Jorge 40: No hay plazo que no se cumpla.

Por: Guillermo Rico Reyes

Con el regreso de Jorge 40 a Colombia, muchas historias se reviven; este sujeto fue uno de los que se paseó como dueño y señor del Caribe colombiano. Toda la costa fue azotada por tres comandantes de la muerte: El temible Cadena, el hoy recuperado para enfrentar la justicia don 40 y el comandante de ellos, alias “el italiano” Salvador Mancuso.

El 5 de diciembre de 2019, para el aniversario de la masacre de las bananeras que tan afanosamente quieren ocultar los dueños del poder, lancé, en Ciénaga (Magdalena) un libro que llevaba varios años escribiendo: LAS LAGRIMAS SALARON EL MAR: Masacres Olvidadas del Caribe. Era una deuda que tenía con esa región, la más golpeada por la violencia, especialmente el paramilitarismo que hostigó, asesinó y desplazó a miles de campesinos pobres.

Como siempre lo hago, recorrí los pueblos donde la muerte reina con la presencia de estos ejércitos de saqueadores que, aunque existen en todo el país, allí demuestran que un campesino pobre, con tierras, es un objetivo militar. Parece que allí la consigna es que los pobres no pueden tener nada, menos tierras.

Así entrevisté a los habitantes y autoridades de los municipios que conforman los Montes de María y los vecinos de ellos, primero los de Sucre: Ovejas, Chalán, Colosó, Morroa, Los Palmitos, San Onofre, San Antonio de Palmito y Tolú Viejo. Después los que pertenecen al departamento de Bolívar: Carmen de Bolívar, Marialabaja, San Juan Nepomuceno, San Jacinto, Córdoba, El Guamo y Zambrano y claro, los pueblos vecinos a los Montes: Canutal, Canutalito, Flor de Monte, El Salado y más.

Los territorios y las masacres fueron repartidas en un tenebroso mapa; los pueblos de Sucre fueron golpeados por Cadena, que tenía su base de operaciones en El Rincón del Mar, corregimiento de San Onofre, mientras que 40 asegura sus muertos en Bolívar, así se garantizaba que nadie se salvaría de la temible presencia de los sanguinarios hombres que lograrían el saqueo de las tierras de los labriegos.

Por supuesto que todo esto se logró “gracias” a Martín Caballero, el nefasto comandante de las Farc en la zona y que, al igual que los paracos, saqueó, violó y asesinó sin piedad a los que se negaban a cualquiera de sus pedidos.

Recolecté un material preciado que enriqueció la primera parte de mi libro, pero mi objetivo eran los pueblos palafitos.

La prensa asegura que las masacres cometidas en los pueblos de la ciénaga grande dejaron unos 30 muertos, pero al llegar allí uno se da cuenta de que esa cifra es solo un diez por ciento del número real.
Para quienes desconocen el término, los palafitos son casas construidas sobre el agua, sostenidas por troncos de madera, generalmente guayacán que con poco tiempo se endurece como acero lo que garantiza muchos años.

La orientación y el apoyo de un grupo de intelectuales fue definitiva en el logro de la recuperación de la memoria histórica para su denuncia en mi libro. Claro que tengo la obligación de decir que ya existe un escrito de esta masacre, realzado por un grupo de investigadores del Centro Nacional de Memoria Histórica (la de antes) y las universidades del Magdalena y los Andes y presentada con el título: ESE DÍA LA VIOLENCIA LLEGÓ EN CANOAS.

El día se inició con un desayuno en casa de mi amiga Margarita, donde la lista de recomendaciones solo fue superada por la cantidad de bendiciones y claro, en su papel de matrona, me organizó una lonchera –por si al caso le da hambre y no tienen que comer, mijo-, al tiempo que empacaba en mi morral un paquete que, horas después sería la solución de una buena hambre: un mote de guineo viche, revuelto con queso costeño que consumí en medio del paisaje de la ciénaga grande mientras pensaba… “gracias Margarita, tu terquedad, más que tus bendiciones, salvó un estómago en pena”.

La noche anterior habíamos estado hablando sobre las masacres que se realizaron con varios meses de diferencia una a la otra; la primera, en febrero de 2000, cuando una madrugada, un comando de paramilitares atacó Trojas de Cataca. De esa población palafítica solo les quedó el recuerdo… que también se diluye con el tiempo. La prensa dijo que las víctimas fueron mas o menos 16, pero lo cierto es que, del pueblo donde vivían unas 160 familias no quedó ni una sola casa.

Las 3 de la mañana fue la hora del ataque que se hizo con granadas, bombas incendiarias que lazaron contra las casas de madera y cuando sus habitantes salían gritando por el fuego, los remataban con ráfagas de armas automáticas. Los cuerpos caían en el agua que los arrastró a lugares impensados, recuerden que esa ciénaga mide miles de kilómetros cuadros. Nadie supo cuantos murieron y por su puesto tampoco los que se salvaron, pero los habitantes de los pueblos vecinos calculan que la cifra puede llegar a 300.

Diez meses después, el 22 de noviembre del mismo año, atacaron a Buenavista y Nueva Venecia. En el primero, asesinaron solo a los pescadores que habían salido muy temprano y se cruzaron en el camino de los asesinos; se calcula que entre 16 y 20 personas perdieron la vida, les dispararon desde sus lanchas con armas automáticas de largo alcance. Muchos de los cuerpos cayeron al agua y sus lanchas fueron arrastradas por el agua, por eso fueron reportados como desaparecidos, no como asesinados, pero no sucedió lo mismo en Nueva Venecia.

Los invito a la segunda parte de mi relato en los próximos días.

Las opiniones de las columnas son del autor y no representan la línea editorial de Nueva Gaceta.

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