Las famiempresas: informalidad invisible

Por: Paola Cervera Quintero

Algunas quedaron desempleadas después de muchos años de haber servido a una empresa; otras salieron de su tierra en búsqueda de mejores oportunidades; a otras los sacaron violentamente y, más que una decisión para buscar nuevos horizontes, fue una decisión de supervivencia; otras pensaron que era mejor ser independiente y poder cuidar a los hijos en sus propios hogares; algunas lo hacen para aprovechar el espacio de aquellas casas que lograron conseguir con tanto esfuerzo. Sea cual sea la razón por la cual las personas consiguen sus ingresos en la informalidad, todas son válidas, justas y defendibles, pues significa la lucha por la reproducción de la vida, la respuesta frente a un sistema que los desconoce y los invisibiliza cada día más.

Hago referencia a las famiempresas que se forjan de puertas para adentro en sus casas, y que se desarrollan silenciosamente, mientras las ciudades siguen su ritmo sin que se piense en la situación de estas familias. Éstas combinan el cuidado del hogar con las labores propias de su actividad económica, en un ciclo que tiene más virtudes que defectos y que debe ser entendido por parte del Estado, del cual, en muchas ocasiones, no reciben nada.

¿Cuántas famiempresas hay en Bogotá?, ¿cuántas, por lo menos, encontramos en cada localidad? Esas son cifras con las que no se cuenta, pues a diferencia de los vendedores ambulantes que todos los días vemos, y que gracias a su visibilidad la institucionalidad podría censarlos y apoyarlos en una ardua pero necesaria tarea, las famiempresas se desarrollan de manera casi invisible, y prefieren no ser vistas por miedo a las represalias que el Estado pueda tener hacia ellas: cargas fiscales y requisitos legales que no pueden cumplir porque están por fuera de sus posibilidades. Es así como ven al Estado como un ente inquisidor y no como el garante de sus derechos.

Hace poco tuve la oportunidad de entrevistar a 11 famiempresas de confección en Ciudad Bolívar, y fruto de estas conversaciones encontré hallazgos valiosos que hoy les quiero compartir:

Las mujeres (en su mayoría, las famiempresas son organizadas y lideradas por las madres) trabajan jornadas hasta de 16 horas seguidas. Con tal de conseguir el sustento diario cosen y cosen, como si se les fuera la vida en el pedal de su máquina, y al mismo tiempo están pendientes de las tres comidas de sus familias, cuidan a los niños y a los mayores, hacen de profesoras luego de las jornadas escolares y de jefes, al pedirles a sus familiares ayuda en la famiempresa, que es de todos, por lo cual ellos desarrollan trabajo doméstico que permite la subsistencia de su familia y la continuidad de su pequeño negocio.

Ese múltiple rol de las mujeres tiene connotaciones positivas y negativas. Quiero hacer énfasis en lo primero, en lo mucho que obtienen. En sus propias palabras estas mujeres consideran que su labor las “libera”, de sus preocupaciones, del pasado que en ocasiones llega a su mente, les brinda un reconocimiento por su trabajo, (el trabajo dignifica al ser humano, algo que ellas notan y que le agradecen a la actividad que desarrollan), no trabajan para nadie más, es decir para darle ganancia a un empleador, estas mujeres trabajan para ellas y sus familias.

Otra virtud que tiene su labor es la independencia y autonomía que obtienen, no están atadas materialmente a la determinación de un hombre, ellas manejan el dinero y son las tomadoras de decisiones en sus famiempresas, cabe resaltar precisamente que la misma palabra contiene las dos unidades (familia y empresa).

Estas mujeres forman redes sociales en el territorio, conocen a todos los vecinos, saben a qué se dedican y con una sola que abre las puertas de su famiempresa, se puede llegar a muchas más en corto tiempo, ellas se colaboran, se solidarizan entre sí. Con estas acciones han fortalecido su visión de la vida al encontrar similitudes en la lucha y complementariedad en sus saberes.

Son transformadoras de sus propias vidas, de sus destinos y desempeñan ese bello rol que la vida da a las mujeres, el de ser madres, y lo hacen con tanto amor y devoción, que reflejan grandes logros. Estas mujeres pueden llevar a sus hijos a un sueño más allá de lo que ellas mismas pudieron: llegar a la universidad. Este fruto de su gran esfuerzo es su mayor orgullo, les llena el corazón de alegría y las motiva a continuar.

Aun así, con todo lo que estas mujeres nobles y hermosas obtienen, se esconden del Estado, pues, como lo dije anteriormente, en la informalidad el Estado es un enemigo y no un cuidador, por eso ellas no buscan ayuda en las alcaldías locales, ni acuden a los programas institucionales que podrían mejorar de alguna manera sus condiciones de vida; aunque sus ingresos como famiempresa son siempre inferiores a dos salarios mínimos legales vigentes, ellas no buscan créditos, pues sus condiciones económicas también las limitan ante los bancos.

La desprotección social, la inexistencia en políticas y acciones institucionales que las visibilicen de manera positiva, los bajos ingresos, las largas jornadas laborales, la doble o triple carga que tienen dentro de sus famiempresas, son condiciones difíciles de sortear. Ellas sin embargo continúan allí para trabajar y lograr sus metas.

Si los gobiernos prestaran la atención que requiere la informalidad, estas mujeres y todos los pertenecientes a las famiempresas no serían invisibles ni buscarían protegerse del Estado, sino que, según veo yo, podrían trabajar conjuntamente con los gobiernos y convertir sus conocimientos y redes en empresas capaces de potenciar el desarrollo de sus territorios. Esto que menciono aquí es una conclusión a la que llegó el gobierno del presidente Rafael Correa en Ecuador, en donde al reconocer la informalidad, se benefició al 70% de la población, lo cual mantiene en auge al gobierno, pues demuestra que el desarrollo y el crecimiento económico de una nación si pueden ir de la mano pensando y atendiendo a las comunidades más ignoradas.

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