EL PLANETA DE LOS VIRUS: EL NUEVO DECAMERÓN

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Magister en Educación Superior, Pontificia Universidad Javeriana
Profesor Asociado con Tenencia del Cargo, Universidad Nacional de Colombia

Esta era acientífica

Nada como la desinformación para producir una situación de pánico a gran escala. Por ejemplo, en 1938, tuvo lugar un episodio memorable en la historia de la radio, a saber: la transmisión radiofónica de La guerra de los mundos por parte de un joven Orson Welles, en la serie dramática The Mercury Theatre of the Air, dirigida y narrada por él. Propiamente, fue una adaptación de la novela homónima de Herbert George Wells, uno de los fundadores conspicuos de la ciencia ficción, publicada en 1898. Tal transmisión tuvo lugar a las 9 p.m. del domingo 30 de octubre de 1938. En todo caso, el episodio de marras es célebre por haber demostrado el poder de los medios de comunicación de masas. En este caso, al haber causado pánico en su audiencia al creer que los extraterrestres habían invadido los Estados Unidos. Por lo demás, no olvidemos que Orson Welles fue un verdadero genio. Un poco más adelante, en 1947, tuvo lugar otro episodio relacionado que mantiene su actualidad: el incidente OVNI de Roswell, que goza de amplio culto entre los creyentes en alienígenas y otras yerbas de similar jaez.

En materia de epidemias y pandemias, no han faltado los episodios de pánico a gran escala. En la Baja Edad Media, encontramos un ejemplo bastante adecuado al respecto: la peste negra, o bubónica, la pandemia más devastadora a lo largo de la Historia, la cual mató a un tercio de la población europea de la época, una cuantía desmesurada habida cuenta de que la creencia de los europeos en cuanto a que estaban dizque tratando con un castigo divino a causa de sus pecados, junto con la mala higiene de entonces, no hizo más que complicar las cosas. En otras palabras, la ignorancia, sobre todo cuando tiene que ver con el desconocimiento del modo científico de comprender el mundo, causa verdaderos estragos. Hasta en las universidades cabe encontrar tamaña problemática, como comienza a notarse con motivo de la mal llamada pandemia del coronavirus.

De manera concreta, abruma la marejada de información sobre este asunto. Y la gente, las más de las veces, no logra separar el oro de la paja, no está capacitada para poner en práctica lo que Noam Chomsky denomina con tino como la defensa propia intelectual, tan necesaria hoy más que nunca ante el embate de las fake news. Por ende, si de conocer la verdad se trata, el modo científico de comprender el mundo es el más adecuado dado su énfasis en el conocimiento de la realidad. Eso sí, si de manejar la ciencia con sentido ético se trata, la búsqueda de la verdad pasa a ser la búsqueda responsable de la verdad. Pero, ¿qué sucede cuando el correo institucional de las universidades tiende a hacerle el juego a los intereses inconfesables del mercado? Sin ir más lejos, al pasar revista a la higiene básica para mantener a raya el coronavirus, no han faltado, entre los métodos para lavarse bien las manos, uno que señala la combinación del jabón con los geles antibacteriales, con lo cual se estaría afirmando que no basta con lavarse con solo agua y jabón, sino que es menester el buen refuerzo con los geles alcohólicos en cuestión. Ahora bien, el asunto adquiere un cariz más notorio si reparamos en la diferencia abismal de precios entre un jabón, más barato, y un gel, más costoso. De este modo, estamos ante un fenómeno de especulación de precios, máxime cuando, a raíz del pánico correspondiente, suben más los precios de estos geles. Para colmo del absurdo, la gente ha corrido como loca para proveerse así mismo con desmesura de los jabones que llevan el pegajoso adjetivo de antibacteriales, haciendo a un lado los modestos jabones que no dicen ser así. Empero, todos los jabones, por su forma de actuar, esto es, por hacer trizas la membrana plasmática de células y microorganismos, son antibacteriales per se. En particular, deshacen la corona del coronavirus habida cuenta de que éste está constituido por cadenas de material genético encapsuladas en lípidos (grasas) y proteínas. En otras palabras, el jabón rompe la estructura que mantiene al virus compacto, quedando sueltas las piezas que lo componen, por lo que el jabón las recubre y quedan eliminadas por el agua del enjuague.

Otro detalle que salta a la vista si, siguiendo el consejo de Noam Chomsky, separamos el oro de la paja y le prestamos atención a médicos serios y competentes, como el inmunólogo argentino Alfredo Miroli, quien estima que el mejor antiséptico es el jabón, no el alcohol en gel: el coronavirus es un virus de ácido ribonucleico (ARN), no de ácido desoxiribonucleico (ADN), como el virus causante del sida, lo cual significa que, al parecer, el coronavirus no va a permanecer para siempre en el cuerpo humano, sino que, transcurridos quince días de cuarentena, o sea, una quincena, nuestro organismo contará con anticuerpos de ahí en más, una vez esté superado el trance médico correspondiente. En cambio, un virus como el del sida permanece para siempre en el cuerpo humano, por lo que las personas que lo padecen deben cuidarse siempre de no contagiar a otras. Ahora bien, las complicaciones que trae aparejadas el coronavirus surgen en casos como las personas añosas y en quienes padecen de diabetes (fue el caso del primer muerto en Colombia, un taxista cartagenero), cáncer, problemas cardíacos y otros problemas. Justo por esto el coronavirus ha causado tantos estragos en Europa, un continente con una elevada proporción de personas añosas en su pirámide poblacional. De aquí que los asiáticos residentes en dicho continente estén desesperados por volver a sus países por considerar que allá estarán mucho más seguros, máxime ante las escasez de máscaras protectoras en el viejo continente, también denominadas como tapabocas o barbijos. Incluso, no han faltado los episodios paradójicos y hasta hilarantes, como la orden dada por Emmanuel Macron en Francia para confiscar barbijos. En semejante estado de cosas, Europa se ha convertido en el continente del que la gente sensata quiere largarse, no tanto al que la gente de esa índole desea llegar. Aunque, por esas cosas de lo snob, no faltan los profesores y egresados universitarios latinoamericanos ingenuos y chiflados que se desviven por querer pasar una temporada en alguna universidad europea o norteamericana, por lo que pasan a ser luego una fuente de contagio para sus estudiantes y colegas en Latinoamérica una vez estén de regreso.

Si las personas no pueden reunirse, no pueden conspirar

Justo esta llamativa frase la ha dicho, en el sexto capítulo de la quinta temporada de la fascinante serie televisiva Outlander, William Tryon, gobernador de la colonia de Carolina del Norte en el siglo XVIII, unos años antes de la Revolución Norteamericana, conversando con algunos de los invitados al matrimonio de Jocasta Cameron. Propiamente, la ha dicho con motivo de sus estrategias para combatir los intentos de rebelión contra la corona británica, por lo que prohibió las reuniones de más de diez personas. De facto, a lo largo de la Historia, los tiranos le han temido a las conspiraciones, por lo que, en siglos pasados, le temían a los cafés al ser sitios predilectos de reunión por parte de intelectuales. Y, claro está, ¿qué ser oscuro no le teme al discurrir propio del luminoso quehacer intelectual? Al fin y al cabo, quien es capaz de leer la primera línea de un buen libro, puede leerlo hasta el final, un proceso en el cual termina por asimilar nuevas ideas que le pueden sugerir líneas de acción y transformación. Es tanto el poder que hay en los libros, justo la esencia del motivo principal de esa bella obra de ciencia ficción que lleva por título Fahrenheit 451, salida de la pluma galana de Ray Bradbury, basada en una sociedad postapocalíptica en la cual los libros están proscritos, al punto que los bomberos están dedicados a quemarlos usando lanzallamas que funcionan con queroseno.

Más cercano a nuestra historia, en los días coloniales, llama la atención la razón de ser de la leyenda de la Patasola. En efecto, en los pueblos coloniales de la América española era habitual el contrabando, por lo que los contrabandistas, en plena noche, echaban a andar por algún pueblo una mula con dos patas algo amarradas para que, de este modo, hiciese un ruido como el atribuido al famoso espanto, causando así el pánico entre los pobladores, quienes no se atrevían a salir de sus casas, por lo cual las calles quedaban desiertas y los contrabandistas podían pasar con su matute con absoluta impunidad. Por supuesto, hoy en día, una leyenda como esa ha perdido toda su efectividad. Empero, los sucesos más recientes han puesto en escena a escala mundial otra manera para acabar no solo con las reuniones de amigos, sino hasta con paros, marchas y cacerolazos: con la ayuda de los medios de comunicación de masas, meterle miedo a todo un planeta con un tema de terror de mucho mayor alcance que los vampiros o los hombres lobos, los cuales tampoco meten miedo hoy día, máxime que ya son tipos bien plantados; y las vampiras, mujeres tan hermosas como Christie Brinkley. Me refiero a las epidemias y pandemias. Así las cosas, el feísimo y terrorífico Nosferatu de Friedrich Wilhelm Murnau es ya un lejano y borroso recuerdo. De esta suerte, más allá de la sugestiva ficción brindada por Pierre Boulle en su obra El planeta de los simios, estamos ante el panorama dantesco del planeta de los virus. Ni el coco mete tanto miedo. En realidad, esta temática ha venido, desde hace un buen número de años, con cierta ambientación por la vía de realizaciones cinematográficas y televisivas de este género, tales como La amenaza de Andrómeda, Niños del hombre, Doce monos, Guerra Mundial Z, Soy leyenda, Resident Evil, Ultraviolet, etcétera, etcétera. ¡Quién lo diría! Unas pocas décadas atrás, se temía que el fin del mundo iba a suceder por obra y gracia de un intercambio nuclear global o alguna catástrofe cósmica, como un meteorito, una megatormenta solar o una explosión de supernova. En cambio, en estos días que corren, la humanidad está muerta de miedo a causa de una puta y vulgar gripa. ¡Vaya decepción! Sobre todo porque ha dado lugar a un burdo e imperfecto sucedáneo de la solidaridad mediante el distanciamiento social para procurar ralentizar la infección. Sin la menor duda, toda una paradoja. Así, lo poco que aún quedaba de tejido social, se deshace como la nieve al Sol.

En reciente y sensata columna, Leonardo Boff ha dejado esta cuestión bastante clara: “Apoyo la tesis de que esta pandemia no puede combatirse solo por medios económicos y sanitarios –que siempre serán indispensables–. Lo que nos exige es cambiar el tipo de relación que tenemos con la naturaleza y la Tierra. Si, después de que la crisis haya pasado, no hacemos los cambios necesarios, la próxima vez puede ser que sea la última, ya que nos convertimos en enemigos de la Tierra, y puede que ya no nos quiera aquí”. En otras palabras, se ha vuelto urgente para el ser humano recuperar su conexión biofílica, cuestionar el paradigma civilizatorio en curso, dominante y carente de convivencialidad como el que más, algo que no salta aún a la vista con los paños de agua tibia que suelen verse al respecto por esta época: cuarentenas improvisadas, probaturas aceleradas y desesperadas con medicamentos existentes para otras afecciones (lo que incluye las pruebas iniciales de propuestas de vacunas de una buena vez en seres humanos), declaraciones triunfalistas sobre la pretendida preparación de los precarios sistemas de salud frente a esta pandemia, y así por el estilo. Empero, una vez que pase una cuarentena o alguna otra medida de parecido jaez, nada garantiza que el problema no se salga otra vez de madre, sobre todo si esta pandemia llegase a tener un carácter estacional. Al fin y al cabo, como señala el profesor Neil Ferguson, citado por Boff: “"Este es el virus más peligroso desde la gripe H1N1 de 1918. Si no hay una respuesta inmediata, habría 2’2 millones de muertos en Estados Unidos y 510.000 en Reino Unido". Y, claro está, no solo en los Estados Unidos y la Rubia Albión, pues, se temen impactos peores en el hemisferio sur, cuyas precarias infraestructuras sanitarias están muy por debajo de lo existente en países como Japón, Corea, Taiwán y España, por lo que suelen dejar bastante que desear, máxime que, por esta época, estamos ad portas de una temporada invernal. Ante todo, nadie es inmune al virus de marras. Ni siquiera los jóvenes. Entretanto, desde sus forzosos encierros de cuarentena, los seres humanos parecen condenados a llevar una vida por el estilo de El Decamerón de Giovanni Boccaccio, pero, en cierto modo, al revés, no en el equivalente de una tertulia literaria en una placentera villa florentina, puesto que los hombres-masa de hoy están constreñidos por las insípidas relaciones virtuales mediadas por la moderna informática, con su característica falta de corporeidad, con sus entes desencarnados por completo. En otras palabras, los hombres-masa de este tiempo han perdido el contacto con la realidad. De ahí el pánico que, en un lapso muy breve, ha suscitado esta pandemia del coronavirus, un virus real al fin y al cabo, no un virtual virus informático de pacotilla. De este modo, desvanecidos los encuentros cara a cara, las conspiraciones parecen perder fuerza. En cualquier caso, chatear no es sinónimo de reflexionar, ni, mucho menos, de crear.

Con mucha mayor razón, la evanescencia de los encuentros cara a cara es harto patente en los regímenes totalitarios. Por ejemplo, China, lugar de origen del coronavirus y expresión misma del gran hermano orwelliano al ser una sociedad altamente informatizada con fines de control de sus ciudadanos, una sociedad altamente imbuida en el paradigma del Big Data y su control, del acopio frenético de datos de toda la gente, hasta de los más nimios. Por así decirlo, si en China cae una hoja de un árbol, el Estado lo sabrá. Precisamente, Byung-Chul Han, un filósofo norcoreano radicado en Berlín, acaba de publicar un artículo en el cual destaca que este hipercontrol del Estado chino sobre sus ciudadanos es justo lo que le ha permitido, en un tiempo récord, controlar por ahora el brote de coronavirus en su territorio, una cuestión abordada así mismo en programas transmitidos por el canal Discovery, dedicados al análisis de las implicaciones de las nuevas tecnologías. En otros términos, este brote pudo controlarse con suma rapidez en China a expensas de la restricción de libertades de su ciudadanía. En marcado contraste, en los países occidentales, con un control menos intenso de acuerdo con la percepción de Byung-Chul Han, la crisis de sus sistemas sanitarios ha sido inevitable. Justo al concluir su artículo a este respecto, él plantea una posibilidad dantesca, a saber: que los países occidentales sientan la fuerte tentación de adoptar ese modelo de estado policial digital chino de aquí en adelante. Desde el punto de vista tanto bioético como político, surge así una cuestión crucial para su análisis: ¿Hasta qué punto cabrá admitir que un Estado así “cuide” la vida de sus ciudadanos a cambio de una fuerte restricción de sus libertades? Por supuesto, esto no es algo nuevo, pues, la Historia del totalitarismo, mal que bien, ya brinda ejemplos terribles acerca de esto. Por algo, George Orwell pergeñó ese clásico de la ciencia ficción que lleva por título 1984. De todos modos, desde hace un buen número de años, vivimos en un mundo que ya superó con creces lo que Orwell alcanzó a imaginar al concebir dicha obra conspicua.

Con todo, en este país distópico que nos ha tocado en suerte, para bien o para mal, ya estamos viendo en estos días de improvisada cuarentena todo un ensayo de similar jaez. Por tan solo mencionar un par de ejemplos, dos entre muchos posibles: en las estaciones del Metro de Medellín, se controla el acceso de las personas mediante el requerimiento de su cédula de ciudadanía. De igual manera, en las urbanizaciones y unidades residenciales, no se han hecho de rogar las administraciones y los porteros para restringir el acceso de taxis y domiciliarios. Todavía está por verse si tales medidas realmente son efectivas para combatir epidemias y pandemias en un país que cuenta con una pésima infraestructura en materia de salud, toda una expresión de la contraproductividad de las instituciones propias de las sociedades industriales o que pretenden serlo. Para el caso, las instituciones de salud. Para colmo de lo absurdo, como lo reportan con precisión Boris Anghelo Rodríguez Rey y otros profesores de la Universidad de Antioquia, un evento preocupante para nosotros ligado con la dispersión del coronavirus fue la Feria de Colombiatex, realizada del 21 al 23 de enero de 2020, con empresas de China, Italia, España, Estados Unidos y Colombia. Además, varios empresarios colombianos de la moda participaron en el Fashion Week Madrid 2020, llevado a cabo entre el 28 de enero y el 2 de febrero de 2020, y en el Milan Fashion Week, realizado del 18 al 24 de febrero de 2020. En suma, esto generó un escenario epidemiológico harto vulnerable habida cuenta de que no hubo precauciones, ni cuarentenas, en relación con todos los viajeros involucrados al respecto. Peor aún, el índice de ocupación hotelera fue muy alto en Medellín en los pasados meses de enero y febrero. En estas condiciones, no debe causar sorpresa el hecho de que la mayor cantidad de casos de coronavirus en esta ciudad estén ubicados en sectores como El Poblado y Laureles, en marcado contraste con ciertas comunas populares del norte y del centro. Ahora bien, conviene no pensar que esta situación, para Medellín, debió comenzar en exclusiva con los ingenuos empresarios del sector de la moda, pues, todavía no se ventilan cifras en lo que concierne a la responsabilidad correspondiente del resto del empresariado, lo mismo que del profesorado y las directivas de universidades y colegios que tanto gustan de viajar al exterior, amén de traer a trochemoche visitantes extranjeros. En todo caso, con esto tenemos una muestra elocuente de contraproductividad por cuanto los actuales medios de comunicación, según lo demostró Iván Illich, el crítico más lúcido de las contradicciones de las sociedades industriales, están pensados para facilitar la movilidad de las minorías pudientes y dominantes en los diversos países, no la del grueso de las poblaciones, cuyos desplazamientos cotidianos no suelen ir más allá de los quince kilómetros en relación con su lugar de vivienda. En estas condiciones, salta a la vista que las cuarentenas hacen las veces de formas de socializar las pérdidas, mas no las ganancias, reflejo mismo de la inequidad propia de estas sociedades dominantes y para nada convivenciales y biocéntricas. Entretanto, seguiremos viendo estas muestras tragicómicas de la sempiterna devoción de los latinoamericanos por darle rienda suelta a su libertad de limitarse

Concluyamos. Ante este panorama de marcado tinte apocalíptico, no es cuestión de tomar a la ligera esta terrible amenaza del coronavirus, que pende cual espada de Damocles sobre una humanidad sumida en una demencial adolescencia tecnológica, algo sobre lo cual, justo al finalizar otra lúcida columna suya, todavía más reciente, Leonardo Boff pone bien los puntos sobre las íes:


      Hasta ahora el coronavirus no puede ser destruido, solo podemos impedirle propagarse. Pero, ahí está, produciendo una desestabilización general en la sociedad, en la economía, en la política, en la salud, en las costumbres, en la escala de valores establecidos...
      De repente, hemos despertado asustados y perplejos: esta porción de la Tierra que somos nosotros, puede desaparecer. En otras palabras, la Tierra misma se defiende contra su propia parte rebelada y enferma. Puede sentirse obligada la Tierra a hacer una amputación, como hacemos con una pierna necrosada... Solo que, esta vez, es toda esa porción tenida por inteligente y amante, que la Tierra no puede ya aguantar y va a tener que acabar eliminándola.
      Y así será el fin de esta especie de vida que, con su singularidad de autoconciencia, es una entre millones de otras existentes, también partes de la Tierra. Ésta continuará girando alrededor del Sol, empobrecida, hasta que haga surgir otro ser que sea también expresión de ella, capaz de sensibilidad, de inteligencia y de amor. De nuevo, recorrerá un largo camino para modelar la Casa Común, con otras formas de convivencia –esperamos– mejores que la que nosotros hemos modelado.
      ¿Seremos capaces de captar la señal que el coronavirus nos está enviando, o seguiremos haciendo más de lo mismo, hiriendo a la Tierra, autohiriéndonos en el afán de enriquecerse de unos pocos cueste lo que cueste?

Al final de cuentas, contra la estupidez humana, los propios dioses luchan en vano.

Fuentes relevantes

BOFF, Leonardo. (21 de marzo de 2020). El desastre perfecto para el capitalismo de desastre. Koinonía. Recuperado de http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=974.

BOFF, Leonardo. (27 de marzo de 2020). Coronavirus: Autodefensa de la propia Tierra. Koinonía. Recuperado de http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=975.

HAN, Byung-Chul. (2020). La emergencia viral y el mundo de mañana. Koinonía. Recuperado de https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-m….

ILLICH, Iván. (1978). Energía y equidad. Recuperado de https://www.ivanillich.org.mx/LiEnergia.htm.

RODRÍGUEZ REY, Boris Anghelo et al. (2020). ¿Por qué debemos quedarnos en casa? Un análisis científico. Recuperado de http://www.udea.edu.co/wps/portal/udea/web/generales/interna/!ut/p/z1/t….

SEMANA. (25 de marzo de 2020). Pruebas de coronavirus: ¿Colombia está preparada para lo que se nos viene? Semana. Recuperado de https://www.semana.com/semana-tv/vicky-en-semana/articulo/pruebas-de-co….

VALENCIA CITY. (21 de marzo de 2020). Coronavirus: Consejos del Dr. Alfredo Miroli. Recuperado de https://valenciacity.es/articulos-de-opinion/coronavirus-consejos-del-d….

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