Un Jinete.

Por: Arturo Neira Gómez *

Entre los árboles, reaparece y se pierde un jinete. ¿Será él? El caballo baja con dificultad la trocha empedrada cada vez más empinada. En su lomo viene un hombre vestido de blanco. Desde la montaña de este lado identificamos al viajero. No hay duda, es él; lo delata el Castaño y su sombrero de fieltro…

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Ilustración: Fotografía de obra pictórica cedida para la revista virtual Nueva Gaceta por su creador: artista plástico José Ismael Rivera Torres.

Un Jinete
Por: Arturo Neira Gómez (1)

Entre los árboles, reaparece y se pierde un jinete. ¿Será él? El caballo baja con dificultad la trocha empedrada cada vez más empinada. En su lomo viene un hombre vestido de blanco. Desde la montaña de este lado identificamos al viajero. No hay duda, es él; lo delata el Castaño y su sombrero de fieltro.

Son las once. Hace una hora el tren hizo estación en el pueblo. Desde el corredor de nuestra casa vimos la máquina en la lejanía, diminuta, deslizándose como un gusanito por la ladera azulosa.

Cuando él regresaba o sabíamos de alguna visita, siempre era lo mismo, nos apoyábamos en las barandas del corredor y mirábamos sin cansancio al horizonte montañoso hasta que aparecía la locomotora a vapor arrastrando 9, 10 o 12 vagones, que contábamos y recontábamos, distinguiendo los de carga y los de pasajeros. Y cada uno se aprestaba al recibimiento. Nos vestíamos con la ropa más bonita y plenos de júbilo, con los perros, salíamos al camino. Ya apostados a la orilla del empedrado, en lo más alto de la loma de este lado, como ocurre hoy, nos dedicábamos a auscultar el sinuoso y estrecho sendero oculto en la vegetación.

Si, es él, ¡qué alegría! Desciende y ahora desaparece entre los esteros enmarañados de la quebrada Cantagallo. Los imaginamos en el lecho del riachuelo. El se lava las manos y refresca la frente; el animal se mete en un pozo, sus cascos se hunden en la arena, sorbe agua cristalina y seguidamente chapotea con uno de sus remos delanteros. Permanecen allí unos minutos; pero lo cierto es que en la quebrada el tiempo no existe. Después le acomoda el freno y monta. La bestia, vigorosa, de inmediato empieza a trepar hasta donde los esperamos. Sabe que la aguardan: los demás animales y el forraje; es por eso que trota largo y pide más y más rienda. El jinete, atento a su ritmo cardíaco, la suelta y le permite galopar y casi desbocarse. Pero cuando le escucha jadeos en su respiración, le aplica gradual el freno espantándole la fatiga.

En tanto, en lo alto, permanecemos expectantes. ¡Silencio!; se acerca el encuentro. En efecto, al ratico se escucha el retumbe de las herraduras en el barranco; y aparecen: ¡Alegres!, ¡vitales!, ¡muy fuertes!. Llenos de contento hacemos una apuesta en la que se da ventaja a los pequeños: ¡"El que primero llegue"!. Y corremos, corremos, corremos, corremos... hacia nuestro padre y el caballo Castaño.

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*Psicólogo. Ofrece a los lectores de la revista virtual Nueva Gaceta este cuento, publicado en la Revista Cultura Nº 139 del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá ICBA, Tunja, diciembre de 1997, y en su libro de poesía y memoria En la Noche: Desarraigo, Calandayma y otros textos, Colibrí Ediciones 2014, páginas 83 a 85.

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