Gustavo Petro, la disolución de la izquierda.

Por: Mauricio Vargas González.

Ha nacido en Colombia una alternativa de Poder y esta no es producto de “La Razón” escolástica de las distintas líneas e itsmos de las tradiciones revolucionarias del siglo XX. Gustavo Petro y el programa de la Colombia Humana constituye el nuevo referente del cambio social, un proyecto de nación con serias probabilidades de conquistar el Palacio de Nariño en el 2022. Las elecciones locales del 2019 serán los pilares, los cimientos del nuevo régimen democrático en gestación. Hay que asumir la Consulta Anticorrupción como la campaña preparatoria para el próximo año.

‘El bienvenidos al futuro’ del mercader ex presidente Cesar Gaviria, además de entregar el país al capital foráneo tenía como uno de sus supuestos propósitos ‘modernizar’ la politiquería y el clientelismo remplazándolo por la meritocracia, la tecnocracia y la planificación de expertos desde Santa Fé de Bogotá. No funcionó, hoy la corrupción y la intermediación ‘votos-gobernabilidad-prebendas’ goza de plena salud.

Así mismo nació una nueva Constitución, al calor de los intereses imperialistas de Estados Unidos, de las bombas de Pablo Escobar y el acumulado de luchas de los movimientos sociales y políticos alternativos de todo el siglo XX. La Alianza Democrática m19 de exguerrilleros fueron mayoría en la Constituyente. Se logró plasmar un recetario de derechos fundamentales y todo tipo de garantías de participación política y ciudadana. Fue la génesis del momento populista, donde emergía una fuerza nueva, progresista y demócrata capaz de disputarle en la práctica el dominio a las fuerzas del status-quo. De aquel impulso se derivaron las administraciones de Navarro Wolf en Nariño, de Petro en Bogotá, de Iván Ospina en Cali, entre otros.

La parte de la Carta referida a la descentralización fue implementada oficiosamente por los Señores de la Guerra y las fuerzas ultra-conservadoras locales, quienes edificaron su hegemonía en la periferia colombiana apoyados en aparatos armados a gran escala, economías ilegales y cabalgando políticamente sobre los errores, los abusos y la tragedia de la guerrilla colombiana.

Así nació en Colombia el momento populista - entendiendo este concepto como una fractura de la hegemonía de las élites políticas tradicionales (el frente nacional) en la conducción del Estado- con la Presidencia de Álvaro Uribe Vélez, donde primó la urgencia de la seguridad por encima de los estrago de una década de políticas de libre mercado que quebraron la industria nacional, del agro, generalizando el desempleo, la precariedad, la informalidad, las privatizaciones y el consecuente enriquecimiento de los más ricos, de los monopolios nacionales y de las multinacionales extranjeras sobre nuestros suelos, haciendo del país uno de los más desiguales del mundo. Un presidente cuya extracción de clase es la de los terratenientes, las mafias y los paramilitares.

Se sintetizó pues la versión criolla del fascismo del siglo XXI, “Estado Comunitario y Estado de Opinión”, la “Democracia Plebiscitaria” sin las molestas mediaciones de las Cortes, del Congreso y de los entes territoriales, haciendo de la Constitución un pesado fardo el cual debía ser removido. Todo un cambio gatopardista de “cambiar todo para no cambie nada” que generalizaron la clientela, los cacicazgos regionales, las mafias políticas, la parapolítica, los grandes contratistas, toda una cleptocracia guerrerista y belicosa. Sus mayores logros: falsos positivos, chuzadas a magistrados, persecución y amenazas a la oposición, 6 millones de desplazados por conflicto armado, 7.869 títulos mineros (8,53 millones de hectáreas) expedidos afectando páramos y parques naturales.

Las élites tradicionales se amalgamaron con esta nueva élite rural y periférica de terratenientes-mafiosos, pero las cosas llegaron demasiado lejos y esta hubo de establecer distancias para impedir una dictadura y la sustitución de la burguesía tradicional por los nuevos capitalistas-contratistas apadrinados desde el ejecutivo.

La pelea entre Santos y Uribe fue un cisma que las fuerzas democráticas registraron positivamente inclinando la balanza hacia la Paz y los Acuerdos, aun cuando estos fueron implementados bajo los lineamientos del Fondo Monetario Internacional.

Gracias a esto, la seguridad dejó de ser la piedra angular de la divergencia política y emergió una nueva fase del momento populista, esta vez versando sobre las reformas sociales, económicas y ambientales, además de la corrupción como el asunto fundamental para buena parte de los colombianos damnificados por la cohesión social y por la tercera vía.

En torno a Duque se unió todo el establecimiento, guarnecido en el odio a una guerrilla desmovilizada y en las figuras más prominentes de la miopía y el conservadurismo social, en el apoyo que le brindan los ricos, los monopolios nacionales y las multinacionales extranjeras, en los responsables de la corrupción más descarada y agentes de un modelo creador de desigualdad y miseria social.

Hoy nos encontramos ad-portas de un nuevo momento populista, cuya fase inicial la configuran los 8 millones de votos logrados por Gustavo Petro. Ahora hay que continuar el impulso rumbo al Poder.

No queda más pues que la oposición absoluta, radical y total al régimen cleptocrático de Duque.

¡A politizar todas y cada una de las esferas sociales y ciudadanas!
¡Contra la corrupción, contra el modelo económico, contra el fraking, contra la guerra, contra la politiquería, por las reformas, por la paz, por la transparencia, por la cultura ciudadana!
¡Vamos por la Consulta Anticorrupción, por las Alcaldías, Gobernaciones, Concejos, Asambleas y JAL’s¡
¡Vamos por la alternativa de Poder en Colombia!

Nota: Las Alcaldías y Gobernaciones van a ser fundamentales en la defensa de la Paz, del medio ambiente y en la lucha contra la corrupción. Municipalizar y Regionalizar la oposición a Duque es fundamental este momento populista.

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