Crónica de guerra. (2° parte)

CRÓNICA DE GUERRA

Por: Miguel Mendivelso

El coronel San Miguel

Además de oficiales mandando a los suboficiales y estos últimos a los soldados, los huestes hacían las cosas más locas, ordenadas por los cuadros de mando: unos cantaban, otros eran obligados a dar botes casi hasta vomitar, otros remedaban monos, otros hacían muecas llamadas “pispirispis”, en fin todo era casi delirante, también habían varias docenas de perros que acudían presurosos al oír el canto de la trompeta llamando a la tropa a almorzar, lo que hacía ver este cuadro de la manera más risible : perros ladrando y soldados gritando era un circo bien pintoresco, perros que algunas semanas más tarde se convertirían en mártires de la mano fuerte de la democracia en un acto inadmisible.

Casi como si se comunicaran unos a otros, los perros llegaban desde diferentes puntos de los barrios cercanos al batallón, sabían las entradas y los horarios. Los canes eran grandes, medianos, pequeños, amarillos, negros, rojizos, con manchas, sin manchas, orejones, casi sin orejas, hocicones, casi sin hocico, de trompa chica, de trompa grande, de trompa café, de trompa negra, de trompa húmeda y brillante , de trompa seca y opaca, peludos y con poco pelo, pero en fin, todos tenían en común una sola cosa: La mirada. Una mirada de nobleza y humildad del que solo espera una migaja de comida que algún bondadoso diera a algunos de ellos.

El coronel Clemente San Miguel llegó y salió sin pena ni gloria de aquel batallón de artillería. En cierta ocasión, el coronel de andar casi solemne y ceremonial, de estatura mediana, mirada fría y una especie de giba iba pasando revista de las tropas a la hora del almuerzo, se percató de la gran cantidad de perros que acompañaban dicho ejercicio. Entonces tronó el coronel: “Soldado que coja un perro tendrá 2 días de permiso” el oficial de servicio no sabía qué hacer, ni los suboficiales encargados de los pelotones, y menos los soldados, “la orden es para ya soldados” dijo el coronel levantando la voz. El sol brilló sobre sus lentes de marco dorado que aparentaban ser costosos, e insistió “el soldado que coja un perro tiene 2 días de permiso, desde ¡ya!”. La llegada de los 4 jinetes del apocalipsis no hubiera causado tanto revuelo en aquellos hombres uniformados, los perros corrían y los soldados los perseguían, a su vez los perros más fieros se defendieron y persiguieron a otro tanto de soldados, al término de dos horas de correría por todo el batallón, “la operación” fue todo un “éxito”, y los resultados arrojaron los siguientes datos: fueron capturados 22 malhechores peludos, un soldado héroe de la patria fue descalabrado por una piedra que un compañero suyo había lanzado contra un peludo enemigo (fuego amigo que se llama al interior de las tropas), 12 soldados fueron mordidos por los hostiles de hocico negro, y a la fuga se dieron cerca de media centena de “gozques facinerosos, terroristas y adversarios de la democracia”. El coronel dio entonces la orden. para muchos cruel, para otros descabellada y para los más supersticiosos (entre los que me encontraba yo), de mala suerte y desnaturalizada, claro está –más adelante para los que creíamos en cábalas este acto nos daría la razón…– “llévenlos al polígono y mátenlos a todos, y los soldados que cogieron los perros tiene permiso desde esta tarde”, gruñó el coronel. “Encárguese de ese oficio teniente” ultimó en ese detalle dando media vuelta y tomando camino hacia el comando del batallón. Los perros en los brazos de los soldados peinaban sus orejitas y movían sus colas en un acto de candidez e inocencia.

En el polígono, los mismos soldados bajo la orden del teniente y varios cabos, fueron acribillados aquellos inocentes animales con fusiles Galil de calibre 5.56 mm y rematados con un tiro de gracia en la cabeza.

Este acto inmisericorde, como lo dije algunas líneas atrás no quedó impune. ¿Las fuerzas del universo? ¿Las leyes de la vida? ¿Dios?, Llámelo usted como bien le parezca, pero allí mismo comenzó una serie de desventuras para el coronel Clemente San Miguel. Fue bajo el comando de dicho oficial que fue secuestrada la cacica Consuelo Araujo Noguera que días después fuera asesinada en las inmediaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta subiendo por la vía de Atanques en el departamento del Cesar. La guerrilla intensificó sus ataque como no había sucedido en esa región del país y fueron asesinados seis soldados, cayeron en un campo minado tres más, un soldado se suicidó después de haber escrito una carta de despedida para la novia y la mamá, otro soldado en medio de un frenesí de drogas le disparó a otro –mutilando una de sus piernas–, otro soldado se robó un fusil, un centinela del batallón fue degollado sin distinguir ningún tipo de móvil para ese acto criminal, un soldado tartamudo fue reclutado e incorporado a las filas y preciso el día de la revista de inspección de la brigada un coronel inspector se acercó y le dijo ”soldado diga usted la oración patria” “co co co Colombia pa pa pa patria mía” “Es usted tatareto o qué le pasa soldado” interrogó el coronel inspector… “ Si si si so soy tata tareto mi co co coronel”, las risas reprimidas invadieron el batallón, el coronel San Miguel fue llamado al comando por el coronel inspector y a los pocos días fue traslado el oficial comandante del batallón de quien nos enteramos que fue llamado a calificar servicios por el desastre en aquella unidad militar. Quizás me haya equivocado en el subtítulo de esta historia y queden mejor: una historia muy perra o la vida perra del coronel San Miguel o quizás aún mejor La perrada de Clemente.

(continuará…)

Lea la primera parte de esta crónica http://nuevagaceta.co/inicio/cronica-de-guerra

Compartir