¿Es en verdad nuevo el problema de inseguridad en Medellín?

Por: Juan Orlando Bonilla Peñaloza

Los hechos de violencia en la ciudad de Medellín de los últimos días han causado un estado de conmoción generalizada en los habitantes de la ciudad. Rectores y religiosos asesinados, enfrentamientos entre combos delincuenciales, cobros de extorsiones o “vacunas” a transportadores, el “fleteo”; además de los múltiples crímenes como el asalto o el microtráfico que ya se han convertido en parte del paisaje de la ciudad contrastan con la imagen de ciudad líder e innovadora que se ha querido difundir desde la alcaldía con eventos como Colombia Moda o la pasada Feria de las Flores.

Pero esta situación no es para nada nueva, desde inicios del siglo pasado Medellín pasó de ser un pequeño poblado apartado en las montañas a ser una ciudad en proceso de industrialización (proceso que fracasaría a finales del mismo siglo por cuenta de la apertura económica) que, ante la imposibilidad de expandirse en sentido norte-sur decidió integrarse a los municipios circundantes y empezó a recibir una cada vez más creciente migración proveniente de los municipios que buscaban integrarse a la región gracias al Ferrocarril de Antioquia (proyecto ejemplar que también fracasó a finales del siglo pasado por voluntad de la clase dirigente). Fue a partir de la violencia política que se asomó con algo de timidez desde los años treinta pero que se hizo más palpable a mediados de la década de los cuarenta que la migración se hizo más dramática y evidente. En contra de lo proyectado por las élites urbanas que pensaban una Medellín para su exclusivo disfrute, las oleadas de desposeídos que llegaron del campo hicieron crecer la ciudad sobre sus laderas orientales y occidentales y preñaron de tugurios de escombros y caminos de herradura las zonas que anteriormente habían sido fincas y terrenos en desuso.

Con la migración llegó la represión, ejercida de manera violenta por parte del Estado. Ante las operaciones ejecutadas por la policía para expulsar a los primeros residentes de lo que luego se llamarían “barrios populares”, los desesperados habitantes de algunos de estos crearon grupos de autodefensa que no solo se enfrentaban a las autoridades sino que también realizaban acciones de control social como el ajusticiamiento de ladrones y demás criminales o elementos considerados inconvenientes para la comunidad. Conforme avanzaron los años sesenta estos primeros grupos empezaron a ser copados o desplazados por las milicias urbanas de los nacientes grupos guerrilleros que continuaron ejecutando las mismas operaciones de control social en aquellos barrios que, a regañadientes, habían logrado ser reconocidos por las autoridades locales; pero las milicias también utilizaron los barrios como trincheras para enfrentarse al Estado y a las autoridades oficiales. El reclutamiento, el pago de cuotas y el establecimiento de las llamadas fronteras invisibles no son fenómenos nuevos para la ciudad, ya desde estas épocas los Comandos Armados Populares y otros grupos eran pioneros en la utilización de estas técnicas de guerra. El cierre definitivo de este periodo en la historia de la ciudad llegaría en 2002 y 2003 con las funestas operaciones Orión y Mariscal en las cuales el Ejército Nacional, la Policía Nacional y las Autodefensas Unidas de Colombia actuarían como una sola fuerza para masacrar a la población y expulsar al Ejercito de Liberación Nacional de sus últimas posiciones en la Comuna 13.

De manera muy acertada el informe Basta ya del Centro Nacional de Memoria Histórica afirma que en los años ochenta “el misticismo del guerrillero sería reemplazado por el pragmatismo narcotraficante”; también afirma que las premisas abstractas de cambio social promovidas por las fuerzas revolucionarias serían fácilmente reemplazadas por la idea precisa de enriquecimiento rápido y vida corta promovida por los grupos narcotraficantes. Cuando el narcotráfico fue un negocio discreto y de pequeñas proporciones pudo ignorar la presencia de las guerrillas, pero conforme fue tomando aire esta actividad empezó a competir por los territorios con los grupos guerrilleros, primero en las zonas estratégicas como el Magdalena Medio y el Urabá (sitios en los cuales en el primer lustro de la década de los ochenta comenzó el genocidio paramilitar) y posteriormente en las ciudades. Medellín tuvo la desgracia de ser el hogar de estos emprendedores del tráfico ilegal, los cuales a conveniencia y dependiendo de los barrios y circunstancias hicieron, a la vez, la paz y la guerra con las milicias guerrilleras hasta eliminarlas de la mayoría del territorio de la ciudad. Hechos extravagantes como el asesinato de grandes personalidades locales y nacionales, desde Rodrigo Lara Bonilla hasta el magnicidio de Galán en Soacha orquestados por la familia criminal y política de Medellín lograron que la atención de las autoridades se centrara en Pablo Escobar y sus secuaces logrando la muerte de este, la captura de algunos de aquellos y la huida de otros a varios destinos dentro del espectro del crimen nacional (no olvidar que alias El Paisa de las FARC fue miembro del Cartel de Medellín).

Pero esa es la parte de la historia que pierde el sentido al ser conocida por todo el mundo. La otra parte más interesante es la relatada por Alonso Salazar en su texto académico No Nacimos pa’ semilla (cuyo título original iba a ser Mata que Dios perdona haciendo referencia a la canción del mismo nombre de Jorge Cabrera y su Conjunto) y en la obra fílmica de Víctor Gaviria, parodiada por el Canal RCN y sus narconovelas. Estos documentos nos hablan de cómo en pleno proceso de desmovilización del EPL, esta guerrilla, aprovechando los campamentos que instalaron en el Parque Norte de Medellín como parte de los acuerdos, fue la encargada de dar entrenamiento político-militar a muchos jóvenes que posteriormente pasarían a integrar algunos de los primeros combos delincuenciales y que luego empezarían a trabajar para las mafias como soldados asalariados (recordar que el narcotráfico fue la manera como el capitalismo ingresó a los barrios donde el capital simplemente no existía). La retirada progresiva de las guerrillas y la aparición de las drogas profundizaron la degeneración social, la cual fue respondida por la sociedad tanto con la conformación de grupos de autodefensa como con alternativas lúdico-educativas por parte de algunos líderes religiosos y sociales más conciliadores. Las historias que nos cuenta Víctor Gaviria son transversales, cotidianas y acomodables a la realidad de cualquier suburbio latinoamericano, historias viscerales de lo que ocurre en un mundo donde el Estado renuncia a ejercer el control sobre la sociedad y donde el bandido es la ley.

Después de la operación Orión las Autodefensas Unidas de Colombia serían el grupo armado que ejercería el poder de facto en la ciudad de Medellín. Si vamos a hacer un pequeño recuento de sus inicios debemos recordar que nacen como parte de la lucha antisubversiva de los hermanos Castaño en el nordeste antioqueño, luego esta familia se integra al Cartel de Medellín, organización en la que logran aumentar su poder económico y donde continúan ya en Urabá, Córdoba y Magdalena Medio con su campaña contras las FARC. Según testimonios de alias Popeye después del asesinato de Bernardo Jaramillo Ossa en 1990 Pablo Escobar le declara la guerra a la familia Castaño, esta crea la organización “Los Pepes” (Perseguidos por Pablo Escobar) la cual fue fundamental en la persecución y posterior muerte del capo. Con la desmovilización en 1991 del EPL y la creación del movimiento Esperanza Paz y Libertad se inicia en Urabá y Córdoba una campaña promovida por las FARC contra los desmovilizados acusándolos de traición a la causa revolucionaria. Ante la persecución y el exterminio son muchos los exguerrilleros del EPL que se unen a las AUC (mismo camino antes recorrido por Don Berna), lo cual fue fundamental para la posterior derrota de las FARC en estas regiones.

Entre los habitantes más antiguos de Medellín es un secreto a voces que la actual Oficina de Envigado inicio como la Oficina de Seguridad y Control, la cual estaba al mando de varios famosos sicarios al servicio de Pablo Escobar como el mencionado Don Berna, esta entidad fue una dependencia del Estado y fue liquidada a finales de la década de los ochenta después de que se comprobó la financiación de la mafia y la participación de sus integrantes en al menos 200 homicidios, incluidos los de muchas de las niñas de barrios populares que participaban de las bacanales de la mafia. Ya para el año 2006, en el marco de la desmovilización de las AUC la llamada Oficina de Envigado entra a conformar el Bloque Cacique Nutibara, que según declaraciones de jefes paramilitares era una congregación de narcotraficantes que solo querían acceder a los beneficios de justicia y paz (y lo lograron) y para hacerlo tuvieron que enfrentarse en una sangrienta guerra al Bloque Metro, organización de “paramilitares auténticos” que habían sido los verdaderos actores del conflicto armado al participar en la derrota militar de las milicias guerrilleras y las pandillas de Medellín, pero fueron exterminados tal como lo muestra el documental La Sierra.

Con la anunciada desmovilización de las AUC el poder militar de facto fue heredado a la llamada Oficina de Envigado, la cual volvió a repartir los territorios a los diferentes combos que actuaban en los barrios o comunas de la ciudad, pero que ahora debían rendir cuentas a aquel ente ilegal. Conforme fue avanzando el tiempo y luego de la captura de Don Berna se fueron haciendo más evidentes las fracturas y conflictos dentro de la organización, lo cual precipitó los enfrentamientos y problemas con las llamadas fronteras invisibles que ha visto la ciudad en los últimos años.

Pero la inseguridad va mucho más allá de esta genealogía del bandolerismo. La falta de oportunidades de empleo junto a la degeneración social generada por el narcotráfico ha permitido que en Medellín el asalto y el micro tráfico sean problemas cotidianos. Sin embargo, hay dos aspectos paradójicos en esta afirmación: que en las zonas donde se presenta un fenómeno no se presenta el otro y que justamente los tiempos y lugares en donde las organizaciones criminales más poderosas y estructuradas han actuado han sido los menos afectados por estos fenómenos.

La inseguridad en Medellín, sin duda, necesita muchas más páginas que estas para explicarse satisfactoriamente. Por ello, este recuento es apenas una aproximación a un problema más extenso que ha sobrevivido con la complicidad o la omisión de las autoridades locales y nacionales. Además, no puede dejar de tenerse en cuenta que el desinterés de las clases dirigentes de la ciudad por la solución de los problemas básicos de la población se ha constituido, a lo largo de esta prolongada historia, en la principal causa que alimenta la llamada inseguridad en Medellín.

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