Dios mercado

Por: Teresa Consuelo Cardona (*)

El mercado, como los dioses, necesita seguidores obedientes, sumisos y mansos; personas que se encuentran, comparten y departen para justificar y legitimar sus consumos. Necesita que la gente crea en que está haciendo lo correcto y que si no lo hacen, su vida estará vacía.

Esto de que la comunidad haya aceptado tener dioses que resuelvan por ellos, que tomen sus decisiones y a los cuales se les obedezca ciegamente, ha sido aprovechado de múltiples maneras a lo largo de toda la historia de la Humanidad. Pero nunca, como ahora.

Saber que la gente es proclive a aceptar los designios de fuentes intangibles e invisibles, ha ayudado a que se consoliden fuerzas invencibles, alojadas en el subconsciente colectivo. La mayor fuerza inmaterial de nuestros días, pese a los siglos de dedicación de sus seguidores, no es Dios. Es el mercado. De él se habla como si se tratara de un poder irrefutable. Como si existiera porque el cosmos le hubiera dado un lugar preponderante. Como si fuera un espíritu divino. Una esencia inmortal. Un ser supremo omnipotente.

El mercado, como las religiones, tiene intermediarios ante el todopoderoso, que son quienes se enriquecen. Hay un concepto clásico de mercado en el que se nos enseñó que debe haber libre competencia entre quienes nos ofrecen un producto, una salvación ante nuestra pequeñez, un lavado de activos pecaminosos. Algo así como que usted puede escoger el santo de su devoción porque al fin y al cabo todos ellos le llevarán al cielo. Un solo santo no es suficiente para satisfacer la noción de bienestar de todos. O puede escoger un pastor por el que, Dios le enviará sus beneficios previo aporte de su parte. Se supone que el mercado de libre competencia hace que el precio de las cosas se mantenga bajo, gracias a que todos participan. Por eso, los ideólogos del mercado saben que hay que ganar adeptos. Entre más seguidores, más funciona. Los milagros del capital se hacen evidentes si hay muchos individuos que, pese a quedarse sin un centavo, admiran los logros de quienes han recibido aquellas bendiciones. Sin embargo, pese a que se requiere de muchos participantes, y entre más, mejor, el mercado inventa jerarquías, igual que las religiones, a través de las cuales los consumidores pueden estar más cerca del dios posesión. Entonces nacen los oligopolios y los monopolios, que hacen inmensamente ricos a sus dueños, vendiendo satisfacciones a quienes no las necesitan. De igual manera, se requieren muchos consumidores de productos inútiles que están disfrazados de bienestar, pero los beneficios, en realidad, son para quien logra convencer a los demás de que requieren esos productos.

El mercado, como los dioses, necesita seguidores obedientes, sumisos y mansos; personas que se encuentran, comparten y departen para justificar y legitimar sus consumos. Necesita que la gente crea en que está haciendo lo correcto y que si no lo hacen, su vida estará vacía.

No es casualidad que de un tiempo para acá, la sociedad en general haya entrado en una lógica consumista sin precedentes. El mercado se tomó todos los espacios de la vida. En el lenguaje de todos habitan las marcas, los privilegios, la exclusividad (que no es otra cosa que exclusión). Los niños compiten por tener y no por ser, y los padres fomentan esa lógica, porque, al fin y al cabo, compiten con otros padres usando para ello a sus hijos. En el mundo actual, se escriben biblias cada día y lo hace el poder de la publicidad.

En todos los coloquios y actividades que se presentan de cara al futuro, al progreso, a la productividad, un hombre invisible toma todas las decisiones del mundo. Su voluntad se impone por sobre todas las posibilidades. No admite resistencia. Una vez nota que alguien le contradice, miles de sus seguidores salen como soldados a reivindicar su existencia.

Es el mercado el que decide qué hacer, qué vender, qué comprar y sobre todo, que debe existir y qué no. El mercado es el dios de los tiempos modernos. Todos los economistas, administradores, publicistas, especialmente, pero todos los profesionales en general, vigilan sus dictados y los transmiten a los consumidores que son algo así como los nuevos feligreses.

Y en esa lógica religiosa del mercado, entre más pequemos, más necesitamos de salvación, es decir, de productos. Hay que ver el interés con el que las nuevas generaciones acuden a escuchar a los gurúes del mercado. Cómo toman sus posiciones sin cuestionarlas. Cómo multiplican sus postulados. Cómo desestiman cualquier otra posición. Cómo rechazan la resistencia creativa. Igual que los fanáticos religiosos siguen a su pastor. Los eventos del mercado siempre están llenos de jóvenes ansiosos de aprender más acerca de cómo esclavizarse consumiendo. En cambio, los eventos en donde hablamos de la Humanidad, las humanidades y las ciencias sociales, no logran llenar auditorios.

Es por esta razón que los gobernantes ya no necesitan un equipo multidisciplinario que le ayude a efectuar un programa de gobierno, sino un grupo de marketing que le ayude a verse aceptable, moderno, consumible.

(*) Teresa Consuelo Cardona G, Comunicadora Social-Periodista en especial en medios alternativos, poeta y docente e investigadora universitaria.

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