamentos del interior de la Costa.

Marcelo y su equipo hizo malabares para poderse sostener sin presupuesto durante más de un año de su alcaldía, porque la olla había sido raspada, y comprometida con las tristemente famosas "vigencias futuras," que son la comidilla de la politiquería tradicional, en todos los lugares, incluidas las grandes capitales.

La alcaldía de Marcelo Torres, mantenida con las uñas, a riesgo de su propia vida, teniendo a semejantes centinelas, trató de poner orden en esa ciudad, a orillas del Magdalena, con más de 200.000 almas, sumidas la gran mayoría en la miseria, y el abandono, por el clan de los López, y la matrona Enilse.

Esa alcaldía, al término de la gestión ejemplar de Marcelo, en la resistencia a todos los asedios, resultó en un dolor de cabeza continuado, para este sociólogo no graduado aún, por la resistencia de sus colegas en la Nacho.

Dos historias ante la debacle de la justicia

Marcelo está rodeado de demandas y acusaciones de todo tipo,como las que se estilan en un país leguleyo, donde la justicia está corrompida desde los tiempos de la Gran Violencia. Esta vez, cuando asistía a una diligencia judicial fue apresado, con la amenaza de ser conducido a la mismísima cárcel de Magangué.

Hoy, sus copartidarios, los allegados de su familia, quienes lo han conocido en esta trayectoria política disidente, por más de 60 años, están a la espera, que la Fiscalía de la nación, le haga un pare a esta tragicomedia insultante e insoportable.

Que, por el contrario, el abogado Humberto Martínez. fije la mirada en los grandes desfalcos a la nación, y adelante causa y sanción contra los "cacaos", y en particular contra otro egresado de la Nacional y ese sí con título de ingeniero, dueño del holding del que hace parte Corficolombiana.

Porque no se dedicó a hacer la revolución democrática, como si lo hizo Marcelo, antes y después de los 70, con poco éxito pero con firme convicción, sino a negociar obras civiles, como contratista de éxito, hasta convertirse en gran banquero, y benefactor de la Nacional, cofinanciando el edificio inteligente, que también se inunda.

La otra Universidad Pública, por la que tantos han luchado, en su refundación, tiene que reclamar libertad y juicio justo para Marcelo Torres, sin ambages ni triquiñuelas, como para todos los presos políticos, incluidos los universitarios que son objeto de causas criminales, sin más dilaciones.

Es una manera de darle voz a la Otra Universidad, que exige democracia para disentir, desobedecer, cuestionar a los poderes instituidos, y darle voz y poder a los subalternos. Es la manera de refundar por segunda vez a la que primero se llamó Universidad Central, luego Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, y hoy, Universidad Nacional a secas.

Es la institución que tiene que ser el heraldo de la Paz Democrática,la Universidad de Posguerra, con renovada pasión por la verdad situada, y sembrada en las casas, vidas y porvenir de los grupos y clases subalternas. Para honrar las mejores palabras del discurso de Rafael Correa, expresidente ecuatoriano.

Cuando nos habló del gobierno universitario democrático, financiación adecuada de la educación superior, acceso gratuito a los pregrados, con educación pública buena para todos los grupos y clases; creación de cinco grandes proyectos universitarios para responder a los desafíos del tiempo presente, y disputar la hegemonía cultural y económica del capitalismo global, con una propuesta posneoliberal, reformista que, por supuesto, también admite lecturas alternativas y críticas.

Ahora también, acusado por interpuesta persona, de haber sido presa de la corrupción, al finalizar su mandato, como otros mandatarios, protagonistas de la "década de oro" del progresismo en América del Sur. Un tiempo que empezó con el gobierno del Cdte Hugo Chávez Frías, quien luego de intentar una insurrección fallida aceptó las reglas del juego democrático hasta su muerte intempestiva.

Recordando las palabras de Correa, en presente, a la hablar de la Universidad Latinoamericana, debemos levantar la voz en defensa de la causa y la trayectoria de Marcelo Torres. Ofrecerle solidaridad combativa, y firmeza en los principios, y verdad en la causa que se le sigue. Porque no es un criminal, ni un delincuente en su trayectoria de más de 60 años.

Una reforma democrática a la justicia

Aunque ahora Marcelo aparezca señalado como presunto responsable en una contratación por $1.000 millones, para asistir a la infancia de 0 a 2 años, y tres cargos, como fruto amargo de su paso por la alcaldía en su tierra natal que sigue casi en las mismas, y en poder de los mismos. Luego del esfuerzo moralizador suyo y de la Alianza Verde, que ayer hizo oír su voz con la intervención de Claudia López, en cruce de fuegos con el fiscal de Cambio Radical, el inefable Humberto.

Está claro que la reforma a la justicia es urgente, y tiene que combatir la impunidad, que no puede reemplazarla ningún discurso vacío contra la anticorrupción. Tiene que empezar por el seguimiento de estas causas con el cuidado y la atención que merecen, en primer lugar con la veeduría efectiva y eficaz de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia, de la cual, aún Marcelo Torres no ha podido ser un egresado.

Esperamos que salvado este escollo, probada su inocencia se gradúe. Para reconocer, lo que ha aportado en la construcción de la nueva universidad colombiana que reclama una verdadera democracia que exige una reforma intelectual y moral radical, que pare la vena rota de la impunidad. En cabeza de un frente común, contrario a cualquier guerra disfrazada de paz para los poderosos de la ciudad y el campo.

Estas acciones tienen como protagonistas fundamentales a los grupos y clases subalternas que hasta7 hoy sufren explotación, opresión y subordinación, y quienes resisten por todos los medios a su alcance, con terca dignidad, desde la colonia hasta nuestros días.

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