Sobre la sororidad como categoría revolucionaria.

Sonia Liliana Vivas Piñeros(1)

Creo que no perdimos el miedo a denunciar de modo literal, sino que aprendimos a enfrentarlo colectivamente
(Adriana Guzmán)

De la diversidad de feminismos, emanan diferentes formas de acción política. Algunas moderadas, otras, radicales. Y en esa amplia gama, la sororidad es traducida en concepto, categoría, acción, actitud o sentimiento. De la forma en que se asuma, se vislumbra la apuesta de feminismo que se defiende y se practica. Para los intereses de este escrito, la sororidad se asume como categoría revolucionaria en tanto no se sustenta en la simple simpatía entre mujeres, sino que es cuestión de solidaridad; y ésta, desde la mirada crítica de la transformación, sólo es posible si, como afirmara Galeano, “es horizontal e implica respeto mutuo”. Si es horizontal, defiende la igualdad, con lo que hombres y mujeres requieren aportar en la tarea de asumir el mundo más allá de la cultura machista y patriarcal, acercándonos a la conformación de la comunidad; sí, implica respeto mutuo, demanda cambios sustanciales no sólo en las esferas de vida privadas, sino en todos los espacios donde desarrollamos la existencia, donde el patriarcado como sistema, fundamenta toda opresión y explotación.

Una de las críticas más recurrentes a la categoría de sororidad está en su origen eurocéntrico; como todas las visiones del mundo configuradas en las redes culturales en las que interactuamos, la herencia machista y patriarcal, encarnada en los pensamientos, las palabras y las acciones, hace que la sororidad no escape fácilmente de esa lógica dominadora, depredadora y homogeneizante que es blanca, heterosexual y elitista. Pero, cuando la sororidad es asumida como solidaridad, rompe el peso de la tradición que la origina, la ubica en el terreno del auténtico encuentro y la posibilidad, trascendiendo una suerte de empatía que es momentánea, solamente emocional y carente de proyecto político. Esa sororidad es producto de la experiencia histórica de los feminismos, en particular, de aquellos que renuncian a convivir con el sistema y que trabajan por cuestionar y transformar ese sistema, el de la cultura machista y patriarcal.

Los distintos tipos de violencias que emanan de esa cultura machista y patriarcal son estructurales y sistemáticos; pero, aunque no se muestre con la misma fuerza e intensidad, de manera simultánea ahí están las diferentes experiencias históricas de renuncia, reconocimiento, desafío y denuncia que mujeres o disidencias sexuales han liderado, pero lo que le imprime el carácter revolucionario de la sororidad, está en el reconocimiento mutuo, porque eso crea la conciencia de la opresión, paso necesario para la emancipación.

    Nos fuimos reconociendo en nuestras opresiones, pero también en nuestra capacidad de resistencia y de solidaridad. Fuimos creando colectivamente estrategias de respuesta que fueron eficaces en muchos momentos, y que siempre se basaron en la puesta en la calle de nuestras demandas, dolores, nuestra disposición a romper con las trampas del sistema que nos inmoviliza: la invisibilidad, el silencio, la vergüenza, los pactos familiares o corporativos, los miedos. La cultura de la solidaridad, de la vida, de la presencia colectiva de nuestros cuerpos, frente a la cultura de la violación, de la muerte, del sálvese quien pueda, tuvo un recorrido pedagógico, político y comunicacional que se catalizó en algunas situaciones especiales como el Ni Una Menos, el No Nos Callamos Más, el derecho al aborto, y el Mirá Cómo nos Ponemos (Korol, citada por Santoro, 2019).

El primer acto político de la sororidad, es romper con el individualismo y la carrera por el éxito personal, que son propios del neoliberalismo; apuesta por la posibilidad del encuentro en la palabra, que es experiencia. Cuando dicha experiencia es común (nunca igual) surgen estrategias para hacerle frente a la cultura machista y patriarcal de la violencia, la explotación y la sumisión, se enfrenta el miedo a ser juzgadas y estigmatizadas porque ya se tiene certeza de que no sólo le pasa a una, les pasa a muchas, nos pasa a todas. Se hace visible la fuerza de la acción colectiva por medio de la consigna de que el abuso personal, nunca más será individual. Nadie dice que es fácil eso de creer-nos, porque el individualismo neoliberal nos ha despojado de la confianza en el tejido comunitario; pero cuando decidimos ver, escuchar, sentir y actuar en la otredad feminisita lo que nos pasa o nos acontece, la sororidad se abre camino.

Reivindicar el poder de la palabra permite que la sororidad halle lugares más cotidianos de comprensión; porque no queda enmarcada solamente en elaboraciones teóricas, debilidad presente en muchos feminismos, sino que requiere de la práctica en la cotidianidad para que se potencie su carácter revolucionario. Y es allí donde la sororidad empieza a ser proyecto no exclusivo de las mujeres, sino de toda aquella persona que asuma la importancia de cuestionar, transgredir y eliminar la cultura machista y patriarcal; que se indigne ante la desigualdad entre hombres y mujeres, éstas últimas, siendo más que sexo biológico, reunidas en torno a la identidad de género; que asuma la tarea interior de “matar el macho” que se lleva adentro, que naturaliza todo acto de misoginia, por más sutil que sea. El poder de la palabra va de la mano con la responsabilidad feminista, porque, como lo afirma Guzmán (2019), “denunciar hoy, gritar, hablar, escrachar no significa que hayamos perdido el miedo, significa que sabemos que denunciar es un acto de responsabilidad conmigo y con las otras, para alertarlas, prevenirlas, denunciar es un acto de sobrevivencia que nos reencuentra”.

El segundo acto político de la sororidad, es volver la mirada a los hombres; a esos que trabajan por construir(se) desde las nuevas masculinidades; quienes resignifican su historia de vida desde el peso del machismo y el patriarcado; que apuestan por paternidades donde no se usa el verbo “ayudar”, porque la crianza y las labores del cuidado son cuestión de corresponsabilidad; aquellos que en sus espacios laborales y profesionales crean agendas de debate y de trabajo desde tiempos y ritmos feministas (no femeninos(2); que exigen y hacen parte de cambios sustanciales en las instituciones gubernamentales que comprendan, apoyen y garanticen los derechos de las mujeres en toda su extensión. Pero también, se trata de volver la mirada a esos otros hombres para quienes los feminismos, sus discursos y prácticas de lucha o bien no existen o les parece que es tema de mujeres frustradas y carentes. Para ellos, muchos compañeros de proyectos políticos de izquierda y alternativos, que, como dice Guzmán, “en la calle cuestionan al patrón y en la casa se vuelven un patrón”, es importante recordar que toda revolución incomoda, molesta y, siempre, se pretende minimizar, estigmatizar y subestimar. A ellos hay que decirles que esta revolución feminista, es imparable, que se inscribe en la lucha de clases, pero tiene unas demandas que requieren la palabra y la experiencia de vida de las mujeres.

El tercer acto político de la sororidad, es la permanente revisión de sus alcances y potencialidades; es propio del neoliberalismo hacer moda y vaciar de contenido todo proyecto subalterno, reivindicativo, solidario y revolucionario. La potencia del lenguaje es tal que configura las formas de comprender el mundo; por ello, eso del empoderamiento, la alianza femenina, la empatía de género hay que tomarlo con cautela y, en lo posible, reemplazarles por categorías más contextualizadas. Los cruces étnicos, de clase, de opciones de género diversas, de proyectos políticos fascistas y de derecha que integran una mirada feminista, hacen necesario que la sororidad tenga una mirada interseccional que, para el caso de América Latina, es más que urgente. Abordaremos ese feminismo interseccional en nuestro próximo artículo.

Referencias bibliográficas

Pessah, D. (2018). “A 78 años del nacimiento de Eduardo Galeano, diez frases para recordarlo”. En: Diario La Nación, del 3 de septiembre de 2018, sección Sociedad.
Santoro, E. (2019) “La sororidad mató al macho”. En: https://revistacitrica.com/la-sororidad-mato-al-macho.html (Consultada el 20 de abril de 2020. 14:00 hrs).

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1) Licenciada en Ciencias Sociales UPN; Magíster en Desarrollo Educativo y Social CINDE-UPN; Docente en la sede rural D Torca del Colegio Nuevo Horizonte IED; Representante de FECODE en la Comisión Asesora para la Enseñanza de la Historia; integrante del Colectivo de Mujeres Malú; creadora y conductora del espacio de El Rincón de Apolonia; integrante del Equipo de trabajo docente y sindical Renovación Magisterial. Correo-e: rincondeapolonia@gmail.com.

2) Decimos “no femeninos” porque lo femenino hace referencia a la definición y roles que la cultura machista y patriarcal ha creado e impuesto a las mujeres.

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