LA LÓGICA SUBYACENTE EN EL BELICISMO DE DONALD TRUMP

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia (Sede Medellín)

Tan solo han transcurrido unos pocos meses desde que Donald Trump asumió la presidencia de la potencia hegemónica del planeta. No obstante, él ha dado muestras a granel de un patente belicismo, cuya mejor muestra la tenemos con la llegada del submarino nuclear estadounidense USS Michigan a la península coreana a fines del pasado mes de abril. En concreto, se trata de un submarino con capacidad para arrasar por completo con el territorio norcoreano habida cuenta de que puede portar 24 misiles balísticos Trident II, que pueden dispararse desde debajo del agua y abandonar la atmósfera a velocidades de hasta Mach 24 para, a continuación, reingresar y alcanzar blancos a más de 11.000 kilómetros de distancia. Esto significa que una salva completa de tales misiles puede dispararse en menos de un minuto y desprender hasta 192 cabezas nucleares, con capacidad para borrar del mapa unas 24 ciudades. Es decir, un país completo para efectos prácticos.

Lo anterior no es algo casual en modo alguno, hay una lógica subyacente. Por lo pronto, conviene evitar el reduccionismo harto simplista de considerar a Trump y Obama cual demonios para que así la mayoría piense con comodidad que “los buenos somos más”. Sencillamente, estamos hablando de la propia naturaleza humana, cuyo cerebro aún tiene el complejo reptiliano, justo la sede de la agresión, del ritual, de la territorialidad y de la jerarquía social. Como bien dice el inolvidable Carl Edward Sagan, en lo profundo de nuestro cráneo hay algo similar al cerebro de un cocodrilo. Además, la psicología de los últimos decenios arroja luces poco tranquilizadoras, como las brindadas por el experimento de la Universidad de Stanford de 1971, que suscitó más preguntas que respuestas sobre la amoralidad que hay en la psique humana. Es decir, personas que, en principio, podrían tenerse por intachables pueden, si se hallan en un contexto propicio para ello, darle rienda suelta a su señor Hyde, como quedó demostrado con crudeza con la tortura y abuso de prisioneros en Abu Ghraib por parte del personal de la Compañía 372 de la Policía Militar de los Estados Unidos, agentes de la CIA y contratistas militares involucrados en la ocupación de Iraq.

En todo caso, en lo que a la historia bélica atañe, existe una verdad de a puño, expresada hace siglos por Sun Zi en El arte de la guerra: “La guerra es el asunto más importante para el Estado. En el campo de batalla, se decide la vida o la muerte de las naciones; allí, se traza el camino de la supervivencia o de la aniquilación. Por este motivo hay que estudiarla a fondo”. En el caso de Occidente, la práctica de la guerra ha solido estar regida, desde sus inicios en los días de las guerras agrícolas en la antigua Grecia, por cinco principios, a saber: (1) Uso de una tecnología superior para compensar la inferioridad numérica en recursos humanos; (2) la disciplina; (3) la derrota y la destrucción total del enemigo, o sea, la guerra sin cuartel; (4) la capacidad tanto para cambiar como para mantener las prácticas militares en función de la necesidad; y (5) la destreza para financiar los cambios correspondientes. En pocas palabras, las fuerzas armadas estadounidenses, las más poderosas del planeta de acuerdo con Global Firepower, hacen gala de estos principios. Por lo tanto, no resulta sorprendente en modo alguno el uso del submarino nuclear USS Michigan, de la madre de todas las bombas y de los misiles Tomahawk. Por así decirlo, las guerras modernas no suelen resolverse con agua de rosas. No olvidemos el omnipresente complejo reptiliano, en virtud del cual los seres humanos tienen la necesidad imperiosa de demostrar que son las vacas que más hierba comen, más boñiga esparcen y más alambradas tumban.

Además, tales principios sintonizan con un concepto brindado por Lewis Mumford: la megamáquina, surgida cinco milenios atrás, con ejemplos elocuentes como las grandes cuadrillas de trabajadores que construyeron las pirámides egipcias y la Gran Muralla en China, al igual que los grandes ejércitos. En palabras de Mumford: “Esta extraordinaria invención ha demostrado ser el primer modelo funcional de todas las complicadas máquinas que vinieron después, aunque el énfasis del maquinismo fue trasladándose lentamente desde los agentes humanos a las partes mecánicas, mucho más fiables. La gran hazaña de la monarquía consistió en reunir todo el poder humano y disciplinar la organización que hizo posible la realización de trabajos a una escala jamás lograda antes. […] Tal máquina pasó desapercibida y se mantuvo innominada hasta nuestros días, cuando apareció un modelo mucho más poderoso y actualizado, servido por una interminable multitud de otras máquinas subordinadas”. En fin, esto explica, al menos en parte, porque un ejército moderno, como el estadounidense, cuenta con la capacidad para aniquilar la vida en la Tierra, no una vez, sino muchas, si ello fuera posible. En esta perspectiva, menos demenciales son los ejércitos de Alemania, Francia y Reino Unido, cuyos arsenales nucleares son mucho más modestos como reflejo de una doctrina militar que cabe resumir como sigue: “Sólo se muere nuclearmente una vez”.

Otro elemento a tomar en cuenta aquí es una ambición presente a lo largo de la historia militar del mundo. En efecto, los dirigentes políticos y militares han solido soñar con poseer un arma suprema, esto es, un arma con una capacidad de destrucción sin precedentes, que, por así decirlo, concentre toda la energía de un gran ejército. En rigor, este sueño logró alcanzarse en la Segunda Guerra Mundial con las armas atómicas y nucleares. Por supuesto, hubo pasos previos que iban en esa dirección, como el fuego griego, el fundíbulo medieval, la artillería de pólvora, los desarrollos espectaculares en armamentos durante el siglo XIX y las tecnologías puestas en juego en la Primera Guerra Mundial y en la Guerra Civil Española. Incluso, la ciencia ficción, con su capacidad de anticipación, aportó ideas al respecto, como fue el caso de una obra de Jack Williamson, el decano de la ciencia ficción, titulada La legión del espacio, muy útil para iniciar en la psique estadounidense el culto a la superarma definitiva y hacerle ver a los militares de la Segunda Guerra Mundial las grandes ventajas del poder aéreo.

Vemos entonces que un comportamiento como el de Donald Trump, lo mismo que el de Obama, compendia la práctica occidental de la guerra por medio de una megamáquina militar formidable, cuyo arsenal incluye armas supremas. Así las cosas, no viene al caso incurrir en explicaciones reduccionistas que pretenden dicotomizar a la humanidad entre un puñado de dirigentes de extrema derecha con un carácter pretendidamente mefistofélico y una mayoría de gente “buena” amenazada por aquellos. No se trata de eso en ningún sentido, puesto que el mundo actual está poblado por hombres de Cromañón que manejan computadores y arrojan misiles en vez de piedras y flechas. En otras palabras, no cabe esperar que sirva de mucho el posible juicio político requerido por el Partido Demócrata estadounidense con el fin de destituir a Trump, pues, cualquier otro en el cargo no estará exento de la dinámica propia de la práctica occidental de la guerra. Ante todo, conviene no olvidar que el coloso del norte, desde su fundación, jamás disimuló su intención imperialista, como cabe apreciar, por ejemplo, en los propios escritos de Alexander Hamilton. En fin, este mundo no es una Arcadia. Y me abstengo de decir que el hombre es un lobo para el hombre para no calumniar al lobo.

Fuentes

GLOBAL FIREPOWER. (2017). Countries Ranked by Military Strength (2017). Extraído el 16 de mayo de 2017 desde http://www.globalfirepower.com/countries-listing.asp.

MUMFORD, Lewis (2010). El mito de la máquina: Técnica y evolución humana. Logroño, Pepitas de calabaza.

PARKER, Geoffrey (Ed.). (2010). Historia de la guerra. Madrid: Akal.

REDACCIÓN EL DIARIO. (2017). El letal submarino estadounidense que podría borrar del mapa a Corea del Norte. Extraído el 16 de mayo de 2017 desde https://eldiariony.com/2017/04/28/submarino-estadounidense-destruir-cor….

SAGAN, Carl. (1997). El mundo y sus demonios: La ciencia como una luz en la oscuridad. Bogotá: Planeta.

WILLIAMSON, Jack. (1987). La legión del espacio. Buenos Aires: Hyspamérica.

ZI, Sun. (2010). El arte de la guerra. Madrid: Mestas.

ZIMBARDO, Philip. (2007). El efecto Lucifer: El porqué de la maldad. Barcelona: Paidós.

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