Óptica de las cosas

“La Ventana Literaria”

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La imagen que acompaña este cuento fue realizada por María Paz Corchuelo.

ÓPTICA DE LAS COSAS

Por: Pascal de Leux.

Pero las cosas son más fuertes que las personas, no se dispersan como las personas y en su unidad son más fuertes que nosotros.
Álvaro Cepeda Samudio.

Esa piedra se está moviendo como cualquier roedor. No quiero decir que se esté destrozando los nervios por encontrar un refugio o una salida de este callejón, sino más bien que se mueve con parsimonia, sin advertir quizá mi presencia. Estoy caminando y se mueve conmigo, de pronto despierta mi interés, de pronto la descubro más hermosa y enigmática dentro de su inofensiva existencia. La encuentro ahí, me muevo diez pasos, seguro me sigue, se queda conmigo. Un café en el Santamaría, dos relatos que son dos misterios, una caja de Marlboro, un pullover café, el abrigo negro encima, cinco calles hacía mi casa, la piedra-roedor allí, su llamado a un juego que apenas si inicia, que apenas si puede pensarse, que apenas nos estamos inventando ambos. No se trata de una teoría física de los cuerpos, la estoy viendo y decido quedarme, retroceder los mismos diez pasos, cambiarme de acera, de óptica, de manera, inclinarme, estirarme, acercarme y mirarle por encima, limpiar los anteojos, intentar asirla. Sólo esto último me presenta dificultad. Esta piedra-roedor es una extrañeza. Se encuentra aquí para cumplir su función más lógica: crearme un tropiezo en el camino y un sobresalto en el hallazgo insospechado. Ese tiempo-espacio ocupado por ese objeto representa un poco ese tiempo-espacio perdido por mí en otros días. Creo haber dicho que en un momento determinado he intentado tomar la piedra-roedor. Es más bien predecible saber que no pude hacerlo. Ahora la sigo mirando, mientras un viejo pasa y me observa con asombro, seguro dirá que estoy enloqueciendo, que Joaquín ya no es el mismo… Ahora que intento tomarla de nuevo su respuesta es como la de cualquier roedor. De inmediato se mueve, salta, se aleja poco más de un metro dando tumbos, enardecida.

¿Es esta piedra-roedor realmente el gran dogma de los objetos extraños? A Alejandra va a parecerle rara mi ausencia, mi desacostumbrado retraso para llegar a casa, le diré que andaba por la librería Nacional, mirando libros del maestro… La piedra-roedor elige un punto de nueva quietud, coincide con mí inercia premeditada. Lo único que se mueve son mis ojos. Necesito quitarme la presión de encima, tirarme al vacío de la aventura e intentar descubrir qué me quiere decir esta interrupción momentánea en la calle. Necesito quitar el nudo que me está ahogando en la garganta. Necesito morir junto a esta piedra.

No sé cuánto tiempo ha pasado, ni siquiera cuántas veces he retrocedido, cuántas veces he vuelto a empezar la esquina, cuantas veces me he tirado al piso y fingido una lupa frente a este objeto/sujeto. La verdad quisiera irme ya, haberme ido hace rato, pero hay una especie de vinculo metafísico que me ata a esta cosa que parece sin gracia, a esta especie de infortunio incorruptible.
Será la segunda vez que intente coger esta piedra-roedor en mis manos. El juego continúa y no sé aún de qué se trata. Seré un saltimbanqui lanzándome al vacío, a este arrojo a la nada que termina siendo la existencia misma. Ésta piedra representa un deseo: vivir. Pero vivir no siempre ha sido una evasión de lo complejo, por eso me quedo en este callejón que se oscurece, enciendo un nuevo cigarrillo y me alisto al gran salto sobre ese objeto/sujeto/dogma que está tirado en la calle, pintado en mi córnea. Un impulso, un bombeo desmesurado, un sobresalto de los nervios, una gran huida, un cerrar los ojos y abrir las manos, un crispamiento de un cuerpo en caída libre, un apoyarse de prisa en el suelo, un abrir los ojos, un sentir las manos, una nada, una piedra-roedor dos metros más lejana del andén que hace medio minuto la tenía aquí donde están mis pies. Una frustración.

No necesito saber que esto es un imposible para rendirme tan fácil. Este charco va a decirme que tan despeinado me encuentro. Qué bueno es poder palpar la sangre correr en esta hinchazón de las venas. No quiero creer que voy a enloquecer por esto, pero algo me dice que necesito intentar una nueva hazaña pronto. El café que Alejandra me ha hecho seguramente ya está frío.
Cambiarme por enésima vez de una acera a otra, sin duda esto me brinda una nueva perspectiva de las cosas. Desde aquí, quizá dando seis pasos más hacia la derecha será más fácil mi cacería. Necesito saber de qué está hecha esa piedra. Por qué corre cuando estoy cerca, por qué me mira sin turbarse de ningún modo, por qué parece estar quieta siempre cuando he podido evidenciar todas sus largas carreras por guarecerse en algún lado. Aquí está a la intemperie y lo va a seguir estando. Por supuesto que cualquier hombre o mujer que pase por aquí y la vea va a intentar lo mismo que yo estoy intentado ahora. Qué extraño que me sienta tan sólo.

Lo haré de nuevo. Qué lindo se ve el abrigo colgado de ese arbolito. No más saltimbanquis, ni acróbatas, ni ilusionistas. Solo voy a caminar, voy a circundar a esta piedra-roedor y en cualquier momento me lanzo a su encuentro. Necesito de inmediato un consuelo para mis manos. Un acercarme, un apagar el cigarrillo y moverme el mechón gris de la cara, un mostrarme indiferente pero un tener puestos todos los sentidos en esa piedra-roedor de color gris, de color negro. Un nuevo salto, un nuevo esfuerzo, una nueva huida del objeto/sujeto/dogma/rareza grisáceo hacia otra orilla. Un juramento, un llanto que cae inconsciente por mi cara lamentable, un abrir las manos y cubrirme todo el rostro. Un desesperarme y una aflicción. De nuevo la soledad, de nuevo la impotencia, de nuevo la pérdida de un objeto/sujeto/dogma/rareza que se ha hecho mío esta tarde. Este piso es frío y el pullover es nuevo. Además, empieza a llover y apenas si salgo de un tortuoso resfriado.
Me voy ahora. Esta piedra-roedor se queda inerte al igual que yo, solo que a ella no le pasa el tiempo, no la destruyen los años, no la envejecen los días. Me voy. No quiero seguir jugando al gato y al ratón. No quiero seguir jugando y menos si debo ser el ratón de esta piedra-roedor-gato.

Pascal de Leux.

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