La educación en una sociedad segregada.

Por: Higinio Pérez Negrete*

Resumen

Este artículo analiza las aspiraciones del gobierno colombiano actual de elevar la calidad de la educación, en unas condiciones en que los particulares han desplazado relativamente al Estado del sector y en que los recursos del Presupuesto Nacional se tienen que orientar, en cuantía importante, a la lucha contra los grupos armados que actúan fuera de la ley y que han contribuido a aumentar la segregación social en el país.

Palabras clave

Segregación social, educación, cultura, oportunidades, calidad, centros educativos.

Introducción

La educación es uno de los pilares del Plan Nacional de Desarrollo (2014-2018), “Todos por un nuevo país”. Precisamente, las 10.000 becas (préstamos con posibilidad de condonación de la deuda por buen rendimiento académico) que otorgó el gobierno a los mejores bachilleres de 2014, para estudiar en universidades acreditadas con puntajes académicos por encima del promedio nacional, son parte del programa “Ser pilo paga”, que es uno de los componentes de dicho plan. Se busca elevar el capital humano e intelectual, y mejorar la posición de Colombia, en calidad de la educación, en el contexto latinoamericano. Además, la aspiración de ingresar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que ha manifestado el presidente Juan Manuel Santos, está condicionada al cumplimiento de indicadores de calidad en el sector.

El énfasis gubernamental en la educación ha sido reforzado por James Robinson, profesor de Economía en la Universidad de Harvard en Estados Unidos, profesor de la Escuela de Verano de Economía en la Universidad de los Andes en Bogotá y coautor de uno de los libros más vendidos en América Latina en 2012 y 2013, “¿Por qué fracasan los países?”, quien recientemente afirmó que el mayor obstáculo al progreso del país es el notable rezago que presenta el sector de la educación, sobre todo en lo referente a calidad. Coincidiendo con el gobierno y con Robinson en que la educación es base fundamental de la democracia, del crecimiento económico y del desarrollo, es importante preguntar: ¿será posible elevar la calidad de la educación en una sociedad cada vez más segregada?

Aumenta la segregación social

En los años cincuenta y sesenta del siglo XX, período en que Colombia vivió el fenómeno de la violencia liberal-conservadora, comenzaron a aparecer los grupos armados de la guerrilla y se dio un masivo desplazamiento campesino hacia las ciudades capitales, la segregación social era mucho menor que hoy. En efecto, las diferencias de clase, en términos de ingreso y patrimonio, aunque eran grandes, no se manifestaban, generalmente, a través de la ocupación del territorio (estratos). Por ejemplo, al lado de una familia muy rica podía vivir una familia pobre y, lejos de que esta sintiera alguna forma de discriminación, las relaciones personales constituían un ejemplo de convivencia, tanto así que el vecino era siempre la primera persona con quien se conversaba cada día, aunque fuera apenas mediante un amistoso saludo.

Pero las cosas han cambiado dramáticamente. Desde los años ochenta, y con mucha mayor fuerza en los noventa, cuando en el país comenzó a imponerse una nueva “cultura” (la del narcotráfico) y simultáneamente aparecieron las mal llamadas “autodefensas” (paramilitarismo), el desplazamiento campesino aumentó significativamente y, como consecuencia, se registró un sobre poblamiento en las zonas marginales de las ciudades capitales. Al mismo tiempo, las grandes cantidades de dinero provenientes del narcotráfico, que ayudaban a fortalecer a las dos fuerzas enfrentadas (guerrilla y paramilitarismo), dieron origen a una nueva clase política que tuvo repercusiones económicas de gran alcance en el país. Mientras que los campesinos desplazados pasaron a engrosar el estrato CERO y 1, la clase “emergente”, como se le llamó en la prensa nacional a los representantes de la parapolítica, fortaleció a los estratos 5 y 6, imponiendo como norma de comportamiento ciudadano, la ostentación de la riqueza.

Al respecto, puede citarse el caso de Montería, capital del departamento de Córdoba, comentado por la revista Semana, que refleja claramente lo que está ocurriendo en todo el país: “En el sector de El Recreo en Montería se han concentrado las grandes mansiones de los poderosos de la región… Podría decirse que tener una mansión en ese barrio se ha convertido en un rito casi obligatorio para los grandes electores de la política en Córdoba… Como dicen en Montería, no es pecado tener una casa grande y bonita. No obstante, cuando el personaje es político la ostentación da para comentarios y especulaciones… Quienes conocen la política local explican que allí solo ha llegado ‘la nueva generación de políticos’ y se refieren a quienes han sido congresistas después de los años noventa. ‘Los (políticos) de antes…vivían modestamente en Bogotá y se hospedaban en casas austeras o donde sus familiares cuando venían a Montería’ ” [ CITATION Nue14 \l 9226 ].

En los años cincuenta y sesenta, existían relativamente pocas escuelas, colegios y universidades privadas en Colombia. Un porcentaje alto de estudiantes ricos se codeaban cada día, en los centros educativos públicos, con niños y jóvenes pobres, en un ambiente en el que el sentido de convivencia primaba sobre el matoneo que tanto preocupa hoy. Para aquella época, el traslado al colegio era igualmente un ejemplo de convivencia, porque muy pocos estudiantes ricos se transportaban en lujosos carros y, por el contrario, lo corriente era que casi todos los estudiantes, sin distingo de clase, se movilizaran a pie o en bicicleta, formando grupos numerosos que ocupaban las tranquilas calles de pueblos y ciudades.

Pero poco a poco el compromiso estatal fue desapareciendo de la educación, por razones que serán expuestas más adelante, y los colegios y las universidades públicas perdieron importancia, de tal manera que hoy no más de una cuarta parte de los estudiantes de educación superior están en universidades del Estado, mientras que los centros educativos de carácter privado aumentan aceleradamente. De esta manera, los estudiantes hoy se diferencian por la universidad donde estudian y se distancian cada vez más, no solo por el ingreso y el patrimonio sino, lo que es mucho más preocupante, por el lugar donde habitan y los lugares sociales que frecuentan.

Segregación social y educación

Una economía de mercado se caracteriza por diferenciar a las familias, en términos de ingreso y patrimonio, pero no necesariamente las separa en lo que respecta a ocupación del territorio, asistencia a centros culturales y lugares públicos. En efecto, los pobres pueden tener sus viviendas al lado de la de los ricos, asistir a los mismos centros educativos y disfrutar de los mismos lugares de recreación, lo que significa que hay diferencia de clase, pero no segregación social. Otra característica de una economía de mercado son las comparaciones interpersonales, las cuales generan deseos que van más allá de las necesidades básicas. Precisamente, son estos deseos o necesidades sociales los que determinan el crecimiento económico de un país, porque si se tratara simplemente de satisfacer las necesidades naturales mínimas de vivienda, comida, calzado, vestido y otros requerimientos básicos de supervivencia, la producción se estancaría una vez que estuvieran satisfechas tales necesidades. Es entendible, en el mundo en que vivimos, que las personas quieran mejorar sus condiciones de vida y, por lo tanto, no causa sorpresa la gran dinámica que registran los gastos de consumo. Sin embargo, esta diferenciación de clases y el deseo de progreso, que es natural de la sociedad de mercado, no es suficiente para explicar el rápido crecimiento de la segregación.

Aunque la segregación social se ha dado en todos los países de América Latina, en Colombia adquirió unas características especiales y una dinámica mucho mayor con el avance de la “cultura” mafiosa. El poder político de los señores de la guerra, sumado al poder de quienes, respaldados igualmente por el narcotráfico, llenaron de dinero “sucio” y corrupción la contratación con el Estado, han constituido una fuerza que promueve el enriquecimiento, no por la vía de la producción, sino por la extracción y captura de rentas estatales. Este cambio de cultura, que significó el paso del respeto a la riqueza obtenida con mucho esfuerzo y en forma limpia, a la admiración por el dinero “fácil” y las demostraciones de “viveza”, ha tenido una incidencia negativa de gran importancia en la cantidad y calidad de la educación.

Al respecto, son varios los hechos en que se manifiesta dicha incidencia. De una parte, la gran cantidad de recursos del Presupuesto Nacional destinados a combatir a los grupos armados que actúan por fuera de la ley (guerrilla y paramilitares), han limitado la capacidad financiera para sostener el funcionamiento de los centros educativos públicos, los cuales sufren un notable deterioro, como se evidencia en varios de los edificios de la Universidad Nacional en Bogotá, que amenazan con caerse. De otra parte, por la vía de la corrupción en la contratación estatal, son muchos los recursos que han ido a parar a manos de los delincuentes de corbata. Es fácil entender que los recursos que se destinan a la guerra y a alimentar la corrupción, son recursos que se le quitan al gasto social, sobre todo a la educación pública.

Desigualdad de oportunidades y calidad de la educación

La segregación social genera desigualdad de oportunidades y, a su vez, la desigualdad de oportunidades deteriora la calidad de la educación. En efecto, el problema más grave de la sociedad de mercado en que vivimos, no es que exista una amplia desigualdad de la riqueza sino que se esté dando una cada vez mayor separación, en muchos aspectos de la vida diaria, sobre todo en lo que tiene que ver con el lugar de vivienda, de estudio, de recreación, etc., entre los pobres y los ricos, lo que se traduce en una creciente desigualdad de oportunidades.

El concepto de externalidades positivas de la educación, cuyo significado es que las personas se transmiten recíprocamente conocimiento a través de la conversación y demás formas de comunicación que establecen, aparece aquí con mucha fuerza. Precisamente, dicho concepto nos ayuda a entender que una de las características que diferencia a los países más desarrollados de los menos desarrollados, es la asistencia por igual de estudiantes pobres y ricos a los mismos centros educativos, en los más desarrollados, lo cual produce una multiplicación del conocimiento, no sólo por tener una educación igual y de calidad para todos (ofrecida por el Estado), sino también por la interacción entre estudiantes de las distintas clases sociales que ello conlleva y, por lo tanto, los aportes formativos que de ahí se derivan.

Por mucho esfuerzo que haga el gobierno colombiano por elevar la calidad de la educación, no cuenta con la mencionada característica de países como Suecia, Dinamarca, Noruega, Finlandia, por ejemplo, en donde la segregación social prácticamente no existe. El programa “Ser pilo paga”, que se ha presentado como un importante avance hacia la educación de calidad, lejos de disminuir la segregación social y la desigualdad de oportunidades, crea oportunidades para unos pocos estudiantes pobres con excelentes resultados académicos, pero aleja las posibilidades de los que no pueden entrar al “club” de los mejores.

Al respecto, vale la pena tomar como referencia la calidad de la educación en Estados Unidos, la economía más grande y una de las más ricas del mundo (PIB y PIB por habitante, respectivamente), donde la educación está relativamente en manos privadas, y la calidad de la educación en Finlandia, uno de los países de mayor desarrollo (calidad de vida), donde la educación es ciento por ciento estatal: “Los estudios comparados de la educación muestran que Finlandia cuenta con los mejores resultados en calidad de la educación en todos los niveles, mientras Estados Unidos concentra la calidad en algunas instituciones y poblaciones” [ CITATION Her15 \l 9226 ].

Conclusiones

La aspiración del gobierno de que en el 2025 Colombia sea el país más educado de América Latina, se ve malograda por la segregación social, que ha venido incrementándose en los últimos veinte años. De poco alcance son los programas encaminados a elevar la calidad de la educación si ellos sólo benefician una muy pequeña parte de los estudiantes del país, mientras que el resto tiene que conformarse con lo que sus precarias condiciones le permitan. Sin embargo, existe la esperanza de que si los acuerdos de paz en La Habana tienen un final favorable a la extinción de la guerrilla, y si ello implica la desaparición igualmente del paramilitarismo y de la “cultura” mafiosa, las condiciones cambien para bien de la educación en Colombia.

Bibliografía

Nuevo vecino en el barrio. (13 de Julio de 2014). Semana, 36.

Hernández Álvarez, M. (22 de Marzo de 2015). El Espectador. Recuperado el 23 de Marzo de 2015, de http://www.elespectador.com/noticias/educacion/el-financiamiento-de-edu…

Nussbaum, M. (2010). Sin fines de lucro: ¿por qué la democracia necesita de las humanidades? Buenos Aires: Katz Editores.

Robinson, J. (13 de Diciembre de 2014). ¿Cómo modernizar a Colombia? El Espectador.

Robinson, J., & Acemoglu, D. (2012). Por qué fracasan los países. Bogotá: Planeta.

Smith, A. (2011). La teoría de los sentimientos morales. Madrid: Alianza.

* Economista de la Universidad de Antioquia. Magíster en Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor e Investigador de las Universidades Autónoma y La Gran Colombia.

Compartir