ANDANTE 12

      EL ALMA DEL HACEDOR *
      Arturo Neira Gómez **

Sobre los evidentes o hipotéticos motivos de la escogencia del lugar y tipo de construcción (infancia y trópico, mitos y leyendas, viajes y refugio), se erige otro, muy fuerte: la personalidad de quién soñó e idealizó esta casa.

Veamos. Concepción del mundo y de la vida similar pero distinta (por tratarse de un artista), al pensamiento campesino de las tierras de vertiente cálida andina de la primera mitad del siglo XX. Develemos destellos del espíritu del hacedor. Espacios abiertos y elementos alegres mirando al cielo y al horizonte. Techos altos, ventanales grandes y corredores exteriores amplios, en madera labrada con sencillez, rodeando la sólida estructura en adobe y tapia pisada.

Si observamos con detenimiento la fotografía o la imaginamos, estos elementos forman con el entorno (jardín, empedrado y vegetación), una sola e indisoluble unidad. El balcón más grande que pueda tener casa alguna. Hay razón para exagerar, pues se desliza al campo y, en reciprocidad, la naturaleza sube por las escaleras e invade con su luz, brisa, aromas y sombras los pasillos y salones. La noción justa de casa: la casa lo es todo; no son sólo sus paredes, cubierta, alcobas, salones…, sino la conjunción indisoluble del adentro y del afuera.

En definitiva, he ahí, en esta construcción, asomos del alma del hacedor.

      MÁS QUE UN SECRETO *
      Arturo Neira Gómez **

A los niños les reveló el secreto: “… En las ramas y en la fronda de los árboles, / las orquídeas y el gorjeo de los pájaros, / cumplen la misión de adornar e iluminar los cielos.” (Fragmento del poema Un álamo, En la Noche, 2014, página 61).

Es probable que la siembra de orquídeas en el álamo adyacente a la escalera que daba acceso a la sala de recibo y miraba al jardín, ofrecidas con esmero especialmente para los visitantes, no hubiera sido idea de la madre que dirigió estas palabras a sus hijos, sino de Mercedes (su cuñada). De todas formas poco importa, fue una mujer la autora del prodigio.

Quien llegaba por el ancho empedrado sombreado por los árboles, era impactado por la alegría del jardín que invitaba a seguir, y estando ubicado en el vestíbulo o en los corredores exteriores, sentía la atracción del ramaje del álamo. Y este, con el follaje de cámbulos, guamos, naranjos, mandarinos, nísperos, palmeras, cafetos…, y con los vuelos de colores, cumplían “…la misión de adornar e iluminar los cielos.”

Al traer esta añoranza pregunto por qué cielos en plural. Indistintamente puede connotar la bóveda celeste o los frisos que había en los techos o el reino celestial de los creyentes o la palabra con la cual los enamorados se dirigen a su par o una mujer llamada Cielo. Sí, cielos. Y siguiendo las palabras de quien reveló el secreto, veamos lo siguiente con sus asertos.

El magnetismo para los visitantes no sólo provenía del jardín extendido que se perdía más allá del álamo, también lo impelía el interior de la morada. Del amplio salón – sala comedor - con su mesa enorme, asientos de cedro y sillas de mimbre, paredes empapeladas con hojas y florecillas, cuadros y estampas de otros tiempos y lugares, y alacenas empotradas en las paredes. Hacia adentro existía el llamado a mirar a través de los muchos vidrios pequeños que hacían parte de grandes celosías en las puertas plegables en madera de los dos accesos: desde el vestíbulo a la sala, o desde la parte posterior, frente a la cocina, al comedor. Pero realmente logro precisar hoy que el llamado interior era de los frisos en los altos techos a los que raramente se miraba, y de dos pinturas al oleo, obras del pintor Juan Gómez Guarín, a quién no llegamos a conocer y poco supimos de él aparte de su tartamudez y ser medio hermano de J.N.

En medio de la tranquilidad y el sosiego de la casa, hubo quienes, estando en el espacioso salón, les era frecuente presentir a alguien observando desde las alturas o desde los bodegones que siempre permanecieron allí, formando unidad con un filtro sobre una repisa esquinera y un reloj de pared al que se daba cuerda cada mes. Estos dos elementos, filtro y reloj, rompían las noches de insomnio y, tal vez por la vecindad con las pinturas, intuían la presencia del artista; el primero con su incesante goteo metálico, apenas perceptible en el silencio, y el otro con su tic tac y tañer de campanas anunciando el paso de las horas.

Y esta vivencia en escasas y extrañas circunstancias se tornaba prodigiosa, audible para el goce del desvelado e incluso (en sus ideaciones proyectivas) para deleite de las ánimas en pena: alcanzar a captar los sonidos solistas de las norias del filtro y del reloj
cuando eran acompañados por el lejano, tenue, profundo y sostenido fondo musical del rumor de una quebrada subterránea que bajaba de la montaña y cruzaba exacto por debajo del sótano de la casona.

Imágenes:

- Fotógrafo Juan Nepomuceno Gómez Vargas y Mercedes Neira Gómez. Bogotá, 1922.

- Granja América, Cachipay (Anolaima). Foto J.N. Gómez. 1925.

* El alma de hacedor y Más que un secreto, fueron publicados en el libro En la Noche: Desarraigo, Calandayma y otros textos", Colibrí Ediciones 2014, páginas 100 a 104.

** Bogotá, 1950. Editor del fanzine Andante –Voces y Trazos-, 2019. Escribe en las revistas La Mancha del Quijote desde 2017 y Nueva Gaceta desde 2014. Autor del libro "En la Noche: Desarraigo, Calandayma y otros textos", Colibrí Ediciones 2014. Ganador del Primer Concurso Nacional de Poesía Hábitat, Casa y Palabra, Medellín 2009. Psicólogo graduado con la investigación calificada como meritoria "La Adicción al juego de azar en Dostoyevski, Tunja 2003.

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