La ética en la pedagogía social

Por: Hernán Tena Cortés

Como profesionales sin importar el área de desempeño, quizá de las cosas más difíciles es obrar con ética y establecer la línea de coherencia entre el discurso y la práctica. Debemos ser conscientes que esta postura es dinámica y que cada situación o contexto puede variar su resultado.

En la docencia, dada su naturaleza y su cotidianidad, es común que con o sin intención los actores que la protagonizan ejerzan una doble moral o falten a la coherencia entre discurso y práctica. Por lo anterior, es muy importante evaluar cada día, pues los docentes siempre serán de una u otra manera, una figura o modelo a seguir para muchos estudiantes.

En la pedagogía social, las cosas suceden de manera muy similar. En primer lugar, recordemos que esta ciencia social se caracteriza por una relación reflexiva entre teoría y práctica en la que las dos se desarrollan entre sí. Según Schumacher (2008) la relación con el otro debe ser crítica y cuestionable, para asegurar lo anterior, esta disciplina se conceptualiza en otros campos como: educación, psicología y ciencias sociales, así como macroeconomía, teología y filosofía (Böhnisch, Schröer y Thiersch, 2005)

La pedagogía social surgió en muchos países como la respuesta educativa a problemas específicos, enfatizando en la posibilidad de influenciar las circunstancias desde la educación con el fin de crear una sociedad más justa e igualitaria. Esto significa que tiene como objetivo dar forma e influir en las condiciones sociales de manera que aborde las desigualdades y garantice que los diferentes grupos dentro de la sociedad puedan preservar su diversidad sin dejar de sentirse parte del tejido social más amplio.

Para ilustrar lo anterior, (Eichsteller & Holthoff, 2011) han sugerido un protocolo que denominaron: “el modelo diamante”. Dicho modelo debe ser visto como inseparable y busca mejorar el bienestar y la felicidad tanto a nivel individual y colectivo como a corto y largo plazo; proporcionar oportunidades de aprendizaje holístico y experiencias positivas a lo largo del curso de la vida; desarrollar relaciones fuertes, afectuosas y auténticas para que las personas se sientan interconectadas, apoyadas y responsables por los demás; y para permitir que los individuos y las comunidades se empoderen, asumiendo la responsabilidad y el control de sus propias vidas.

Cuando se interactúa con los demás, los individuos suelen expresar sus creencias o valores fundamentales a través de su postura o mentalidad, concepto conocido como “Haltung” en Pedagogía Social (derivado de Alemania). Lo anterior se refiere al punto al que una persona guía sus acciones por sus orientaciones éticas y de acuerdo a sus valores accionados en el diario vivir.

Eso se puede entender como lo que Carl Rogers denominó condiciones centrales: comprensión empática, congruencia y consideración positiva incondicional (Rogers, 1967, p. 304). La comprensión empática requiere un interés genuino en el mundo y la vida de la otra persona, con el fin de construir una relación que permita dar el apoyo necesario para transformar cada experiencia de manera positiva e incondicional. Teniendo presente que la comprensión tendrá limitaciones, ya que nunca será posible entender al otro de manera integral y es ahí, en donde la ética y la imparcialidad juegan su mejor partido.

La naturaleza de la pedagogía social consiste en crear situaciones para aprender a través de un proceso único que no puede ser alcanzado por medio de la aplicación de métodos técnicos que carezcan de reflexión. Procura la construcción de relaciones que busquen preservar al otro en su unicidad y crea las condiciones para el diálogo, explorando preguntas, posibilidades y elecciones como socios iguales en un mundo incierto, complejo e impredecible.

Preguntas alrededor de la moralidad, de lo que constituye el bien y el mal o de lo correcto e incorrecto, reposan en el corazón de la ética sin lograr estándares universales. Bauman (1993) por ejemplo, sugiere que en el mundo posmoderno no es posible diseñar un código universal de ética que guíe las acciones o el pensamiento humano. Él ve la pluralidad de las formas e ideales humanos como un desafío, y la ambivalencia de los juicios morales como un estado mórbido que anhela ser “rectificado". Por ende, el seguimiento o aplicación de un código no garantiza que se haya obrado de forma correcta, luego si cabe anotar que nuestras acciones pueden tener alcances a largo plazo hasta el punto de tocar o transformar vidas.

Gruber (2009) introduce cinco valores fundamentales para pensar y actuar éticamente en la pedagogía social: la dignidad humana de cada persona, que exige nuestro más alto respeto; asumir la responsabilidad de las propias acciones morales; tolerancia al encontrar y respetar la diferencia; justicia social con respecto a la distribución justa de oportunidades participativas y de vida (Thiersch, 2009); y solidaridad con los miembros desfavorecidos de la sociedad. Estos cinco valores orientan en mayor o menor escala al profesional e invitan a permanecer en constante reflexión de la práctica.

En la práctica de la pedagogía social los profesionales deben moverse en dos dimensiones: la pedagógica y la social. La primera, gira alrededor de la humanidad y la conceptualización de cómo los niños influyen en la educación; la segunda, lo hace alrededor de cómo los individuos deben relacionarse entre sí.

El núcleo y quizá lo intangible lo pone el pedagogo. Pues cabe aclarar que su oficio lo desempeña en suma con personas que han sido vulneradas o que de una u otra manera han pertenecido a problemáticas sociales. Por ende, estos profesionales son modelos a seguir y sus comportamientos son tenidos en cuenta y evaluados tácitamente por los jóvenes, de manera que se sugiere autoevaluar con frecuencia el comportamiento, la manera de expresarse y la forma de solucionar los conflictos que hacen parte del diario vivir de un pedagogo social.

A continuación se presenta un caso real que procuró por aplicar esa ética que aquí se describe y que en este escenario busca recordar que los niños no tienen la culpa de los problemas de los adults.

¡De las carreras solo queda el cansancio!

Era sábado en la mañana, la noche anterior se recibieron varias pulgadas de lluvia, el día era gris y frío para la fecha de verano. Me desperté temprano para terminar un trabajo de la maestría, mi teléfono sonó y era un mensaje así: —"Hola, puedes llegar más temprano hoy, tuvimos una dificultad y quisiéramos acelerar el inicio del día." Lastimosamente ya faltaba poco para la hora real de inicio y solo pude responder que me apuraría para llegar lo antes posible.

Terminé el trabajo, me organicé y emprendí camino al trabajo en tiempo récord. Debo reconocer que en medio del trayecto y confiado por la oscuridad del día, me excedí un poco en velocidad. Faltaban dos kilómetros para arribar, miré por el espejo porque sentí que alguien me seguía y así fue, un carro blanco en excelentes condiciones encendió unas luces azules y me indicó que debía estacionarme, era la policía para decirme que venía muy rápido y que debía ponerme una multa por velocidad.

Así inició mi día. El primer aprendizaje giró alrededor de la paciencia y la tolerancia, pues una multa por dejarse llevar por impulsos emocionales le genera malestar a cualquiera. Cuando el policía me indicó que podía continuar el camino, lo primero que pensé fue que tenía que llegar tranquilo a casa de los niños, ellos no tenían la culpa de lo sucedido y desquitarme no sería buena opción. Realicé algunos ejercicios de respiración y para mi llegada al destino, las emociones ya estaban controladas.

Al llegar le dije a los compañeros lo que había sucedido pero a manera de chiste, recibí a los niños con la actitud que ellos merecían y estuve atento para escuchar lo que había pasado. Uno de ellos tuvo una dificultad y dejó salir sus emociones con el pedagogo de turno, al parecer las cosas estuvieron más tensas de lo esperadas y el niño más pequeño se asustó mucho. La mediación fue la clave por parte de los profesionales, en una situación como esas, es de vital importancia no tomar las cosas personales, escuchar a los jóvenes cuando más nos necesitan y procurar por preservar la calma en el ambiente.

El pedagogo que protagonizó el acto supo manejar la tranquilidad y ser muy cauto con su expresión oral, la pedagoga que medió el conflicto supo manejar la situación con los niños no involucrados para mantener la calma en la casa. Yo supe controlar mis emociones para no descargar la negatividad de una multa que se habría podido evitar con los jóvenes que solo esperaban con ansias los planes del día. Así concluyó este caso que gracias al buen manejo protagonizó unos cuántos minutos de un día que terminaría siendo inolvidable y transformado en empoderamiento y positivismo para cada uno de los jóvenes que habitan ese lugar. ¿Se imaginan si los adultos hubieran reaccionado de otra manera?

References

Eichsteller , G., & Holthoff , S. (N/D). Social Pedagogy as an Ethical Orientation Towards Working With People — Historical Perspectives (Vol. 36). (A. A. Press, Ed.) ThemPra Social Pedagogy C.I.C .

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