La historia como herramienta vital para la construcción de la paz.

Por: Esteban Morales Estrada.
Historiador

I

En medio de un proceso de paz, las esperanzas de muchos colombianos se ven reanimadas imaginando un futuro mejor para sí mismos y para los suyos. Otros por el contrario hacen una incansable oposición a dicho proceso, basándose en las pantomimas y la demagogia presentes en procesos de paz llevados a cabo por gobiernos anteriores, como el de Andrés Pastrana (1998-2002) y el de Belisario Betancur (1982-1986). Muchos sin embargo no se dan cuenta de que más allá de la firma de un acuerdo, lo más importante no es la paz en sí misma, sino la consolidación de esta a lo largo del tiempo, pasando por un arduo posconflicto. En este escenario podemos ver en la historia una herramienta para analizar y pronosticar cómo se puede o no desarrollar el proceso. La frase: “el que no sabe su historia, está condenado a repetirla”, no tiene validez en este caso, ni en ningún otro. La historia nunca se repite completamente, siempre está en constante construcción de forma dinámica. Se pueden repetir algunos procesos con particularidades en común y en coyunturas especiales, sin embargo la historia como disciplina debe servir como una herramienta de pronóstico y no de adivinación.

La guerra entre las guerrillas y el Estado puede acabarse definitivamente o evolucionar y transformarse en un nuevo ciclo de enfrentamientos con base en problemas irresueltos, heridas sin cerrar y quejas sin escuchar entre ambas partes. Se debe tener en cuenta que la violencia puede regresar de formas diversas y en ese sentido cobra gran importancia la historia como herramienta de análisis.

II

Durante el siglo XIX hubo guerras civiles frecuentemente en nuestro país, razón por la cual el escritor Gonzalo España ha calificado a la Colombia de ese siglo como un “país que se hizo a tiros”. El siglo XIX se cerró con broche de oro, la guerra más cruenta de todas: la de los Mil Días. Posteriormente, la Hegemonía Conservadora fue afectada por la agitación popular en la década de 1920 y sus acciones frente al Partido Liberal desencadenaron retaliaciones durante la década de 1930 cuando los liberales regresaron al poder. El liberalismo se vio favorecido por miles de colombianos ansiosos de materializar un cambio apreciable en el país, el líder de dicho afán reformista fue Alfonso López Pumarejo (1934-1938 y 1942-1945) con su fracasada Revolución en Marcha. Poco después apareció con mucha fuerza la figura de Gaitán y la división del liberalismo en un ala oligárquica y otra popular se consolidó.

Las retaliaciones entre liberales y conservadores en la década de 1930, las luchas sociales desencadenadas en el campo, el asesinato de Gaitán en 1948, así como el accionar de líderes incendiarios como Laureano Gómez (presidente entre 1950-1953), propiciaron un baño de sangre entre azules y rojos por todo el país. Frente a dicha sangría se favoreció la llegada al poder de un militar desde amplios sectores de la sociedad: Gustavo Rojas Pinilla. Dicha administración pacificó muchas zonas del país, pero cuando empezó a encariñarse con el poder y a concebir planes políticos propios, fue desprestigiada por las elites políticas y poco a poco perdió sus aliados, hasta su caída.

Se estructuró entonces el Frente Nacional (1958-1974), caracterizado como un sistema de transición a la “vida democrática” después de la dictadura de Rojas y la ola de violencia, aun presente en regiones como el Tolima por ejemplo. Durante los 16 años del Frente Nacional se sucedieron cuatro presidentes, dos liberales y dos conservadores, de manera intercalada. El periodo se vio marcado por la repartición milimétrica del poder entre ambos partidos, la odiosa alternación de los candidatos, la exclusión de nuevos sectores políticos y la ausencia de grandes debates ideológicos, dado que cada uno de los dos partidos tradicionales se conformó con su parte del pastel.

En la época del Frente Nacional surgen en el país nuevos actores políticos y armados que se verán influenciados a nivel internacional por la Revolución Cubana, el mayo francés de 1968, la ruptura del Partido Comunista de la Unión Soviética y el Partido Comunista Chino, el nacimiento de la Nueva Izquierda (caracterizada como más radical, pro China y antepuesta a una Vieja Izquierda reformista y no revolucionaria, revisionista y conformista), la consolidación de la teología de la liberación entre muchos otros procesos de cambio, al tiempo que el país se urbanizaba rápidamente. Mientras tanto el Frente Nacional mantuvo al país anquilosado en un sistema político oligárquico y sin inclusión de actores fuera del bipartidismo. Por un lado, el país progresaba en cuanto a su pacificación y al crecimiento de los indicadores económicos, sumado al aumento considerable de la cobertura educativa, de servicios públicos y de infraestructura, pero por otro, las nuevas generaciones se veían encerradas en un panorama político restringido.

La guerra llegó de nuevo, esta vez no en clave bipartidista sino revolucionaria, jalonada por jóvenes radicalizados que tomaron las armas frente al régimen. La llamada generación del “Estado de sitio” estaba compuesta por personas que comenzaron militando en el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), la Alianza Nacional Popular (ANAPO) o el liberalismo oficialista, pero se radicalizaron ante un régimen inmóvil y estático, instaurado en medio de un océano de cambios veloces y radicales, imposibles de contener y encauzar. Nacen: el MOEC, las FARC, el ELN, el EPL, el M19 como actores del abigarrado espectro de la izquierda armada, compuesta por diversos matices, en medio de un variado abanico ideológico.

Más allá de las interpretaciones sobre el Frente Nacional como un sistema incapaz de cubrir y vincular a las grandes mayorías en su proyecto o como un sistema que rellenó todo el espacio político, excluyendo a los actores por fuera del bipartidismo, lo que nos interesa resaltar es que en este periodo de 16 años la violencia se transformó, nunca terminó.

El nuevo tipo de violencia gestada en el periodo, se nutrió de todas las fallas estructurales no atendidas por el régimen frente nacionalista y por su sistema político cerrado, oligárquico y exclusivo para los dos partidos tradicionales en sus vertientes oficialistas. Después del Frente Nacional se configuró un espiral de violencia que aun hoy afecta a miles de ciudadanos.

Los 70s y los 80s se desarrollaron en medio de un clima de confrontación entre diversos actores armados paralelos al Estado, reforzados o cuestionados por la aparición y consolidación de nuevos protagonistas aparte de las guerrillas, como el paramilitarismo y la mafia. Entre estos tres actores el Estado fue permeado en todas las esferas y niveles.

Esta sintética mirada retrospectiva, nos deja ver el peligro que corre el país de no afrontar correctamente el decisivo proceso actual, además muestra como la historia debe usarse como un espejo retrovisor mientras se avanza, o como una linterna en un camino oscuro que se transita.

Como reflexiones vitales sobre el proceso actual, debe tenerse en cuenta que por un lado, la violencia sigue siendo una herramienta usada por otros actores distintos a las guerrillas, por lo que el Estado no debe bajar la guardia ni asumir que ha creado un paraíso. Por otro lado, si los cambios estructurales no llegan, aparecerán de nuevo brotes violentos, cimentados en actores desmovilizados inconformes, acostumbrados a soluciones violentas. El reto está en abrir un campo a los que se reinsertan y cerrar el ciclo infinito: ataque – retaliación, esperando a su vez que la reinserción de la gran mayoría de ex guerrilleros sea sincera y responsable, contando con una supervisión internacional del proceso y brindando oportunidades a estos desmovilizados, sin dejar de exigir su participación en la reparación, la construcción de la verdad, los procesos judiciales pertinentes según el caso y su reinserción total en la sociedad que les abre sus puertas.

En definitiva todos los involucrados en el largo conflicto deben ceder en algunos puntos y abrirse en otros, ningún actor se someterá completamente pero tampoco podrá cumplir todas sus aspiraciones, se trata de un balance entre las partes. Además debe tenerse en cuenta que la paz no llega de un día para otro y es posible que en el periodo del posconflicto, la violencia de actores rezagados en cuanto al proceso se incremente, o se den divisiones en la guerrilla, sumado a la delincuencia común y al crimen organizado, variables normales en cualquier país del mundo, pero particularmente fuertes y articuladas en Colombia.

Aspectos como la lucha contra la concentración de la tierra, la eficacia de las políticas de reparación y restitución a las víctimas, el papel del sistema judicial, la estructuración de macro políticas públicas de carácter social, la aclaración de la verdad y las oportunidades de reinserción, serán claves para que la paz sea sostenible en el tiempo y para que la guerra Estado – guerrilla cese después de seis décadas de agresiones, muerte y brutalidad mutua. En este sentido cabe destacar que la historia como disciplina y como saber, es un pilar del proceso y debe jugar un papel de primer orden en el análisis y la reconstrucción del conflicto, es tarea de los herederos de Heródoto y Tucídides historiar el proceso de paz en sí mismo y revisar las consecuencias de este, así como las condiciones, las causas y los contextos en los cuales nacieron los actores armados, como lo hizo la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas en un voluminoso informe dado a conocer hace poco, o como lo viene haciendo el Centro Nacional de Memoria Histórica.

El asunto no se reduce a catalogar a buenos y malos o a legítimos e ilegítimos, se trata de construir el perdón y la armonía entre la sociedad, las instituciones, el Estado y los miembros de las guerrillas en proceso de desmovilización y reinserción. Esto solo se conseguirá mirando atrás y aprendiendo de los procesos fallidos y exitosos del pasado, para planear mejor los del presente y llegar a buen puerto en el futuro, aceptando responsabilidades y culpas, enfrentando el desafío de la verdad enérgicamente y reparando a los millones de afectados directa o indirectamente.

III

Debemos tener una mentalidad abierta frente al proceso. Todos tenemos derecho a la paz, pero también tenemos responsabilidades y obligaciones para su construcción. La paz se hace día a día y arranca desde la actitud de cada colombiano. Si se firma la paz, ese será solo el primer eslabón de una larga cadena.

Una tarea titánica debe afrontar el país para demostrar que de verdad está listo para la anhelada paz, recurriendo a la reconciliación y a la construcción de una nación más sólida, educada, unida, prospera, justa, incluyente y equitativa. Como cualquier tarea titánica, esta necesitara del apoyo de millones de personas para su terminación y consolidación. Cada colombiano debe materializar individualmente, desde su contexto específico, la paz y debe contribuir a su desarrollo y permanencia en el tiempo.

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