Las chatarreras, cara femenina de la minería en Segovia

Por: Ricardo Cruz
Sentada sobre un bulto lleno de piedras, Consuelo Castrillón supervisa que las casi 60 mujeres presentes en la mina Las Brisas, en las afueras de Segovia, se repartan por partes iguales la montaña de rocas que los mineros han amontonado en las afueras de la bocamina.
El nombre de cada una de ellas aparece escrito en un cuaderno que Consuelo guarda con recelo. Parte de su trabajo es, precisamente, regular la cantidad de mujeres que cada día llegan en masa a la mina en busca de un pedazo de piedra para lavar, moler y extraerle unos cuantos granos de oro. Sus responsabilidades también incluyen coordinar las labores de aquellas que cuentan con el visto bueno del gerente de la mina para trabajar; es decir, ella organiza las cuadrillas, revisa que cada una cuente con su balde, su batea, su pala, su costal y su puesto de trabajo.
En Segovia y Remedios, municipios que producen el 11% del oro que se extrae en Colombia según cifras de la Agencia Nacional de Minería, se le dice ‘chatarrera’ a la mujer que trabaja día a día en las afueras de las minas escarbando entre montones de piedras que los mineros han desechado. La actividad tiene su recompensa cuando, luego de escoger, lavar y colar, se hallan fragmentos pétreos que contienen mineral que luego son llevados a las plantas de beneficio o entables, como se les dice en la región, para extraerles hasta el último aliento de metal precioso.
Se trata, en la mayoría de los casos, de mujeres cabezas de familia, desplazadas por la violencia o que simplemente no encontraron más opciones laborales que dedicarse a ‘chatarrear’. Tampoco es una actividad que distinga edad. No son pocas las mujeres jóvenes que deciden enterrar sus manos entre las duras piedras que sobran de las minas. Todo porque en Segovia y Remedios, las ofertas laborales para las mujeres no abundan: “o se va trabajar en un almacén, un restaurante, en una casa de familia o consigue plata aceptando los ofrecimientos de los hombres y ya sabe de qué estoy hablando”, sostiene María Ofelia, una chatarrera que no supera los 25 años de edad.