El Macizo colombiano en grave riesgo

Por: Fernando Guerra Rincón
Investigador del Centro de Investigaciones del Pacífico (CEMPA)
Universidad del Valle

El macizo colombiano es un territorio de 4.8 millones de hectáreas, el 4.3% de toda el área continental de Colombia, un bioma fundamental de gran importancia para el desarrollo nacional por los servicios eco sistémicos que brinda. Fue declarado por la Unesco en 1967, como Reserva de la Biosfera Constelación Cinturón Andino.

La convergencia orográfica, fisiogeográfica y la presencia de grandes extensiones de ecosistemas naturales, bosque subandino, andino, alto andino, páramo y nieves perpetuas, generan condiciones especiales que favorecen la regulación hídrica y el mantenimiento de una alta riqueza biológica, paisajística y cultural.

Los sistemas de páramos que allí se encuentran, el Puracé y el Sotará, tienen una enorme capacidad de almacenamiento de agua, de recarga de acuíferos, de captura de carbono atmosférico y son el nacimiento, en la cima de los Andes, de las cordilleras Occidental y Central que hacen de útero generoso de donde brotan las grandes arterias fluviales del país: Magdalena, Cauca, Patía, Caquetá y el Putumayo que alimentan los océanos Atlántico y Pacifico y el rio Amazonas, formando la intricada e indisoluble malla de los biomas andinos, pacífico y amazónico.

Esas arterias fluviales se ordenan en seis zonas hidrográficas claves: Alto Magdalena, Cauca, Saldaña, Caquetá, Putumayo y Patía. Las tres primeras corresponden a las macro cuenca Magdalena-Cauca, las dos siguientes a la macro cuenca del Amazonas y la última a la macro cuenca Pacífico.

El estado de la cuenca Magdalena-Cauca es lamentable. Su deterioro ambiental es gravísimo: el 77% de su cobertura vegetal ha sido destruida, el daño en páramos y humedales se incrementa notablemente con el paso del tiempo, las aguas servidas de 724 municipios se vierten sin tratamiento en los dos ríos y sus afluentes, el 78 % de su área presenta erosión, el transporte de sedimentos por el río Magdalena se ha acrecentado en un 33 % en la última década, y el volumen de pesca ha descendido en 50 % en los últimos 30 años.

El Macizo es una concatenación de montañas, valles y volcanes adornado por 390 lagunas, (la más grande de todas, la Laguna de la Cocha con 39.000 hectáreas) que surcan los departamentos de Nariño, Putumayo, Caquetá, Huila, Cauca, Tolima y Valle donde confluyen 89 municipios, sobre cuyo frágil, hermoso y diverso territorio tienen jurisdicción 6 Corporaciones Autónomas Regionales que poco hacen por su preservación, presas de un miasma de corrupción y atrapadas en los lineamientos de una economía aferrada a la locomotora minero energética, el símbolo más acabado del atraso nacional: dependemos de la tierra para la supervivencia económica a cambio de su arrasamiento. Nueve ríos de Cauca están en riesgo por la minería criminal, especialmente el rio Sambingo, secado en sus 55 kilómetros y convertido en una cloaca de cianuro y mercurio.

Al menos 10.200 hectáreas en la corona del Macizo, están concesionadas a grandes mineras, muchas de ellas en zonas de páramos y de reserva forestal donde la ley prohíbe este tipo de explotación. Todo con el beneplácito de la Agencia Nacional Minera.

La agroindustria de la caña es un elemento agresivo en ese frágil ecosistema, hijo de la historia geológica de la tierra, en el que hasta el aletear de una mariposa tiene una enorme incidencia sobre esa incubadora de agua. En 29.000 hectáreas del Macizo colombiano, especialmente en el Cauca y el Valle del Cauca, se produce el 57% de la caña de azúcar de las 1,2 millones de toneladas producidas en Colombia.

Del Macizo hacen parte los municipios de Candelaria, El Cerrito, Florida, Ginebra, Guacarí, Guadalajara de Buga, Palmira, Pradera, San Pedro, Sevilla, Caloto, Corinto y Miranda. Todo caña. Este monocultivo, a pesar de ser fuente de empleo y aportar al desarrollo socioeconómico de la región, ha generado efectos ambientales adversos debido al uso de plaguicidas, la compactación y erosión del suelo y, particularmente, la emisión de contaminantes por las prácticas de quema antes de la cosecha y la fragmentación de hábitats naturales para su establecimiento.
Todo ese descomunal tesoro natural está profundamente amenazado. El Macizo es un microcosmos del país.

Adentrarse a su enorme ecosistema es asomarse a las difíciles condiciones actuales de la nación y específicamente del campo colombiano, donde sobresalen la autenticidad de las culturas indígenas que han vivido siempre en ese país de niebla, agua y viento y que han velado por su sostenibilidad, juntos a los campesinos y comunidades negras, y que de no ser por su persistencia y tenacidad se habría avanzado más en su destrucción, dado el abandono de la nación y de las elites regionales a los que parece importarles poco la situación de las mayorías pobres en el Macizo colombiano.

Los cultivos de uso ilícitos han aumentado en el Macizo. De acuerdo con el SIMCI, en 2012 había 2.433 hectáreas sembradas de coca. Para el 2016 ya eran 6.715 hectáreas, afectando principalmente tres zonas hidrográficas: Caquetá, Patía y Putumayo, siendo la zona hidrográfica del rio Putumayo la más afectada con el 63 % de estos cultivos.

La zona hidrográfica del río Caquetá es la segunda con mayor incidencia con el 33%. Recientemente, en la zona hidrográfica del río Cauca se han identificado nuevos cultivos. Hay presencia de cultivos de coca en las áreas del parque Serranía de los Churumbelos y Alto Fragua Indi Wasi. El uso de glifosato atenta contra el Macizo.
El estado de las vías terciarias es patético como quedó en evidencia en la reciente Minga con la vía alterna, y eso que esa es una carretera cercana a la carretera panamericana. Cualquier posibilidad de un programa de sustitución de cultivos, es pura demagogia barata, sin antes resolver el problema de la integración a los mercados, del sistema legal de propiedad, de asistencia técnica, de seguridad jurídica y del territorio, de crédito barato. Como en efecto sucede con el PNIS.

Los indígenas y los campesinos pobres sobre todo del Cauca y de Nariño han sido desplazados hacia zonas cada vez más altas de la Cordillera Central donde han perdido su base alimenticia tradicional. La expansión de la caña, la ganadería y la minería tienen cercados los resguardos indígenas, donde muchos de sus predios son minifundios.
En muchas de esas comunidades la violencia, estimulada por la ausencia del Estado, la minería legal e ilegal, el narcotráfico, el paramilitarismo y la deforestación, los someten a un clima de inseguridad y de pobreza y de pobreza extrema. Trece son los grupos étnicos en los resguardos indígenas dispersos por la eco región: Yanacona, Páez (o Nasa), Guambiano (o Misak), Coconuco, Inga, Kamsáes (o Camentza), Embera, Pijao, Quillancinga, Awá, Pastos, Cofan y Totoró.

La población en el Macizo colombiano está compuesta en un 10% por comunidades indígenas, 7.5% por afro descendientes y un alto porcentaje campesina y mestiza, 83%. Los principales departamentos con presencia de población campesina e indígena son el Valle del Cauca, Cauca, (mayoritariamente), la vertiente occidental de Nariño y los municipios del costado oriental del Huila y Putumayo.

Para el año 2015, en el departamento del Cauca la incidencia de la pobreza moderada por ingresos fue del 51,6 % y la incidencia de la pobreza extrema alcanzó un nivel de 24%. En el Huila se registró un 44,3 % de pobreza moderada por ingresos y un 18,9 % de incidencia de pobreza extrema. En general, todos los departamentos del Macizo, a excepción del Valle del Cauca, presentan índices de pobreza por encima del promedio nacional.
Para el total de los municipios del Macizo, el indicador de Pobreza multidimensional registró una incidencia alta al alcanzar 56,6 %. En la zona rural, la pobreza es de 78 % y en la zona urbana ascendió a 40 %. Dentro de las variables con peor desempeño, el empleo informal tuvo mayor incidencia con el 91%, el bajo logro educativo es del 73%, mientras que la falta de aseguramiento en salud es del 32 % y el rezago escolar de 28 %.

La vivienda es precaria y la cobertura de servicios de agua y alcantarillado igual. En muchos poblados no hay energía. En sus áreas rurales, más del 50% de los campesinos cocinan con leña. La pobreza atenta contra la sostenibilidad del Macizo.

Entre 1960 y 1980 los terratenientes caucanos casi convierten en un peladero las áreas del Parque Nacional Coconuco y el Parque Nacional Natural Puracé, dejando solo el pasto para las vacas. Según el Conpes 3915/18, entre el 2010 y 2015, el Macizo llego a perder 17.000 hectáreas de bosque por año, siendo las regiones más afectadas las áreas de los nacimientos de los ríos Magdalena y Cauca y sobre cuyos márgenes se construyó Colombia. La primera ha perdido más de 100.000 hectáreas de bosque y la segunda 69.000.

En los últimos 25 años, la zona en que nace el rio Cauca ha perdido una extensión de bosques, la mayor parte de ellos en zonas de páramo, de un tamaño semejante a la extensión de Cali; y la zona en la que nace el Magdalena ha perdido poco menos que el doble.

La suerte del Macizo colombiano, un bioma clave del país y de la raza humana en tiempos de cambio climático no es promisoria mientras el sistema productivo del país siga aferrado a la locomotora minero energética y no de un salto progresivo hacia el cambio de la matriz energética, hacia las fronteras de la IV revolución industrial, en esta era de las aceleraciones productivas y científicas.

Es imperativo. Si no lo hacemos, seguiremos destruyendo nuestra inmensa y estratégica biodiversidad, nuestra riqueza hídrica, aferrados a la minería, a la absurda guerra contra las drogas, a la pobreza, a la precariedad y a la violencia, que parece enseñorease de nuevo sobre la faz de Colombia. En síntesis, a no ser un país viable.

Fuente: http://lapalabra.univalle.edu.co/reportaje-el-macizo-colombiano-en-grav…

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