Los efectos del castrochavismo en el talante nacional

pascual
Pascual Amézquita Zárate
PhD en Economía, profesor universitario.

Caricatura por: RoRo Texto por: Pascual Amézquita

Recurrir al espantapájaros del castrochavismo para asustar incautos y aprovechar el caos creado premeditadamente para imponer la agenda clasista del gobierno, no es un invento nuevo. Ni tan reciente como pareciera sugerirlo el uso y abuso que empezó a hacer Trump de su símil ‒el socialismo o el comunismo‒ entre los gringos ingenuos desde hace cinco años cuando la campaña que lo condujo a la presidencia.

Podríamos seguir dando saltos en la historia del siglo XX para encontrar el origen de esa perturbadora herramienta propagandística entre las grandes masas, pasando por la propaganda de Hitler asustando al alemán medio con la supuesta invasión de judíos y comunistas, pero con recordar las primeras líneas del Manifiesto Comunista ‒”un fantasma recorre el mundo”‒ podemos remontarnos a siglo y medio de historia.

¿Pero fueron Marx, Engels y la revolución de 1848 las primeras víctimas de esa propaganda caricaturizada pero no por ello menos efectiva para acorralar a las masas en muros de miedo?

Dejemos que Barrington Moore (1913-2005), connotado sociólogo e historiador británico, nos de la respuesta. Las dos primeras décadas del siglo XIX fueron sacudidas por el empuje arrollador y revolucionario de Napoleón Bonaparte, que echó por tierra muchos vestigios del feudalismo en Europa, con todo y sus reyes.

Entre tanto, el país más desarrollado desde el punto de vista económico y, hay que decirlo, democrático, era Gran Bretaña. No obstante por razones que tienen que ver con la marcha de sus negocios, la monarquía, la aristocracia y parte de la burguesía británica se aculilló con Napoleón ante la posibilidad de que las consignas que estaba impulsando pasaran el Canal de la Mancha. Ahora leamos a Moore:

“El gran historiador francés Elie Halévy, poco dado a las exageraciones dramáticas, escribió en los años veinte de nuestro siglo [XX]: «La nobleza y la clase media estableció por toda Inglaterra un reinado del terror —un terror más formidable, aunque más sordo, que las manifestaciones estrepitosas [de los radicales]». Los acontecimientos de las cuatro décadas y pico transcurridas desde que Halévy escribió esas líneas han embotado nuestros sentidos y aflojado nuestros criterios. Probablemente ningún autor actual caracterizaría aquella fase como un reinado del terror. El número de víctimas directas de la represión fue pequeño. En la massacre de Peterloo (1819) —irónica referencia a la más famosa victoria de Wellington en Waterloo—, sólo murieron once personas. Con todo, se puso fuera de la ley el movimiento por la reforma del Parlamento, que estaba difundiéndose a ritmo acelerado, se amordazó a la prensa, se prohibieron las asociaciones que olían a radicalismo, se desencadenó una ola de procesos por traición, se dejaron sueltos entre el pueblo espías y agents provocateurs, se suspendió el Habeas Corpus después que la guerra con Napoleón ya había terminado.

“La represión y el sufrimiento fueron realidades ampliamente difundidas. Sólo las mitigó, hasta cierto punto, una oposición que nunca dejó de expresarse: aristócratas como Charles James Fox (muerto en 1806), que osó hablar claro en el Parlamento, aquí y allí un juez o un jurado que se negaban a condenar por traición u otros cargos similares”.

Gracias a la resistencia de diferentes sectores de la sociedad, incluido un sector de la burguesía británica, se contuvo la arremetida antidemocrática encubierta con la necesidad de contener evitar el contagio napoleónico. Moore recapitula la historia y no deja de alertar: “En la fase reaccionaria inglesa hubo asomos de posibilidades fascistas”.

De nuevo viene a la mente la socorrida frase de que la historia ocurre primero como tragedia y después como comedia, sin olvidar que siempre hay sangre de por medio, como está mostrándolo la guerra civil en ciernes que se mueve en el subsuelo gringo.

Barrington Moore (2002). Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia. Los apartes citados se encuentran en las páginas 629 y siguientes.

Compartir