ANDANTE 4

La hermana Orlinda ha ido por él al salón de clase y lo ha llevado a la cafetería de profesores. Lo ha sentado a una mesa y le ha puesto enfrente de sus ojos esquivos una malta y, en un plato desechable, una buena tajada de pudín de fresa.

Roy mira distante como si quisiera volar a través de la ventana. Mira ausente como si contara y recontara los cuadros que cuelgan de la pared. Y, al frente, por encima de su cabeza, ve que dice en letras de icopor: “50 años construyendo la paz”. Pero Roy no ha leído la frase de manera global sino que la ha descompuesto en pequeños ladrillos que deletrea mentalmente de derecha a izquierda: paz-la-construyendo-años-50.

Tampoco ha saboreado el ponqué con ese tenaz apetito que nosotros pensábamos que tenía detrás de la tristeza. Sólo ha levantado la botella y se la ha pegado a sus labios con desidia y después ha desmenuzado un pedazo de torta en el plato.

-¿Sigues triste? –le ha preguntado la hermana Orlinda tratando de encontrarle los ojos.
-Sí, sigo triste y mucho –responde Roy, como si buscara algo a su alrededor.
-La Escuela es muy acogedora –dice la hermana Orlinda- tiene cancha de microfútbol y de basquetbol.
-Pero no me gusta, no tiene árboles ni un camino largo, largo, donde correr.
-Los maestros aprecian a sus estudiantes. Estoy segura de que ya quieren bastante a Roy.
-Yo no me llamo Roy.
A Roy lo han traído hace unos días y lo han dejado en cuarto grado. Por su pueblo ha pasado la guerrilla y en un cruento combate han muerto tres policías y dos guerrilleros y los disparos han taladrado las paredes de la alcaldía, el puesto de salud y la Caja Agraria. Después, a los cinco días, han llegado los paras, los paramilitares, y

sobre la colina, bajo las miradas de las mujeres y los niños, han fusilado a siete campesinos.
Ahora, mucho después, han llegado los soldados. Hay silencio y miedo, y secuestradas y desaparecidas algunas personas.

El Calvario es un pueblo de tres calles cuyo croquis forma casi una cruz. Un campero rojo sale los lunes a las seis de la mañana y regresa a las cuatro de la tarde de Villavicencio. El maestro de la escuela no ha vuelto y los padres de Roy han viajado a Bogotá.

La hermana Margarita, la rectora, en una izada de bandera, releyendo la crónica “La Nueva Historia de Colombia”, hizo un recuento de la violencia desde el año de 1948 y terminó diciendo:
Hoy, los focos o los grupos o los frentes alzados en armas pululan por los llanos, los valles, las montañas, las costas, los caminos, las carreteras y el campo de Colombia es una extensa sábana minada”.

En nuestro curso Roy se ha sentado como si estuviera solo y no ha hablado con nadie. Sólo le ha contado a la directora Yolanda que él tiene una espina de rosa en su dedo y que le está doliendo mucho y le ha mostrado el índice derecho. La hermana lo ha llevado hasta la enfermería y él ha vuelto con su dedo forrado en gasa y esparadrapo.

Los pantalones que luce Roy le quedan cortos y sus zapatos, al parecer, le aprietan. Tal vez por eso no dice nada. Mira al tablero como si su mirada taladrara el marco y llegara más allá del horizonte. Todos los maestros se le acercan y le tocan la cabeza diciéndole algo que a él ni le interesa. La hermana Fabiola, sin la toca de su hábito, ha pasado por el salón repartiendo sonrisas y confites y le ha dejado dos almendras en el bolsillo de la camisa pero Roy no se percata de las golosinas en su bolsillo. La maestra Dora le ha dibujado con esfero la célula y un tejido en el tablero acrílico. Bernardo y César, los coordinadores, han subrayado su presencia. Rosa Betty ha escrito tres palabras en inglés. El maestro Andrés, haciendo pucheros y malabares, ha llegado a leer el cuento: El pequeño caballo que comía nubes al desayuno. Roy ha permanecido oyendo con un solo oído y al final ha intentado corregir algo sobre el caballo. Hasta la hermana Margarita, la rectora de la Escuela Normal de Nuestra Señora de la Paz, ha venido por Roy.

Él, Roy, no se llama Roy. Pues, desde el primer día que llegó, supimos que su nombre de pila es Rogelio. La hermana Orlinda empezó a llamarlo de manera apocopada, Roy. Y de su pulso y excelente caligrafía la hermana Orlinda, de la ge de Rogelio ha dibujado una y griega para Roy. Tal vez para que no desentone con Eduard y Christian, Alex y Johan... Así le ha marcado todos sus cuadernos: Roy.

Supimos, también, que ellos, sus padres, son desplazados. Y que llegaron a Bogotá, una media noche, desde El Calvario, ese pueblito del Meta que se ha quedado solo. Los habitantes que se resisten a salir del lugar se ven sobresaltados y envueltos en una pesadilla que noche a noche los asalta y los despierta manos arriba.
Las hermanas de Roy deben de estar en otro plantel y deben parecerse mucho a él y tener casi los mismos años porque los niños del campo crecen muy juntos como si nacieran en el mismo año y en el mismo mes. Ellas, las hermanas de Roy, deben portar sus libros en un maletín de lona, de boca fruncida y con una cuerda corrediza como el que él trajo el día que llegó. Y en vez de bucles, sus hermanas, a lo mejor, han llegado con trenzas a los lados.

Nadie se debe imaginar, desde luego, que estas niñas sean mudas y tristonas como Roy pero cuando hablan parece que estrellaran las palabras como granizos en el techo. Y, en los descansos, en vez de permanecer mirando largo tras la ventana, a lo mejor saltan y corren por todo el patio.

Del curso, ni Jamit, ni Dilan, ni Maicol, ni Camilo se han podido acercar a Roy, pues con esa seriedad quién. Solamente Boris, el gordito, ha estado ofreciéndole los cuadernos. “Préstale los cuadernos a Roy, Boris, para que se ponga al día” le ha recomendado la hermana Orlinda.

Roy está ahora sentado frente a la hermana Orlinda en la cafetería de profesores y tiene junto a sus narices una malta y una torta de fresa.
-Dime Roy, ¿por qué no quieres participar en clase, por qué no hablas?
-Mi escuela es más abierta.
-¿Qué es eso de abierta?
-No tiene paredes y nosotros corremos por el camino a esperar al maestro.
-Aquí, el maestro Víctor también juega con sus alumnos, Roy.
-Mi maestro llega los lunes por la tarde y se regresa a Villavo el viernes por la mañana.
-Las jornadas lúdicas: ¡espectaculares! Jugamos hasta el cansancio, Roy. Te vas a divertir.
-Él siempre llega silbando y nos toca los hombros.
-Hemos adquirido una nueva mesa de ping-pong. Aprenderás a jurarlo, Roy.
-Hacemos las tareas y nos vamos para la quebrada a bañarnos o a alcanzar guayabas.
-Con la ayuda de de los maestros Gabriel y Germán, los estudiantes de cuarto van a pintar un mural.
-Mi maestro siembra en la escuela. Siembra árboles.

-¿Te gustaría pintar, Roy?

-Los árboles ¿Por qué no siembran árboles?
Roy siente que el aire no le alcanza. Percibe un extraño olor a su alrededor. Siente cierta desazón en su cuerpo. La ropa le pesa y le pica. Las entrañas le palpitan nerviosas. Y siente que el alma se le ha quedado del otro lado de la cerca, del otro lado de la quebrada, del otro lado del caserío.
La hermana Orlinda mira el dedo envuelto en gasa, mira las uñas de Roy que están un tanto sucias y mira sus labios agrietados por el sol. Quiere acercar más su silla pero Roy trata de impedirlo con un brusco movimiento.
-Te vamos a querer mucho, Roy.
-Mi maestro sabe tocar guitarra. Y nada muy bien.
-Este año la Escuela Normal de Nuestra Señora... cumple cincuenta años de estar construyendo la paz. Vamos a hacer un budín grandote para la gran fiesta y tú vas a participar como invitado especial. Anímate, Roy, tómate la malta y cómete la torta... vamos a ser muy buenos amigos...
-Mi maestro me choca la mano cuando llega.
-Tus compañeros de curso han traído tres balones y piensan incluirte en el equipo.
-Mi maestro ha jugado en el deportivo Meta.
Roy alza la vista y termina de beberse la malta, se come el último pedazo de torta y se levanta de la silla. La hermana Orlinda, con una expresión de alegría en sus ojos, le pregunta:
-Roy..¿Te sientes bien, Roy?
-Me siento bien, pero estoy triste.

Andrés Elías Flórez Brum
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