VUELVE Y JUEGA EL “PAQUETAZO” DE DUQUE (Parte I)

Por: Arturo Cancino Cadena

Sin el más mínimo respeto, ya no por la coherencia que presume practicar sino por la inteligencia de los colombianos, el Gobierno anuncia ahora la reforma laboral y pensional que negó enfáticamente durante el paro y las movilizaciones de fin de año. Por esos días, el presidente y sus ministros calificaron los motivos del Comité de Paro como basados en mentiras fabricadas acerca de sus planes. Pero una vez pasado el susto que les provocó la movilización multitudinaria del pueblo en todo el país, vuelve y juega el proyecto de trabajo por horas, como respuesta al desempleo. Así mismo, el proyecto de reforma del sistema pensional con la supuesta finalidad de volverlo socialmente más equitativo y ampliar su cobertura. A este último nos referiremos posteriormente en otro artículo.

Los criterios anunciados sobre reforma laboral

En la promoción de la idea central de aprobar el trabajo por horas ha sido particularmente destacado el papel de FENALCO, cuyos argumentos sobre las nuevas oportunidades que esto traería para los desempleados y para la formalización de quienes en la actualidad trabajan ocasionalmente -que en teoría les facilitaría acceder a una pensión en el futuro- repiten al pie de la letra el presidente Duque y su ministra Arango. Parecen un eco del gremio de los comerciantes que asegura que “aquí queremos es que (sic) más desempleados entren en la vida laboral” y que se trata de habilitar “un régimen alternativo paralelo dirigido únicamente a los desempleados y empleados informales” (entrevista a Jaime A. Cabal, El Tiempo, 08-02-20). Frente a la pregunta obvia de qué impediría que los empresarios usen esta modalidad paralela para acabar con el trabajo de tiempo completo y precarizar aún más el empleo, responden que habría una reglamentación legal restrictiva para impedirlo.

Quizás podríamos empezar por señalar que para los gobiernos de talante neoliberal como el actual en Colombia las únicas leyes que valen son las leyes del mercado. Las pocas limitaciones que se establecen a éstas son olímpicamente ignoradas la mayoría de las veces y se impone el interés de los empresarios sobre el de los trabajadores, de las multinacionales sobre la población y las empresas locales y del sector financiero sobre los demás. Una dirigencia política y empresarial que profesa la idea de que el aumento de la productividad laboral se consigue con bajos salarios (productividad espuria) y no con mejoras tecnológicas y calificación de la mano de obra, no escatimará esfuerzos para barrer todos los obstáculos normativos que le impidan incrementar los grados de explotación del trabajo. Su estrategia empresarial se limita a decidir cómo aumentar lo más rápido sus abultadas rentas y apuntalarlas por encima de las ganancias normales que se obtendrían si se trasladaran a los salarios la parte proporcional de los beneficios originados en el aumento de la productividad.

Lejos están los tiempos en que un empresario exitoso como Henry Ford defendía su política de pagar mejores salarios a sus trabajadores con el razonamiento de que los mayores ingresos de éstos los habilitarían para ser también compradores de sus automóviles (que aun así eran los más baratos del mercado, gracias a la superioridad de su sistema de producción, es decir, la productividad real de su fábrica). Y por entonces, en los gobiernos de las principales economías capitalistas la preocupación no se centraba en cuánto crecía el PIB, sino en el estado del empleo y en asegurar que las ganancias del crecimiento no se concentraran tan excesivamente en la cima de la pirámide social como para impedir que el grueso de la sociedad experimentara una mejora gradual en su nivel de vida. Los historiadores económicos han llamado esta época en la que se consolidó el New Deal y el Estado de Bienestar, la Edad Dorada del capitalismo: alto crecimiento, bajo desempleo y disminución de la desigualdad social. No sobra decir que este periodo debe su existencia tanto a la necesidad de superar los efectos sociales catastróficos de la Gran Depresión de los años 30 como al reto que representaban los éxitos de la economía socialista en la Unión Soviética.

El neoliberalismo acabó con el predominio de esos ideales socialdemócratas hace ya más o menos 40 años. En su lugar impuso las políticas del desmonte acelerado de los tributos progresivos y el desmantelamiento de la seguridad social, la eliminación de la protección del trabajo y su ofensiva contra los sindicatos encaminada a debilitar el poder de los trabajadores para negociar mejores condiciones laborales. Su estrategia para revitalizar las ganancias del capital fue extremar la explotación de la mano de obra, debilitar la inversión y sacrificar el crecimiento económico a cambio de multiplicar las rentas financieras como mecanismo para extraer y trasladar a la cúpula de la oligarquía financiera los ahorros e ingresos de la gente común. Puso la globalización a su servicio y, convenientemente, se desnacionalizaron y privatizaron muchos de los bienes y servicios públicos en todo el mundo bajo el axioma de que “el Estado forma parte de problema y no de la solución” (Reagan). Algunos autores han caracterizado este proceso de encumbramiento del capital financiero como financiarización de la economía. Los resultados desastrosos en lo social de esta política están ampliamente documentados en estudios como los de Oxfam, Thomas Pikkety y otros sobre la extremada concentración de la riqueza mundial: el 1% acapara hoy el 40% de la riqueza; menos de 0,1%, o sea, escasas dos docenas de superricos, percibe ingresos equivalentes a los de 3.600 millones de seres humanos más pobres del planeta .

Dentro de este esquema, el alto desempleo es una variable que en realidad no le quita el sueño a la mayoría de los actuales determinadores de la política pública. El desempleo es, más bien, una condición que ayuda a socavar las presiones desde abajo por mejores salarios y fortalece la contención salarial, más provechosa a juicio de muchos tecnócratas neoliberales. Por eso, la aparente preocupación por los desempleados les sirve principalmente para promover reformas que aceleren la “carrera hacia el fondo” de los salarios y la extinción de la estabilidad y demás beneficios laborales. Al igual que en la pobre argumentación ortodoxa sobre la inconveniencia de un incremento del salario mínimo por encima de la inflación, la teoría neoclásica en la que se apoyan los neoliberales no ha podido presentar evidencia alguna de que el número de desempleados en un país tenga relación con los niveles salariales. Por el contrario, desde Keynes, fundador de la macroeconomía moderna, pocos desconocen que la demanda agregada es el motor de la inversión productiva y del crecimiento; y que el nivel general de empleo de una economía capitalista no está ligado a hipotéticos “salarios de equilibrio” sino a la inversión –mayor o menor- originada en la demanda efectiva anticipada por los empresarios, de la cual es parte vital el gasto público.

En consecuencia, podemos concluir que un desempleo como el de Colombia nada tiene que ver con las modalidades de contratación y las regulaciones laborales sino con la dinámica y la estructura de esta economía. Está visto que actualmente la economía colombiana puede crecer a tasas relativamente positivas –aunque muy modestas comparativamente- sin crear suficientes puestos de trabajo. Por el contrario, crece destruyendo mucho empleo formal, como muestran las estadísticas. Los problemas de la alta tasa de desempleo no se resuelven con ajustes a la legislación laboral sino con cambios en la estructura productiva y la política económica. Con la implantación del salario por hora la demanda de trabajadores no tiene por qué mejorar pero los ingresos y condiciones laborales serán definitivamente peores .

Es evidente que mientras el Gobierno siga privilegiando los capitales rentistas o los destinados a la explotación minera y petrolera (avaras en creación de empleo) por encima de la actividades creadoras de empleo en la industria y la agricultura, y mientras se empeñe en recortar el gasto público para poder subvencionar a las grandes empresas con beneficios gratuitos -como en la llamada “ley de crecimiento”- no tendremos en Colombia empleo suficiente y de calidad. La mayoría de los empleos insuficientes que se generen seguirán apareciendo en la informalidad y el rebusque.
Como esa realidad no se puede cambiar sin abandonar su modelo económico regresivo, adivinen qué se propone hacer el gobierno de Duque. Sí, acertaron: adulterar las cifras reales de desempleo para encubrir la gravedad del fenómeno, haciendo aparecer el subempleo y la informalidad del trabajo ocasional como empleo formal y poniendo a tributar al sistema pensional a estos “nuevos empleados” a partir de sus menguados ingresos. No importa si ellos nunca llegarán a alcanzar una pensión. Ni importa si con el trabajo por horas, el Gobierno le abre una ancha puerta a la destrucción definitiva de la contratación laboral de tiempo completo y a la supresión de los derechos prestacionales, lo cual sin duda se traduciría en un mayor empobrecimiento de la población trabajadora y pauperización del país entero.

Con sobrada razón, la juventud a la que quieren engañar con esta trampa, ha venido proclamando desde las movilizaciones de protesta social del año pasado su oposición frontal a este proyecto retrógrado de reforma laboral. Y mayoritariamente viene reclamando su legítima aspiración a gozar de un trabajo decente en los términos que define la OIT y defiende el sindicalismo colombiano.

Referencias

Jaramillo, Iván Daniel. “¿Por qué no conviene la contratación laboral por horas en Colombia?”. Observatorio laboral Universidad del Rosario, Portafolio, febrero 4 de 2020

“Salario por horas sería para desempleados e informales”, entrevista a Jaime Alberto Cabal, presidente de Fenalco, El tiempo, febrero 8 de 2020

Stiglitz, Joseph (2020). Capitalismo progresista. La respuesta a la era del malestar. Colección Taurus, Editorial Nomos S.A. Bogotá

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Notas:

1) En forma descarnada, Warren Buffet, una de las tres persona más ricas del mundo, se expresó así: “existe una lucha de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la clase de los ricos, la que está haciendo la guerra y la vamos ganando”. Su franqueza contrasta con la hipocresía de quienes acusan a las víctimas del neoliberalismo de originar y fomentar el “odio de clases”.

2) Según lo han destacado análisis como el de Iván Daniel Jaramillo del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario, el modelo de trabajo por horas es copiado de países anglosajones como Estados Unidos y el Reino Unido y, además de pretenderse su trasplante sin evaluación ni criterio alguno, entra en conflicto con varios de los principios constitucionales de Colombia y sus compromisos internacionales con el trabajo decente.

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